Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
11. Dispersión de la Humanidad.
La Confusión de las Lenguas (1-9).
Esta narración parece fuera de lugar, ya que viene después de la dispersión de las gentes según sus regiones y lenguas.1 El estilo de la narración es antropomórfico y folklórico, como el de los c.2-3. Dentro de la narración parece que hay indicios de compilación. Así se reflejan
duplicados: dos veces desciende Dios del cielo para ver la ciudad y la torre (v.5), y otra para confundir las lenguas (v.5); ... se construye una ciudad y una torre con doble finalidad: hacerse famosos y evitar la dispersión (v.4), Y hay doble operación divina: confusión de las lenguas y dispersión de los pueblos... Por estas diferencias se ha creído concluir en la existencia de dualidad de fuentes: según una, los hombres intentaban edificar una ciudad para hacerse famosos, y Dios les confunde las lenguas; por eso se llama la ciudad Babel. Según otra, quieren construir una torre para preservar a la humanidad de la dispersión; Yahvé impide continuar y dispersa la humanidad.2
1 Era la tierra toda de una sola lengua y de una misma palabra. 2 En su marcha desde oriente hallaron una llanura en la tierra de Senaar, y se establecieron allí. 3 Dijéronse unos a otros: Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos al fuego. Y se sirvieron de los ladrillos como de piedra, y el betún les sirvió de cemento. 4 Y dijeron: Vamos a edificarnos una ciudad y una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos, por si tenemos que dividirnos por la haz de la tierra. 5 Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que estaban haciendo los hijos de los hombres, 6 y se dijo: He aquí un pueblo uno; tienen todos una lengua sola. Se han propuesto esto, y nada les impedirá llevarlo a cabo. 7 Bajemos, pues, y confundamos su lengua, de modo que no se entiendan unos a otros. 8 Y los dispersó de allí Yahvé por toda la haz de la tierra, y así cesaron de edificar la ciudad. 9 Por eso se llamó Babel, porque allí confundió Yahvé las lenguas de la tierra toda, y
de allí los dispersó por la haz de toda la tierra.
El primer versículo nos traslada a la época en que los hombres no se habían dividido
según sus lenguas, regiones y naciones 3 A lo menos, el autor aparenta desconocer esta época. Todos unidos se encaminan hacia el Oriente, donde se desarrolla la vida primitiva de la humanidad, y el término de la peregrinación es la tierra de Senaar, es decir, la Mesopotamia meridional. El hagiógrafo, pues, parece suponer que los salvados del diluvio y sus descendientes bajaron de la zona montañosa de Armenia y se dirigieron hacia la llanura feracísima regada por el Tigris y el Eufrates. Es el itinerario de los sumerios, que, procedentes de una zona montañosa, se instalaron en el sur de Mesopotamia. A la vista de la feracísima tierra, quieren abandonar la vida nómada del pastoreo y edificar una ciudad para instalarse en plan de vida sedentaria y cultivar la tierra. Para la construcción utilizan los medios habituales en Mesopotamia, donde no hay piedra:
ladrillos cocidos al fuego, y
betún o brea natural como argamasa. El hagiógrafo, que habla para habitantes de Palestina, les indica que los materiales de Mesopotamia no son las piedras y la argamasa de las regiones calcáreas cisjordánicas. En Babilonia, los edificios son de
ladrillos o adobes, unidos con asfalto como argamasa. En los edificios suntuosos se recubrían con plaquetas coloreadas. Pero, aunque unidos en la vida ciudadana momentáneamente, presienten el momento de su dispersión, y quieren levantar un recuerdo que les perpetúe ante las nuevas generaciones:
Vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos, por si tenemos que dividirnos por la haz de la tierra (v.4). La expresión
una torre...
que toque a los cielos está dentro del género hiperbólico y arrogante de las inscripciones de los constructores asirios y babilónicos4. Según el contexto, la torre altísima debe de ser como una llamada a la unión de todos cuando se encuentren dispersos. Pero hay también un tono marcado de arrogancia: ...
nos haga famosos (v.4b). El autor sagrado ve en estos designios algo demoníaco en contra de los designios divinos. Así, antropomórficamente presenta a Dios descendiendo del cielo para ver más de cerca la pretenciosa obra de los hombres (v.5), y pone en boca de la divinidad este monólogo irónico:
He aquí un pueblo uno...;
confundamos su lengua... (v.6). A Dios no le agrada que los hombres permanezcan unidos en esa ciudad y quiere la dispersión para repoblar la tierra en todos sus continentes, y por eso les va a confundir las lenguas, de modo que se vean obligados a tomar derroteros diferentes. La unidad de lengua es vínculo de unión, mientras que la diversidad de lengua favorece la dispersión. El plural
confundamos no es vestigio de politeísmo, sino un plural deliberativo o intensivo. En el acto reprobativo de Dios hay una alusión implícita al orgullo de los constructores de la torre, y por eso, aparte de que desea favorecer la dispersión de las razas, quiere castigar dicho orgullo. Y, en efecto, al no poder entenderse por la lengua, los constructores abandonan su obra, y aquella torre, que debía ser símbolo y causa de orgullo, se convierte en causa de deshonra y
confusión.5 Por eso, aquella ciudad fue llamada
Babel, porque allí
confundió Yahvé la lengua de la tierra toda. (v.9). La etimología es popular, jugando con el verbo hebreo
balal, que significa mezclar, confundir.6 En realidad,
Babilonia (gr. ??????? viene de
Bâb-
ilâni (puerta de los dioses), que es, a su vez, la traducción del sumerio
Ka-dingir-ra-ki.
