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Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos respecto de la ley por el cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro: a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que diéramos frutos para Dios. (Romanos  7, 4) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 7

1. PRUEBA JURÍDICA EN PRO DE LA LIBERACIÓN DE LA LEY (Rm/07/01-06)

1 ¿Ignoráis acaso, hermanos -hablo a quienes entienden de leyes-, que la ley tiene dominio sobre el hombre sólo mientras éste vive? 2 Por ejemplo, la mujer casada está ligada por una ley u su marido mientras éste vive; pero, si éste muere, queda desligada de la ley del marido. 3 Por consiguiente, será tenida por adúltera si, mientras vive el marido, se une a otro hombre; pero, si muere el marido, queda libre de esa ley, de suerte que ya no será adúltera, aunque se una a otro hombre. 4 Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos para la ley por medio del cuerpo de Cristo, para pertenecer de hecho a otro: al resucitado de entre los muertos, de manera que demos frutos para Dios.

Si el cristiano tiene que verse como un liberto de Cristo, que ya no ha de pagar tributo alguno a los poderes del tiempo pasado, esta libertad no deja, sin embargo, de convertírsele en problema, pues que con ella queda roto todo lazo vinculante con su pasado personal. El problema debió de preocupar principalmente a los judeocristianos, para quienes la ley mosaica no podía resultar indiferente desde su tradición judía. De ahí que Pablo hubiera de exponer justamente al judeo-cristiano el alcance de su mensaje de libertad de cara a la ley. Cierto que con el argumento de que la disolución de la ley es legítima incluso según el sentido de la propia ley, no sólo se dirige a los judíos, o más en concreto a los judeo-cristianos, sino a los cristianos todos, porque en todos ellos se dejaba sentir con mayor o menor fuerza la herencia legal judía para poner en duda y limitar la libertad obtenida y la confianza lograda en Cristo. La libertad debe tomarse también en serio como libertad frente a la ley. Tal es el propósito que Pablo persigue con su prueba analógica tomada del derecho matrimonial, y que formalmente no deja de ser discutible. Pablo parte de un principio general reconocido por todos: la obligatoriedad de la ley sobre un hombre cesa con la muerte de éste; un ejemplo que podría ilustrarse con lo que se dice en 6,3 ss acerca de la muerte con Cristo. En los v. 2 y 3 intenta Pablo ilustrar lo relativo a la libertad cristiana con un ejemplo sacado del derecho matrimonial. Una mujer casada queda libre a la muerte de su marido y puede pertenecer a otro. En el v. 3 se agrega inmediatamente que si el marido muere, la mujer queda libre de la ley. Este es el genuino propósito del Apóstol: probar la libertad frente a la ley. Por eso no tiene para él transcendencia alguna el que, según el v. 1, la libertad venga dada por la defunción del hombre, mientras que en el v. 3 es la ley que aparece a través de la muerte del primer marido, mezclándose así la realidad objetiva con la imagen.

El v. 4 expone la conclusión de una forma un tanto sorprendente. Los cristianos han muerto por medio del cuerpo de Cristo; lo cual responde al principio fundamental del v. 1, con el que ahora se une la conclusión del v. 3: los cristianos pertenecen ahora a otro. Que en el v. 3 no sea la mujer que pasa a pertenecer a otro la que muera o sea matada, sino el primer marido que representa a la ley, se pasa aquí por alto y no tiene para Pablo importancia alguna de cara al resultado objetivo. De este modo el argumento de Pablo en el pasaje presente se muestra como una argumentación interesada de tipo kerygmático y teológico, y no como una verdadera prueba en el sentido moderno.

5 De hecho, cuando vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas, sirviéndose de la ley, operaban en nuestros miembros, haciéndonos producir frutos para la muerte; 6 pero ahora, al morir a aquello que nos aprisionaba, hemos quedado desligados de esa ley, de modo que sirvamos en novedad de espíritu, y no en decrepitud de letra.

La pertenencia a Cristo se muestra fecunda en la vida. El v. 5 contrasta esta nueva fecundidad con la vieja, como ya lo había hecho el Apóstol al final del capítulo 6. Ese tiempo de fecundidad para la muerte es algo fundamentalmente pasado, como ha pasado de hecho la existencia «en la carne». Aquí la «carne» no es sin más la naturaleza humana, sino la existencia del hombre condicionada por el pecado y abandonada a sí misma antes de Cristo y sin Cristo. Si el hombre no es más que «carne», las cosas le irán mal. Pero si la vida de la fe se realiza en su «carne» (cf. Gal_2:20), entonces se elimina de forma decisiva la situación desesperada de la existencia terrena del hombre.

«Pero ahora (cf. 3,21; 6,22) ...hemos quedado desligados de esa ley, de modo que sirvamos en novedad de espíritu (= con un espíritu nuevo), y no en decrepitud de letra» (v. 6). «Novedad» y «decrepitud» señalan el contraste entre el presente esperanzador y el pasado funesto. El pasado estaba bajo la ley mosaica redactada en términos que podían leerse e interpretarse27. El presente se encuentra bajo el dominio del Espíritu, que siempre crea «novedad». Tanto más el cristiano debe estar y tener en cuenta que la «novedad» puede derivar en «decrepitud», cuando, sirviendo a lo nuevo no logra realizar la cualidad escatológica que el Espíritu crea en su ser.

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27. Cf. 2Co_3:3.6.

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2. LA LEY ES EL PASADO, NO EL PRESENTE (2Co_7:7-25)

a) Pese a todo, la ley es buena (Rm/07/07-12)

7 ¿Qué diremos, pues? ¿Es pecado la ley? ¡Ni pensarlo! Sin embargo, yo no he conocido el pecado sino por medio de la ley. Porque yo no habría sabido lo que era la codicia si la ley no me hubiera dicho: «No codiciarás» (Exo_20:17; Deu_5:21). 8 Pero el pecado, con el estímulo del mandamiento, despertó en mí toda suerte de codicia; mientras que, sin ley, el pecado era cosa muerta. 9 Hubo un tiempo en que, sin ley, yo vivía; pero, en llegando el mandamiento, el pecado surgió a la vida, 10 mientras que yo quedé muerto, y me encontré con que el mandamiento, que de suyo es para vida, resultó ser para muerte. 11 Pues el pecado, con el estímulo del precepto, me sedujo y, por medio de él, me mató. 12 De modo que la ley es ciertamente santa, y santo, justo y bueno es el mandamiento.

La pregunta de la que Pablo arranca se nos antoja un tanto teórica. Pese a lo cual tiene un fundamento práctico. «¿Es pecado la ley?» Esta consecuencia podía sacarse de la demostración de la libertad cristiana frente a la ley y de todo el contexto del mensaje de la justificación. Porque Pablo no deja la menor duda de que la ley no proporciona la salvación, sino que sólo se ha mostrado como una colaboradora del pecado; por lo cual forma parte del mundo de la ruina. Pero un judío no podía estar precisamente de acuerdo con semejante afirmación. Y es que, pese a todo, la ley ha sido y sigue siendo la ley de Dios promulgada por medio de Moisés. En este sentido rechaza Pablo la consecuencia formulada en la pregunta. Pero intenta una mayor precisión. «Sin embargo, yo no he conocido el pecado sino por medio de la ley». Aquí hay que recordar al respecto 3,20: «La ley sólo lleva el conocimiento del pecado.» Como Pablo habla en primera persona de singular, se nos plantea la cuestión de si habla de su propia experiencia personal o piensa simplemente en el hombre. Quizá no se excluyan entre sí ambas hipótesis. De todos modos en los v. siguientes se podrá conocer mejor el contenido de este «yo».

Pablo trae un ejemplo concreto de la experiencia del pecado con el precepto de «no codiciarás». Esta cita literal introduce el noveno mandamiento del decálogo (cf. Exo_20:17; Deu_5:21). Pero en este pasaje Pablo piensa más bien en el pecado del primer hombre; así lo demuestra lo que se dice inmediatamente en el v. 8. La caída de Adán se pone como ejemplo ilustrativo de cómo «el pecado con el estímulo del mandamiento, despertó toda suerte en codicia». Corresponde esto a la tesis del Apóstol de que sin la ley el pecado es «cosa muerta», es decir, que no actúa. Si la ley ejerce, de este modo, una función nefasta, es porque pertenece al pasado.

