Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
19. La Teofania del Sinaí.
1
El día primero del tercer mes, después de la salida de Egipto, llegaron los hijos de Israel al desierto del Sinaí, 2
Partieron de Rafidim, y, llegados al desierto del Sinaí, acamparon en el desierto. Israel acampó frente a la montaña. 3
Subió Moisés a Dios, y Yahvé le llamó desde lo alto de la montaña, diciendo: Habla así a la casa de Jacob, di esto a los hijos de Israel: 4
Vosotros habéis visto lo que yo he hecho a Egipto y cómo os he llevado sobre las alas de águila y os he traído a mí. 5
Ahora, si oís mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, 6
pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Tales son las palabras que has de decir a los hijos de Israel. 7
Moisés vino y llamó a los ancianos de Israel y les expuso todas estas palabras, como Yahvé se lo había mandado. 8
El pueblo todo entero respondió: Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yahvé. Moisés fue a transmitir a Yahvé las palabras del pueblo, 9
y Yahvé dijo a Moisés: Yo vendré a ti en densa nube, para que vea el pueblo que yo hablo contigo y tenga siempre fe en mí. 10
Yahvé le dijo: Ve al pueblo y santifícalos hoy y mañana. Que laven sus vestidos, 11
y estén prestos para el día tercero, porque al tercer día bajará Yahvé, a la vista de todo el pueblo, sobre la montaña del Sinaí. 12
Tú marcarás al pueblo un límite en torno, diciendo: Guardaos de subir vosotros a la montaña y de tocar el límite, porque quien tocare la montaña morirá. 13
Nadie pondrá la mano sobre él, sino que será lapidado o asaeteado. Hombre o bestia, no ha de quedar con vida. Cuando las voces, la trompeta y la nube hayan desaparecido de la montaña, podrán subir a ella. 14
Bajó de la montaña Moisés a donde estaba el pueblo, y le santificó, y ellos lavaron sus vestidos. 15
Después dijo al pueblo: Aprestaos durante tres días, y nadie toque mujer. 16
Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos, y una densa, nube sobre la montaña, y un fuerte sonido de trompetas, y el pueblo temblaba en el campamento. 17
Moisés hizo salir de él al pueblo para ir al encuentro de Dios, y se quedaron al pie de la montaña. 18
Todo el Sinaí humeaba, pues había descendido Yahvé en medio del fuego, y subía el humo, como el humo de un horno, y todo el pueblo temblaba. 19
El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Yahvé le respondía mediante el trueno. 20
Descendió Yahvé sobre la montaña del Sinaí, sobre la cumbre de la montaña, y llamó a Moisés a la cumbre, y Moisés subió a ella. 21
Y Yahvé dijo a Moisés: Baja y prohíbe terminantemente al pueblo que traspase el término marcado para acercarse a Yahvé y ver, no vayan a perecer muchos de ellos. 22
Que aun los sacerdotes, que son los que se acercan a Yahvé, se santifiquen, no los hiera Yahvé. 23
Moisés dijo a Yahvé: El pueblo no podrá subir a la montaña del Sinaí, pues lo has prohibido terminantemente, diciendo que señalara un límite en torno a la montaña y la santificara. 24
Yahvé le respondió: Ve, baja y sube luego con Aarón, pero que los sacerdotes y el pueblo no traspasen los términos para acercarse a Yahvé, no los hiera. 25
Moisés bajó y se lo dijo al pueblo.