Por ley natural, la división de los pueblos nace de la necesidad de medios de vida, así como la diferenciación de las razas es efecto de los diversos climas, los cuales imponen a la vez diferentes géneros de vida. De aquí proviene luego la diferenciación de las lenguas. Pero tanto la de las razas como la de las lenguas procede con gran lentitud, como nos lo demuestra la historia. Los tipos negros, que nos han dejado representados los egipcios, no se diferencian de los actuales, y las lenguas neolatinas conservan una semejanza muy grande, a pesar de los siglos, con la lengua madre. Supuesta la unidad de la especie humana y la existencia de una lengua primitiva, una y otra diferenciación ha debido exigir muchos siglos. La ciencia ha demostrado la reducción a cierta unidad de lenguas aparentemente muy distanciadas, de donde se infiere la posibilidad de acercarlas todas a un tipo primitivo.
Este fenómeno de la diferenciación de idiomas ha suscitado siempre la curiosidad de los pueblos. Isaías consuela a su pueblo diciéndole que no verá más a esa gente espantable, de lengua oscura, que tú no entiendes, que tartamudea palabras imposibles de entender.7 Para los antiguos, esta diversidad de lenguas era un misterio, suponiendo que la humanidad tuviera un mismo origen. Por eso no tiene de particular que hayan surgido explicaciones populares más o menos legendarias, y en el ambiente hebreo, dentro de un marco religioso. Babilonia era el centro comercial del Oriente, en el cual venían a darse cita muchas naciones y lenguas. No menos debía impresionar, máxime a los nómadas, la vista de la gran ciudad con sus murallas y torres, de las que se podía decir, mejor que de las murallas de Canaán, que llegaban al cielo8. Una mayor admiración tenía que producir la ciclópea construcción del
zigurrat, llamado enfáticamente
E-temen-an-ki (fundamento del cielo y de la tierra), que se erigía en forma de torre escalonada de 90 metros de altura, con tres terrazas, que se comunicaban por una rampa de nueve metros de ancha. Aún queda la parte inferior, de 30 metros de altura, sepultada entre la arena9. Era a la vez templo y observatorio astronómico. En torno a la construcción de ésta, sin duda que surgieron explicaciones folklóricas, relacionadas con el fenómeno de la diversidad de lenguas reinante en el emporio comercial babilónico. Babilonia era una ciudad que impresionaba a los extranjeros, particularmente a los rudos cananeos; que ante el espectáculo de la gran ciudad y de la torre con diversos pisos hayan pensado en una empresa sugerida por el orgullo de los hombres, y en el nombre de la ciudad (en cananeo) hayan visto el signo de la confusión de las lenguas, explicaría la formación de la leyenda. A esta leyenda, la tradición hebrea habría dado un alcance religioso y espiritual, viendo en la dispersión de los pueblos y la confusión de las lenguas el castigo divino del orgullo humano...
Es en la persona de Abraham en la que la humanidad dispersada encontrará su unidad; tal perspectiva basta para justificar el relato de la torre de Babel en la historia de los orígenes... Además, se deduce la lección moral sobre la vanidad del esfuerzo humano fuera del reconocimiento del soberano dominio de Dios.10 Se puede decir que el relato de la torre de Babel es la respuesta del folklore hebreo a la cuestión del origen de las lenguas. Los israelitas pensaban que la diversidad de idiomas había sido causa de la diversidad de pueblos. Nosotros pensamos lo contrario hoy. La lenta formación de los pueblos ha dado lugar a la formación de las lenguas. La historia de las lenguas es tan vieja como la de la humanidad. La Biblia reproduce el relato de la torre de Babel porque no estaba desprovisto de una enseñanza religiosa, y quizá, sobre todo, porque era uno de los recuerdos que permitían empalmar con los orígenes de la historia de Abraham.11 Así, pues, el autor sagrado recoge la explicación popular relativa al origen de la diversidad de lenguas y la corrige, informándola de la doctrina monoteísta. Los profetas nos hablan de la soberbia de la gran ciudad de Babilonia12. Precisamente es éste el vicio que Dios menos puede soportar13. Y así, el autor sagrado nos presenta el hecho de la diferenciación de las lenguas, que divide los pueblos y quebranta sus fuerzas, como el castigo divino de su orgullo. Desde San Gregorio Niseno, los autores católicos se han inclinado a ver aquí la confusión de los espíritus, fruto del orgullo, que los divide y confunde14.
Mirada Retrospectiva.
Echemos ahora una mirada retrospectiva y veamos la doctrina teológica contenida en los capítulos que preceden, por donde aparecerá la sublimidad de la doctrina dogmática y moral, muy superior a cuanto las otras religiones y aun los mejores filósofos de la antigüedad enseñaron.