Los v. 9-11 ahondan en la experiencia del yo con la ley. En una exposición autobiográfica, el yo viviendo su propio pasado. De todos modos, la historia del paraíso está al fondo, hasta el punto de que de acuerdo con ella puede distinguirse un tiempo anterior a la ley, es decir, al precepto, y un tiempo de la ley. Sin embargo, el tenor de toda la exposición no proporciona ninguna explicación psicológica de la experiencia del pecado bajo la influencia de la ley, sino que pone de relieve una vez más el contraste de la ley, buena en sí, y su función maléfica. La ley es, pues, simultáneamente santa, justa y buena (v. 12) y una ley «para muerte» (v. 10).

En este punto siempre cabe preguntarse: ¿Toma Pablo en serio esta apología de la ley? ¿Se trata de una simple concesión a los judíos, y más en concreto a los judeo-cristianos, o piensa realmente que la ley tiene todavía un significado positivo? Estos interrogantes sólo pueden obtener una respuesta en el contexto general de la predicación del Apóstol. Y es preciso reconocer ante todo que, vista desde Cristo, no corresponde a la ley ninguna función salvífica positiva. Cualquier aferrarse a la ley como a un factor de salvación sería oponerse a la gracia otorgada por Cristo. El acto, pues, de Jesús anula fundamentalmente la ley como exigencia de Dios. Y es precisamente a los judeo-cristianos, que estando bajo la gracia siempre pretenden esperar algo de la ley, a quienes Pablo debe mostrar que esa ley no es la salvación sino que, por el contrario, ha desatado la desgracia.

El yo que Pablo introduce en estos versículos con un sentido generalizador, puede ahora entenderse de un modo más preciso como el yo del presente, el yo del cristiano. La exposición del estado de cosas bajo los poderes del pecado y de la muerte permite al cristiano echar una mirada a su propio pasado, privado de redención. En el mismo sentido apunta la forma verbal de pretérito que acompaña al yo. Entonces, antes del cambio decisivo operado por el acontecimiento cristiano, el creyente se encontraba bajo la ley, y esa ley se mostraba impotente de cara a la historia evolutiva de la desgracia. Con este pasado funesto se enfrenta el yo para comprobar que el pecado es pecado y que como realidad pasada no debe ya condicionar el presente.

b) Impotencia de la ley frente al pecado (Rm/07/13-25)

13 Entonces, ¿lo bueno se convirtió en muerte para mí? ¡Ni pensarlo! Sino que el pecado, para manifestarse como pecado, se valió de lo bueno para producirme la muerte, a fin de que, por el mandamiento, el pecado resultara pecador sobre toda medida.

Existe una conexión entre pecado, muerte y ley, que en los viejos tiempos se manifiestan como fuerzas y factores que cooperan entre sí. Por ello en este contexto nefasto, y aunque no sin dificultad, puede Pablo reservar un lugar especial a la ley. La fuerza mortífera no es la ley como tal, así argumenta el Apóstol, sino el pecado que sólo llega a serlo por medio de la ley. Esta se revela impotente en cuanto que no produce la vida, la cual sólo llega a través de Cristo. Si, pese a todo, hay que hablar de una función positiva de la ley, habrá que ponerla en el desenmascaramiento del pecado con toda su malicia y con ello, en el descubrimiento de la situación desesperada del hombre sin Cristo.

14 Sabemos, desde luego, que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido como esclavo al pecado.

Con esta frase, la argumentación de Pablo lejos de resultar más fácil se complica aún más. Sigue todavía en el primer plano la apología de la ley, y aquí puede Pablo atribuirle incluso el calificativo de espiritual, mientras que, por ejemplo, en 2Co_3:3.6, se la contrapone como letra al espíritu y al ministerio espiritual de la nueva alianza. Como ley de Dios es de carácter espiritual. Pero, así debemos proseguir la interpretación, no ha podido transmitir su espiritualidad a quienes se encuentran debajo de ella; no se ha demostrado como una ley transmisora de vida. Por el contrario, los hombres que viven bajo las exigencias de la ley, se muestran carnales, pues el pecado ha ganado terreno en ellos, sin que la ley sea la última de las causas de tal hecho.

La ley y el yo se enfrentan en el v. 14. A través de la ley, el yo descubre su condición carnal y con ello su estar abandonado al poder del pecado. El yo no puede ayudarse a sí mismo para conseguir su liberación; ni tampoco de la ley puede esperar ayuda alguna. Esta situación inerme y desesperada bajo el pecado y bajo la ley, que colabora irremediablemente con él, se expone con mayor detalle en los versículos siguientes. Frente a los v. 7-13 ahora el tiempo verbal de la exposición pasa a ser el presente. Así puede expresarse la relación del acontecimiento expuesto con la situación actual del creyente. No obstante lo cual, también aquí el abandono al poder del pecado se presenta como una experiencia fundamentalmente pasada del yo cristiano.

15 Realmente, no me explico lo que hago: porque no llevo a la práctica lo que quiero, sino que hago precisamente lo que detesto. 16 Ahora bien, si hago precisamente lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es buena.

Estas frases describen la situación del yo bajo el pecado. El yo ya no se reconoce a sí mismo en su propia conducta. ¿De dónde proviene el pecado, que encuentro en mi actuación, si yo no lo quiero? Si cometo el pecado que no quiero, en esta discrepancia entre acción y voluntad se revela toda mi impotencia y, por lo que hace a la ley, se demuestra que ésta es «buena», al contrario de lo que ocurre en mi. Sin duda que mi voluntad participa de la bondad de la ley en cuanto que asiente a la misma y en cuanto que el querer del hombre está orientado por el Creador hacia el bien. Pero la orientación del yo hacia el bien, según el designio de su Creador, se trueca de hecho constantemente en su contrario. Con lo cual se comprende que el hombre bajo el pecado no sufre una escisión psicológica entre obrar y querer, que quizá también psicológicamente podría superarse, sino que sufre una desintegración más profunda de su existencia creada dentro de sí mismo. Aun obrando el mal y entregándose así con toda su existencia al pecado, el hombre no puede negar su vinculación de criatura con Dios. El hombre entregado al pecado no pasa inadvertido a los ojos de Dios30.

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30. Así, no hay que limitar el querer del yo en Rom 7 a un impulso subjetivo de la voluntad humana, sino que hay que entenderlo más bien como una «tendencia transubjetiva de la existencia humana en general» (R. BULTMANN). Por lo demás, no puede negarse que esta tendencia se puede manifestar en la conducta del hombre.

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17 Pero, en estas condiciones, no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues sé bien que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien. Porque querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo, no, 19 puesto que no hago lo bueno que quiero, mientras que lo malo que no quiero eso es lo que llevo a la práctica. 20 Si, pues, lo que no quiero eso es lo que hago, no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí.

El v. 17 da la impresión de que el yo quisiera eximirse de la responsabilidad de su conducta errónea, pues «no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí». Pero no se trata aquí de la responsabilidad subjetiva del hombre respecto de su pecado, responsabilidad que, por otra parte, Pablo tampoco quiere negar. «Lo que hago» (v. 15s) no viene anulado por la afirmación de que «el pecado que habita en mí». Es característico el «en estas condiciones, no soy yo propiamente», y es que en sus acciones el yo ya no lo es plenamente. En realidad ese yo, que ya no actúa exclusivamente como tal, es sólo una concha en la que habita el pecado. El pecado ha llevado a término una expoliación del yo, con lo que ha surgido un no yo.