Cuando Dios se apareció por primera vez a Moisés en el Sinaí, le dijo que, una vez sacado el pueblo de Egipto, le sacrificaría en aquel lugar1. Israel llegó, pues, al Sinaí, y Dios llamó a Moisés a lo alto de la montaña, ante la cual estaba el pueblo acampado. Era sentencia común en el A.T. que no puede el hombre ver a Dios sin quedar herido de muerte por la grandeza de su majestad. Imagen de esto la tenemos en la reina Ester, que se desmayó ante la majestad real de Artajerjes, a quien quería hablar sin ser llamada2. La familiaridad de Dios con su profeta, Moisés, era para el pueblo que esto veía un argumento de su alta dignidad, Las palabras que le dice son muy de notar, pues nos dan a conocer la dignidad de Israel y sus altos destinos. Dios le sacó de Egipto con tantos prodigios, y El mismo le ha traído hasta aquel sitio, en que parece tener su morada ahora, como el águila lleva a sus polluelos sobre sus alas. Señales éstas de gran predilección. Siendo Dios Señor de todos los pueblos de la tierra, ha escogido entre todos a Israel como a su peculiar heredad y le ha amado como a su hijo primogénito, confiriéndole la dignidad
sacerdotal, propia del primogénito, y haciéndole una nación
santa, como consagrada especialmente a su culto. Ya veremos más adelante que dentro de Israel habrá una casta de
sacerdotes de la tribu de Leví. Aquí, pues, la frase
un reino de sacerdotes o sacerdotal (v.6) tiene un sentido metafórico. Como el sacerdote propiamente tal debe estar más cerca de Dios en los actos de culto, y, como representante de Dios, es el intermediario entre el mismo Dios y el pueblo, así Israel, como primogénito entre todos los pueblos,
es el sacerdote-intermedio entre Dios y la misma humanidad. La elección de Israel tiene unos designios amplísimos en los planes de Dios. Como pueblo, ha sido destinado a preparar la plena manifestación mesiánica, y a la luz del í. Ô. vemos todo el alcance de la elección de Israel. Su destino histórico ha sido en los planes de Dios
preparar la venida del Mesías, siendo el vehículo de la transmisión de las promesas salvadoras de la humanidad. La voluntad salvífica de Dios en la historia ha tomado como instrumento oficial de su realización al pueblo hebreo. Los profetas insistirán en el sentido mesiánico de esta elección de Israel. De este modo, Israel, como colectividad,
es un reino de sacerdotes, una casta especial en la humanidad con un destino concreto sobrenatural. San Pedro tomará estas palabras para aplicarlas al
pueblo cristiano, que mediante la gracia del Salvador ha recibido la dignidad de adopción y, con el carácter bautismal,
una cierta participación del sacerdocio de Cristo, sumo sacerdote. El
sacerdotium regale de la epístola de San Pedro 3 ha de entenderse, pues, también en el sentido amplio en que se toma en el éxodo, si bien en un orden superior. El pueblo cristiano es el Israel de Dios, la continuación en los designios divinos de la misión del Israel histórico, pero ya en la fase plena
de la era mesiánica. Como Israel era el pueblo elegido entre todos los pueblos, y, como tal, confidente de Dios como los sacerdotes e instrumento de los designios históricos de Dios, así el pueblo cristiano es también la porción selecta de la humanidad, y,
por participar de la vida de la gracia de Cristo, se halla en una esfera de consagración a Dios muy superior a todos los pueblos no cristianos. San Pablo se hace eco de esta categoría
sacerdotal del pueblo cristiano al decir que podemos ofrecer nuestros cuerpos como una hostia, viva y santa, que va a Dios: éste es nuestro culto racional, ejercido en unión del sacrificio de Cristo4.
Israel será, además, una
nación santa (v.6). Lo que caracterizaba a Yahvé a los ojos de los hebreos era, sobre todo, su
santidad, atributo que significaba, además de incontaminación, pureza, la idea de trascendencia5. Israel, para acercarse a Yahvé y participar de una mayor vida de intimidad con él, debe también
santificarse, purificarse espiritual y moralmente, llevando unas costumbres más puras que los otros pueblos. Como pueblo escogido, tiene que ser
santo: Sed santos como yo soy santo, Yahvé, vuestro Dios.6 Yahvé será en la literatura profética el Santo de Israel, el Ser trascendente que, a pesar de su excelencia e incontaminación, tiene relaciones íntimas con el pueblo elegido para que cumpla su misión histórica.
El segundo precepto del Decálogo condenará toda representación de Dios mediante imágenes. Aquí, según la observación de Moisés en el Deuteronomio 7, se le aparece bajo la imagen de una imponente nube, que se despliega sobre la cima de la montaña santa. Los autores sagrados tomarán con gusto esta imagen para representarnos la majestad e inaccesibilidad de Dios. El salmista nos cuenta cómo en su angustia invocó a Yahvé, que le escuchó y vino en su auxilio:
Conmovióse y tembló la tierra,
vacilaron los fundamentos de los montes,
se estremecieron ante el Señor airado;
subía de sus narices el humo de su ira,
y de su boca fuego abrasador,
carbones por El encendidos.