Ante todo, el autor sagrado nos presenta a Dios como creador del cielo y de la tierra. El mismo que crea los astros es el que les asigna sus oficios en provecho del hombre. Con la tierra crea también las plantas y los animales, y confiere a unas y a otros la virtud de crecer y multiplicarse. Al hombre lo crea a su imagen y semejanza y lo constituye rey y señor de la creación, pero dependiente de su Hacedor. Si atendemos a la naturaleza de Dios, le vemos primero trascendente al mundo, que El mismo produjo con su poder y sabiduría; luego manifiesta su bondad, digamos su humanidad y benignidad, en comunicarse con los hombres; su justicia en castigar los autores del primer pecado y la corrupción del mundo por el diluvio; Pero también su misericordia en prometer a los primeros padres el desquite de la derrota que acaban de sufrir, y en salvar del diluvio a Noé, a quien bendice y hace principio de una nueva generación en la tierra. Se muestra asimismo justo sancionador de la ley moral al castigar el fratricidio de Caín y el orgullo de los fundadores de Babilonia.
Con la primera pareja humana instituye el matrimonio monogámico e indisoluble. La poligamia, introducida por Lamec, es contraria a la institución divina, como lo es a la justicia la venganza de las injurias proferidas por el mismo Lamec.
A estos puntos de la doctrina dogmática y moral se añaden algunas instituciones rituales: el precepto sabático, el sacrificio, la prohibición de comer la sangre de los animales y la distinción de éstos en puros e impuros.
Todos estos puntos, o son hechos históricos, que constituyen a la vez dogmas de fe cristiana, o se nos ofrecen incorporados a narraciones históricas que el autor recoge de la tradición, pero que él depura de la escoria politeísta, informándolos de la verdad revelada, haciéndolos servir de vehículo para instrucción del pueblo israelita. Creemos que con esto quedan bien justificadas una opinión a propósito de la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis, capítulos oscuros y complejos, cuyas formas literarias no responden a ninguna de las categorías clásicas y no pueden, por tanto, ser juzgados a la luz de los géneros literarios greco-romanos o modernos... El primer deber que incumbe aquí a la exégesis científica consiste en el atento estudio de los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos conexos con estos capítulos; luego, examinar de cerca los procedimientos literarios de los antiguos pueblos orientales, su psicología, su manera de expresarse y
hasta su noción de la verdad histórica... Sólo así se puede llegar a ver claro en la verdadera naturaleza de ciertos relatos de estos capítulos del Génesis. Declarar
a priori que sus relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, podría dar a entender que no la tienen en ningún sentido, mientras que ellos refieren en un lenguaje sencillo y figurado, acomodado a las inteligencias de una humanidad menos culta, las verdades fundamentales que se presuponen a la economía de la salud, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del género humano y del pueblo elegido.
Ascendencia de Abraham (10-26).
10 Esta es la descendencia de Sem: era Sem de cien años cuando engendró a Arfaxad, dos años después del diluvio, 11 Vivió Sem después de engendrar a Arfaxad quinientos años, y engendró hijos e hijas. 12 Vivió Arfaxad treinta y cinco años, y engendró a Selaj; 13vivió después de engendrar a Selaj trescientos años, y engendró hijos e hijas. 14 Vivió Selaj treinta años, y engendró a Heber; 15 vivió después de engendrar a Heber cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas. 16 Vivió Heber treinta y cuatro años, y engendró a Paleg; 17 vivió después de engendrar a Paleg cuatrocientos treinta años, y engendró hijos e hijas. 18 Vivió Paleg treinta años, y engendró a Reu; 19 vivió después que engendró a Reu doscientos nueve años, y engendró hijos e hijas. 20 Vivió Reu treinta y dos años, y engendró a Sarug; 21 vivió después de engendrar a Sarug doscientos siete años, y engendró hijos e hijas. 22 Vivió Sarug treinta años, y engendró a Najor; 23 vivió después de engendrar a Najor doscientos años, y engendró hijos e hijas. 24 Vivió Najor veintinueve años, y engendró a Teraj; 25 vivió después de engendrar a Teraj ciento diecinueve años, y engendró hijos e hijas. 26 Vivió Teraj setenta años, y engendró a Abram, a Najor y a Harán.
Con una genealogía enteramente semejante a la del c.5, el autor sagrado cubre el espacio del diluvio a Teraj, padre de Abraham. Esta genealogía, que abarca diez personas, adolece del mismo defecto que la primera en lo que toca a la conservación de los números, que son sistemáticamente exagerados. Tampoco coinciden los números de los textos masorético, samaritano y griego. El texto masorético es el que nos ofrece las cifras más bajas, y así la suma de ellas, que marca la distancia entre el diluvio y el nacimiento de Abraham, no pasa de doscientos noventa años, mientras que el texto griego, por el método ya indicado arriba al comentar el c.5, nos da mil setenta años, y el samaritano, siguiendo, en gran parte, el mismo procedimiento, llega a novecientos cuarenta años. Pero todas estas cifras son aún insuficientes para cubrir el lapso de tiempo que los documentos y monumentos del antiguo Oriente elevan a varios milenios, sin alcanzar el diluvio. El propósito de esta cronología tiene que ser el de la anterior: trazarnos el camino seguido por la historia desde el diluvio hasta Abraham. Los nombres son como piedras miliarias que lo señalan; por eso las palabras
engendró e
hijo hay que tomarlas en el sentido amplio de
descendencia. El autor sagrado ha recogido de la tradición nombres vinculados a determinadas familias y los ha concatenado de modo directo para trazar la ascendencia del gran padre de Israel, Abraham.
