Ver contexto
sino la terrible espera del juicio y el fuego ardiente pronto a devorar a los rebeldes. (Hebreos 10, 27) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 10

9. SOMBRAS E IMAGEN (10/01-04)

1 La ley, en efecto, por contener sólo una sombra de los bienes futuros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, con los sacrificios, siempre los mismos, que incesantemente ofrecen año tras año, perfeccionar a los que se acercan. 2 De otra manera, ¿no habrían cesado de ser ofrecidos, puesto que los que rinden ese culto, purificados de una vez para siempre, ya no tendrían conciencia alguna de pecado? 3 Sin embargo, en estos sacrificios, año tras año se hace mención de los pecados; 4 porque es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados.

La ley y el Evangelio se hallan en la misma relación que la sombra y el ser verdadero de los bienes de salvación, la realidad divina. Una comparación semejante hallamos en Col_2:17. Sin embargo, allí se distingue entre la «sombra de las (cosas) futuras» y «la realidad» de «Cristo»: nos hallamos, pues, ante una expresión basada simplemente en el hecho de una figura corpórea que proyecta su sombra. En la carta a los Hebreos tenemos en cambio una división tripartita en «sombra», «imagen» (eikon) y «cosas», que se halla también en Filón de Alejandría. En el filósofo judío de la religión se halla la eikon entre Dios y el mundo visible. Es no menos fiel imagen de Dios que arquetipo de la creación terrestre y se identifica, por tanto, con el Logos y con el mundo inteligible e invisible de las ideas. Este esquema platonizante sirve una vez más a nuestro autor para poner en claro frente a la ley la diferente modalidad esencial del hecho de Cristo. Este no pertenece al orden cultual de sombras y figuras de la antigua alianza (cf. 8,5), sino que en él apareció corporalmente el mundo celestial de los arquetipos divinos. En cambio, los sacrificios prescritos por la ley, siendo como eran una representación anticipada de los bienes cristianos de la salvación, no podían lograr su fin ni borrar para siempre los pecados. El mero hecho de tener que repetirse es para el autor una prueba de su ineficacia. Si los ministros del culto del Antiguo Testamento hubiesen estado convencidos de haber sido purificados de una vez para siempre de las manchas de los pecados, habrían debido dar por terminados sus sacrificios.

Desde luego, esta argumentación sólo es concluyente si se da por supuesto que los sacrificios por el pecado en el Antiguo Testamento pretendían causar una expiación perfecta y definitiva. Sin embargo, las finalidades del culto levítico, consideradas desde un punto de vista de historia de las religiones, eran incomparablemente más modestas. En realidad se trataba solamente de una expiación limitada temporalmente y referida a determinados objetos. La idea de una redención del pecado efectuada de una vez y definitivamente valedera sólo surgió en el marco de expectativas escatológicas. Dado que Cristo, como creían sus adeptos, había aparecido «al final de los tiempos» (9,26) para la salvación del mundo, también su muerte en la cruz debía en realidad quitar los pecados definitivamente y para siempre. A la sazón en que fue escrita la carta a los Hebreos comenzaba a plantearse el difícil problema de cómo es posible que muchos cristianos, a pesar de la redención habida definitivamente, vuelvan a pecar o incluso apostaten de la fe. A esto se añadía la dilación de la parusía y con ello la prolongación de la situación de peligro en el mundo. Así se explica que surgieran dudas sobre la eficacia del sacrificio expiatorio de Cristo. ¿Es que su sangre no tenía quizá la fuerza de purificar de una vez para siempre de los pecados? Pero también se comprende por qué el autor de la carta a los Hebreos, para demostrar la eficacia expiatoria de la muerte de Cristo no adujera únicamente el argumento escatológico tradicional, sino que también y sobre todo señalara el carácter celestial y arquetípico de este sacrificio. El esquema prestado por la filosofía alejandrina era independiente de toda cuestión de plazos. Por mucho que pudiera diferirse la parusía, ello no cambiaba nada de la eficacia única y eternamente valedera de la muerte de Cristo.

10. LA OBLACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO (10/05-10).

5 Por eso, al venir al mundo, Cristo dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo; 6 holocaustos y expiaciones por el pecado no te fueron agradables. 7 Entonces dije: Aquí estoy; en el rollo del libro así está escrito de mí, para cumplir, oh Dios, tu voluntad» (Psa_40:7-9). 8 Lo primero que dice es: Sacrificios y ofrendas, y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste ni te fueron agradables, a pesar de que se ofrecen según la ley. 9 Entonces declara: Aquí estoy, para cumplir tu voluntad. Así abroga lo primero, para poner en vigor lo segundo. 10 Y en virtud de esta voluntad, quedamos consagrados, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

Mientras que hasta aquí sólo se ha hablado de la sangre, ahora se menciona también el cuerpo de Cristo como don sacrificial. Cierto que a la mención del «cuerpo» ha dado pie la cita del salmo (Psa_40:7-9), pero creemos que hay también razón de preguntarse si el autor no eligió el salmo precisamente porque en él se hablaba del cuerpo44. La palabra «cuerpo» debía suscitar inmediatamente en los cristianos asociaciones eucarísticas, y una vez más llama la atención que la carta no establezca expresamente el enlace tan obvio con el banquete del Señor. Una razón de este silencio que a nosotros se nos hace tan extraño está seguramente en el hecho de que en la época del Nuevo Testamento todavía no se consideraba la eucaristía como una realidad en cierto modo aislada, como más tarde lo hizo con tanta frecuencia la devoción sacramental. En el banquete del Señor se anunciaba, como dice san Pablo, «la muerte del Señor» (1Co_11:26); en otras palabras, se conmemoraba la virtud expiatoria y salvífica de la cruz de Cristo. Ahora bien, una finalidad semejante persigue ahora también la carta a los Hebreos, que quiere convencer a los fieles de la virtud purificadora, santificadora y consumadora del sacrificio de Cristo. Cierto que no lo hace en el estilo de la conmemoración litúrgica (anamnesis), sino como teólogo y pastor de almas que debe crear los presupuestos espirituales y morales para que su comunidad se acerque al altar de la gracia «con un corazón sincero y una fe plena» (1Co_10:22; cf. 4,16). La predicación de la carta tiene en cierto sentido carácter mistagógico y lleva a comprender la celebración de la eucaristía, por cuanto razona y profundiza teológicamente la fe en la virtud expiatoria de la muerte de Cristo. En nuestro pasaje tenemos una prueba de Escritura, que trata de presentar la «oblación del cuerpo de Jesucristo» como cumplimiento de una voluntad de Dios existente desde toda la eternidad. Según el autor, Dios no quiso en modo alguno los sacrificios prescritos por la ley, sino que sólo en la oblación que hizo Cristo de sí mismo se manifestó dónde tenía Dios realmente sus complacencias. Esta posición de la carta con respecto al Antiguo Testamento parece contradictoria. Por un lado se considera la palabra de la Escritura como notificación divina, inmediata, de la voluntad de Dios, como libreto de un drama celestial de redención. En el salmo habla el Hijo divino a su ingreso en el mundo, para explicar auténticamente el sentido de su vida, de su pasión y de su muerte. Por otra parte no reconoce la carta los sacrificios -que en el Antiguo Testamento se hacen remontar efectivamente a una ordenación divina- como expresión de lo que Dios había realmente querido y perseguido.

La crítica del culto expresada ocasionalmente por los profetas45 se entiende aquí como desestimación y condenación por principio de la entera institución sacrificial levítica. Hay por tanto dentro del Antiguo Testamento dos ordenaciones o esferas, la «primera» y la «segunda», formulación con la que sin duda se quiere traer a la memoria la distinción entre la primera y segunda tienda del tabernáculo, o entre la primera y la segunda alianza. Jesús, con su encarnación, con su entrada en este mundo, suprimió ya la primera tienda, la esfera de los ritos terrestres y carnales, poniendo en su lugar la segunda tienda, nueva y celestial, en la que él ofrece su cuerpo preparado directamente por Dios. Aquí se contempla de un golpe la encarnación y la pasión, el pesebre y la cruz, y esto vuelve a confirmarnos que en la concepción de la carta toda la vida de Jesús fue un único ofertorio o procesión sacrificial que a través de «un tabernáculo mayor y más perfecto» conducía al lugar santísimo de Dios: «Aquí estoy para cumplir tu voluntad».

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44. En el original hebraico se dice en cambio: «Me cavaste oídos». Quizá se trate de una lectura corrompida.

45. Cf. especialmente Jer_7:21-23.

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11. CARÁCTER ÚNICO Y DEFINITIVO DEL SACRIFICIO DE CRISTO (10/11-18).

11 Cada día, todo sacerdote, puesto en pie, oficia y ofrece repetidas veces los mismos sacrificios, a pesar de que éstos nunca pueden borrar pecados. 12 Este, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios 13 aguardando desde entonces a que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. 14 Así, con una sola ofrenda, ha perfeccionado para siempre a los santificados. 15 Y un testimonio de esto nos lo da también el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: 16 «Esta será la alianza que concertaré con ellos después de aquellos días -dice el Señor-: Mis leyes pondré en su corazón y las grabaré en su conciencia», 17 añade: «Y de sus pecados y sus iniquidades no me acordaré ya jamás» (Jer_31:33). 18 Y donde hay perdón de pecados, ya no hay más sacrificio de expiación por el pecado.

Las consideraciones sobre el ministerio de Jesús como sumo sacerdote se acercan rápidamente a su fin, y cada vez aparece más claro adónde quiere llegar la carta. Cristo, con su muerte sacrificial en la cruz, procuró a sí mismo y a los suyos la salud definitiva. él mismo llegó a su meta celestial y ahora ya, compartiendo el trono con Dios, sólo tiene que aguardar en paz a que, como lo expresa el autor con una cita del Psa_110:1, «sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies». A lo que se ve, la carta no da tanta importancia a los acontecimientos dramáticos del final de los tiempos, en los que habían fijado toda su atención los autores de apocalipsis 46 El acontecimiento escatológico decisivo ha tenido ya lugar, y todo lo que puede ahora venir todavía, pueden aguardarlo los fieles con el mayor sosiego; porque también ellos han logrado la «consumación» o perfección: ya tienen abierto el camino que conduce al lugar santísimo de Dios. Cierto que todavía no han ocupado un puesto, como ya lo ha hecho Cristo, y todavía corren peligro de recaer en el pecado y en la infidelidad. A fin de desviar este peligro, inculca el autor a sus lectores asaltados por las dudas y la fatiga, que Cristo lo ha hecho ya todo por ellos. Pero caso que rechacen y hagan inútil el perdón que ya se les ha otorgado, deben saber que ya no hay otro medio con que poder borrar la culpa de sus pecados.

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46. El combate y la victoria del rey Mesías celestial sobre los poderes del infierno es también un tema central del Apocalipsis de san Juan.

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V. ESTÍMULOS Y PRECAUCIONES (Psa_10:19-31).

1. ACERQUEMONOS AL SANTUARIO (10/19-22).

19 Así pues, hermanos, tenemos entera confianza para la entrada en el lugar santísimo en virtud de la sangre de Jesús: 20 entrada que él inauguró para nosotros, como un camino nuevo y vivo, a través del velo, o sea, de su carne. 21 Y tenemos así un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. 22 Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y una fe plena, purificado el corazón, de toda impureza de conciencia y lavado el cuerpo con agua pura.