El v. 18 sigue desarrollando la afirmación de la no identidad del yo bajo el dominio del pecado; pero ahora de forma negativa. Se establece que «en mí no habita el bien». El bien es lo contrario del pecado; es, pues, aquello que debería ser realmente, lo que aquí se presenta como formando parte de la identidad del yo. Y, una vez más, el yo viene descrito casi como un espacio habitable y a través de una forma mitológica de pensamiento. En un inciso aclaratorio Pablo llama al yo «mi carne». Dicha aclaración refleja la auténtica debilidad del yo, que bajo la presión del pecado tiende constantemente a convertir al yo en un no yo. El v. 19 repite el contenido del v. 15, y el 20 concluye remitiendo al v. 17.

21 Por consiguiente, me encuentro con esta ley cuando quiero hacer el bien: que lo malo es lo que está a mi alcance. 22 Porque, en lo íntimo de mi ser, me complazco en la ley de Dios; 23 pero percibo en mis miembros otra ley que está en guerra contra la ley de mi mente y que me esclaviza bajo la ley del pecado que habita en mis miembros. 24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

Estos versículos cierran la exposición del yo y de su pasado pecador. El v. 21 empieza con una conclusión de lo anterior: «Por consiguiente me encuentro con esta ley.» Con tal «ley» designa Pablo la situación del yo bajo el pecado. En esta sección no emplea sólo el concepto de ley en el sentido unívoco de ley mosaica, o de «ley de Dios» (v. 22), sino que también lo utiliza de una forma caprichosa31 en sentido figurado para caracterizar lo irremediable que resulta la situación escindida del hombre bajo «la ley del pecado y de la muerte» (8,2).

Es de notar en estos versículos que no sólo se afirma del yo la no identidad, sino que siempre se dice al mismo tiempo algo positivo, de tal modo que no sería adecuada una descripción del yo como del no yo en el sentido de una negación absoluta. Así se dice ya en el v. 18b: «Porque querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo, no.» De modo similar, también en el v. 15s se supone una voluntad de hacer el bien. El v. 16 afirma del yo un asentimiento en favor de la ley, y el v. 22 viene a decir lo mismo con otras palabras: «Porque, en lo íntimo de mi ser, me complazco en la ley de Dios» 32. Por lo demás, a todas estas afirmaciones corresponde siempre la comprobación de que no se hace el bien.

De todas estas afirmaciones, a la vez positivas y negativas, fácilmente se saca la impresión de una existencia del yo fundamentalmente escindida. Ya hemos llamado la atención a propósito de los v. 15s que tal escisión no puede explicarse recurriendo, por ejemplo, a una interpretación psicológica de la terminología empleada. En la tensión de la conducta humana, descrita por Pablo, -el querer y el obrar no se corresponden- se expresa más bien el «enajenamiento» del yo bajo el poder del pecado. Ciertamente que el yo está de por medio, ya que se trata de querer el bien; pero al mismo tiempo está como desdoblado, toda vez que el pecado ha tomado posesión de él. Se trata realmente de un yo «poseso». Lo que persiguen realmente las fórmulas paulinas no es la descripción del hombre como de un ser siempre escindido en sí mismo, sino el descubrimiento de la potencia maléfica del pecado en el hombre. A reforzar esa potencia contribuye, de forma bastante curiosa, no sólo la ley sino también el yo que da su asentimiento a esa misma ley. Al igual que al comienzo, en los v. 7-11, Pablo ha podido decir que el pecado no ha llegado sin la ley, también puede afirmar que el pecado no se da sin el yo. Por consiguiente, el yo coopera con las fuerzas del viejo eón, y con el concurso contradictorio de esas fuerzas se convierte en una encarnación histórica del pecado, que es el incitador de las fuerzas. De ahí que el yo, aun cuando tienda al bien, se convierta bajo el poder del pecado en el no yo, lo que equivale a una existencia irremediablemente desesperada, cuya desesperación se abre paso en el lamento del v. 24.

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31. Véase también en 8,2 la contraposición entre las dos «leyes».

32. El «hombre interior» es el yo en cuanto que, aun en medio de su existencia pecaminosa, siempre está referido a Dios por su condición de criatura. En un sentido un poco distinto se enfoca al «hombre interior» en 2Co_4:16; a saber, en cuanto opuesto a su existencia sensible y terrena («hombre exterior»).

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25 ¡Gracias a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor! Así pues, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado.

Este versículo da la respuesta al grito desesperado del v. 24. Cierto que la frase -que literalmente reza: «Gracias a Dios...»- no es una respuesta directa. Pero ¿es que existe de hecho una respuesta a la existencia del hombre irremediablemente fallida en el pecado? En cualquiera de los casos no es una respuesta que indique el modo con que el hombre podría liberarse a sí mismo. La situación calamitosa del hombre hundido en el pecado es precisamente lo que el cristiano ha de tener ante los ojos. Su «gracias a Dios» no puede significar que ya ahora haya sido salvado hasta el punto de que ya no necesite contar para nada con su pasado pecaminoso. Lo que Pablo presenta en el capítulo 7 a los cristianos es justamente la imagen del hombre hundido en su pecado, y desde luego como exposición de su propio origen del que se libera sólo por la gracia de Dios. Los cristianos han de seguir considerando siempre y de modo serio la vieja esclavitud al pecado como su posibilidad negativa, o mejor, como su imposibilidad.

El v. 25b no encaja bien realmente con la acción de gracias precedente. Echando una mirada a través se intenta una vez más expresar con una fórmula la tensión del hombre bajo el pecado. Probablemente se trata aquí de un añadido posterior, hecho por algún lector o copista, que quiso compendiar la exposición del capítulo, difícilmente inteligible.

Lo que Pablo expone en Rom 7 como situación del yo precristiano, no se ha vivido así o al menos no así simplemente, ni se ha descrito como una experiencia consciente. Pablo, sin embargo, está persuadido de que ésta fue justamente la situación que vivió el hombre de hecho no redimido, aun cuando no siempre con las mismas categorías experienciales. Pero en realidad sólo desde su experiencia cristiana puede el hombre adquirir conciencia clara de esta sustitución precedente; de tal modo que la postura del yo de cara a su situación de no redimido en el tiempo pasado hay que definirla como una postura preventiva. En la media en que el cristiano adquiere conciencia de su situación anterior, en esa medida obtiene una idea clara, como yo, de su nueva existencia en la hora presente, determinada por el Espíritu de Cristo (cf. 7,6). Así pues, el sentimiento del creyente sobre su yo precristiano sirve para adquirir conciencia justamente de ese yo que ha obtenido por la redención de Jesucristo. Esta es la idea que se desprende del contexto de los capítulos 7 y 8.

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



El cristiano, muerto a la Ley, 7:1-6.
1 ¿O es que ignoráis, hermanos hablo a los que saben de leyes , que la ley domina al hombre todo el tiempo que éste vive? 2 Por tanto, la mujer casada está ligada al marido mientras éste vive; pero muerto el marido, queda desligada de la ley del marido. 3 Por consiguiente, viviendo el marido será tenida por adúltera si se uniere a otro marido; pero si el marido muere, queda libre de la ley, y no será adúltera si se une a otro marido. 4 Así que, hermanos míos, vosotros habéis muerto también a la Ley por el cuerpo de Cristo, para ser de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que deis frutos para Dios. 5 Pues cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley, obraban en nuestros miembros y daban frutos de muerte; 6 mas ahora, desligados de la Ley, estamos muertos a lo que nos sujetaba, de manera que sirvamos en novedad de espíritu y no en vejez de letra.