La genealogía tiene sus características de esquematismo. La edad de estos patriarcas en los v. 18-26 es inferior a la asignada para los de los v. 10-17, y, en todo caso, la vida de todos éstos es mucho más corta que la de la genealogía del c.5, si se exceptúa a Henoc. Según la cronología del texto hebreo (la más corta), resulta que Sem y los otros patriarcas llegan hasta el nacimiento de Abraham, y aun algunos le sobreviven. Por eso, el texto griego tiende a alargar la cronología. La cronología del griego da cien años más a cada patriarca. Los LXX añaden
Cainán como hijo de Arfaxad15. Sobre los nombres de los patriarcas y su posible identificación con nombres geográficos extrabíblicos véase el comentario a 10:2-25.
Reu: en las inscripciones asirias aparece una tribu aramea llamada
Ruua, que habita entre el Tigris y el Eufrates16.
Sarug: es el nombre de una ciudad entre Carquemis y Jarrán, y es mencionada en los escritos asirios con el nombre de
Sarugi. Najor aparece como
hermano de Abraham, y también es el padre y el hijo de Teraj, que es padre de Abraham. El nombre de Najor se conserva en la designación geográfica
Na-ju-ur de las inscripciones cuneiformes17, y aparece en la onomástica babilónica.
Teraj: en los textos de Ras Samra aparece un dios lunar llamado
Terah. Por ello se ha querido ver una relación entre el culto lunar de Ur y Jarrán y la emigración de Abraham de aquellas localidades: ésta sería una trasposición de la emigración del culto lunar de Ur a Jarrán. Pero el nombre de
Teraj puede relacionarse con el nombre asirio
turaju o arameo
teraja, que significa ramillete, y que aparece como nombre propio. Así, pues, la coincidencia del nombre con la divinidad lunar
Terah es puramente casual18.
Abram: este nombre encuentra su paralelo en la onomástica babilónica bajo las formas de
A-ba-am-ra-ma, A-ba-ra-ma y
A-ba-a-ra-am, que en acadio significa el padre ama.19 Así, pues, su nombre se adapta bien a la tradición de su procedencia mesopotámica. La forma
Abraham parece tener origen dialectal20.
Harán: en griego ????? . Algunos creen que es el mismo nombre de Jarrán, dulcificándose la gutural inicial.
Los Patriarcas.
Los primeros capítulos del Génesis (1-11) apenas tienen dato geográfico alguno. Con el capítulo 12 comienza la historia de los patriarcas de Israel y de su pueblo. Importa, para su recta inteligencia, encuadrarla convenientemente en el espacio y en el tiempo, exponiendo, aunque en forma muy breve, la geografía y la historia de las regiones en que esa historia se desarrolló y con quien estuvo en relaciones.
Los principales centros de la vida civilizada en la antigüedad, que para nosotros es el origen de la historia humana, son el valle del Nilo, que dio origen a Egipto, y al valle del Tigris y del Eufrates, que bañan con sus aguas la Mesopotamia. Entre estos dos valles se extiende el desierto de Arabia y de Siria, por el oriente, y una gran faja de tierra hacia el occidente, que termina en el mar Mediterráneo. Esta faja da origen a la Siria en el norte y en el centro, a la Palestina y Transjordania en el sur. Una prolongación del desierto arábigo hacia el occidente separa estas regiones de Egipto.
Hace cosa de un siglo, los conocimientos históricos sobre todas estas regiones casi se reducían a lo que de ellos nos cuentan los Libros Santos y los historiadores griegos; pero hoy las excavaciones que se han practicado y se continúan practicando en estas regiones nos dan a conocer cada día mejor la larga y agitada historia desarrollada en estas regiones, que constituyen lo que hoy llamamos Oriente Medio.
La Mesopotamia se divide en tres partes:
Sumer en el sur,
Accad en el centro y
Asur en el norte. Las exploraciones hechas en la primera, prolongadas hacia el oriente por Elam, hasta Susa, nos testifican que la vida humana comenzó en ella en el quinto milenario antes de Jesucristo; que el pueblo sumerio fue el creador de una gran civilización y el inventor de la escritura cuneiforme, que de él recibieron tantos pueblos.
En todo el sur de Mesopotamia fundó multitud de ciudades, como Ur, Uruc, Lagas, Larsa, Nipur, etc., que sucesivamente, durante el cuarto milenario y aun después, ejercieron la hegemonía en toda la región y aun fuera de ella, hacia el oriente en Elam y por el norte en Accad. En ésta habitaron desde el cuarto milenario los semitas, los cuales fundaron también ciudades como Agade, Kis, Borsipa, Cuta y Babilonia. Desde comienzos del tercer milenario, los semitas lograron extender sus dominios al sur y al norte, llegando a veces hasta el mar Mediterráneo. Apropiándose la cultura sumeria, Accad, con su capital en Babilonia, vino a convertirse en el centro político, cultural y comercial del Oriente durante muchos siglos.
La región del norte tuvo al principio por capital a Asur, sobre el Tigris, de donde su nombre de Asiria; más tarde la capital fue trasladada a Nínive, al norte de la primera. La historia de Asiria queda aún envuelta en la oscuridad hasta mediados del segundo milenario, en que comienza a revelarse como el pueblo guerrero y conquistador que fue hasta su definitiva desaparición de la historia, a fines del siglo VII. La cultura la recibió de Babilonia.
La Biblia nos habla muchas veces de los heteos, contados entre los moradores de Canaán. Eran estos heteos ramificaciones de un pueblo que a principios del segundo milenario se estableció en el centro del Asia Menor, teniendo por capital a Bogazkeui. Pronto extendió su dominación por el norte de Siria y hasta Mesopotamia, para venir a fenecer en el siglo XII. Los documentos modernos los llaman Kati, hititas.