Una vez hemos oído ya el llamamiento procesional: «¡Acerquémonos!» (Psa_4:16), pero ahora sabemos ya por qué está patente ante nosotros el camino hacia el «trono de la gracia». La sangre de Cristo, es decir, su muerte cruenta como sacrificio en la cruz, nos ha facilitado la parrhesia (palabra difícil de traducir en nuestras lenguas) para la entrada. En primer lugar se quiere indicar el derecho objetivo, la autorización para entrar en el lugar santísimo celestial, pero al mismo tiempo también el estado subjetivo de gozosa seguridad y confianza que responde a la convicción de podernos acercar en todo tiempo gracias a la sangre de Jesús. El cuadro del gran día de la expiación se despliega de nuevo y se amplía convirtiéndose en símbolo de toda la vida humana. Todos nosotros estamos en camino. ¿Hacia dónde? En el ámbito terrestre se trata del camino de la muerte, que nos conduce solamente hasta el velo oscuro, hasta los muros infranqueables de nuestra prisión, que está custodiada por poderes demoníacos (cf. 2,14.15). ¿Hay quizá algo situado detrás, al otro lado del velo? ¿Un lugar santísimo concebido y fabricado por hombres, un campo de las ideologías y de los ensueños? A lo sumo una imagen de las cosas celestiales, un prenuncio negativo del verdadero santuario de Dios, el cual ha aparecido al mundo en Jesucristo. En él es donde el pueblo, la familia de Dios halla el camino del cielo nunca hollado, la vía procesional inaugurada con la sangre de Jesús, que conduce a la vida, al Dios viviente. Pero también este camino del cielo conoce un velo de muerte, que separa lo transitorio y provisional de lo definitivo: es el velo de la carne de Jesús sacrificada en la cruz. Ahora bien, mientras que el velo en el tabernáculo terrestre significaba recusación de la entrada y límites insuprimibles, el velo de la carne de Jesús facilita en todo tiempo a los creyentes el acceso a Dios. Una vez más sería sumamente obvio pensar en el culto eucarístico, en el que la comunidad gusta la carne y la sangre de Jesús, para que del «trono de la gracia... obtengamos misericordia y hallemos gracia para el socorro en el momento oportuno» (4,16). ¿Dónde, si no, podría verificarse este «acercarse» en el ámbito de la Iglesia? Por lo menos, toda otra manera de acercarse en la oración personal, en las obras de caridad o finalmente en la muerte, recibe un sentido luminoso de la celebración conmemorativa de la muerte de Cristo.

Todavía hay otra razón para que nos presentemos con confianza gozosa ante la presencia de Dios. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. Con esta breve fórmula compendia la carta todo lo que en los capítulos precedentes se ha dicho acerca de la ayuda misericordiosa, fiel y comprensiva que el sumo sacerdote celestial presta a su comunidad que se ve tentada y en peligro. Al «acercarse» de los fieles corresponde el «entrar» cerca de Dios, de su sumo sacerdote y mediador de la alianza, Jesús (cf. 7,25). Así resulta que los presupuestos que para este acercarse menciona la carta -un corazón sincero, una fe plena, la purificación de la mala conciencia, la limpieza del cuerpo- aparecen a la vez como sus consecuencias y frutos. Seguramente se piensa en primer lugar en el bautismo y en su eficacia purificadora, pero en su acercarse en el culto actualiza la comunidad el estado adquirido por el bautismo, de modo que vuelve a adquirir gozosamente conciencia del perdón que se le otorgó de una vez para siempre. Aquí tenemos las insinuaciones, desgraciadamente pasadas por alto con frecuencia, que la carta a los Hebreos hace de una penitencia posible en todo tiempo al cristiano, es decir, de la victoria sobre sus flaquezas y faltas cotidianas mediante la gracia de Dios siempre dispuesta a perdonar. Apenas si debe sorprendernos que los límites entre tales pecados «veniales» y el «pecado mortal», deliberado e imperdonable, no sean los mismos que más tarde fijará la teología moral.

2. MANTENGAMOS FIRME LA PROFESIÓN DE LA ESPERANZA (10/23-25)

23 Mantengamos firme la profesión de la esperanza, porque el que prometió es fiel, 24 y miremos los unos por los otros, estimulándonos al amor y a las buenas obras. 25 «No abandonemos nuestras propias reuniones, como acostumbran algunos, sino exhortémonos unos a otros, y esto tanto más, cuanto que estáis viendo que se acerca el día.

También la exhortación a mantener firme la profesión la tenemos oída antes (4,14). Pero ahora sabemos algo más acerca del contenido de la profesión, ya se refiera la carta a un símbolo bautismal -que es lo más probable- o a una profesión o fórmula de fe recitada en la liturgia. Se trata de dar expresión en común a nuestra esperanza de que por la carne y sangre de Cristo alcanzaremos la meta celestial de las promesas, la «herencia eterna» (9,15). La convicción de la absoluta fidelidad de Dios, de la que podemos fiarnos incondicionalmente, destierra toda duda y toda vacilación interior.

Uno de los medios más importantes para conservar o restablecer el buen estado de la comunidad era en los primeros tiempos de la Iglesia la corrección fraterna; (cf. 3,13). Este espolearse mutuamente al «amor y a las buenas obras» puede considerarse como una forma temprana del sacramento de la penitencia, sobre todo porque no le faltaba la paraclesis autorizada por el Espíritu Santo. Este consolarse, estimularse y corregirse mutuamente, de que también Pablo habla en sus cartas 47, respondía en cierto modo a lo que en la confesión llamamos hoy «exhortación y «absolución». Como se ve por el contexto, el servicio fraternal de corregirse y estimularse se prestaba principalmente en las asambleas cultuales. Aquí, en la anticipación litúrgica del «día» de Cristo, de la parusía, conservaba su valor permanente e intemporal el antiguo motivo de la expectativa del pronto retorno del Señor, que por lo regular no ocupa ya puesto destacado en la carta.

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47.Cf. 1Th_5:11.

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3. A LOS APÓSTATAS LOS AMENAZA UN TREMENDO JUICIO (JUICIO).

26 Porque, si pecamos deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio expiatorio por los pecados, 27 sino la terrible perspectiva del juicio y el fuego ardiente que está para devorar a los enemigos. 28 Si el que ha rechazado la ley de Moisés, muere sin compasión ante la declaración de dos o tres testigos, 29 ¿de cuánto más duro castigo pensáis que será reo el que ha pisoteado al Hijo de Dios, y ha tenido por impura la sangre de la alianza con la que fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de la gracia? 30 Pues bien conocemos al que ha dicho: «La venganza es cosa mía; yo daré lo merecido.» Y en otro lugar: «El Señor juzgará a su pueblo» (Deu_32:35.36). 31 ¡Terrible cosa es caer en manos del Dios viviente!

El cristiano de hoy que oiga estas palabras conminatorias se verá inducido a dudar de la inerrancia de la Escritura o de la gracia de Dios. ¿Cuántos de nosotros no tenemos que reconocer haber pecado deliberadamente después del bautismo y haber perdido, por tanto, la gracia santificante? Pero aunque nosotros hayamos «pisoteado al Hijo de Dios» y «ultrajado al Espíritu de la gracia», por lo menos en el sacramento de penitencia tenemos siempre abierto el camino hacia el corazón de Dios. ¿Ha abandonado, pues, la Iglesia el riguroso punto de vista de la carta a los Hebreos e introducido una práctica más suave? En este caso, ¿cómo podrá ser la recusación de una segunda penitencia, como parece expresarse en nuestra carta, una palabra de Dios eternamente valedera? ¿O es que -como segunda posibilidad- la Iglesia se ha apartado del ideal primigenio de la santidad de los últimos tiempos y ha rebajado la gracia del perdón otorgada de una vez para siempre, degradándola y reduciéndola a la condición de «mercancía», que se puede enajenar una y otra vez a discreción para volver a adquirirla después? Vamos a tratar de hallar una respuesta que satisfaga tanto a la evolución histórica del sacramento de penitencia como también a la doctrina teológica de la carta a los Hebreos.

En primer lugar hay que tener presente que el autor, en su calidad de pastor de almas, quiere prevenir y poner en guardia contra el peligro de una apostasía irreparable. Todavía no le preocupa el problema, que más tarde proporcionará a la Iglesia tantos quebraderos de cabeza, de si los cristianos que en la persecución habían abjurado la fe y luego, una vez pasado el peligro, querían de nuevo incorporarse a la comunidad, habían de ser recibidos en gracia o no. No menos difícil de enjuiciar era el caso de cristianos que habían cometido uno de los llamados delitos capitales (homicidio, adulterio) y querían hacer penitencia. Si el autor hubiese tenido que pronunciarse sobre este problema, quizás habría hallado una respuesta diferenciada y matizada, pero en la situación en que se hallaba habría sido sumamente imprudente, desde el punto de vista pastoral, presentar como posible una segunda penitencia a los cristianos que se veían tentados a apostatar.

Además, para comprender debidamente la aserción de la carta no hay que perder de vista que los pecados cometidos «deliberadamente», contra los que se pone en guardia con tanto empeño, no son sencillamente los pecados «graves» o «mortales» de que hablará más tarde la teología moral. Como lo muestra el ejemplo tomado del Antiguo Testamento, se piensa en primer lugar en la apostasia de la fe y en la idolatría 48. En el sentido de nuestra carta se podría decir, por tanto, que el cristiano no peca «deliberadamente» y, por tanto, irremediablemente en tanto mantiene en vigor su unión con Cristo y con la Iglesia. Ahora bien, como pecadores por debilidad y por ignorancia (cf. 4,15), debemos siempre apoyarnos en la ayuda misericordiosa de nuestro sumo sacerdote celestial. Así pues, comparada con la actual práctica penitencial de la Iglesia, no parece, en modo alguno, tan rigurosa la actitud de la carta, como con frecuencia se supone. Al contrario: si tomamos en serio la doctrina del carácter único e irrepetible del sacrificio expiatorio de Cristo y de su permanente poder santificante, no hay lugar para apreturas de conciencia ni para ansiedades con respeto a la confesión. Ni siquiera el pecado mortal más grave según las normas morales ha de significar necesariamente un «apartarse del Dios viviente» (3,12), supuesto que nosotros mismos nos confiemos a sus manos misericordiosas. Entonces todo lo tremendo de la quiebra moral que induce a desesperación a los incrédulos, puede convertirse en una «profesión de la esperanza» (10,23), una profesión que no tiene por qué temer el juicio de Dios.

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48.Cf. Deu_17:2-6.

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Parte tercera

CONSTANCIA BN LAS PRUEBAS Y EN LA PERSECUCIÓN 10,32-13,25

La parte tercera de la carta no parece tan homogénea como las precedentes. Preferimos elegir como leitmotiv la exhortación formulada así: «Necesitáis constancia, para que, después de cumplir la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido» (10,36; cf. 13,21). De esta manera, los justos del Antiguo Testamento y Jesús mismo dieron testimonio de su fe en Dios y en su ciudad invisible, la patria celestial, y así llegaron -por lo menos en Jesús, «promotor y consumador de la fe»- a la meta de la promesa (11,1-12,3). Tentaciones, combates, sufrimientos y persecuciones no son motivo para desanimarse, pues entran en el plan de la sabiduría educativa de Dios (12,4-11). Una vez más confronta el autor la revelación del Antiguo Testamento y del Nuevo para exhortar a una seria responsabilidad en el empeño moral y a una gratitud reverente por los bienes de la salud (12,12-29). El último capítulo da una serie de exhortaciones particulares y termina en forma epistolar el discurso de exhortación (13,22).

I. INVITACIÓN AL COMBATE DE LA FE (10,32-12,1).

1. RECUERDO DE TRIBULACIONES PASADAS (10/32-39).

32 Acordaos de aquellos primeros tiempos, cuando, después de haber sido iluminados, sostuvisteis el duro combate de los sufrimientos, 33 unas veces como objeto de públicas injurias y tribulaciones, otras veces como solidarios de los que sufrían aquel trato. 34 Porque, realmente, compartisteis los sufrimientos de los presos y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, conscientes de poseer un patrimonio mejor y permanente. 35 No perdáis, pues, vuestra segura confianza, ya que ésta lleva consigo una gran recompensa. 36 Porque necesitáis constancia, para que, después de cumplir la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido. 37 Pues todavía «un poco, un poco nada más, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. 38 Mi justo vivirá por la fe; pero, si vuelve atrás, no pondré yo en él mi complacencia» (Hab_2:3S). 39 Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás, para su perdición, sino de los que permanecen en la fe, para poner a salvo su vida.

Parece como si el autor mismo estuviese asustado de lo tajante de su discurso conminatorio, y así cambia de repente el tono y comienza de nuevo a animar bondadosamente. Como pastor de almas que es, no quiere condenar y reprobar, sino ayudar y sanar. Por eso conoce todavía un camino para los cristianos que se ven tentados y en peligro. Como buen terapeuta, aconseja que se acuerden. Hubo en su vida un período en que estaban dispuestos a todo sacrificio por la fe. Entonces, cuando estaban recién convertidos, soportaron «con gozo» las pérdidas terrenas, porque estaba viva ante sus ojos la meta de la promesa. Después se fue evaporando el primer fervor y fueron palideciendo las luminosas imágenes de la vocación celestial. A los fieles de la época postapostólica les falta la virtud tan estimable de la hypomone, de la constancia, paciencia y perseverancia. En lugar de soportar con constancia y valentía las molestias a que necesariamente está expuesta en este mundo la fe, querrían los lectores de la carta abandonar su parrhesia, es decir, su «segura confianza» para poder acercarse en todo tiempo a Dios, y desertar. ¿Es que no saben que la fuga que aparentemente salva conduce con toda seguridad a la perdición, mientras que la constancia y la fe, a través del sufrimiento y de la muerte, acarrea el premio y corona de la vida?

