Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
8. Mas Sobre la Sabiduría y la Sanción Moral.
Conducta del sabio para con el rey (8:1-8).
1
¿Quién como el sabio? ¿Quién como el que sabe explicar las cosas? La sabiduría del hombre ilumina su rostro y quita aspereza a su semblante. 2
Guarda el mandato del rey a causa del juramento hecho a Dios. 3
No te apresures a alejarte de su presencia ni persistas en cosas que le desagraden, porque puede hacer cuanto quiere. 4
Pues la palabra del rey es eficaz, ¿y quién podrá decirle: Qué es lo que haces? 5
El que guarda los mandamientos no tendrá mal, y la mente sabia conoce el tiempo y el juicio; 6
que para toda cosa hay tiempo y juicio y es mucho el mal que pesa sobre el hombre; 7
porque no sabe lo que vendrá después, ¿y quién podrá decirle cuanto ha de suceder? 8
No tiene el hombre poder sobre el espíritu para detenerlo ni tiene poder sobre el día de la muerte; no hay armas para tal guerra, ni podrá la iniquidad salvar al reo que la comete. Nos sorprende la manera de hablar del v.1, en que se hace un elogio de la sabiduría que parece contradecir los sentimientos de Cohelet sobre la misma. El Eclesiastés es un sabio, y, como tal, no puede ocultar su aprecio y admiración por la sabiduría, que, si no puede dar al hombre la felicidad plena que ansia su corazón, es la más noble y elevada de las actividades humanas, y coloca en un grado de superioridad sobre los demás a quien, en virtud de ella, sabe explicar las cosas. Entre los efectos agradables que ella lleva consigo está ese aire de inteligencia y gravedad que, hermanado con un semblante alegre y benévolo y una actitud llena de bondad y sencillez, admira en el hombre sabio, de quien tal vez esperaríamos orgullo y áspera presunción.
Los versos siguientes se refieren a la conducta a observar frente al rey. El sabio trata frecuentemente del tema 1. En aquellas sociedades, en que los soberanos eran dueños de la vida y la muerte, era preciso no incurrir en su ira. Cohelet recomienda la fidelidad al mandato del rey, presentando como motivo
el juramento hecho a Dios. No se trata de una promesa hecha a Dios, sino del juramento de fidelidad al rey, por parte de un individuo o por parte de todo el pueblo,
en el que se invocaba el nombre de Dios 2. Por lo demás, el rey es el representante de Dios; su coronación iba acompañada de una ceremonia religiosa; lógicamente, la promesa de fidelidad al rey entraña un deber religioso. San Pablo declara que hay obligación en conciencia a obedecer a los poderes públicos 3. Sigue un consejo de prudencia para quienes, como embajadores de una causa o consejeros de los mismos, tenían que tratar con los reyes:
ni alejarse demasiado pronto ni persistir en lo que le desagrade (v.3).
Un gesto desagradable o una insistencia frente a las disposiciones del rey podían ser peligrosas. A Lapide escribe que para con el rey hay que observar una actitud semejante a la que adoptamos frente al fuego: no acercarse demasiado a él para no ser abrasado por sus llamas, ni situarse demasiado lejos, lo que impediría participar de su calor4. De la misma manera, no conviene acercarse demasiado a los poderosos, para no venir a ser víctima de su ira; pero tampoco demasiado lejos, porque entonces no te llegarían los beneficios de su amistad y benevolencia.
Algunos explican la primera parte del v.5 en relación con las recomendaciones que preceden, interpretándola de la obediencia al rey. Parece más bien hay que entenderla de los mandamientos de Dios en general, cuyo cumplimiento se inculca por motivos prácticos y utilitarios: evitar el daño que su inobservancia puede provocar. A continuación el autor afirma que hay
un tiempo determinado por Dios un día, clamaban los profetas5 en el cual tendrá lugar
el juicio, al que nadie podrá sustraerse. Cohelet está convencido de que Dios pedirá cuenta de las acciones buenas o malas que hubiéremos realizado; no cree que la maldad y el crimen puedan quedar impunes, pero desconoce la naturaleza del juicio e ignora sus circunstancias de tiempo y lugar. La frase final del v.6 adquiere en el contexto sentido escatológico y afirma que al pecador espera un castigo riguroso por sus pecados.