En el Pentateuco se habla también de los
horreos, que los historiadores quieren identificar con los
hurritas, pueblo que, durante el segundo milenario, dominaron en el norte de Mesopotamia y de Siria algunos de cuyos grupos se habrían extendido hasta el sur de Palestina.
Más que los horreos figuran en el Pentateuco los
amorreos. En los textos cuneiformes se los conoce con el nombre de
amurru. Estos amorreos aparecen ya desde el tercer milenario en la Siria del Norte, se extienden hasta Babilonia por el desierto de Siria y Arabia y llegan a establecerse en Transjordania.
Los
arameos, de que el Génesis hace frecuentemente mención bajo el nombre de Haram-Naharaim, cuyo centro principal sería Jarrán, vinieron a fundar luego diversos reinos en Siria, desde el norte hasta Damasco. Estos reinos, que fueron hechos tributarios por David, tomaron luego gran importancia en las luchas con Israel y contra Asiria, que los absorbió e hizo desaparecer en el siglo VIII.
El origen de los
fenicios, que habitaron la costa del Mediterráneo, es aún muy discutido a causa de la escasez de documentos y de la dificultad de interpretar los pocos que existen, pues mientras unos los hacen originarios de las costas del golfo Pérsico, otros los traen del mar Rojo por el sur de Palestina. Una cosa sabemos con certeza, y es que, desde principios del segundo milenario, la influencia de Egipto fue grande a lo largo de la costa habitada por los fenicios.
Algo semejante hemos de decir de los
cananeos, que en el tercer milenario llegaron a la región de Canaán, a la que dieron su nombre, donde luego vivieron divididos en infinidad de grupos, con frecuencia sometidos a Egipto, como nos cuentan las cartas de Tell-el-Amarna.
En el siglo XIII, una formidable invasión de los Pueblos del Mar descendió por la costa de Siria, pretendiendo llegar a Egipto; pero el faraón Ramsés III los detuvo, permitiéndoles instalarse en la llanura que desde Gaza para abajo confina con el mar Mediterráneo. Pertenecen a estos pueblos los
filisteos, tantas veces mencionados en la Biblia y que llegaron a dar el nombre a la Palestina.
La Escritura hace mención, entre los moradores de Canaán, de varios pueblos, como los
refaim, los
emin, los
anaquim, los
zummin, los
zunzumim. Estos parecen ser los autores de los muchos monumentos ciclópeos existentes sobre todo en Transjordania, y de donde habrá venido la idea de considerarlos como pueblos gigantes21.
A pesar de las excavaciones realizadas en Palestina en estos últimos tiempos, no nos es permitido hablar de la vida de esta multitud de pueblos instalados en Canaán, a causa de la escasez de textos escritos y monumentos escultóricos. Pero la multitud de los otros monumentos arqueológicos sí nos autorizan para establecer, por comparación con otros pueblos, el cuadro del progreso cultural realizado en la región. Este nos dará alguna luz para entender mejor la historia bíblica. Los historiadores colocan el comienzo de las inmigraciones de las tribus cananeas a la costa del Mediterráneo desde la mitad del tercer milenario hasta el principio del milenario segundo (2500-2000 a.C.). Antes, esta faja de tierra que corre a lo largo del mar estaba habitada por diferentes pueblos, algunos de cuyos nombres se conservan en la Biblia.
Según las exploraciones arqueológicas, tenían su habitación en las grutas, que abundan en los montes calcáreos de Palestina y Fenicia. Tal vez se levantaban chozas, donde pudieran gozar mejor del sol y del aire. Sus instrumentos de trabajo eran de piedra, y la cerámica, hecha a mano, muy tosca. Los metales no eran conocidos. Algunas de las ciudades exploradas en Palestina aparecen
fundadas por ellos.
Las tribus semitas que llamamos
cananeas parecen traer una civilización caracterizada por el empleo del bronce. Después de largas peregrinaciones adoptan la vida sedentaria y comienzan a fundar ciudades amuralladas para su mejor defensa. Los sitios elegidos para ello son las colinas, pero las colinas que tengan cerca el agua necesaria para la vida. Y, con el fin de asegurarla en tiempo de asedio, a veces perforaron con instrumentos de metal, o a veces de piedra, un túnel que una la ciudad con las fuentes.
Las casas, según aparecen, eran estrechas, de forma cuadrada, construidas de adobes, tapial o mampostería, hacinadas unas junto a otras sin formar calles. Las dimensiones de estas
ciudades nos muestran cuan pródigos son los autores sagrados en dar nombres de ciudad a cualquier poblado. La gran ciudad de Jericó no tenía más que 778 metros de circuito, y las hay que no pasan de los 300 metros. Pero principio quieren las cosas. En los cimientos de esas ciudades o casas se han hallado restos de las víctimas humanas sacrificadas para obtener de los dioses la prosperidad de la ciudad o de la casa. Los santuarios de los dioses eran a cielo descubierto, retirados en lugares altos, de donde el nombre que la Biblia les da de
bamot, excelsa, altos. Estos santuarios estaban
adornados de piedras derechas, de varios significados (
masebot).