Abajó los cielos y descendió,
negra oscuridad tenía a sus pies.
Subió sobre los querubines y voló,
voló sobre las alas de los vientos.
Puso en derredor suyo por velo tinieblas,
se cubrió con calígine acuosa,
con densas nubes...
Tronó Yahvé desde los cielos,
el Altísimo hizo sonar su voz.
Lanzóles sus saetas y los desbarató,
fulminó sus rayos y los consternó.8
En esta descripción poética de una tormenta explicada con colores teológicos, el salmista refleja, sin duda, influencias del relato de la teofanía de Yahvé en el Sinaí. Para impresionar a aquellas gentes sencillas era preciso presentar a Yahvé en toda su majestad, como Señor de las fuerzas de la naturaleza. Había desbaratado a los egipcios, y ahora aparecía escoltado por la grandiosidad de los fenómenos naturales. Los antiguos siempre se han impresionado por las tormentas acompañadas de relámpagos y truenos. Zeus, jefe del Olimpo helénico, es el dios que fulmina el rayo. Hoy día sabemos por qué leyes físicas se produce este fenómeno natural, que se reduce a descargas eléctricas; pero para los antiguos era un misterio, y la explicación natural era relacionarlo con la ira del Dios omnipotente. De hecho, esta teofanía grandiosa en la cúspide imponente del macizo rocoso del Sinaí quedó en la literatura religiosa de Israel como la manifestación grandiosa y más solemne de su historia.
Yahvé, para solemnizar su alianza, había desplegado todo su poder, como prenuncio de la severidad que iba a manifestar contra los transgresores de su Ley. Su presencia en aquel lugar lo convierte en sagrado, de modo que nadie puede acercarse a la sagrada cima si no participa
en alto grado de la santidad divina. Ya hemos indicado, al explicar el nombre de Yahvé,
que la santidad de Dios era concebida por los israelitas como una atmósfera aislante, muy peligrosa para el que se acerque a El no debidamente
santificado o purificado. Luego veremos, cuando sea erigido el tabernáculo, que sólo a los
sacerdotes se les permite acercarse a El, y a lo más interior del mismo sólo al sumo sacerdote y sólo en el día de la
expiación, una vez al año. Con estas prescripciones, Dios quiere inculcar al pueblo el carácter de
santidad e inaccesibilidad que le rodea, para que se formen la más alta idea de su Dios. Por eso ordena Yahvé a Moisés establecer una línea de demarcación, que no han de traspasar ni los hombres ni los animales (v.12), mientras dure la grandiosa teofanía. Y aun para presenciarla de lejos, el pueblo habrá de purificarse, lavando sus vestidos y absteniéndose de la vida conyugal (v. 10.15). La pureza exterior debía ser signo de otra pureza moral interior9. El que traspasara los límites señalados de la montaña debía ser lapidado o asaeteado (v.13). La razón de ello parece ser que era el único modo de hacer morir al transgresor sin traspasar el ejecutor del castigo la misma demarcación prohibida. Debían, pues, matarle a distancia, sin traspasar la línea de demarcación señalada antes. Algunos autores ven en este verso una huella de un redactor posterior que quiso concretar el modo de muerte del transgresor conforme a la legislación posterior10.
La descripción de la teofanía es grandiosa (v.16): truenos, relámpagos y nubes espesas acompañan a Yahvé en su manifestación majestuosa. La
nube tenía por fin ocultar la
gloria esplendente de Yahvé, para que los israelitas no fueran cegados por su fulgor y heridos de muerte a su presencia. Los comentaristas liberales han querido ver en esta teofanía la descripción de un dios de las tormentas que sería adorado antes de Moisés por las tribus del Sinaí. Nada de ello se insinúa en el contexto, y, por otra parte, los datos arqueológicos que conocemos de aquella zona no avalan esta hipótesis gratuita. Más inconsistente aún es suponer que la teofanía del Sinaí es la simple descripción de una erupción volcánica. Ni la montaña es de tipo volcánico, ni los documentos extrabíblicos hablan de una zona volcánica en aquella parte del Sinaí, ni el relato Bíblico sugiere algo parecido a una erupción volcánica. No se habla de cenizas ni de lava ardiendo; el pueblo está al pie de la montaña contemplando el espectáculo maravilloso sin moverse, lo que no es concebible en caso de un desbordamiento del volcán. Los fenómenos relatados por el autor sagrado se limitan a los truenos, relámpagos y humo. Todo ello no tiene otra finalidad que realzar la manifestación majestuosa de Dios, que iba a establecer las bases de la alianza con Israel.