Las afirmaciones de los v.7-8 son ya conocidas6. Constatan una vez más la ignorancia del hombre respecto de lo que vendrá después de él7, de la que nadie le puede sacar, y en particular su impotencia frente a la muerte. El espíritu es el hálito vital, que cesa en el momento de Ja muerte8. Llegado el momento de la muerte, nadie puede escapar a ella ni retrasar un instante la hora señalada por Dios. El impío puede vivir largo tiempo a pesar de su iniquidad, pero ésta no le librará de la ley de la muerte, común a buenos y malos.
No se Ve la sanción moral en esta vida (8:9-15).
9
Esto he visto poniendo atención a cuanto sucede bajo el sol, en tiempos en que el hombre domina sobre el hombre para su rnaL 10
Vi a impíos recordados, mientras que los que habían hecho el bien se iban del lugar santo y eran olvidados en la ciudad; también esto es vanidad. 11
Porque no se ejecuta prontamente la sentencia contra el mal, por ello el corazón de los hijos de los hombres se llena de deseos de hacer el mal; 12
que hace el pecador cien veces el mal y pervive; con todo, yo sé que los que temen a Dios tendrán el bien, los que temen ante su presencia, 13
mientras que el impío no tendrá bien ni prolongará sus días, que serán como sombras por no temer a Dios. 14
Sin embargo, tal vanidad se da sobre la tierra, que son tratados justos como conviene a los malvados, y malvados como conviene a los justos. Y me digo que también esto es vanidad. 15
Por eso alabo la alegría, que el hombre no tiene bien bajo el sol sino comer, beber y alegrarse, y esto es lo que le queda de sus trabajos en los días de vida que le da Dios bajo el sol. De nuevo Cohelet hace referencia, con sus acostumbradas fórmulas, al hecho de que los malos muchas veces triunfan, y los buenos son humillados y oprimidos. Lo debió de observar con frecuencia en aquellas monarquías absolutistas orientales, en que los príncipes tiranizaban a sus subditos. El v.10 es oscurísimo en cuanto al texto casi cada palabra, como advierte Buzy, ha dado lugar a no pocas interpretaciones , si bien la idea que encierra es fácil de captar; en nuestra traducción se alude al hecho mencionado de que los malos son llevados con honor a su sepultura y después recordados con alabanza, mientras que los buenos son relegados a segundo término, olvidados y hasta a veces despreciados 9. Job y los Salmos repiten con frecuencia este hecho, cuya explicación constituía un misterio para los escritores del Antiguo Testamento, privados de la revelación sobre la vida futura. Para Cohelet, esto constituía una anomalía.
Los í.11-13, cuyas ideas nos son ya conocidas, forman un paréntesis que pretende dar solución a la dificultad precedente. El 12a constata cómo el hecho de que el mal no sea prontamente castigado induce a otros a cometerlo también, sobre todo si a ello se añade la humillación y el desprecio de los justos. Catón opinaba que nada hay más peligroso que la impunidad, la cual siempre incita a mayores crímenes. Y añadía que, si se permitía hacer daño a los demás impunemente, nadie estaría seguro de la violencia de los malvados 10. A Lapide expone la razón por la que Dios difiere el castigo de los impíos:
para mostrarles su benevolencia, que invita a los pecadores a penitencia, que algunos reconocen de hecho, y haciendo penitencia cambian de vida, mientras que otros, abusando de la paciencia de Dios, acumulan ira para el día del castigo 11. á pesar de todo, Cohelet profesa la tesis tradicional judía de la retribución terrestre, que no sabe compaginar con los hechos. Sabe con certeza y profesa
que llegará un día en que Dios dará su recompensa a aquellos que le temen, es decir, que le honran practicando el bien, mientras que el impío sufrirá el castigo de su impiedad. Sus días
serán como sombra; la sombra, como no tiene consistencia ni duración, ni siquiera existencia propia, viene a ser fácilmente el símbolo de la inestabilidad y de la fugacidad (Podechard) 12. El pensamiento aparece con frecuencia en la Bi blia, y se aplica al hombre mismo y a los días de su vida sobre la tierra 13.