Entre los dioses descuellan los
baales, es decir, los
señores del cielo, que envían la lluvia benéfica sobre la tierra. Según los lugares se multiplican estos
baales. Al
baal del cielo corresponde la
baalat, la señora de la tierra, que suele recibir el nombre de Astarté. También éstas se multiplicaban con las ciudades. El libro de los Jueces acusará a los hebreos más tarde de entregarse al culto de los
baales y astartés. A diferencia de los aborígenes, que reducían a cenizas los cadáveres de sus muertos, los cananeos, que les sucedieron, los sepultaban en la tierra o en las grutas. Habiendo vivido, luego de la expulsión de los hicsos de Egipto, bajo el poder de los faraones, es natural que sufrieran la influencia cultural y religiosa de Egipto, como lo demuestran las exploraciones arqueológicas.
Egipto es una creación del Nilo, que, al inundarlo y fecundarlo cada año, lo enriquece, convirtiéndolo en el granero más copioso del mundo antiguo. La historia del Egipto nos la escribió el sacerdote Manetón en el siglo III a.C., de cuya historia sólo nos quedan los fragmentos conservados por Flavio Josefo y por Julio Africano.
Pero a esta historia precede una época prehistórica de larga duración, desconocida hasta estos últimos tiempos. Las exploraciones recientes nos dan a conocer para esta primera época de la vida humana, en el valle del Nilo, una civilización en algunos aspectos maravillosa. La historia se desenvuelve en torno a las 31 dinastías reales que Julio Africano redactó a base de la historia de Manetón. Según la cronología, fundada en la duración de las dinastías, los comienzos de la historia egipcia remontarían cinco mil años antes de Jesucristo; aunque la sentencia hoy más común de los egiptólogos reduce en unos mil quinientos años esa antigüedad. El centro de la vida de Egipto estuvo, según los tiempos, primero en Menfis, luego en Tebas y, finalmente, en el Delta. De la grandeza de esta historia son testimonio fehaciente los monumentos maravillosos que cubren el suelo de Egipto y los que se hallan ocultos, y que los exploradores procuran sacar a la luz cada día. Hacia el principio del segundo milenario, cuando ya los fenicios, cananeos, etc., habían invadido Palestina, los hicsos llegaron hasta Egipto y se establecieron en el Delta. Sus reyes, que formaron las dinastías XV y XVI, tuvieron su capital en Avaris, de donde, al cabo de varios siglos, fueron arrojados por los reyes indígenas de la dinastía XVIII, de origen tebano, a fines del siglo XVI.
Siempre Egipto había procurado extender su influencia hacia Palestina y Siria; pero, después de la expulsión de los hicsos, las dinastías XVIII, XIX y XX hicieron grandes esfuerzos por mantener estas regiones bajo su influencia, como un medio de proteger por el oriente las fronteras de su reino. Las cartas de Tell-el-Amarna, de la dinastía XVIII (s.XIV), son un testimonio de esta influencia y del estado en que estas regiones se encontraban en su vida política. Colocados en medio de los valles del Nilo y del Eufrates y Tigris, habitadas por multitud de pueblos, que nunca lograron unirse para formar una gran unidad política, lo que se dice un imperio; siendo el paso obligado de las caravanas que comerciaban entre estos ricos valles, eran también el campo de batalla en que contendían por sus ambiciones los imperios mesopotámicos y el egipcio, los cuales sucesivamente ejercían su influencia y dominación sobre los pequeños reinos que poblaban estas regiones.
Tal es el cuadro geográfico e histórico en que comienza la vida de los patriarcas, llegados de Caldea a Palestina siguiendo el camino de tantas invasiones como del norte se arrojaron sobre Canaán. En su peregrinación llegan al rico valle del Nilo en busca de sustento, para volver luego a instalarse en la tierra de Canaán, donde al fin se desarrollará la historia de sus descendientes.
Pero la importancia de la materia pide que nos detengamos un o más en esta breve introducción a la historia de los patriarcas hebreos. No hay que esperar que, entre la multitud innumerable de documentos como cada día arrojan al mundo sabio los exploradores del Oriente, vayamos a encontrar la historia de Abraham, Isaac o Jacob. Significaban poco en medio de aquellos pueblos unos jeques nómadas, como eran nuestros patriarcas. Lo más a que podemos aspirar es a precisar el cuadro histórico en que se desarrolla su vida, tal como se nos refiere en el Génesis.
La Biblia hace venir a Abraham de Ur, ciudad situada al sur de la Mesopotamia, a orillas del Eufrates. Pues Ur era una de las más importantes ciudades de Sumeria, después de haber ejercido, a fines del tercer milenario, la hegemonía sobre Mesopotamia, y de llegar hasta Jarrán, al norte de Siria, por el año 1940 a.C. sufrió una gran calamidad por parte de los elamitas. Este hecho parece haber señalado el comienzo de una gran emigración de Ur hacia Jarrán, que vino a ser como una colonia de Ur. Señal de esto podría ser la gran devoción que en ambas ciudades había hacia el dios lunar, Sin.
Pues entre estos emigrantes hay que contar a Teraj, el padre de Abraham. El nombre de Abraham se encuentra en los documentos cuneiformes, así como en el norte de Siria, y precisamente en torno de Jarrán, los de Teraj, Nacor y Sagur.