Los v.20-25 parecen ser una nueva descripción de los hechos antes narrados. En el v.19 se dice que Dios habló: respondía mediante el trueno. No se especifica lo que dijo. Probablemente son las palabras
Deu_20:1, donde solemnemente se dice que El es el Dios que los sacó de Egipto y, como tal, les impone sus mandamientos: el Decálogo. En el v.21 se formula de nuevo la prohibición de que el pueblo suba a la montaña, lo que ya estaba expreso en el v. 12. En cambio, en el v.22 se dice que los
sacerdotes deben prepararse,
santificándose ritualmente para que Dios no los hiera. En los v.10 y 14, esta preparación ritual es ordenada a todo el pueblo. Por otra parte, la mención de
sacerdotes en el v.22 es totalmente extraña, ya que no se había hablado hasta ahora de la institución
sacerdotal ni había sido establecido el sacerdocio levítico. En 24:2, los que ofrecen los
sacrificios como conclusión de la
alianza no son
sacerdotes, sino
algunos jóvenes. Además, en los V.2-19 es Moisés solo el que interviene entre Yahvé y el pueblo, mientras que en el v.24 aparece al lado de éste Aarón. Como en otros lugares, encontramos implicadas diversas tradiciones que reflejan distintos puntos de vista11.
En medio de esta imponente manifestación cósmica, Yahvé se reveló solemnemente a su pueblo y habló a Moisés, revelándole su voluntad respecto del pueblo. Es digna de notarse la interpretación que nos ofrece el Deuteronomio por boca del mismo Moisés: Yahvé nos habló cara a cara, sobre la montaña, en medio del fuego. Yo estaba entonces entre Yahvé y vosotros para traeros sus palabras, pues vosotros teníais miedo del fuego y no subisteis a la cumbre de la montaña.l2 ¿De qué manera hablaba Yahvé con su profeta? En
Exo_19:19 se dice que era mediante el
trueno, el cual en el lenguaje bíblico equivale a la voz de Dios.13 Ya se ve que son estas imágenes materiales acomodadas a la rudeza y mentalidad primana de un pueblo seminómada. Pero Dios tiene infinitos medios de comunicar sus secretos a las almas. Baruc, refiriéndose a esta teofanía, dice que Dios se dejó ver en la tierra y conversó con los hombres.14 San Esteban nos ofrece la interpretación teológica de la teofanía al decir que Moisés estuvo con el
ángel, que hablaba con él y con nuestros padres15. Lo mismo dice San Pablo escribiendo a los gálatas: La Ley fue promulgada por los
angeles y dada al pueblo por mano de un
mediador (Moisés)16. Son interpretaciones teológicas posteriores para salvar la trascendencia divina.
1
Exo_3:12. 2
Est_15:95. 3
1Pe_2:9. 4
Rom_12:1. 5 Cf. P. Van Imschoot,
Théologie de l'Ancien Testament (Tournai 1954) p.4?. 6
Lev_11:44;
Lev_19:1;
Lev_20:26. 7
Deu_4:19. 8
Sal_18:7s. 9 Sobre el rito de lavar los vestidos como símbolo de purificación corporal y espiritual véase
Gen_35:2;
Lev_11:25;
Lev_11:28;
Lev_11:40; sobre la abstención de relaciones sexuales, causa de impurezas legales, cf.
Lev_15:18;
1Sa_21:5. 10 Así P. Heinisch,
Das Buch Exodus p.147. 11
Cf. P. Heinisch, o.c., p.149, y A. Clamer, o.c., p.172. 12
Deu_5:4s. 13 Cf.
Sal_18:9;
Sal_18:29;
Sal_18:97. 14
Bar_3:38. 15
Hec_7:38. 16
Gal_3:19.