Este pasaje es uno de los pocos de la carta que da algunos datos concretos sobre la situación de la comunidad en cuestión. A causa de la expresión «como objeto de públicas injurias...» (Hab_10:33) ha pensado más de uno que el autor aludía a la persecución de Nerón 499, aunque no se puede decir nada concreto, por lo cual, en una «lectura espiritual» será más conveniente atenerse a la idea general de que al fin y al cabo en toda comunidad y -como es de esperar- también en la vida de todo cristiano haya habido un tiempo del «amor primero» (cf. Rev_2:4), del que conviene acordarse.

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49. Así debían, por ejemplo, los cristianos servir de antorchas vivientes para iluminar las orgías nocturnas del emperador.



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Recapitulación: Superioridad del sacrificio de Cristo, 10:1-18.
I Pues como la Ley sólo es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar se ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen. 2 De otro modo cesarían de ofrecerlos, por no tener conciencia ninguna de pecado los adoradores, una vez ya purificados.3 Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, 4 por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados. 5 Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. 6 Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. 7 Entonces dije: He aquí que vengo en el volumen del libro está escrito de mí para hacer, |oh Dios!, tu voluntad. 8 Habiendo dicho arriba: Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado no los quieres, no los aceptas, siendo todos ofrecidos según la Ley, 9 dijo entonces: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo segundo. 10 En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez. II Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12 éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, 13 esperando lo que resta hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies. 14 De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados. 15 Y nos lo certifica el Espíritu Santo, porque después de haber dicho: 16 Esta es la alianza que contraeré con vosotros después de aquellos días dice el Señor , depositando mis leyes en sus corazones y escribiéndolas en sus mentes, [añade]: 17 y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más. 18 Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado.

Está para terminar la parte dogmática de la carta. El autor condensa en pocas líneas la doctrina ya expuesta sobre la ineficacia de los sacrificios levíticos, impotentes para santificar, que son reemplazados por el sacrificio único de Cristo, suficiente por sí solo para perfeccionar para siempre a los santificados (v.14).
Respecto de los sacrificios de la Antigua Ley, a la que se califica de sombra (cf. 8:5) de los bienes futuros (cf. 9:11), es afirmación básica la del v.1: no pueden perfeccionar a quienes los ofrecen (???? ?????????????? ????????? ). Se alude aquí a los solemnes sacrificios del día del Kippur, como claramente se da a entender con la expresión cada año (cf. 9:7). Poco después (v.11) se hará referencia a todos los otros sacrificios en general, y de ellos se dirá lo mismo: no pueden quitar los pecados (????????? ???????? ). Prueba de ello la tenemos, añade el autor, en que necesitan ser continuamente repetidos, lo que demuestra que no son eficaces, pues de lo contrario no habría necesidad de repetición (v.2-4). Quizás a alguno se le ocurra argüir: del hecho de la repetición no se sigue que no perdonen el pecado, pues puede tratarse de nuevos pecados, posteriores al primer sacrificio. Sin embargo, téngase en cuenta que el autor ha dejado ya suficientemente entender que un sacrificio perfecto debe ser capaz de expiar todos los pecados, de todos los tiempos. Un sacrificio que necesite repetirse cada año, como el del Kippur, está afectado de intrínseca insuficiencia, y ni siquiera los pecados del año podrá borrar realmente, sirviendo a lo más para dar cierta pureza legal y disponer los ánimos a implorar el perdón divino, el cual, caso de ser concedido, lo será en virtud del único sacrificio futuro de Cristo. Así lo ha dejado ya entender antes (cf. 9:26), y lo dirá luego más claramente (v. 10.14).
A todos esos sacrificios antiguos, impotentes para santificar interiormente, sustituye el sacrificio de Cristo. De este sacrificio va a hablar ahora el autor directamente, comenzando por aplicarle (v-5~7) las palabras de Sal_40:7-9, de las que el mismo hace la exé-gesis (v.8-10).
Respecto a esta cita del salmo ha habido muchos expositores, particularmente entre los antiguos, que creen tratarse de un texto directamente mesiánico. Parece, sin embargo, dado el contexto general del salmo, que es el mismo salmista quien habla, agradeciendo a Dios un beneficio recibido, y pregonando que no a los sacrificios y ofrendas, sino a la confianza en El y a la obediencia a sus preceptos debe el que Dios le haya escuchado. No se trataría, tomadas las palabras en su sentido literal histórico, de una repulsa absoluta de los sacrificios legales, entonces en vigor, y que el mismo Dios había ordenado, sino de hacer resaltar que, más que la materialidad de los sacrificios, Dios agradece la entrega al cumplimiento de su voluntad, y que de poco valen aquéllos si falta esta entrega del corazón (cf. 1Sa_15:23; Isa_1:11-17; Ose_6:6; Miq_6:6-8). Con todo no tendríamos aquí sólo mera acomodación. Esto parece ser muy poco, dado el modo como el autor de la carta a los Hebreos cita esas palabras. Creemos que, a semejanza de lo que hemos dicho respecto de otros textos (cf. 2:6.12), también aquí la idea que expresa el salmista, sin dejar de aplicarse a él, va en la intención de Dios hasta el Mesías, primero en quien había de realizarse de modo pleno, con su entrega total a la voluntad del Padre, que le lleva hasta el sacrificio de la cruz. Aplicadas a Jesucristo esas palabras, conforme hace el autor de la carta a los Hebreos, adquieren ya un valor más absoluto, de repulsa completa de los sacrificios antiguos, que quedan abrogados y sustituidos por el de Cristo (v,9-10) 440.
Insistiendo en la excelencia de ese sacrificio de Cristo, el autor vuelve a proclamar lo que ha dicho ya muchas veces, es a saber, que, al contrario que los sacrificios levíticos, es único e irreiterable (v.11-18). Una vez ofrecido el sacrificio, Cristo no necesita repetir, sino que se sentó para siempre a la diestra de Dios, esperando en su sede de gloria la plena realización de los efectos de aquella inmolación, con la sumisión total y definitiva de todos sus enemigos (v.12-13; cf. 1:13; 1Co_15:22-26). Bastó una sola oblación para perfeccionar para siempre a los santificados (??? ???????? ??????????? ??? ?? ???????? ???? ?????? ?????? ), es decir, para conseguir el perdón divino y purificar interiormente a los hombres de todos los tiempos, que serán, de hecho, individualmente santificados conforme vayan haciendo suyos esos méritos por medio de la fe y de los sacramentos (v.14; cf. Rom_3:21-26; Rom_6:3-11). Como prueba de que en la nueva alianza, establecida con la oblación de Cristo (cf. 9:15-17), hay verdadera remisión de los pecados, se cita nuevamente el texto de Jer_31:33-34 (cf. 8, 10-12), en el que se habla de que Dios no se acordará más de nuestros pecados e iniquidades (v.15-17; cf. Rom_4:7-8).
A manera de colofón, viene la frase final: Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado (v.18). Ofrecer nuevas oblaciones sería hacer una injuria a la sangre de Cristo, como si aquel sacrificio no hubiese bastado (cf. Gal_2:21). Ni esto se opone a la constante repetición en la Iglesia del sacrificio de la Misa, pues este sacrificio, como ya dijimos al comentar 7:27, no es distinto del sacrificio de la cruz, sino aquél mismo, que continuamente se renueva ante nuestra vista de modo incruento y nos aplica sus frutos.




II. Exhortación a la Perseverancia, 10:19-12:29.

Firme confianza de que llegaremos a la meta, 10:19-25.
19 Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Jesús, firme confianza de entrar en el santuario 20 que El nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su carne; 21 y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22 acerquémonos con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. 23 Retengamos firmes la confesión de la esperanza, pues fiel es quien hizo la promesa. 24 Miremos los unos por los otros, para excitarnos a la caridad y a las buenas obras; 25 no abandonando vuestra asamblea, como es costumbre de algunos, sino exhortándoos, y tanto más cuanto que veis que se acerca el día.

Comienza aquí la parte parenética o exhortatoria de la carta. No que antes no haya habido ya exhortaciones (cf. 2:1-4; 3:7-4:16; 6:9-12), pero era algo circunstancial y de paso, para volver en seguida a la exposición doctrinal. Ahora, en cambio, se va directamente a la exhortación.
Muy en consonancia con la doctrina expuesta, el autor comienza insistiendo en la confianza que nos debe dar el saber que tenemos de nuestra parte a Jesucristo, nuestro gran Sacerdote, que fue quien nos abrió el camino del cielo, donde nos espera (v. 19-25). La terminología, lo mismo que anteriormente, sigue siendo alegórica, hablando del santuario que El nos abrió. a través del velo (v. 19-20). Ciertamente ese santuario es el cielo (cf. 4:14; 8:2; 9:12.24), antes cerrado (cf. 9:8), representado figurativamente en el Santísimo del santuario mosaico, separado del Santo por un velo, y donde sólo podía entrar una vez al año el sumo sacerdote judío, y eso con grandes limitaciones (cf. 9:3.7). Había que acabar con ese velo de separación, para que pudiésemos entrar todos hasta la presencia misma de Dios; y fue Cristo quien, con el desgarro de su carne en la cruz (cf. 9:15-17), rompió ese velo (cf. 9:12; Mat_27:51), de modo que muy bien podemos decir que velo del santuario mosaico y carne de Cristo en cierto sentido se corresponden (v.20). Puede decirse que por la fe (cf. 11:1) hemos penetrado ya en el santuario del cielo, al que la sangre de Cristo nos ha dado acceso.
Esto supuesto, sabiendo que es Jesucristo quien está puesto sobre la casa de Dios (v.21; cf. 3:6; 7:25), acerquémonos a su trono de gracia (cf. 4:16) llenos de fe, sin vacilaciones de ninguna clase, reteniendo firme nuestra esperanza en lo que nos ha prometido, y estimulándonos mutuamente por la caridad (v.22-25). Vemos que, como muchas veces en San Pablo (cf. 1Co_13:13; Col_1:4-5; 1Te_1:3), también aquí aparecen juntas las tres virtudes teologales. La expresión lavado el cuerpo con el agua pura (v.22) parece ser claramente una alusión al bautismo (cf. Tit_3:5). Al final hay una queja, la de que algunos entre los destinatarios, quizás por pereza, o más probablemente, por miedo a los judíos, no asistían regularmente a las reuniones o asambleas cristianas (v.25; cf. Hch_2:42; Tit_20:7; 1Co_14:26). Esto podría ser para ellos un peligro, pues dejaban perder la ocasión de animarse mutuamente y de reafirmarse en la fe común. A fin de estimularles más a que se enmienden, el autor les recuerda (v.25) el hecho de que se acerca el día, es decir, el retorno glorioso de Cristo. Esta alusión a la parusía, cuya fecha, sin embargo, ignoraban, es frecuente en las exhortaciones de los apóstoles (cf. Rom_13:11-14). No es claro qué quiera indicarse con ese cuanto que veis. Lo más probable es que sea una alusión a las turbulencias ya existentes en Judea, que preludiaban la destrucción de Jerusalén, más o menos entremezclada para los primeros cristianos con la destrucción final del mundo (cf. Mat_24:1-44).

Peligro de apoetasía,Mat_10:26-31.
26 Porque si voluntariamente pecamos después de recibir el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, 27 sino un temeroso juicio, y el ardor vengativo del fuego que devora a los enemigos. 28 Si el que menosprecia la Ley de Moisés, sin misericordia es condenado a muerte sobre la palabra de dos o tres testigos, 29 ¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de la alianza, con la que fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia? 30 Porque conocemos al que dijo: Mía es la venganza; yo retribuiré. Y luego: El Señor juzgará a su pueblo. 31 Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo.