Muerto el padre de Abraham, éste se puso en marcha hacia el sur, camino de Canaán. Como pastor, camina despacio, llevando delante de sí toda su hacienda, que eran sus ganados. Con éstos va también la familia del patriarca, sus tiendas, sus enseres, todo a lomo de camellos o de asnos. Abraham no va solo. La tribu de que es jefe entra en el gran movimiento emigratorio de pueblos sedentarios y nómadas que, desde fines del tercer milenario hasta principios del segundo, desciende del norte para aumentar la población de Canaán. La Biblia misma nos ofrece una prueba de esto al contarnos cómo, en compañía del patriarca, camina también un sobrino, Lot, jefe asimismo de otra tribu, que se retira luego al valle del Jordán, donde pronto parece haber adoptado la vida sedentaria.
El país de Canaán debía de hallarse por aquel tiempo bastante poblado hacia la costa, pero mucho menos en el interior, por lo cual podía Abraham moverse con libertad según las exigencias de su hacienda. Y en casos de extrema sequía, no tan rara en Canaán, podría buscar un refugio en Egipto, que lo fue siempre para los habitantes de Palestina. Abraham prefirió para su morada el sur, la región de Mambré, Hebrón y Bersabé.
La historia de los patriarcas contenida en el Génesis es el eco de las tradiciones familiares conservadas por el pueblo israelita y consignadas por escrito mucho tiempo después. Nada extraño sería que, en el correr de los siglos, se modificaran, tomando la forma del nuevo ambiente en que vivía Israel. Sin embargo, no es así. Los relatos del Génesis nos trasladan a un ambiente social distinto del de Israel y más concorde con el que nos revelan los documentos históricos del Oriente Medio antes de la aparición de Israel. Sobre todo se muestra esto en el derecho matrimonial. La multitud de documentos jurídicos que las excavaciones nos ofrecen cada día, muestran no un derecho uniforme, pero sí un fondo común, que se diversifica ligeramente según los pueblos, los tiempos y las influencias de unos pueblos sobre otros. El derecho por que parece regirse la familia de los patriarcas viene a ser uno de los representantes de este fondo común. Prueba esto la fidelidad con que se han conservado las tradiciones patriarcales en Israel, y es un argumento fehaciente de la historicidad de las mismas tradiciones.
Emigración de Abraham a Jarrán (27-32).
27Esta es la descendencia de Teraj: Teraj engendró a Abram, Najor y Harán. Harán engendró a Lot, 28y murió antes de Teraj, su padre, en la tierra de su nacimiento, en Ur de los Caldeos. 29Tomaron Abram y Najor mujer cada uno; el nombre de la de Abram, Sarai, y el de la de Najor, Milcá, hija de Harán, el padre de Milcá y de Yiscá 30Era Sarai estéril y no tenía hijos. 31Tomó, pues, Teraj a Abram, su hijo; a Lot, el hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai, su nuera, la mujer de su hijo Abram, y los sacó de Ur de los Caldeos, para dirigirse a la tierra de Canaán, y, llegados a Jarrán, se quedaron allí. 32Siendo Teraj de doscientos cinco años, murió en Jarrán.
Las cinco genealogías precedentes, desde la del cielo y la de la tierra hasta la de Sem, pertenecen a los orígenes de las cosas y a los primeros pasos de la humanidad por la tierra. Con la genealogía de Teraj, padre de Abraham, entramos en la historia de los patriarcas de Israel. Todo lo anterior es prehistoria: unos hitos históricos nebulosos que flotan en un ambiente más o menos legendario. Es la historia primitiva, cuyo género literario es muy peculiar, ya que faltan contornos y precisiones cronológicas. Y, sobre todo, falta la posibilidad de enmarcar los hechos dentro de una época histórica universal22. Además, el marco geográfico era muy impreciso, pues la fórmula más concreta es hacia el oriente como localización de los hechos. En cambio, ahora entramos en una zona geográfica bien definida: Mesopotamia, Alta Siria y Palestina. La mención de localidades abunda, y, por otra parte, conocemos bastante del ambiente histórico-geográfico para enmarcar la vida de los patriarcas. Estamos, pues, en plena historia. El escenario es conocido: Teraj habitaba primitivamente en
Ur de los Caldeos, situada al sur de Babilonia, en la orilla derecha del Eufrates los actuales tell
el-Mugheyir y el-Obeid23. La cualificación
de los Caldeos parece extraña en un documento arcaico, ya que los
kasdim o
caldeos grupo étnico babilónico en contraposición al asirio no aparecen en los textos cuneiformes hasta el siglo XI a.C. Así, pues, la palabra
caldeos parece ser una adición posterior de un glosista que quiso concretar a sus lectores dónde estaba la legendaria Ur, vinculándola a los
caldeos, tan conocidos de sus lectores24. El desplazamiento de la familia de Abraham hacia el norte, Jarrán, es perfectamente verosímil teniendo en cuenta que esta ciudad era como una colonia comercial y religiosa de Ur, siendo adorado el dios lunar Sin, patrono de los nómadas25. El texto bíblico no concreta las razones por las cuales la familia de Abraham se decidió a emigrar, pero podemos suponer que hayan sido razones de tipo económico. La situación política era muy inestable, y, por otra parte, su género de vida era seminómada, y bien podemos representar a esta familia enrolada con otras subiendo con sus rebaños por la ruta caravanera que bordea el Eufrates desde Ur a Jarrán. El nombre de la esposa de Abraham,
Sarai, parece tener relación con el
sarratu reina acadio, y el de
Milcá encuentra su paralelo en
Malikat consejera, siendo ambos nombres apelativos de la diosa
Nin-gal la gran señora, divinidad femenina, esposa del dios lunar Sin, patrono de la ciudad. Es de notar que el autor sagrado en esta narración no alude para nada a una llamada expresa de Dios a Abraham.