San Pablo da un paso más. El cristiano, al ser sumergido en la muerte de Cristo por el bautismo (cf. 6:4), no sólo ha roto con el pecado (c.6), sino que ha roto también con la Ley (c.7). Sin embargo, sería absurdo querer asimilar ambos términos, como si Ley fuera igual a pecado. Entendemos perfectamente que no puedan conciliares servicio del pecado y servicio de Dios, como Pablo acaba de explicar (cf. 6:16-23); Pero ¿Por Qué al ser incorporados a Cristo por el bautismo y nacer a una nueva vida hemos de quedar desligados de la Ley? ¿Es que esa Ley no es buena y dada por el mismo Dios? No cabe duda que el problema es muy serio. San Pablo ha aludido ya anteriormente a relaciones entre pecado y Ley, pero sólo de pasada (cf. 3:20; 4:15; 5:20); ahora va a tratar el problema a fondo. En su exposición podemos distinguir tres partes, que el mismo Apóstol parece querer señalar con los interrogantes de los v.7 y 13, que indicarían comienzo de nuevo apartado.
La entrada en el tema es a base de un interrogante (v.1) que evidentemente está aludiendo a alguna afirmación anterior que tiene peligro de ser mal comprendida y que el Apóstol trata de explicar. La afirmación parece ser la Deu_6:14, declarando que los cristianos no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia; este último inciso dio origen a la hermosa perícopa sobre incompatibilidad entre servicio de Dios y servicio del pecado (Deu_6:16-23), Pero el primero quedaba sin probar. Es lo que intentará hacer ahora San Pablo.
Comienza el Apóstol aludiendo a un principio jurídico general, el de que una ley, sea cual sea, sólo nos obliga mientras estemos en vida, no después de muertos (v.1). Algo parecido había afirmado en 6:7. Y puesto que escribe a los Romanos, maestros en el Derecho, incluso se permite un pequeño peréntesis (hablo a los que saben de leyes) recordándoselo. Establecido el principio, trata de ilustrarlo con un ejemplo, el de la ley matrimonial, cuya vigencia termina con la muerte de uno de los cónyuges (v.2-3). La aplicación la hace en el v.4, diciendo que los cristianos hemos muerto a la Ley por el cuerpo de Cristo. Evidentemente, aunque a primera vista la frase es bastante enigmática, San Pablo está refiriéndose al hecho de la pasión y muerte que Cristo sufrió en su cuerpo (cf. Gál_3:13; Efe_2:15; Col_2:14) y a nuestra incorporación a esa muerte mediante el bautismo (cf. 6:3.6). Debido a esa incorporación, formamos una misma cosa con El (cf. 6:5) y, por tanto, también nosotros hemos de considerarnos, con esa muerte de Cristo, libres de las antiguas obligaciones. Para los que eran judíos, la Ley perderá su poder sobre ellos; para los que proceden del gentilismo, la Ley no podrá ejercer ninguna reivindicación. Tal es la argumentación de Pablo. Claro es que este modo de argumentar, afirmando que quedamos desligados de la Ley por razón de una muerte ceremonial en el bautismo, parecerá una sutileza sin sentido a los no creyentes. Para entenderla, es necesario presuponer que la unión con Cristo por el bautismo, aunque misteriosa, es verdaderamente real, como se explica en teología al tratar de los sacramentos.
Pero San Pablo no se contenta con afirmar que por nuestra incorporación a Cristo en el bautismo hemos muerto a la Ley, sino que añade: para ser de otro que resucitó de entre los muertos, a fin de que demos frutos para Dios (v.4). Son dos nuevas ideas que no se deducen ya del principio jurídico establecido en el v.1; pero al Apóstol le interesa hacer resaltar que el bautismo no es sólo muerte al pasado, sino también punto de partida de una nueva vida (cf. 6:4), de ahí ese aspecto complejo que da a su conclusión. Probablemente fue pensando en esta conclusión compleja a que quería llegar por lo que eligió el caso del matrimonio (v.2-3) como ilustración del principio jurídico general (v.1). En efecto, en el caso de la muerte del marido en el matrimonio, la mujer no sólo queda desligada del vínculo que la ataba a él, sino que puede pasar a ser de otro marido y producir nuevos frutos de hijos. Es lo que sucede al cristiano al morir místicamente en el bautismo: no sólo queda desligado de la Ley, sino que pasa a ser de Cristo, a fin de producir frutos para Dios. Cierto que la correspondencia no es perfecta, pues en el caso del matrimonio, al contrario que en la muerte del cristiano en el bautismo, uno es el que muere (el marido) y un segundo (la mujer viuda) el que pasa a ser de otro; pero eso, que algunos tildan de falta de lógica, no interesaba al Apóstol. Bastaba la correspondencia en lo esencial, sin necesidad de que la hubiera también en cada uno de los detalles; y ello porque no se trata de una alegoría, en cuyo caso habría que exigir esa perfecta correspondencia, sino de una especie de parábola o ejemplo ilustrativo.
San Pablo establece, pues, dos épocas: la anterior a nuestra muerte mística en el bautismo, y la que sigue a esa muerte. De estas dos épocas habla en los v.5-6, señalando sus diferencias más salientes. A la primera la caracteriza con las expresiones estar en la carne (V-S) Õ servir en vejez de letra (v.6); para los que están o han estado en ella, el elemento dominante, al que se somete la conducta del hombre, es la carne (óáñî), es decir, el hombre terreno con sus debilidades y pasiones pecaminosas que le llevan al pecado y producen frutos de muerte. Cierto que ya estaba la Ley, pero ésta no hacía sino excitar las pasiones (v.5), siendo causa de nuevos pecados. En los c.1-3 pinta San Pablo el sombrío cuadro que corresponde a esta época. A la segunda la caracteriza con las expresiones muertos a lo que nos tenía sojuzgados104 y servir en novedad de espíritu (v.6); es la época que sigue al bautismo, cuando; desligados de las viejas prescripciones mosaicas, servimos a Dios en novedad de espíritu. Qué incluya esta novedad de espíritu, nos lo dirá luego San Pablo en el c.8.

La Ley y el pecado, 7:7-12.
7 ¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? ¡Eso, no! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la concupiscencia si la Ley no dijera: No codiciarás. 8 Mas, con ocasión del precepto, obró en mi el pecado toda suerte de concupiscencia, porque sin la Ley el pecado está muerto. 9 Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviniendo el precepto, revivió el pecado 10 y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para vida, fue para muerte. 11 Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató. 12 En suma, que la Ley es santa, y el precepto, santo, y justo, y bueno.