Severa admonición a los que, deslumhrados por el judaismo, estaban tentados a abandonar la fe. Ya se aludió a esto mismo en 6:4-8. Se ve que realmente existía el peligro, y el autor trata de prevenirlo, haciendo ver la suerte terrible que aguarda a los apóstatas.
Para quien deliberadamente rechaza la verdad (v.26) y pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su alianza e insulta al Espíritu de la gracia (v.29), no le queda otra perspectiva que el juicio y fuego vengador de Dios (v.27). Las frases no pueden ser más realistas y terribles. Notemos, sin embargo, que no se dice que la conversión sea imposible, pues, como ya dijimos al comentar 6:6, nada es capaz de atar las manos a la eficacia de la gracia divina. Lo que se quiere decir, en consonancia con la doctrina anteriormente expuesta, es que no hay más que un único verdadero sacrificio para la remisión de los pecados, que es el de Cristo (cf. 9:26; 10:14), Y si se rechaza ese sacrificio, no queda otro conque poder suplir (v.26). Que nadie crea, pues, que podrá arreglar su situación con los sacrificios de toros y machos cabríos (cf. 9:12; 10:4); sepan todos que esos sacrificios no tienen valor alguno, y, rechazado el sacrificio de Cristo, reputando por inmunda y sin valor religioso su sangre, con la que nos obtuvo la redención eterna (9:12) y sancionó la nueva alianza (9:15-18), no queda otra perspectiva que la del terrible juicio divino (v.27). Con el término juicio no parece que se aluda específicamente al juicio particular de cada uno después de la muerte o al universal, al final de los tiempos, sino, en general, al juicio de Dios en sus diferentes y sucesivas manifestaciones, que culminará en el juicio final (cf. Mat_25:31-46).
Para poner más de relieve lo terrible de la sanción en los apóstatas, el autor (v.28-29) recurre a la comparación con la antigua alianza, y dice que si allí se castigaban tan severamente las transgresiones de la Ley (cf. Deu_17:2-6), ¿qué no cabe suponer aquí? Como prueba bíblica de que Dios se reserva el tomar venganza de los pecados, se citan (? .?? ) los textos de Deu_32:35-36, alegados también por San Pablo en Rom_12:19. La frase final (v.31), a modo de epifonema, no puede ser más apta para sacudir la indolencia de los destinatarios y hacerles caer en la cuenta del peligro en que se encontraban.

Recuerdo del pasado,Rom_10:32-39.
32 Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos; 33 de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra os habéis hecho partícipes de los que así están. 34 Pues habéis tenido compasión de los presos, y recibisteis con alegría el despojo de vuestros bienes, conociendo que teníais una hacienda mejor y perdurable. 35 No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa. 36 Porque tenéis necesidad de paciencia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa. 37 Porque aun un poco de tiempo, y el que llega vendrá y no tardará. 38 Mi justo vivirá de la fe, pero no se complacerá ya mi alma en el que cobarde se oculta. 39 Pero nosotros no somos de los que se ocultan para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma.

La impresión sombría de la severa admonición anterior se endulza ahora con el recuerdo del fervor de tiempos pasados. La finalidad es la misma: estimularles a que sean constantes en la fe. No hay duda, en efecto, que recordar los días del fervor es uno de los más poderosos antídotos contra la relajación.
Si, como es probable, la comunidad a la que va dirigida la carta es la comunidad cristiana de Jerusalén o al menos íntimamente relacionada con ella, esas persecuciones e incluso pérdida de bienes a que se alude (v.32-34) serían las mencionadas en Hec_8:1-3 Y 12:1-4, a las que luego se añadirían sin duda otras. Se alaba a los destinatarios de lo bien que entonces se portaron, con qué fervor y valentía, sin miedo a perder los bienes, sabiendo que tenían en el cielo otros mejores y más duraderos. La expresión después de iluminados (v.32) alude sin duda a su conversión a la fe cristiana, cuyo momento culminante era el bautismo (cf. 6:4).
Hecho el recuerdo, les anima a que no pierdan su confianza (?·35), Y Pues necesitan de paciencia (????????? ) ante los males que les afligen para ser fieles a lo que Dios les pide (v.36), sepan que la espera hasta que retorne el Señor no será larga (v.37; cf. v.25) y, si mantienen firme su fe, tendrán fuerza suficiente para aguantar todas las pruebas (v.38). Los dos textos citados en los v.37-38 pertenecen a Isa_26:8 y Hab_2:3-4 respectivamente. Este último, citado algo libremente, lo alega también San Pablo en Rom_1:17 y Gal_3:11, a cuyos comentarios remitimos.
Con hábil y estimulante optimismo, el autor subraya al final (?·39) Que él, y lo mismo supone de sus lectores, no es de los que ocultan o disimulan su fe, caminando hacia la perdición, sino de los que perseveran firmes en ella, para salvar el alma.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



57 (D) El sacrificio de Jesús, motivo para la perseverancia (10,1-39).
(a) Los MUCHOS sacrificios y el sacrificio Único (10,1-18). 1. no teniendo la ley más que una sombra de los bienes venideros: Én este ca(-)so, el autor no está usando «sombra» como en 8,5, donde se busca la contraposición platóni(-)ca celestial-terreno, sino en el sentido de pre(-)figuración de lo que ha de venir por medio de Cristo (Col 2,17; cf. Vanhove, Prétres anciens [? 28 supra] 240). no la imagen misma: P46 lee «y la imagen», con lo cual equipara práctica(-)mente ambas cosas. Pero el significado nor(-)mal de «imagen» (eikón) es una representa(-)ción que de algún modo participa de la realidad de la que es imagen (cf. H. Kleinknecht, «Eikón», TDNT 2.388-90). Por consi(-)guiente, resulta preferible la lectura que la contrapone a «sombra». Los sacrificios anual(-)mente repetidos del día de la expiación eran incapaces de eliminar el pecado; simplemente prefiguraban el sacrificio de Jesús. 2. de ser ofrecidos: La repetición misma de los sacrifi(-)cios demuestra su impotencia. Si hubieran quitado los pecados, los que daban culto ya no habrían tenido conciencia de culpa, y los sa(-)crificios habrían cesado. El argumento es flo(-)jo y pasa por alto la objeción evidente de que esos sacrificios podrían haber expiado peca(-)dos pasados, pero nuevos pecados habrían re(-)querido ulteriores sacrificios. Se trata, sin em(-)bargo, de una mera exageración de algo que la fe del autor le asegura a éste que es verdad: el único sacrificio de Jesús ha traído la libera(-)ción de los pecados pasados (9,15), y por eso Jesús es siempre fuente de salvación (5,9); de(-)bido a su perfección, ya no resulta necesario ni posible otro sacrificio. 3-4. año tras año: Los sacrificios anuales de expiación traían a la «memoria» (anamnesis) los pecados pasados, pero no podían borrarlos. Esta declaración de incapacidad contradice la creencia expresada en Jub 5,17-18. Sin embargo, no parece que la «memoria» de los pecados signifique que el autor creyera que «los ritos cultuales traían realmente los pecados pasados al presente» (así Montefiore, Hebrews 165; de manera se(-)mejante J. Behm, «Anamnesis», TDNT 1.348-49). Para el concepto semítico de memoria, que se invoca a menudo a este respecto, véase W. Schottroff, «Gedenken» im alten Orient und im Alten Testament (Neukirchen 1964) 117-26.339-41. No está claro si el que «recuerda» los pecados es Dios o el oferente. La primera interpretación es la sugerida por 8,12, que ha(-)bla del tiempo de la nueva alianza, cuando Dios ya no recordará los pecados de su pueblo, y por la afirmación de Filón (De plant. 108) de que los sacrificios de los malvados «le traen a la memoria [a Dios]» sus pecados. Pero en ese caso el autor querría decir que todos los sacri(-)ficios, fueran ofrecidos por los arrepentidos o los impenitentes, sólo servían para recordar a Dios el pecado, y en realidad provocaban el castigo del oferente; en cambio el v. 4, lo mis(-)mo que otros textos de Heb, sólo habla de la ineficacia de estos sacrificios, y no de su ca(-)rácter positivamente perjudicial para el ofe(-)rente. es imposible que la sangre de toros y ca(-)bras quite los pecados: L. Goppelt dice de este juicio acerca del valor del culto sacrificial de Israel que «no podría haber sido más radical» (Theology [--> 42 supra] 2.256).
58 5-7. Las palabras de Sal 40,7-9a se atri(-)buyen en este pasaje al Hijo en su encarnación. La cita sigue en lo esencial a los LXX. En el v. 7b del salmo, el TM lee: «me has abierto oídos» (para oír y obedecer la voluntad de Dios). La mayoría de los mss. de los LXX contienen la lectura dada en Heb: «me has preparado un cuerpo». El significado del salmo es que Dios prefiere la obediencia al sacrificio; no es un re(-)chazo de los ritos, sino una declaración de su inferioridad relativa. Puesto que la obediencia de Jesús quedó expresada mediante la ofrenda voluntaria de su cuerpo (es decir, de sí mismo) en la muerte, la lectura del v. 7b en los LXX es especialmente aplicable a él, hasta el punto de que se ha llegado a pensar que dicha lectura tal vez fuera introducida en los LXX debido a la influencia de Heb (cf. Héring, Hebrews 88 n. 8).
8. sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacri(-)ficios por el pecado: Estos términos empleados para designar los sacrificios probablemente pretenden abarcar los cuatro tipos principales: ofrendas de paz («sacrificios»), ofrendas de ce(-)reales («oblaciones»), holocaustos y sacrificios por el pecado. Estos últimos incluyen los sacri(-)ficios de reparación (cf. Lv 5,6-7, donde en el TM se intercambian los nombres de los dos). que se ofrecen conforme a la J^ey: Esto prepara para la declaración del v. 9 de que la ley ha que(-)dado anulada a este respecto. 9. luego dice: «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Abroga lo primero para establecer lo segundo: La prefe(-)rencia de Dios por la obediencia antes que por el sacrificio se interpreta como un rechazo de los sacrificios del AT y como una sustitución de éstos por la ofrenda de sí mismo hecha por Je(-)sús. 10. en virtud de esta voluntad hemos sido consagrados: «Esta voluntad» es la voluntad de Dios, cumplida por Cristo, que ofrece en su muerte el cuerpo que Dios «preparó» para él. La ofrenda del cuerpo de Jesús significa lo mismo que el derramamiento de su sangre; ambos expresan la ofrenda total de sí mismo realiza(-)da por Cristo.
59 11. todo sacerdote está en pie desempe(-)ñando sus funciones cada día: El hecho de que el autor hable en este momento de «todo sacerdote», y no del sumo sacerdote sólo, y de que se refiera a unas funciones sacerdotales desempeñadas cada día, indica que ya no está pensando en el día de la expiación, sino en to(-)dos los ritos sacrificiales del AT. 12. pero este hombre ofreció un solo sacrificio por los peca(-)dos y se sentó para siempre a la diestra de Dios: Las posturas contrapuestas de los sacerdotes judíos de pie y Cristo sentado se han invocado con frecuencia contra la opinión de que el sacrificio de Jesús perdura en el cielo (véase el comentario a 8,2-3). Pero hay que reconocer que las diferentes imágenes utilizadas en Heb para describir las funciones de Cristo se su(-)perponen parcialmente. En esta ocasión, co(-)mo en 8,1, que Jesús esté sentado hace refe(-)rencia a su entronización. El hecho de que esté sentado como rey se contrapone a la posi(-)ción de los sacerdotes del AT, que realizan en pie su labor sacrificial constantemente repeti(-)da. ¿Se pretende decir además que la labor sa(-)crificial propia de Jesús ha concluido? La res(-)puesta a esta pregunta depende de hasta qué punto se tome en serio la tipología previa del día de la expiación utilizada para describir el sacrificio de Jesús. Excluir que la actividad sa(-)crificial sacerdotal sea un aspecto esencial de la existencia celestial de Jesús es poner en tela de juicio la razón por la que el autor habría empleado esa tipología (así sucede, p.ej., con la opinión de W. Loader [véase Sohn und Hoherpriester (-->21 supra) 182-222] de que Heb sitúa el sacrificio expiatorio de Jesús sólo en la cruz y ve su sacerdocio celestial únicamente como intercesión por su pueblo). Pero si la ti(-)pología del día de la expiación ofrece una vi(-)sión del sacrificio de Jesús a la vez terrena y celestial, ¿se puede concebir este último como algo que se está siempre consumando? Para Heb, la eternidad es una cualidad de toda rea(-)lidad celestial. A este respecto se puede recor(-)dar un comentario de Filón que, siguiendo la distinción platónica de aión como eternidad intemporal y chronos como tiempo sucesivo del mundo terreno (Quod Deus imm. 32), dice: «El verdadero nombre de la eternidad es hoy» (De fuga et inv. 57). No se puede dudar de que la posición de sentado de Jesús es una alusión a Sal 110,1 (cf. 1,3; 8,1; 12,2). W. Stott lo compara con lo que David hizo al sentarse y orar ante el Señor (2 Sm 7,18), lo cual signifi(-)caría que Jesús está ahora «reclamando el cumplimiento de las promesas de la alianza a su descendencia» (NTS 9 [1962-63] 62-67). Pe(-)ro si el autor hubiera pretendido establecer esa comparación, resulta extraño que, pese a todo cuanto tiene que decir sobre la actividad celestial de Jesús, no haya ni una sola alusión inequívoca a ese texto de 2 Sm. 13. esperando: El tiempo que media entre la entronización de Jesús y la parusía se describe con una alusión a Sal 110,1 b. A diferencia de Pablo, el autor no indica quiénes son, a su entender, los enemi(-)gos que todavía han de quedar sometidos a Cristo (1 Cor 15,24-26). 14. mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los consagrados: Mediante la limpieza de sus conciencias para que puedan dar culto al Dios vivo (9,14), Jesús ha dado a sus seguidores ac(-)ceso al Padre; éstos participan de la consagra(-)ción sacerdotal de él (véase el comentario a 2,10-11). 15-17. Lo que se ha dicho queda aho(-)ra confirmado por el testimonio de la Escritu(-)ra («el Espíritu Santo»; véase el comentario a 3,7) . El texto citado es un pasaje de la profecía de Jr 31,31-34 relativa a la nueva alianza y usada ya en 8,8-12. Las dos citas son ligera(-)mente diferentes en los versículos en que coin(-)ciden, pero las variantes no afectan al signifi(-)cado. 18. donde hay perdón de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado: Esta con(-)clusión se saca de las últimas palabras de la profecía, donde se dice que Dios no recordará ya los pecados. No se recordarán ya porque habrán sido perdonados. Esto se ha cumplido mediante el sacrificio de Jesús; ahora ya no hay más oblación por el pecado. W. G. Johnsson se opone a la trad. de la palabra gr. aphesis por «perdón», pues sostiene que éste «es una categoría ajena al esquema conceptual de Hebreos» (ExpTim 89 [1977-78] 104-08; contra esto, véase L. Goppelt, Theology [-->42 supra] 2.57).