Jarrán, punto de llegada, es el actual
Eski-Harran la vieja Jarrán, mencionada en las tabletas capadocias del siglo XIX a.C. En
Gen_24:10 se habla de la ciudad de Najor el nombre del abuelo de Abraham, que parece ser el
Na-ju-ur de las tabletas capadocias. En el siglo VII a.C. se la llama Tell Najiri, y está próxima a Jarrán26. En esta misma región se encuentra
Serug, que recuerda el nombre del patriarca
Sarug, entre
Jarrán y el Eufrates. Estos nombres, pues, geográficos, que recuerdan la onomástica de la familia de Abraham en esta zona geográfica que rodea a Jarrán, donde residía, pueden ser un eco de su permanencia en aquellas regiones de la Alta Mesopotamia.
El número de años asignado a Teraj es diferente en el texto hebreo (205 años) y los LXX 145 años. Parece que se ajusta mejor esta última cifra a los datos bíblicos.
San Esteban, en su discurso, da una razón sobrenatural para la emigración: Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que te mostraré.27 En
Jos_24:2 se dice de Abraham que sirvió a dioses extraños en su primera patria. Sin duda que su tránsito al monoteísmo tuvo que obedecer a una revelación particular divina que le hiciese ver la nulidad de los ídolos mesopotámicos.
Jos_1 10:31. 2
A. Clamer (Siguiendo A Gunkel), O.C., P.225. 3
Gen_10:5;
Gen_10:20;
Gen_10:31. 4 Así, Gudea De Lagas Dice: Ante Mi Templo,
Levantado Hasta El Cielo..., Su Esplendor
Llegue Hasta, El Cielo. Nabopolasar Dice Que Recibió La Orden De Edificar El E-Temen-An-Ki De Babilonia, Fijando Su Fundamento En El Corazón Del
Arallu (Infierno), Y Llegando Su Cima Al Cielo. Plessis,
Babylone Et La Bible: DBS I 774; A. Jeremías,
Das A.T. Im Liche Des Alten Orients (1930) 190-194; L. H. Vincent,
De La Tour De Babel Au Temple: RB 53 (1946) 404. 5 A. Clamer, O.C., P.226. 6 En Forma Pilpel, El Verbo Sería
Balbel, Lo Que Se Acerca A
Babel. En Un Texto Sumerio De Nippur Se Habla De Una Edad De Oro En Que Todos Los Pueblos Alababan A Enlil
En Una Sola Lengua.
Cf. Chaine, O.C., P.105. 7
Isa_33:19. 8
Deu_1:28. 9 Véase Su Descripción en A. Parrot, Archéologie Mésopotamienne P.192. Ziqqurrat significa Prominencia, Elevación, De Zaqaru, Ser Elevado. 10 A. Clamer, O.C., P.229. 11 J. Chaine, o.c., p.167. 12
Isa_13:19;
Isa_47:1;
Jer_50:31.35;
Jer_51:7. 13
Isa_2:11-17. 14 San Gregorio Niseno,
Contra Eunomium XII: PG 45,996s. 15 En
Gen_5:9-10, Cainán aparece como descendiente de Set.
Luc_3:36, siguiendo a los LXX, lo pone entre los descendientes de Sem. Quizá fue añadido a esta lista para hacer el número diez, como en la anterior. 16 Se considera Reu como abreviación de Reuel (
Gen_6:4;
Exo_2:18). 17 Cf. Dhorme: RB (1928) 484. 18 Cf. R. De Vaux, Les textes de Ras Shamra et I'Ancien Testament: RB (1937) 544; Id., Les patriarches hébreux et les découvertes modernes: RB (1946) 322. 19 Algunos autores prefieren buscar la etimología en el semítico occidental. Así, tomando como base la raíz
ram (ser alto), traducen: padre elevado, de alcurnia. 20 Como veremos, la Biblia da un sentido al cambio de
Abram en
Abraham. Pero es una etimología popular, jugando con el término
hamon, que significa multitud. Cf. R. De vaux, arte., p.323. 21
Gen_6:1-4;
Num_13:33;
Deu_2:10.20;
Isa_26:14. 22 Cf. M. J. Lagrange,
La Méthode Historique. 23 Cf. A. Parrot,
Archéologie Mésopotamienne (París 1946) 309. 24 Se Ha Propuesto Que Esta Procedencia De Abraham De Mesopotamia Es Ficticia Y Obedece A Una Preocupación Del Compilador Postexílico Para Presentar A Su Gran Antepasado Relacionado Con La Brillante Civilización Babilónica. Así Se Hace Notar Que El Otro Texto Donde Se Menciona El Origen Caldeo De Abraham Es En
Neh_9:7. En
Jos_24:2 Se Dice Que La Familia De Abraham Residía Más Allá Del Río (Eufrates). Ya Hemos Indicado Que No Hay Inverosimilitud Histórica En Esta Emigración De Abraham Desde Ur A Jarrán. 25 Cf. E. Dhorme, La Religión Des Hébreux Nómades 69-70. 26 De Vaux:RB (1948)323. 27
Hch_7:31.