Comienza aquí San Pablo, y continuará a lo largo de todo el capítulo, la descripción de un drama moral en el interior del hombre, fino análisis de psicología humana, que constituye una de las páginas más elocuentes que nos ha dejado la antigüedad sobre esta materia. Las personas del drama son tres: la Ley, el pecado y un innominado sujeto que se oculta bajo el pronombre yo. Los términos Ley y pecado nos son ya conocidos. No cabe duda, en efecto, que esa Ley es la Ley mosaica, de la que el Apóstol ha venido hablando en la perícopa anterior (cf. v.4-5) y de la que cita expresamente el precepto no codiciarás (v.7; cf. Exo_20:17; Deu_5:21); y en cuanto al pecado, es ese mismo pecado que entró en el mundo a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12-21), principio de perversidad entrañado en nuestro ser (cf. 6:12-14), o dicho de otro modo, el pecado original heredado de Adán, considerado más que como privación de la justicia original, como raíz y principio de depravación que nos arrastra hacia los pecados personales. Pero ¿quién es ese innominado sujeto que se oculta bajo el pronombre yo, verdadero protagonista del drama? Desde luego, y en esto hoy todos están prácticamente de acuerdo, se trata de un yo oratorio, usado por el Apóstol para dar más viveza a la expresión, que habla también en nombre de otros muchos 105. Más ¿quiénes son esos otros muchos? Si, como antes dijimos, el término Ley debe entenderse de la Ley mosaica, está claro que el yo que por boca de Pablo habla en este capítulo es el hombre caído, víctima de las pasiones, privado de la gracia, que vive bajo la Ley, Querer aplicar ese yo al hombre inocente representado por Adán en el paraíso (así el P. Lagrange y el P. Lyonnet) o al hombre regenerado ya por la gracia de Jesucristo que sigue recibiendo los asaltos de la concupiscencia (así San Agustín), exige dar al término ley otro sentido diferente (¡ley impuesta por Dios a Adán, ley evangélica!), que no encaja en este contexto. Además, anteriormente a esa ley, San Pablo supone ya existiendo el pecado y la concupiscencia (cf. v.9.14); ¿cómo poder, pues, aplicar eso al hombre inocente? Y por lo que se refiere a la opinión de San Agustín, surgida a raíz de las controversias pelagianas, notemos la exclamación final del Apóstol: Gracias a Dios, por Jesucristo.. (v.25), indicio suficiente de que el yo que habla anteriormente, quejándose de su lucha desigual contra las pasiones (cf. v. 14.23), no es aún el cristiano liberado por Jesucristo. Cierto que éste habrá de sostener también fuertes luchas contra la concupiscencia (cf. Gál_5:17), pero tiene en su mano el antídoto de la gracia y difícilmente el Apóstol hubiera puesto en su boca esas angustiosas expresiones de queja. Qué diferente lenguaje el empleado en el siguiente capítulo, donde ciertamente el Apóstol habla del ser humano liberado por Jesucristo, sobre el que no pesa ya condenación alguna! (8:1).
San Pablo, de modo parecido a como había hecho en 6:15, entra en el tema presentando una objeción (v.7), a que podía dar lugar su afirmación del v.5: pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley. Esa afirmación parecía suponer que también la Ley participaba de la naturaleza del pecado, siendo ella misma algo malo, contrario a la voluntad de Dios, cosa que categóricamente rechaza San Pablo, quien claramente defenderá que la Ley es santa y buena (v.12; cf. 9:4). Por eso, después de la tajante negativa con el acostumbrado ¡Eso, no! (v.7; cf. 6:2.15), tratará de explicar el problema, haciendo un sutil análisis de la relación entre pecado y Ley.
Comienza por afirmar que es la Ley la que le ha hecho conocer el pecado, pues es la Ley, con su precepto no codiciarás (cf. Exo_20:17; Deu_5:21), la que le ha hecho conocer la concupiscencia como algo malo que inclina a lo que Dios no quiere (v.7). Recordemos que Pablo, aunque habla en primera persona, está hablando en nombre del hombre caído que vive bajo la Ley. Cuando dice que la Ley le ha hecho conocer el pecado, está refiriéndose no a un pecado específico contra este o aquel mandamiento, sino a un pecado general que reside en cada ser humano a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12.19) y que está íntimamente ligado a la concupiscencia (cf. 6:12); no es propiamente la concupiscencia, sino algo más íntimo, más oculto, principio y raíz de esa concupiscencia, que sabemos que es mala (concupiscentia consequens), puesto que la prohíbe la Ley. Esta idea del v.7 la completa el Apóstol en el v.8, al afirmar que ese pecado, antes de que viniera la Ley con sus preceptos, estaba muerto, es decir, sin actuación clara, y fue con ocasión de los preceptos de la Ley cuando se puso en movimiento, impulsando al hombre a ir en contra de lo que se le ordenaba. Es decir, la Ley no sólo me ha hecho saber dónde está el pecado, sino que me excita a cometer el pecado. He ahí el hecho que Pablo enuncia como una constante universal106.
Los v.9-11 no hacen sino concretar más, con referencia a los planes divinos de bendición, lo dicho de modo general en los v.7-8. Alude el Apóstol a la época de la humanidad anterior al régimen de la Ley (viví algún tiempo sin Ley.., v.g; cf. 5:13), época en que el pecado estaba muerto; se refiere luego a la época de la Ley, cuyos preceptos hacen revivir el pecado (v.9; cf. 5:20), resultando que preceptos que eran para vida se convierten, de hecho, en instrumento de muerte (v.10-n). No quiere decir San Pablo que antes de la Ley mosaica no hubiera pecados, pues para ello bastaba la ley natural, impresa en el corazón de los hombres, que les hace responsables de sus actos (cf. 1:20; 2:12.16); Mas ahora prescinde de eso, y se fija únicamente en el nuevo aspecto que toma el pecado al venir la Ley. En efecto, hasta la Ley, aparte el caso de Adán, no había pecados que fueran transgresión de una voluntad positiva de Dios (cf. 4:15; 5:14); además, en medio de un mundo corrompido, con sola la razón natural, era muy difícil la recta formación de la conciencia a este respecto, sobre todo para los actos interiores de la concupiscencia. Fue la Ley, manifestación positiva de la voluntad de Dios, la que nos determinó de modo claro con sus preceptos dónde había pecado, haciendo, además, que el pecado se convirtiera en transgresión. En este sentido, los pecados bajo el régimen de la Ley (cosa que no acaecía en los de época anterior) son semejantes al pecado de Adán, pues uno y otros son transgresión de un precepto divino. Puede decirse que la Ley es como una segunda fase en el plan de salud de Dios, una vez fracasada la primera con la transgresión de Adán; es como si Dios intentara una renovación de sus planes de salud, valiéndose esta vez de los preceptos de la Ley, a cuyo cumplimiento vincula grandes bienes, igual que había hecho con Adán. Como entonces el demonio (cf. Gen_3:4-13), también ahora el pecado, herencia de aquella transgresión de Adán, intenta hacer fallar los planes de Dios, impulsando a los seres humanos a la transgresión, a fin de llevarles a la muerte, no ya sólo la que es consecuencia de la transgresión de Adán (cf. 5:14), sino la debida a nuestros pecados personales. La táctica es la misma; de ahí que la descripción que de esta actividad del pecado hace San Pablo (v.8-n) esté como recordando el pasaje del Génesis donde se cuenta la tentación de nuestros primeros padres. Lo que a San Pablo interesaba hacer resaltar es que esos planes de Dios también aquí van a fallar, y de hecho el ser humano, bajo el régimen de la Ley, quedará peor que antes, con aumento del número de pecados y agravación de su malicia (cf. 5:20).
¿A qué, pues, la Ley? ¿Es que nos ha sido dada para llevarnos a la muerte? Esta inquietante pregunta, aunque en realidad ya quedaría contestada con lo anterior, va a ser objeto de más detallada respuesta.

La potencia maligna del pecado, 7:13-25.
13 ¿Luego lo bueno me ha sido muerte? ¡Eso, no! Pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso.14 Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. 15 Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16 Así, pues, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. 17 Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. 18 Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no.19 En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. 21 Por consiguiente, tengo en mí esta ley, que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; 22 porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; 23 pero siento otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?.. 25 Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor.. Así, pues, yo mismo, que con la-razón sirvo a la ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del pecado.