60 (b) Confianza, juicio, recordatorio del PASADO (10,19-39). 19. confianza para entrar en el santuario: cf. 3,6; 4,16; 6,19-20. 20. este ca(-)mino nuevo y vivo, abierto por él para nosotros: El gr. enkainizo, «abrir», también puede signi(-)ficar «inaugurar» o «dedicar» (cf. 9,18; 1 Re 8,63). a través del velo, es decir, de su carne: Vé(-)ase el comentario a 9,11. La carne de Cristo no es el medio para acceder al santuario, sino, co(-)mo el velo puesto delante del Santo de los san(-)tos, un obstáculo para la entrada en él (Kuss, Hebraer 155). Conviene advertir que el autor no habla del «cuerpo» de Cristo, sino de su «car(-)ne». Se ha de aceptar la opinión de E. Kásemann sobre el significado peyorativo de ésta (Wandering [-> 8 supra] 225-26); véanse tam(-)bién los comentarios a 2,14; 5,7; 9,13. Puede que haya relación entre este texto y la rasgadu(-)ra del velo del templo a la muerte de Cristo (Mc 15,38) . Para una interpretación diferente del versículo, véase O. Hofius, «Inkamation und Opfertod Jesu nach Hebr 10,19f», Der Ruf Jesu (Fest. J. Jeremías, ed. C. Burchard et al., Gotinga 1970) 132-41. 21. la casa de Dios: La co(-)munidad cristiana (cf. 3,6). 22. con corazones asperjados [limpios] de mala conciencia y cuer(-)pos lavados con agua pura: La aspersión es una denominación metafórica de la fuerza purificadora del sacrificio de Cristo. Mientras que la aspersión ritual judía hecha con agua lustral producía sólo una pureza exterior (9,13), quie(-)nes han sido asperjados con la sangre de Cris(-)to están limpios en lo tocante a la conciencia (9,14) . «Lavados con agua pura» probablemen(-)te hace referencia al bautismo (cf. 1 Cor 6,11; Tit 3,5). 23. la confesión de la esperanza: Esto probablemente denota la confesión hecha en el bautismo (véase el comentario a 3,1). 24. para estímulo mutuo de la caridad y las buenas obras: La mención de la caridad en este versículo tal vez se buscara para completar la tríada fe (v. 22), esperanza (v. 23) y caridad (así Westcott, Hebrews 322). 25. nuestra asamblea: Probable(-)mente, la reunión de la comunidad para el cul(-)to. Puede que el abandono de tales reuniones se debiera al temor a la persecución, pero es más probable que fuera simplemente una ma(-)nifestación más de ese decaimiento del fervor que rayaba casi en la apostasía y contra el cual arremete Heb. El autor ve la asamblea como una situación particularmente apropiada para la estimulación de la caridad y para el aliento mutuo, el día: La parusía; cf. Rom 13,12; 1 Cor 3,13.
61 26. si voluntariamente pecamos: Se ha(-)ce referencia al pecado de apostasía, como que(-)da claro por el v. 29 (cf. 3,12). Las reflexiones del autor sobre las consecuencias de ese peca(-)do se asemejan a 6,4-8. 28. si alguno abandona la ley de Moisés es condenado a muerte sin com(-)pasión, por la declaración de dos o tres testigos: El «abandono» de la ley en el que se piensa no es, evidentemente, cualquier pecado contra ella, sino la idolatría, por la cual se imponía la pena de muerte, siempre y cuando pudieran dar testimonio de ella dos o tres testigos (Dt 17,2-7). 32. tras haber sido iluminados: Véase el comentario a 6,4. Es difícil determinar de qué persecución habla el autor aquí y en los vv. 33-34 (--> 5 supra). 37-38. En este punto, el autor cita un texto del AT para apoyar lo que acaba de decir. Utiliza Hab 2,3-4 introduciéndolo me(-)diante una breve cita de Is 26,20, «un poco, muy poco tiempo». La cita de Hab es casi idén(-)tica al texto del códice Alejandrino de los LXX, pero el autor invierte el primer verso y el se(-)gundo del v. 4. «El que ha de venir» es Jesús; su venida es la parusía, que ahora es sólo cuestión de «un poco, muy poco tiempo». Mientras tan(-)to, el justo debe vivir por la fe, aguardando el regreso de Cristo. Si pierde la fe y se echa atrás, incurrirá en el desagrado de Dios. El texto de Hab fue usado en Qumrán en referencia a la li(-)beración de quienes tenían fe en el Maestro de justicia (lQpHab 8,1-3) y fue utilizado por Pa(-)blo como argumento del AT en favor de la jus(-)tificación por la fe y no por las obras (Rom 1, 17; Gál 3,11). No existe certeza sobre el mo(-)do en que el autor entiende la palabra «fe» (gr. pistis) en su cita del texto de Hab (véase J. A. Fitzmyer, TAG 235-246). Puede que quiera de(-)cir «fidelidad», pero a la vista de lo que dice so(-)bre la pistis en el capítulo siguiente, «fidelidad» no puede ser aquí su único ni tampoco su prin(-)cipal significado. 39. tenemos fe y poseeremos la vida: Como en 6,9-12, tras una advertencia el autor pronuncia unas palabras de aliento.