Cohelet emite su juicio sobre el hecho de que los justos sean tratados como corresponde a los malvados, y viceversa, e indica la conclusión a que ha llegado. Para él, este hecho es una anomalía que impide al hombre el que pueda poner su felicidad en la sanción moral, la cual no corresponde en esta vida a los méritos. Nuestro autor es admirable; no se irrita 14, ni pone en duda la fe en la doctrina tradicional de la retribución terrestre. Se limita a constatar los hechos y deducir la conclusión práctica, que es la misma a que le llevaron las precedentes experiencias 15: gozar honestamente de los bienes que Dios nos concede, procurando no ofenderle. En estas sentencias, al parecer epicúreas, siempre brilla el pensamiento de Dios.
La obra de Dios es inescrutable (8:16-17).
16
Di, pues, mi corazón a conocer la sabiduría y a examinar el trabajo que se hace sobre la tierra, porque hay quien ni de día ni de noche ve cerrarse sus ojos por el sueño. 17
Examiné también la obra de Dios, que no puede el hombre conocer cuanto se hace bajo el sol, y, por mucho que se fatigue, nada llega a descubrir; y aun cuando dijere el sabio que sabe, nada llega a saber. Otra vez Cohelet constata la impotencia del hombre frente a las leyes divinas que gobiernan el mundo. Le ha llevado a esta conclusión el examen que ha hecho del
trabajo que se hace sobre la tierra y de la
obra de Dios. Aquél designa o la actividad humana en general, conforme a la significación del término hebreo, o el esfuerzo que el hombre pone para alcanzar la inteligencia del gobierno divino, lo que está más de acuerdo con el contexto. Esta se refiere aquí a las leyes divinas conforme a las cuales Dios gobierna el mundo, tanto en el orden físico como en el orden moral. Ante la obra de Dios, también el sabio debe inclinarse con respeto concluye Girotti , reconociendo que está fuera de su alcance, porque el ser finito jamás podrá comprender adecuadamente el modo de ser y de obrar de Aquel que no tiene límite alguno en su perfección. 16 Y, como el mismo Apóstol, deberá exclamar: jOh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! 17 De las obras de Dios, el hombre puede dar algunas razones generales que nos manifiesta la misma Escritura; pero las razones concretas de todos y cada uno de los acontecimientos de la vida escapan a la inteligencia humana.
1 7:8; 8:2-4; 10,4.20. 2
2Sa_5:3;
2Cr_36:13. (Sedecías prestó juramento de fidelidad por Dios a Nabuco-donosor; cf.
Eze_17:13-19). F. Josefo,
Antiq. 11:8:3 (Darío III Codomano [355-331] impuso al sumo sacerdote juramento de no hacer la guerra contra él); 12:1.1. 3 Rom 13:5. 4 O.c., p.28? 5
Isa_2:11;
Isa_3:7.18;
Isa_17:20. 6 3:22; 6:12; 7:14; 10,14. 73:22. 8 3:19-21. 9 Otros traducen:
Yo he visto malvados llevados t a su sepultura; se fueron del lugar santo y fueron glorificados en la ciudad (Vaccari, Buzy). Ciertamente es una vanidad y una anomalía el que sean alabados estos hombres odiosos a Dios. Buzy sospecha que ha caído un verso en que se hablaría de los justos. Podechard expone y discute las diversas interpretaciones en p.399-401. 10 Así Plutarco en
Apophth. Rom. 11
2Pe_3:9. 12 O.c., p.403. 13 Job 8:9; 14:2;
Sal_144:4;
Sab_2:5, 14 21:7. 15 2:24; 3:22. 16 O.c., p.168. 17
Rom_11:13;
Job_11:6-9.