Sigue San Pablo analizando las relaciones entre pecado y Ley. Y lo primero, como había hecho en la perícopa anterior (cf. V.7), presenta en forma de pregunta el verdadero nudo de la cuestión: ¿Luego lo bueno me ha sido muerte? (v.13). Ese es precisamente el punto a explicar: cómo una cosa buena y espiritual, como es la Ley, ha podido ser de hecho causa de muerte para el hombre.
La respuesta, en sus líneas esenciales, está ya indicada en los v.13-14, haciendo recaer la responsabilidad, no sobre la Ley, sino sobre el pecado. Este pecado, que el Apóstol con atrevida figura literaria presenta como personificado, es el mismo de que ha venido hablando en las perícopas anteriores, íntimamente ligado a la transgresión de Adán, a raíz de la cual entró en el mundo (cf. 5, 12-21; 6:12-14; 7:5); se trata, como ya dijimos más arriba, no de un pecado específico contra este o aquel mandamiento, sino de un pecado general, entrañado en el hombre como consecuencia de la falta de Adán, que nos está continuamente impeliendo al mal. Aunque ya había entrado en el mundo a raíz de la transgresión de Adán, hasta la aparición de la Ley este pecado estaba como muerto (cf. v.8), y fueron los preceptos de la Ley los que lo hicieron revivir (cf. v-9), siendo ellos ocasión de que mostrara toda su malicia y se hiciese sobremanera pecaminoso (v.13). San Pablo, hablando en nombre de los que viven bajo la Ley, dice que ha sido vendido a él por esclavo (v.14), que habita en su carne y en sus miembros (v.17.18.20.23), terminando su descripción con aquella exclamación angustiosa: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (v.24). El cuerpo de muerte es el cuerpo en cuanto esclavo del pecado y, por eso mismo, destinado a la muerte, entendido el término en el sentido complejo en que lo viene usando el Apóstol, conforme explicamos al comentar 5:12-14.
Es, pues, el pecado, no la Ley, la verdadera causa del desorden. Si la Ley, señalando qué se debe hacer y qué se debe evitar, hubiera sido dada a seres en perfecto estado de rectitud, no hubiera tenido sino ventajas; pero de hecho, después de la transgresión de Adán, no es ésa la condición de la humanidad. Tenemos un yo dividido, el yo carnal, siempre de parte del pecado, y el yo recto, radicado en la razón (voüò), que aprueba y se deleita en la Ley divina (v.22. 23.25); mas, por desgracia, el yo recto está dominado por el yo carnal, resultando ese drama o lucha en el interior del hombre, tan sutilmente descrito por San Pablo, drama que termina en una incongruencia entre juicio y acción, entre teoría y práctica, al querer y aprobar el bien con nuestra inteligencia o parte superior y luego, de hecho, arrastrados por la carne, obrar el mal (v.15-23). Es la incongruencia descrita también por autores paganos 107. San Pablo describe ese drama en tres ciclos, aunque en el segundo (v. 18-20) prácticamente no hace sino repetir lo del primero (v.15-17), haciendo recaer, lo mismo en uno que en otro, toda la responsabilidad sobre el pecado; en el tercero (v.21-23) se recogen las observaciones precedentes, con aplicación más concreta al caso de la Ley mosaica, que está de acuerdo con nuestro querer, pero no con nuestro obrar. Es decir, para San Pablo, el judío se encuentra entre dos leyes contradictorias: la mosaica o Ley de Dios, que se corresponde con la ley de la razón, y la carnal o ley en sus miembros, que le encadena al pecado; y como la Ley, en cuanto tal, no hace sino señalar el camino sin dar fuerza interior para recorrerlo, resulta que de hecho, a causa del yo carnal, no hace sino aumentar el pecado. Este es el drama terrible del hombre bajo la Ley, visto en su realidad desde las alturas de la revelación cristiana. No que entonces no pudiera haber seres humanos justos, como los podía también haber entre los gentiles (cf. 2:7.10.13), pero no lo eran en virtud de la Ley, que no hacía sino señalar el camino, sino en virtud de un elemento extrínseco a ella, es a saber, la gracia, que derivaba de otro principio, y con la que únicamente era posible resistir a la esclavitud del pecado. San Pablo, al tratar del valor de la Ley, prescinde de este elemento extrínseco, a fin de hacer ver a los orgullosos judíos, tan ufanos con su Ley (cf. 2:17; 9:4), que la Ley, en cuanto tal, no llevaba a la salud, sino que, al contrario, era causa de más pecados. Es la conclusión a que quería llegar, para que así resultase más clara la necesidad de la obra de Jesucristo (v.24-25). En otros pasajes de sus cartas completará la descripción del papel de la Ley, afirmando que era sólo una fase transitoria en los planes divinos de salud, destinada a producir en el hombre la conciencia de su pecado y llevarle a Cristo, objeto de las promesas hechas a Abraham (cf. 4:13-16; 10:4; 11:32; Gal_3:6-25; Col_2:14).
Llama la atención el que San Pablo, después de la exclamación de alivio ante la liberación operada por Jesucristo (v.25a), vuelva de nuevo a recordar el conflicto entre la razón, queriendo el bien, y la carne, arrastrándonos al mal (v.25b). Probablemente no se trata sólo de una especie de epílogo confirmativo de lo dicho en los v.15-23, sino que es una manera de indicar que el conflicto, aunque con menos dramatismo, como explicará en el capítulo octavo, seguirá también en el cristiano, que habrá de luchar contra las tendencias de la carne y dejarse guiar por el Espíritu hasta conseguir la bendicion definitiva.

Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



70 (iii) Libertad respecto a la ley (7,1-25). Pablo empezó su descripción de la nueva si(-) tuación del cristiano justificado explicando cómo Cristo puso fin al reinado del pecado y la muerte (5,12-21) y cómo la «vida nueva en Cristo Jesús» supuso una reorientación del yo, de manera que ya no se podía ni siquiera pen(-)sar en pecar (6,1-23). En 6,14, obsesionado por el problema planteado por la ley, introdu(-)jo la relación de ésta con esa libertad: ¿qué pa(-)pel seguía teniendo aquélla en la vida huma(-)na? En puntos anteriores de Rom (3,20.31; 4,15; 5,13.20) había dejado entrever su preo(-)cupación por este problema, pero ahora inten(-)ta afrontarlo directamente. ¿Cuál es la rela(-)ción entre la ley y el pecado? ¿Cómo puede ser ella la servidora de la muerte y la condena (2 Cor 3,7.9)? ¿Cuál es la relación del cristiano con esta ley? Los vv. 1 -6 son la introducción a su respuesta, afirman la libertad del cristiano respecto a la ley, los w. 7-25 explican la rela(-)ción entre la ley y el pecado. En este punto, Pablo afirma la bondad básica de la ley y de(-)muestra que ésta ha sido utilizada por el peca(-)do como instrumento para dominar a la per(-)sona de «carne». Encuentra, pues, la respuesta a su problema, no en la ley como tal, sino en la incapacidad de los seres humanos terrenos, naturales, débiles, para hacer frente a las exi(-)gencias de aquélla. 71 En 7,1-6, Pablo entrelaza dos argumen(-)tos: (1) La ley obliga sólo a los vivos (7,1.4a); por consiguiente, el cristiano que ha muerto «por medio del cuerpo de Cristo», ya no está atado por ella. (2) La muerte del marido libera a la mujer de las prescripciones específicas de la ley que la vinculan a él; el cristiano es como la esposa judía cuyo marido ha muerto. Igual que ella está libre de «la ley del marido», el cris(-)tiano está libre de la ley en virtud de la muerte (7,2.3.4b). El segundo argumento es sólo una ilustración (imperfecta, por lo demás) del pri(-)mero. No conviene forzarlo hasta convertirlo en una alegoría, como propuso en su día Sanday-Headlam (Romans 172): la esposa = el ver(-)dadero yo (Ego); el (primer) marido = la vieja condición del hombre; la «ley del marido» = la ley que condena la vieja condición; el nuevo matrimonio = unión con Cristo. Pues el argu(-)mento de Pablo es diferente; es la misma per(-)sona la que muere y es liberada de la ley. Utili(-)za el ejemplo únicamente para esclarecer una idea: que la obligación de la ley cesa cuando se produce la muerte. Puesto que el cristiano ha experimentado la muerte, la ley ya no tiene nin(-)gún derecho sobre él. Así arguye en este pasaje, en el cap. 7.