Comentario de Santo Toms de Aquino


Lección: Hebreos 10,26-31
Para que no caigan en saco roto sus consejos, amenaza a los prevaricadores con que ya no tendrán víctima que ofrecer por sus pecados, y los aterra con el horror del juicio futuro.26 Porque si pecamos a sabiendas, después de haber reconocido la verdad, ya no nos queda hostia que ofrecer por los pecados,27 sino una horrenda expectación del juicio y del fuego abrasador, que ha de devorar a los enemigos de Dios.28 Uno que prevarique contra la Ley de Moisés, siéndole probado con dos o tres testigos, es condenado a muerte sin remisión;29 pues, ¿cuánto más acerbos suplicios, si lo pensáis, merecerá aquel que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del testamento, por la cual fue santificado, y ultrajare al Espíritu Santo, autor de la gracia?30 Pues bien conocemos quién es el que dijo: a Mí está reservada la venganza, y Yo soy el que la ha de tomar. Y también: el Señor ha de juzgar a su pueblo.31 ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!Luego de haber enaltecido la excelencia del sacerdocio de Cristo, exhortado a que por fe y caridad le estemos unidos, prueba aquí el Apóstol por la razón su exhortación; y esto de dos maneras: primero, aterrando; después, destilando la dulzura de su suavidad: "traed a la memoria aquellos primeros días". Acerca de lo primero atérralos, para que observen sus consejos, con la expectación del juicio y la remoción del remedio.Dice pues: "porque si pecamos a sabiendas...", que se explica de dos modos:1) según la Glosa, que parece haber diferencia entre los pecadores voluntarios y los querientes, de suerte que el pecado de éstos consiste en que, como arrastrados por la pasión, consienten en un pecado en que no habían pensado;2) el de los voluntarios, en cambio, en que pecan, no de ignorancia o flaqueza, sino de ciencia y malicia, cuya voluntad es tan propensa al pecado, que, no bien llega a tocar, al punto déjale entrar. "Ninguno hay que haga penitencia de su pecado, diciendo: ¿qué es lo que he hecho? Al contrario, todos han vuelto a tomar la carrera de sus vicios, como caballo que a rienda suelta corre a la batalla" (Jr 8,6); "que se gozan en el mal que han hecho y hacen gala de su maldad" (Pr. 2,14). Luego "pecadores a sabiendas" quiere decir los que de su voluntad están de asiento en el pecado.Y añade, cargando las tiritas: "después de haber reconocido la verdad"; "por lo que mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que, después de conocido, abandonar la Ley santa que se les había dado" (2Pe 2,21).-"ya no nos queda hostia que ofrecer por los pecados", esto es, la que Cristo ofreció, para el perdón de los pecados, ya no nos aprovecha, pues sólo se les perdonan a quienes de ellos se arrepienten. "Esta es la sangre del nuevo testamento, que será derramada por muchos", es a saber, eficazmente (Mt 26). Mas de los malos se dice: "en vano me he fatigado; sin motivo y en balde he consumido mis fuerzas" (Is 49,4); "faltó el fuelle, el plomo se ha consumido en el fuego, inútilmente derritió los metales en el crisol el fundidor; pues que no han sido consumidas las maldades de aquéllos. Llamadlos plata espuria; porque el Señor ya los ha reprobado" (Jr 6,29).Mas, según la intención del Apóstol, puede interpretarse esto en mejor sentido, pues, como dice San Agustín, el libre albedrío tiene muchos estados; y así, en el estado foráneo de la gracia y antes de ser reparado por ella, no está en nuestra mano pecar o no mortalmente, y esto por el fin preconcebido y ei hábito inclinado; lo cual es verdad en lo que mira a un largo espacio de tiempo; mas, por un momento y obrando sobre pensado, podemos evitar este o aquel pecado.Luego de reparado, sí está en mano del hombre evitar el pecado, el mortal en general, en particular el venial, no del todo y en total, y esto gracias al auxilio de la gracia salvante. Por eso dice: "porque si pecamos a sabiendas, después de haber reconocido la verdad", esto es, después de haber recibido la gracia, por la que venimos en conocimiento del pecado, pues sin ese conocimiento Dios no nos imputa el pecado. De ahí ese modo de hablar de Dios como si ignorase el pecado, porque no nos lo imputa. Pero después, "ya no nos queda hostia que ofrecer"; pues antes de la reparación, hecha por Cristo, quedaba en esperanza esta hostia, que ya no se espera, porque no muere dos veces, así como ni otro bautismo después de recibido el primero.-"sino una horrenda expectación del juicio". Atérralos con la espera del juicio y añade por qué. Díjose que ya no nos queda hostia que ofrecer. Entonces, ¿qué? Lo que arriba se dijo, que después de morir se sigue el juicio (He 1X; Job XIX). La expectación de este juicio es terrible en sumo grado, ya por la conciencia de pecados (muchos y graves) (St. 3), ya por la imperfección de nuestras obras santas, todas ellas "como un sucio y hediondo trapo" (Is 64; Salmo 1 18; Ha. 3).Es congojosa y aflictiva; de ahí que diga: "y fuego abrasador", esto es, la pena del fuego, que se inflige por celo y emulación de la divina justicia (Ex. 20). El celo es el amor del esposo; y así como el esposo no perdona a la mala esposa, tampoco Dios al alma pecadora. "Los celos y el furor del marido no le perdonarán en hallando coyuntura de venganza" (Pr. 6,34),-"que ha de devorar a los enemigos". "Fuego avanza delante de El, y abrasa en derredor a sus enemigos" (Sal 96,3), porque el fuego que vendrá de avanzada delante del Juez reducirá a cenizas los cuerpos de los vivos, y dará con los reprobos en el infierno; y consumirá sus cuerpos, no aniquilándolos, sino sin tregua atormentándolos.-"Uno que prevarique contra la Ley de Moisés". Prueba lo que había dicho del terror del juicio, por un argumento de menor a mayor y por autoridad. El primero lo toma de la Ley, pues tanto a mayor pena acreedor es uno, cuanto despreciador de cosa más sagrada. No siendo, pues,, el Antiguo Testamento tan santo como el Nuevo, y castigándose con tanta severidad a su transgresor, luego al del Nuevo habrá que castigarlo con mayor rigor.Acerca de este argumento, pone lo que se hacía en el Antiguo Testamento y lo que habrá de hacerse en el Nuevo. Respecto del Antiguo pone la culpa y la pena; la culpa al decir: "uno que prevarique la Ley de Moisés". 1rrito o nulo dícese lo que no consigue su debido fin; y la ley, no sólo la antigua, sino cualquier otra, dase para inducir al hombre a la virtud y apartarlo del vicio. Por consiguiente, el transgresor de la ley, y dado a los vicios, cuanto es de su parte, invalida la ley (Mt XV; Gn. 17).La pena la señala diciendo: "es condenado a muerte sin remisión" (Dt. 19). Mas ¿por ventura la ley de Dios excluye la misericordia? Es cierto que no (Os. 6). Respondo: hay su diferencia entre misericordia, perdón y clemencia; porque hay misericordia cuando el hombre muévese a mitigar el castigo, por cierta pasión del alma y del corazón, y esto a veces es contra la justicia y estorba su efecto. La venia o perdón, cuando en gracia de una utilidad pública, afloja un poco en la pena debida. Clemencia es aflojar no sólo un poco en la pena, sino juzgar benignamente la culpa. Estas dos últimas no están prohibidas, mas sí la misericordia al modo dicho, porque va contra la justicia y trastorna el orden.Muere, pues, "siéndole probado con dos o tres testigos", convencido de su delito (Dt. 17). La causa de fijar la ley el número de testigos es, en sentir de San Agustín, para indicar con eso la firmeza de la verdad, que está en la Sma. Trinidad; ni hace al caso que se nombren dos personas o tres, porque en las dos siempre se sobreentiende la tercera, es a saber, el Espíritu Santo, que los enlaza a entrambos. Esta es una razón mística, mas la literal estriba en la naturaleza del juicio; donde uno afirma y otro niega no ha de darse más crédito a uno que a otro, pero sí a la multitud, que en llegando a tres empieza a serlo; por lo cual, basta que con el fiscal o acusador sean dos; a mayor abundamiento se añade el tercero.-"pues, ¿cuánto más acerbos suplicios merecerá aquél...?" Pónese lo que mira al Nuevo Testamento cuanto a culpa y pena. Puesto que en el Nuevo Testamento el que predica es Cristo, quien se desmanda contra El es castigado con mayor rigor. "Por tanto, os digo que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas que vosotros en el día del juicio" (Mt XI,22). Mas ¿por ventura lo pasa peor el pecador cristiano que el infiel? Porque si así fuese, mejor sería que todos fuesen infieles.Respondo que hay de infieles a infieles; una cosa es de los que desprecian la fe, porque éstos propiamente son los que la ponen debajo del pie; y otra de los que no la profesan por no haber oído hablar de ella, y a éstos no se les imputa el pecado de infidelidad; mas el que habiéndola oído la desprecia es castigado con mayor rigor, por ser el de la infidelidad, de los pecados, el mayor. Así que si comparamos a un cristiano con un judío que no desprecia la fe, y uno y otro son adúlteros, lo escotará a mayor costa el cristiano, pues sobre ser adúltero es más ingrato. Pero ¿acaso en general es verdad que el mismo pecado en especie es siempre con mayor pena en el más alto castigado?Respondo que de pecar hay dos modos: uno a hurto y como por sorpresa; y así, el dado a cosas divinas si peca casi obligado, menos será castigado (II Cr. 20; Salmo 36); mas quien peca a rienda suelta comete mayor pecado, pues, de más alto el estado, el menosprecio es más grave; y de ésos habla aquí, de los que son más ingratos.Por lo que mira a la culpa, dice: "aquel que hollare al Hijo de Dios". Es de advertir que el Apóstol tasa la gravedad de la culpa de los que pecan en el Nuevo Testamento por los beneficios hechos por Dios en él, y el beneficio máximo y mas precioso que Dios nos ha hecho es habernos dado a su Hijo unigénito (2Pe 1); dionos también al Espíritu Santo (Joel 2; Rm 5). Así que la ingratitud, por tanto que El nos ha dado, agrava nuestro pecado y lo aumenta en magnitud.Tocante a la ingratitud, por la dádiva del Hijo, dos cosas hay que considerar y ponderar, conviene a saber, el misterio de la Encarnación en que se nos dio (Is 9) y el sacramento de la Pasión en que por nosotros se ofreció (He 6); por tanto, cuanto a lo primero, dice: "aquel que al Hijo de Dios", esto es, encarnado por nosotros, "hollare" o despreciare, no creyendo que la fe del Hijo de Dios sea suficiente para salvarse, como los que guardaban las observancias legales, "ante cuyos ojos fue ya representado Jesucristo como crucificado" (Sa. 3); ni obedeciendo a sus mandamientos ni viviendo según su doctrina (I S. X).Cuanto a lo segundo, dice: "y la sangre del testamento", esto es, la sangre que sella el Nuevo Testamento ¡Mt 26) "tuviere por inmunda", quiere decir, la juzgase a tal grado inmunda que no pudiese purificar, como el manchado no quita en sí las manchas; porque "una persona sucia ¿a qué otra limpiará?" (Sir 34,4; como si dijera: a nadie, esto es, si atendemos a que la purificación se hacía solamente por sangre de animales.Asimismo la tiene por inmunda el que, lavado en el bautismo por virtud suya, peca tornando al vómito (Ap. i). Por eso dice: "en la cual fue santificado", esto es, por la cual (2Co 6; Mal. 1).Otrosí, puede decirse que tiene la sangre de Cristo por inmunda el que peca después de otros sacramentos; y ta! pecado a tal estado llega que se agrava por el desprecio al Espíritu Santo. Por eso dice: "y ultrajare al Espíritu Santo, autor de la gracia", esto es, significa ei baldón que le infiere el que no cree que la gracia del Espíritu Santo sea dada por Cristo, como lo trae San Juan: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador" (14), que sin necesidad de observancias legales baste y sobre para salvarse, es a saber, que no atribuya la remisión de los pecados a la observancia de la Ley.O digamos que "pisotea a Cristo" quien libremente y sin ningún temor "contamina la sangre de Cristo"; quien indignamente la toma y abusa del Espíritu dado de gracia (Ep 2); y hace gravísima injuria y contumelia a Cristo el que de sí lo arroja por el pecado. Se ofenderá o será castigado, esto es, expulsado, "por la iniquidad que sobrevenga" ¡Sg 1,5; Ep 4; 1Ts 5).-"Pues bien conocemos quién es el que dijo: a Mí está reservada la venganza". Prueba lo que dijo por autoridades, y concluye de ahí que "es cosa horrenda caer en manos del Dios vivo". Dice pues: bien conocemos quién es el que dijo (Dt. 32, según otro texto) "a Mí está reservada la venganza". Nuestro texto dice: mía es la venganza. Y ¿te la tomarás? Sí, "les daré su merecido". Pero, al contrario, si Dios se reserva la venganza, ¿por qué la ejecutan los jueces? Respondo con lo que el Apóstol: que "el juez es ministro de Dios" (Rm 13) y, por tanto, no juzga por propia autoridad, sino de Dios.La segunda autoridad está tomada de ahí mismo: "el Señor ha de juzgar a su pueblo". Si a su pueblo, con mayor razón a sus enemigos (1Pe 4); o por pueblo querrá decir los que no menosprecian su fe, porque los infieles serán condenados y no juzgados con juicio de discusión; ya que en el juicio, como dice San Gregorio, intervendrán 4 clases de personas: unas, que no serán juzgadas, sino juzgarán y se salvarán, conviene a saber, les Apóstoles y los apostólicos varones. Otras, que serán juzgadas y se salvarán, como los buenos en docena. Otras, que serán juzgadas y condenadas, como los fieles malos. Otras, que no serán juzgadas, pero sí condenadas, corno todos los infieles.-"Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo". Saca la conclusión: puesto que Dios, que juzgará a su pueblo, se reserva la venganza, "horrenda cosa es caer en sus manos"; pues, cuanto el juez es más justo y poderoso, tanto es más de temer (llegando al coso) (Sal Vj. Luego horrenda cosa es caer en sus manos (Dn. 13; Sir 2). David, por el contrario, prefirió mejor caer en manos de Dios que en manos de los hombres.Respondo que el hombre peca ofendiendo al hombre y ofendiendo a Dios. Según esto, mejor es caer en manos del hombre ofendido que de Dios ofendido; o digamos que es mejor, para un pecador desvergonzado, caer en manos del hombre, mas para un pecador que se arrepiente, mejor en manos de Dios, que fue el partido que escogió David. O también que, en tanto no llega el juicio, no es cosa horrenda caer en manos de Dios, que juzga benignamente mientras es padre de misericordias; pero después del juicio, cosa horrenda será cuando, como Dios de las venganzas, las justicias juzgará; que ahora, como si se viese rodeado de las flaquezas, que un tiempo conoció por experiencia, de compasión que nos tiene, misericordia previene en el juicio que nos da.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Un llamado a perseverar en los beneficios del nuevo pacto

Esta sección concluye la principal división de Heb. que comenzó con el llamado de 5:11-6:20. Después de varios capítulos de complejos argumentos doctrinales, el autor desarrolla las implicaciones prácticas, repitiendo algunas de las advertencias y alientos dados previamente. Un vínculo estrecho entre la buena teología y una fiel vida cristiana se demuestra de esa manera. La base para nuestra plena confianza como cristianos está en el hecho de que tenemos acceso al lugar santísimo por la muerte de Jesús, y porque él reina como sumo sacerdote sobre la casa de Dios. Esto debe inspirarnos para acercarnos a Dios con la fe de quien asume las promesas del nuevo pacto seriamente, reteniendo firme la confesión de la esperanza sin vacilación, y considerando cómo es mejor que nos estimulemos los unos a los otros al amor y a las buenas obras.

La advertencia que sigue (vv. 26-31) se compara en muchas formas con la enseñanza de 6:4-6 sobre el pecado de apostasía. El argumento de cuánto mayor también recuerda 2:1-5. Si aquellos que rechazaron la ley de Moisés experimentaron el juicio de Dios, ¿cuánto más severamente deben ser castigados los que rechazan al Hijo de Dios y las bendiciones del nuevo pacto? Su sacrificio único provee una sola base para el perdón. Abandonarla es abandonar toda esperanza de salvación. Sin embargo, como en el cap. 6, la advertencia es seguida por el aliento a perseverar (vv. 32-39). Se recuerda a los lectores de los reproches, tribulaciones y conflictos que soportaron poco después de haber llegado a ser cristianos. La confianza que demostraron en ese tiempo y el cuidado que expresaron los unos por los otros debe mantenerse. Con una cita que combina Isa. 26:20 y Hab. 2:2, 3, el autor subraya la necesidad de una fe perseverante, de modo que podamos recibir lo que Dios ha prometido. Esto nos prepara para el desarrollo del tema de la fe y la perseverancia en la siguiente sección principal del argumento (11:1-12:13).