7 21. hermanos: Ésta es la primera vez que se usa este apelativo desde 1,13. quienes conocen la ley: Aunque Weiss, A. Jülicher y E. Kiihl pensaban que Pablo, al dirigirse a cris(-)tianos de Roma, se estaba refiriendo así a la ley romana, y otros pocos (Lagrange, Lyonnet, Sanday-Headlam, Taylor) interpretaban no-mon (sin artículo) como «ley en general», la mayoría de los comentaristas entienden con razón que la expresión se refiere a la ley mo(-)saica (véase el comentario a 2,12), porque hay alusiones a ella en 7,2.3.4b y este versículo re(-)toma 5,20; 6,14. Como señalaba Leenhardt (Romans 177), si el argumento de Pablo se ba(-)sara en un principio jurídico pagano, perdería gran parte de su fuerza demostrativa. Pablo sostiene, de hecho, que Moisés mismo previo una situación en la cual la ley dejaría de obli(-)gar. la ley obliga al individuo mientras vive: Lit., «tiene señorío sobre», es decir, mantiene cau(-)tiva a una persona con la obligación de obser(-)varla. La conclusión de esto se saca en el v. 4a. En este momento se ilustra con la ley matri(-)monial. 2. una mujer casada: cf. Nm 5,20.29; Prov 6,29. La ley del AT consideraba a la espo(-)sa propiedad del marido; su infidelidad era adulterio (Éx 20,17; 21,3.22; Lv 20,10; Nm 30,10-14; cf. R. de Vaux, AI 26). la ley del mari(-)do: La prescripción concreta de la ley mosaica, que vincula a la esposa con su propietario (marido). 3. si vive con otro hombre: Lit., «per(-)tenece a otro (hombre)». La expresión procede de Dt 24,2; Os 3,3. La libertad de la esposa lle(-)ga con la muerte del marido y, evidentemente, nada tiene que ver con el divorcio. 4. por me(-)dio del cuerpo de Cristo: Es decir, mediante el cuerpo crucificado del Jesús histórico (véase Gál 2,19-20). Por el bautismo, el cristiano ha quedado identificado con Cristo (6,4-6), parti(-)cipando en su muerte y resurrección. Cuando Cristo murió por todos «en la semejanza de una carne pecadora» (8,3), todos murieron (2 Cor 5,14). podéis pertenecer a otro: El «segun(-)do marido» es Cristo resucitado y glorificado, que como Kyrios tiene en lo sucesivo señorío sobre el cristiano, dar fruto para Dios: La unión de Cristo y el cristiano acababa de ser descrita en términos matrimoniales. Pablo prolonga el tropo: es de esperar que tal unión produzca el «fruto» de una vida reformada.

73 5. cuando vivíamos vidas meramente naturales: Lit. «estábamos en la carne», en el pasado sin Cristo. Esa modalidad de existen(-)cia se contrasta implícitamente con la vida «en el Espíritu» (8,9), a la cual alude Pablo en 7,6. pasiones pecaminosas: La propensión a pecar siguiendo fuertes impresiones sensoriales (véa(-)se Gál 5,24). excitadas por la ley: La ley sirve de acicate a las pasiones humanas dominadas por la «carne», y así se convierte en ocasión para el pecado. Otro aspecto de esto aparece en el v. 7. producir fruto de muerte: La frase ex(-)presa resultado, no finalidad (véase el comen(-)tario a eis to + infin., 1,20). Las pasiones no es(-)taban destinadas a contribuir a la muerte, pero, instigadas por la ley, lo hicieron (véase 6,21). 6. pero ahora: En la nueva dispensación cristiana (véase el comentario a 3,21). hemos muerto a lo que en otro tiempo nos tuvo cauti(-)vos: Aunque algunos comentaristas intentan referir el pron. «lo que» a la dominación por parte de las pasiones, se trata más bien de otra referencia a la ley que se acaba de mencionar. de manera que sirvamos con la novedad del Es(-)píritu: El Espíritu como principio dinámico de la vida nueva iniciada en el bautismo (6,4) es radicalmente diferente del código escrito. La frase le fue sugerida a Pablo por la mención de la «carne» (v. 5); carne y Espíritu sirvieron así de trampolín para otro contraste, el del Espí(-)ritu y la letra (= vida sometida a la ley mosai(-)ca; cf. 2 Cor 3,6-8, excelente comentario a este versículo).

74 En los vv. 7-13, Pablo aborda la rela(-)ción de la ley con el pecado. 7. ¿es la ley peca(-)do?: Está claro que Pablo piensa en la ley mo(-)saica (véase 7,1), pues incluso la cita al mal de este versículo. Pero algunos comentaristas han intentado entender nomos en el presente texto como (1) la ley natural (Orígenes, E. Reuss), o (2) toda ley dada desde el comienzo, inclu(-)yendo hasta el «mandato» dado a Adán (Teo(-)doro de Mopsuestia, Teodoreto, Cayetano, Lietzmann, Lyonnet). Para apoyar esto, se re(-)curre a Eclo 17,4-11, que supuestamente de(-)mostraría que los judíos de aquella época ex(-)tendían la noción de ley a todos los preceptos divinos, incluso a los impuestos a Adán (Eclo 17,7, que se hace eco de Dt 30,15.19) y a Noé. Eclo 45,5(6) habla de la ley dada a Moisés lla(-)mándola entolai, «mandatos», la misma pa(-)labra utilizada en 7,8. Se dice que Abrahán observó la ley de Dios (Eclo 44,20), y en el pos(-)terior TgPsJ (a Gn 2,15) se dice que Adán fue puesto en Edén para observar los mandamien(-)tos de la ley (opinión sostenida también por Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 2,24; PG 6.1092; Ambrosio, De Paradiso 4; CSEL 32.282). Sin embargo, ninguna de estas razones de(-)muestra que Pablo tuviera en mente un con(-)cepto de ley más amplio que el de la ley mosai(-)ca. Todo lo más se hacen eco de la creencia de algunos judíos de que la ley mosaica era ya co(-)nocida como tal para Abrahán u otras perso(-)nas de tiempos anteriores. Pablo no comparte dicha creencia (4,13; Gál 3,17-19). Más bien le preocupa la conclusión que se podría sacar de algunas observaciones acerca de la ley. Podría parecer que es pecaminosa en sí misma, pues(-)to que «se atravesó» para aumentar los delitos (5,20), proporciona «conocimiento del peca(-)do» y «atrae la ira» (4,15). El rechaza con fir(-)meza tal conclusión (véase el comentario a 3,4). yo no conocí el pecado sino por la ley: Lo que la conciencia captaba como malo llegó a ser considerado transgresión y rebelión formal por medio de la ley. Como en 3,20, la ley apa(-)rece como un informador moral.

75 Pablo pasa en este momento a la 1ª pers. sg., y este cambio ha planteado un pro(-)blema exegético histórico. ¿A quién se alude con ese «yo»? (1) Según A. Deissmann, Dodd, Bruce y Kühl, entre otros, Pablo habla auto(-)biográficamente. Sin embargo, esto no resulta convincente, pues entra en conflicto con lo que Pablo dice acerca de su propio trasfondo psicológico como fariseo y de su experiencia de la ley antes de su conversión (Flp 3,6; Gál1,13-14). También pasa por alto una impor(-)tantísima perspectiva genérica que adopta en este punto, al reflexionar sobre las etapas de la historia humana. (2) Según P. Billerbeck, Da(-)vies y M. H. Franzmann, entre otros, Pablo es(-)taba pensando en el piadoso muchacho judío que a los 12 años quedaba obligado a observar la ley. Sin embargo, esta idea de inocencia infantil resulta demasiado restrictiva para aplicarla a todo el análisis de Pablo. (3) Según Metodio de Olimpia, Teodoro de Mopsuestia, Cayetano, Dibelius, Lyonnet y Pesch, entre otros, Pablo se referiría a Adán enfrentado al «mandato» de Gn 2,16-17. Sin embargo, aun(-)que esto da al pasaje una perspectiva global que necesita, y pese a que Pablo tal vez aluda a Gn 3,13 en 7,11, no explica por qué habría de referirse a Adán como «yo»; y la alusión del v.11 está aislada. De hecho, cuando cita un pre(-)cepto divino, no es el de Gn 2,16 ó 3,3, sino uno de los mandamientos del Sinaí. (4) Según Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Barth, Althaus y Nygren, entre otros, Pablo estaría ha(-)blando de su propia experiencia como cristia(-)no enfrentado a las reglas de su nueva vida como convertido. Sin embargo, en tal caso se debe preguntar a qué viene todo lo que dice acerca de la ley. Tal opinión tiende a hacer de Pablo un joven Lutero. (5) Según Kasemann y muchos otros, Pablo está haciendo uso de una figura retórica, Ego, para poner de manifiesto de manera íntima y personal la experiencia común a todos los seres humanos no rege(-)nerados que encaran la ley mosaica y confían en sus propios recursos para cumplir las obli(-)gaciones que ésta impone. En vez de usar anthrópos, «ser humano», o tís, «alguien», de(-)cidió hablar de Ego, más o menos como en 1 Cor 8,13; 13,1-3.11-12; 14,6-19; Rom 14,21; Gál 2,18-21. Este recurso retórico «se encuen(-)tra, no sólo en el mundo griego, sino también en los salmos de acción de gracias del AT cuando se confiesa la liberación divina de la culpa y del peligro de muerte» (Kasemann, Romans 193).
Una insistencia superficial en un solo as(-)pecto del problema del Ego tiende a oscurecer la profunda intuición de Pablo. Éste no consi(-)dera la confrontación de Ego con el pecado y la ley en un plano psicológico individual, sino desde un punto de vista histórico y colectivo. Pablo contempla con ojos judíos y cristianos -sin Cristo y con Cristo- la historia humana tal como la conocía (véase E. Stauffer, TDNT 2.358-62). Algunas de las afirmaciones que ha(-)ce en este pasaje son susceptibles de aplica(-)ción a experiencias que están más allá de la perspectiva inmediata del apóstol. Lo que éste dice en los vv. 7-25 es indudablemente la expe(-)riencia de muchos cristianos enfrentados a la ley divina, eclesiástica o civil; cuando estos versículos se leen a esa luz, pocos dejarán de apreciar su trascendencia. Pero al intentar en(-)tender lo que Pablo quiso decir es importante tener presente su perspectiva.