19-21 Estos versículos resumen en términos muy simples el argumento doctrinal de los cap. 7-10. Hay dos cosas que tenemos como hermanos cristianos y sobre la base de ello el autor hace el triple encargo de 10:22-25. En primer lugar, tenemos confianza para entrar al lugar santísimo por la sangre de Jesús. La palabra traducida confianza se encuentra en cuatro contextos importantes en Heb. (3:6; 4:16; 10:19; 10:35). Dios nos da esa confianza por medio del evangelio. Fundamentalmente, es la confianza para entrar al lugar santísimo, basada en el sacrificio único de Jesús (por la sangre de Jesús). Hay una íntima relación entre la entrada de Cristo en el santuario celestial y la nuestra (cf. 4:14-16; 6:19, 20). El abrió un camino nuevo y vivo para que nosotros lleguemos a la presencia de Dios, a través del velo (es decir, su cuerpo) (lit. su carne). El velo en el tabernáculo terrenal era el medio de acceso al lugar santísimo para el sumo sacerdote. Hablando metafóricamente, la muerte en sacrificio de Jesús era el velo o medio de acceso al santuario celestial para él y para todos los que confían en él. La segunda cosa que tenemos como hermanos cristianos es un gran sacerdote sobre la casa de Dios. De acuerdo con 3:6, es claro que la casa de Dios significa el pueblo de Dios. Nuestro gran sacerdote hace posible que nos acerquemos a Dios en forma conjunta y que compartamos la esperanza de vivir para siempre en su presencia (cf. vv. 22, 23). Pero esta alusión a nuestra experiencia común como cristianos significa también que tenemos responsabilidades los unos con los otros (cf. vv. 24, 25).

22-25 En esos versículos hay tres exhortaciones que muestran cómo debemos responder a las grandes verdades doctrinales de los capítulos anteriores. En gr. están en el tiempo presente, lo que indica que hemos de expresar continuamente la fe (v. 22), la esperanza (v. 23) y el amor (v. 24). El llamado a acercarnos a Dios con corazón sincero, en plena certidumbre de fe recuerda específicamente 4:16 y la enseñanza del autor en forma más general sobre el acercarnos a Dios por medio de Jesucristo (ver notas sobre 7:25). Debemos gozarnos de los beneficios de este sacrificio y el reinado celestial orando con confianza por misericordia y socorro en tiempo de necesidad. Un corazón sincero, en plena certidumbre de fe, es un corazón que demuestra plena confianza y devoción, cumpliendo la promesa de un nuevo corazón para el pueblo de Dios en Jer. 31:33 y Eze. 36:26, 27. Lo que hace que esto sea posible es tener purificados los corazones de mala conciencia. La instalación del antiguo pacto estuvo asociada por el rociamiento con sangre de los israelitas (9:18-20). La sangre de Jesús fue derramada para inaugurar el nuevo pacto y se aplica a nuestros corazones para limpiar nuestras conciencias de pecado cuando creemos en el evangelio y ponemos nuestra confianza en su sacrificio por la expiación de nuestros pecados (cf. 9:13, 14). La expresión lavados los cuerpos con agua pura posiblemente es una referencia al bautismo como señal externa del rociamiento de nuestros corazones.

El llamado a retener firme la confesión de la esperanza sin vacilación recuerda 4:14. Es un recordatorio de nuestra salvación que aún ha de ser plenamente realizada (cf. 4:1; 9:28; 10:37-39; 13:14), y de que nuestras vidas deben ser controladas por la esperanza que proclamamos. La relación entre fe y esperanza será analizada en el cap. 11. La base para mantener una confesión de esperanza es porque fiel es el que lo ha prometido.

El tercer llamado de este párrafo es a considerarnos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. Desde que compartimos, como hermanos cristianos, los beneficios de la obra de Cristo como sumo sacerdote, tenemos una responsabilidad de ministrarnos los unos a los otros en amor (cf. 2:12, 13; 12:15, 16). Dos cláusulas en el v. 25 explican cómo podemos provocarnos unos a otros a una vida piadosa. En sentido negativo, podemos cuidarnos unos a otros al no dejar de congregarnos. El autor usa un término para esas reuniones (gr. episynagoge, asamblea) que es paralelo en sentido a iglesia y sugiere una reunión formal de algún tipo. Algunos pocos de ellos tienen por costumbre el descuido de esa responsabilidad. La advertencia sobre la apostasía que sigue (vv. 26-39) implica que aquellos que deliberada y persistentemente abandonan la comunidad de los creyentes cristianos están en peligro de abandonar al mismo Señor. En sentido positivo, podemos animarnos unos a otros al amor y a las buenas obras por reunirnos para estimularnos. Como en 3:13, tal estímulo se entiende mejor como involucrando una forma de exhortación basada en la Escritura, siguiendo el ejemplo del mismo autor en su palabra de exhortación (13:22). La urgencia de esto es subrayada por una alusión a la proximidad del retorno de Cristo y el juicio final (con mayor razón cuando veis que el día se acerca).

26-28 Estos versículos tratan la alusión al juicio de Dios al fin del v. 25 y desarrollan la advertencia sobre la rebelión contra Dios que se encuentra en los pasajes anteriores (cf. 2:1-4; 3:7-4:11; 6:4-8). La declaración sobre si pecamos (BA, si continuamos pecando) voluntariamente señala el sentido del participio presente (pecando en gr.). Sin embargo, sería un error pensar que esto se refiere sólo a la conducta pecaminosa que es tan evidente en nuestras vidas. El contexto y el paralelo con pasajes previos indican que el autor tiene en vista el pecado específico de la apostasía o continuo rechazo de Cristo. Si, por medio del evangelio, hay personas que han recibido el conocimiento de la verdad y luego dan la espalda a esa verdad, ya no queda más sacrificio por el pecado. No hay un camino alternativo para el perdón y la aceptación de Dios fuera de la muerte de su Hijo. Abandonar ese sacrificio, hecho una vez para siempre, es abandonar toda esperanza de salvación. Todo lo que queda para tales personas es una horrenda expectativa de juicio y de fuego ardiente que ha de devorar a los adversarios de Dios. ¡Su destino es el mismo que el de aquellos que nunca se han vuelto a Cristo o que se oponen activamente al evangelio! Aun bajo el primer pacto, cualquiera que ha desechado la ley de Moisés en una rebelión deliberada ha de morir sin compasión por el testimonio de dos o tres testigos (Deut. 17:2-7). ¿Cuánto más severamente debe ser castigado alguien que renuncia y se opone a las provisiones del nuevo pacto?

29-31 La horrible naturaleza de la apostasía se describe en tres cláusulas paralelas. La persona que se aleja de Cristo de hecho ha pisoteado al Hijo de Dios, tratándole con desprecio al negar su propia naturaleza e identidad. Una persona así también ha considerado de poca importancia la sangre del pacto por la cual fue santificado. La muerte de Cristo inaugura las bendiciones del nuevo pacto y nos lleva a una relación santificada o santa con Dios (cf. 10:10; 13:12). Abandonar esa relación es tratar la sangre de Cristo como algo impuro (gr. koinon, común, impuro; ver la nota de la RVA) y no como medio sagrado y elegido por Dios para alcanzar nuestra salvación. La persona que se aparta de Cristo también ha ultrajado al Espíritu de gracia. El Espíritu de Dios nos lleva a confiar en la gracia de Dios y a aferrarnos a los beneficios de la obra de Cristo por nosotros (cf. 6:4, 5). El Espíritu también distribuye los dones de la gracia de Dios, confirmando la verdad del evangelio (cf. 2:4). Lo inevitable del castigo que espera a los cristianos apóstatas se sugiere entonces por dos citas del AT. El papel de Dios es el de venganza o retribución por el pecado de cualquier tipo (Deut. 32:35). Pero Dios ha revelado específicamente que él juzgará a su pueblo (cf. Deut. 32:36), vindicando lo verdadero por medio de la remoción de lo falso. Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo cuando él está actuando como tal en el juicio.

32-34 Como en el cap. 6, una severa advertencia es seguida por palabras de aliento y esperanza. Aquí se nos dan algunas visiones valiosas sobre la experiencia de los primeros lectores, no mucho después de su conversión (después de haber sido iluminados). Son llamados a recordar lo que habían soportado (gr. hypemeinate). En el v. 36 y en 12:1, 2, 3, 7 se usan palabras similares para enfatizar la necesidad de una perseverancia continua. Su experiencia en la persecución se describe con una metáfora deportiva: fue un gran conflicto y aflicciones (cf. 12:1-13). Sufrieron ellos mismos al ser hechos espectáculo público con reproches y tribulaciones, y compartieron con el sufrimiento de otros, manteniéndose como compañeros de los que han estado en tal situación. En la Introducción se planteó el argumento de que esa persecución, que no incluyó el derramamiento de sangre (12:4), podía estar relacionada con los problemas en Roma cuando Claudio llegó a ser emperador. Su simpatía con los que estaban presos y su gozosa aceptación del despojo de sus posesiones se hizo posible por su certeza sobre las promesas de Dios. Ellos sabían que Jesús había hecho posible que heredaran una posesión mejor y perdurable (cf. 13:14) y esto controlaba su pensamiento sobre el presente y sus valores.

35, 36 Este recuerdo de su fe, esperanza y amor en los primeros días llega a ser la base para un llamado: no desechéis, pues, vuestra confianza. La confianza en un acceso libre y abierto a Dios que es dada por la sangre de Jesús (v. 19; cf. 4:16) y que debe ser mantenida y expresada abiertamente (3:6; cf. 4:14; 10:23). La confianza en Dios demostrada previamente por los lectores no debe ser abandonada o descartada libremente, sin importar las dificultades que ahora estaban enfrentando. Será recompensada ricamente (cf. 6:10). La salvación no depende del esfuerzo humano, dado que es totalmente una obra de Dios. Pero mientras que la salvación siga siendo una promesa, necesitamos la perseverancia en la fe a fin de cumplir la voluntad de Dios y obtener lo prometido.

37-39 Un aliento especial a perseverar en la fe se encuentra en la seguridad de que Cristo volverá y no tardará en cumplir su plan salvador. El autor cita de Hab. 2:3, 4 en una forma que depende de la traducción gr. del AT (la LXX). Esa versión hace que el sujeto sea una persona, más bien que una visión o revelación como en el texto heb. y en nuestras traducciones. En Heb. se implica que Jesucristo es el que vendrá y no tardará. Las palabras introductoras (Aun un poco, en un poco más) que probablemente provienen de Isa. 26:20, enfatizan ese punto y sugieren que los lectores tenían un problema en cuanto a la necesidad de esperar pacientemente el regreso de Cristo. Esto habría sido especialmente el caso si estaban viendo más persecución y sufrimiento en el horizonte. El autor también ha traspuesto el orden de las cláusulas en Hab. 2:4 para que quedara claro que la persona que vive por la fe (mi justo), más bien que aquel que ha de venir, pueda ser tentado a retroceder. Dios no se agradará con el que se vuelve atrás en incredulidad: será destruido en el juicio venidero. Sin embargo, el autor termina el capítulo con una nota positiva sugiriendo que sus lectores están entre aquellos que tienen fe para la preservación del alma.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter X.

1 The weakenesse of the Law sacrifices. 10 The sacrifice of Christs body once offered, 14 for euer, hath taken away sinnes. 19 An exhortation to hold fast the faith, with patience and thankesgiuing.
1 For the Law hauing a shadow of good things to come, and not the very Image of the things, can neuer with those sacrifices which they offered yeere by yeere continually, make the commers thereunto perfect:
2 For then would they not haue ceased to be offered, because that the worshippers once purged, should haue had no more conscience of sinnes?
3 But in those sacrifices there is a remembrance againe made of sinnes euery yeere.
4 For it is not possible that the blood of Bulles and of Goats, should take away sinnes.
5 Wherefore when hee commeth into the world, he saith, Sacrifice and offering thou wouldest not, but a body hast thou [ Or, thou hast fitted me.] prepared mee:
6 In burnt offerings, and sacrifices for sinne thou hast had no pleasure:
7 Then said I, Loe, I come. (In the volume of the booke it is written of me) to doe thy will, O God.
8 Aboue when hee said, Sacrifice, and offering, and burnt offerings, and offering for sinne thou wouldest not, neither hadst pleasure therein, which are offered by the Law:
9 Then said he, Loe, I come to doe thy will (O God:) He taketh away the first, that he may establish the second.
10 By the which will wee are sanctified, through the offering of the body of Iesus Christ once for all.
11 And euery Priest standeth dayly ministring and offering oftentimes the same sacrifices which can neuer take away sinnes.

[The liuing way.]

12 But this man after he had offered one sacrifice for sinnes for euer, sate downe on the right hand of God,
13 From henceforth expecting till his enemies be made his footstoole.
14 For by one offering hee hath perfected for euer them that are sanctified.
15 Whereof the holy Ghost also is a witnesse to vs: for after that he had said before,
16 This is the Couenant that I wil make with them after those dayes, saith the Lord: I will [ Jer_31:33 .] put my Lawes into their hearts, and in their mindes will I write them:
17 And their sinnes and iniquities will I remember no more.
18 Now, where remission of these is, there is no more offering for sinne.
19 Hauing therefore, brethren, [ Or, libertie.] boldnesse to enter into the Holiest by the blood of Iesus,
20 By a new and liuing way which hee hath [ Or, new made.] consecrated for vs, through the vaile, that is to say, His flesh:
21 And hauing an high Priest ouer the house of God:
22 Let vs drawe neere with a true heart in full assurance of faith, hauing our hearts sprinkled from an euill conscience, and our bodies washed with pure water.
23 Let vs hold fast the profession of our faith without wauering (for he is faithfull that promised)
24 And let vs consider one another to prouoke vnto loue, and to good workes:
25 Not forsaking the assembling of our selues together, as the manner of some is: but exhorting one another, and so much the more, as ye see the day approching.
26 For if we sinne wilfully after that we haue receiued the knowledge of the trueth, there remaineth no more sacrifice for sinnes,
27 But a certaine fearefull looking for of iudgement, and fiery indignation, which shall deuoure the aduersaries.
28 Hee that despised Moses Lawe, died without mercy, vnder two or three witnesses.
29 Of how much sorer punishment suppose ye, shall hee be thought worthy, who hath troden vnder foote ye Sonne of God, and hath counted the blood of the couenant wherwith he was sanctified, an vnholy thing, and hath done despite

[Of Faith.]

vnto the spirit of grace?
30 For we know him that hath said, [ Deu_32:35 ; Rom_12:19 .] Uengeance belongeth vnto me, I wil recompence, saith the Lord: and again, The Lord shall iudge his people.
31 It is a fearefull thing to fall into the hands of the liuing God.
32 But call to remembrance the former dayes, in which after yee were illuminated, ye indured a great fight of afflictions:
33 Partly whilest ye were made a gazing stocke both by reproches & afflictions, and partly whilest ye became companions of them that were so vsed.
34 For yee had compassion of me in my bonds, and tooke ioyfully the spoyling of your goods, knowing in your selues that yee haue in heauen a better and an induring substance.
35 Cast not away therfore your confidence which hath great recompense of reward.
36 For ye haue need of patience, that shall after ye haue done the will of God ye might receiue the promise.
37 For yet a litle while, and he that shall come will come, and will not tary.
38 Now the iust shall liue by faith: but if any man drawe backe, my soule shall haue no pleasure in him.
39 But wee are not of them who draw backe vnto perdition: but of them that beleeue, to the sauing of the soule.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Los cristianos debemos confiar en la eficacia del sacrificio de Cristo y unirnos a su sacerdocio por la fe, la esperanza y la caridad (vv. 19-24). Por eso debemos mantener la fe que hemos recibido y profesado en el Bautismo y la pureza que en él se nos ha dado (vv. 25-31). La carta advierte sobre el peligro y gravedad de la apostasía, que equivale a un ultraje hecho contra el Espíritu Santo (cfr nota a 6,4-12 y Mt 12,22-37).

Frente a las persecuciones (vv. 32-34) el autor sagrado renueva su exhortación a la perseverancia (vv. 35-39). Insta a los destinatarios a que vuelvan con el pensamiento y la meditación a los comienzos de su vocación cristiana. Deben actuar como los que compiten y luchan en público sin temor a ser motivo de espectáculo (cfr 1 Co 4,9).

La exhortación a perseverar se apoya en dos citas de la Sagrada Escritura. La primera, de Is 26,20, recuerda que Dios juzgará a los impíos dentro de poco tiempo. La segunda, de Ha 2,4, citada otras veces por San Pablo (cfr Rm 1,17; Ga 3,11), anuncia la venida de la liberación del pueblo de Israel. El antiguo vaticinio se ha cumplido en Cristo que es «el que va a venir» (v. 37), es decir, el que ha de venir por segunda vez. Así pues, el cristiano debe perseverar con entereza en esta espera gozosa.

[v. 37 Otra razón para aguantar es que la prueba durará poco, muy poco. Porque todavía «un poco, cuán poco [tiempo]; el que ha de venir vendrá y no tardará». Las primeras palabras, «un poco, cuán poco» (mikrÕn Óson Óson), recuerdan la expresión hebrea que leemos en Is 26,20 (Vg y Neo Vg «modicum ad momentum»; y en 10,25: Vg y Neo Vg «paululum modicumque»), para que el pueblo se esconda por un instante hasta que pase la indignación y venga el Señor. La parusía del Señor está cercana (v.25), no sólo la primera venida en la destrucción de Jerusalén, pero también la segunda y última. No tarda el Señor (cf. 2 Pe 2,8-10). El que ha de venir vendrá y no tardará. Estas palabras recuerdan las de Habacuc 2,3, que escribió por mandato del Señor sobre una visión del profeta; pero era todavía «visión a largo plazo, mas corre al cumplimiento y no fallará» (v.2). «Si tarda [la visión] -dice Yahvé-, espérala, porque ciertamente ha de acontecer, no faltará» (v.3). Así reza el texto hebreo. Pero nuestro autor ha seguido la traducción de los LXX «porque el que ha de venir vendrá y no tardará»). «El que ha de venir» (Õ ™rcÒmenoj) es Cristo, que, como es sabido, así se le llama en el evangelio (Jn 1,15-27; Mt 11,3; 23,39; Lc 7,I9; 19,38; cf. Sal 117,26). Mas, sí en el evangelio se esperaba su primera venida como Mesías, aquí el autor propone su última venida como juez.

v. 38 El profeta Habacuc prosigue de esta manera su pensamiento (2,4): «Mira, sucumbe aquel cuya alma no es recta, mientras que el justo vivirá por su fidelidad» [Traducción de VAN HOONACKER, Les douze petits prophètes (París 1908). CANTERA traduce: «He aquí que el insolente no tiene el alma rectamente dispuesta, pues el justo vive por su fe».]. Sin embargo, los LXX han traducido de esta manera: «Sí se oculta, no se complace mi alma en él; pero el justo vivirá de mi fe». Y ésta es la lectura que ha seguido nuestro autor, modificando el orden de los dos estilos y aplicando el posesivo «mío» al «justo», no a la fe. Dice, pues, así nuestro autor: Pero mi justo vivirá de la fe; mas, si se oculta, no se complace mi alma en él. Esta inversión de las partes del mismo versículo parece responde a una finalidad oratoria: la de poner en relieve la virtud de la fidelidad, La frase «el justo vivirá de la fe» es conocida y citada en Rom 1, 17; Gal 3, 12. Con ella San Pablo quiere subrayar, en contraposición a la Ley y a las obras de la Ley, la eficacia de la fe como principio de la justificación según la nueva criatura. Ya se sabe que San Pablo entiende como cosa necesaria para llegar a la plena justificación y vida de gracia «una fe que obra por la caridad» (Gal 5,6). Lo cual queda aquí todavía más de manifiesto, porque esta vida de fe que vivirá el justo, es una vida de fe con obras: las obras de la constancia y perseverancia en medio de las persecuciones y tribulaciones, como se desprende de todo este capítulo (Cf. vv. 24.32-36). Son también las obras de la fortaleza cristiana, porque si se oculta (Øposte...lhtai, que quiere decir: colocar debajo, atrás; y, en sentido derivado, ceder, desistir, disimular, ocultarse), si el cristiano cede cobardemente y disimula su condición cristiana durante la persecución -dice el Señor-, no se complace mi alma en él, que es una manera de decir que serán castigados (cf. I Cor 10,5).]

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Exhortación. Esta exhortación debe unirse a las dos anteriores (3,7-4,14 y 5,11-6,20). Del ámbito doctrinal, el predicador pasa a la tercera gran exhortación de su carta-homilía, poniendo de manifiesto las consecuencias para la vida del cristiano de todo lo que ha expuesto hasta ahora. El tono de la misma combina el entusiasmo y el optimismo con la amonestación y la advertencia. Ve a la comunidad cristiana como la casa de Dios, presidida «por un sacerdote ilustre» (21) que ha abierto las puertas del santuario y se ofrece a sí mismo como camino vivo de acceso al mismo.
Les anima a acercarse a Él «con corazón sincero, llenos de fe», como corresponde a los que por el bautismo han sido «purificados... con agua pura» (22). Les pide que den testimonio de la esperanza con sus vidas, preocupándose los unos por los otros «para incitarnos al amor y a las buenas obras» (24). Les amonesta con severidad a participar en las asambleas -la celebración eucarística, sobre todo-, dando a entender la manifiesta, repetida y culpable ausencia de algunos de ellos de la vida de la comunidad, por razones que, aunque no nos las dice, las insinúa más adelante: miedo a la persecución, tensiones dentro de la comunidad misma o simplemente desaliento y desánimo de los que se habían cansado de esperar la venida del Señor porque les parecía que tardaba demasiado. Por eso insiste en que cobremos tanto más ánimo cuanto más cercano vemos ese día (25). De lo contrario, en vez de la espera del Señor, lo único que les quedará será «la espera angustiosa de un juicio y el fuego voraz que consumirá a los rebeldes» (27). Ese castigo, prosigue con extrema dureza, estará en proporción con la falta que cometa quien pisotee al Hijo de Dios, profane su sangre y afrente al Espíritu (29).
Después de esta terrible advertencia, el predicador recuerda a la comunidad el tiempo de su primera fidelidad, aquellos días en que «sostuvieron el duro combate de los padecimientos» (32). Fueron días de penas y cárceles, de solidaridad con los perseguidos, de privación de bienes, pero también días de gozo porque experimentaron la posesión de «bienes mayores y permanentes» (34). Esta fidelidad pasada debe llenarles de confianza para enfrentarse con los tiempos difíciles por los que atraviesa la comunidad, tiempos de persecución, seguramente con el consiguiente riesgo de apostasía. El predicador termina esta exhortación con una llamada a la paciencia perseverante porque falta «todavía un poco, muy poco, y el que ha de venir vendrá sin tardanza» (37).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



5-7. Sal. 40. 7-g (texto griego).

12-13. Sal_110:1.

16-17. Jer_31:33-34

21. Zac_6:11-12.

27. Isa_26:11

28. Deu_17:6

29. Exo_24:8

30. Deut. 32 35-36

37. Isa_26:20 (texto griego).

38. Hab_2:3-4 (texto griego). Ver Rom_1:17; Gal_3:11

Torres Amat (1825)



[5] Sal 40 (39), 7.

[10] Del Padre eterno, cumplida por Jesucristo.

[20] Por su carne, dividida y sacrificada, que recibida en la Eucaristía, o espiritualmente por medio de la fe, nos conduce a la vida eterna.

[25] El día del juicio, que comenzará en la muerte de cada uno.

[28] Deut 17, 6; Mat 26, 28.

[30] Deut 32, 35.

[31] Ya no como Padre misericordioso, sino como Juez inexorable.

[36] La promesa hecha a los que perseveran.

[38] Hab 2, 4.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 10.5-7 Sal 40.6-8 (gr.).

[2] 10.9 Cf. Mt 26.39,42; Jn 4.34; 5.30; 6.38-40.

[3] 10.16-17 Jer 31.33-34 (cf. Heb 8.8-12).

[4] 10.25 Día del Señor: Cf. Ez 30.3; Am 5.18; Hch 2.20; 1 Ts 5.2.

[5] 10.28 Dt 17.2-6; 19.15.

[6] 10.30 Dt 32.35-36.

[7] 10.37-38 Hab 2.3-4 (gr.).

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*10:19-31 Una serie de consejos varios completa la exposición doctrinal precedente: la fe perfecta, la esperanza y la práctica caritativa, junto con la asiduidad en la asistencia a las asambleas litúrgicas. Estos avisos se cierran con motivos basados en el temor de Dios.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Isa 26:11; 2Ts 1:8

Reina Valera (Sociedades Bíblicas Unidas, 1960)

sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.h

h Isa 26:11.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Isa_26:11

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

los adversarios...Isa 26:11.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Isa_26:11

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Isa 26:11.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *Is 26:11