76 no codiciarás: Así se compendia la ley mosaica (Éx 20,17; Dt 5,21). Expresa la esen(-)cia de la ley, enseñanza dirigida a los seres hu(-)manos para que no se dejen arrastrar por las cosas creadas, en lugar de por el Creador. Con tal mandato, a la conciencia moral indolente se le hace caer en la cuenta de la posibilidad de un quebrantamiento de la voluntad de Dios así manifestada. 8. el pecado encontró su opor(-)tunidad a través de ese mandato: El «mandato» puede parecer una alusión a la orden dada en Gn 2,16, pero hace referencia a la prohibición concreta de la ley mosaica que se acaba de citar. En este punto convendría recordar la perspectiva que Pablo tiene de la historia de la salvación (-Teología paulina, 82:42). Desde Adán hasta Moisés la gente obró mal, pero no quebrantó precepto alguno, como hizo Adán. Sus malas obras se convirtieron en infraccio(-)nes con la llegada de la ley. Ésta se convirtió entonces en una aphorme, «ocasión», «oportu(-)nidad» (BAGD 127), para el pecado formal. 9. sin la ley el pecado estaba sin vida: Como un ca(-)dáver, era incapaz de hacer nada, incapaz de convertir el mal en rebelión flagrante contra Dios (véanse 4,15; 5,13b). vivo sin la ley: No es una alusión a la feliz e inocente infancia de Pablo, ni una alusión al estado de Adán antes de que comiera el fruto, sino una referencia irónica a la vida llevada por todo el que está sin Cristo e ignora la verdadera naturaleza de la mala conducta. La expresión «sin vida», aplicada al pecado (v. 8), probablemente sugi(-)rió a Pablo el contraste «yo estaba vivo»; pero el acento principal recae sobre la expresión «sin la ley». La vida así vivida no era, de he(-)cho, la de la unión con Dios en Cristo; ni era una rebelión abierta contra Dios mediante una transgresión formal, el pecado cobró vida: Con la intervención de la ley, la condición hu(-)mana ante Dios cambió, pues los «deseos» se convirtieron entonces en «codicia», y el inten(-)to de satisfacerlos, en rebeldía contra Dios. Si el vb. anezésen se tomara literalmente, «revi(-)vió», resultaría difícil entender cómo se podría aplicar esto a Adán; pero puede significar me(-)ramente «cobró vida» (BAGD 53). El pecado «estaba vivo» en la transgresión de Adán; «co(-)bró vida» de nuevo con las transgresiones de la ley mosaica. 10. entonces yo morí: La muer(-)te a la que se refiere aquí no es la de Gál 2,19, por la cual el cristiano muere a la ley mediante la crucifixión de Cristo, de manera que aqué(-)lla no tiene ya derecho alguno sobre él. Esta muerte es más bien la situación resultante del pecado como quebrantamiento de la ley. Por medio de las transgresiones formales, los seres humanos quedan sometidos a la dominación de Thanatos (5,12). el mandato que debiera ha(-)ber significado vida: La ley mosaica prometía vida a quienes la observaran: «quien la cumpla encontrará vida» (Lv 18,5; cf. Dt 4,1; 6,24; Gál 3,12; Rom 10,5). en mi caso significó muerte: La ley como tal no mataba, pero era un ins(-)trumento utilizado por el pecado para dar muerte a los seres humanos. No era sólo una ocasión de pecado (7,5) o un informador mo(-)ral (7,7), sino que también dirigía una con(-)dena a muerte contra quienes no la obedecían (Dt 27,26; cf. 1 Cor 15,56; 2 Cor 3,7.9; Gál 3,10). 11. el pecado me engañó: Igual que el mandato de Dios brindó a la serpiente tentadora su oportunidad, el pecado utilizó la ley para en(-)gañar a los seres humanos y tentarles a ir tras lo que estaba prohibido. Pablo alude a Gn 3,3, pero en absoluto de manera tan explícita co(-)mo en 2 Cor 11,3. El engaño tuvo lugar cuan(-)do la autonomía humana se vio enfrentada a la exigencia divina de sumisión. Como hizo la serpiente, el pecado tentaba a los seres huma(-)nos inmersos en tal enfrentamiento a afirmar su autonomía y hacerse «como Dios». 12. san(-)ta, justa y buena: Debido a que la ley había sido dada por Dios y tenía por finalidad dar vida a quienes la obedecieran (7,10.14; Gál 3,24). La ley nunca mandó a los seres huma(-)nos hacer el mal; en sí misma era buena. 13. ¿lo que era bueno resultó ser muerte para mí?: ¡Lo anómalo de la ley! De nuevo Pablo recha(-)za con vehemencia el pensamiento de que una institución divina fuera causa directa de muerte (véase el comentario a 3,4). fue el pe(-)cado, para poder manifestarse como pecado: El verdadero culpable fue el pecado, causa direc(-)ta de la muerte de todos y cada uno (5,12;
6,23). Utilizó la ley como instrumento. Enten(-)dido esto, queda claro que la ley no era el equi(-)valente del pecado (cf. 2 Cor 3,7) y se pone de manifiesto lo que el pecado es realmente, re(-)beldía contra Dios.
77 14-25. La explicación de Pablo no es todavía completa; en el presente pasaje trata de esclarecer la cuestión. ¿Cómo pudo el peca(-)do utilizar algo bueno en sí mismo para des(-)truir a los seres humanos? El problema no es(-)triba en la ley, sino en los seres humanos como tales. 14. la ley es espiritual: Debido a su origen divino y a su propósito de conducir a los seres humanos hasta Dios. Así, no pertenecía al mundo de la humanidad terrena, natural. En cuanto pneumatikos, pertenecía a la esfera de Dios; se oponía a lo que es sarkinos, «carnal», «perteneciente a la esfera de la carne». 15. lo que hago no lo comprendo: El enigma procede de un conflicto que tiene lugar en las más ínti(-)mas profundidades de la humanidad, la esci(-)sión entre el deseo dominado por la razón y la actuación real, no hago lo que quiero, y lo que hago lo aborrezco: La aspiración moral y la ac(-)tuación no están coordinadas ni integradas. En conexión con esto se citan a menudo las quejumbrosas palabras del poeta romano Ovi(-)dio: «Advierto lo que es mejor y lo apruebo, pero busco lo que es peor» (Metamorph. 7.19). Los esenios de Qumrán explicaban ese mismo conflicto interior enseñando que Dios había puesto dos espíritus en los seres humanos pa(-)ra que los gobernaran hasta el momento en que él les pidiera cuentas, un espíritu de verdad y un espíritu de perversidad (1QS 3,15-4,26) . Pablo, sin embargo, no atribuye la divi(-)sión a espíritu alguno, sino a los seres huma(-)nos mismos. 16. estoy de acuerdo en que la ley es buena: El deseo de hacer lo que está bien es un reconocimiento implícito de la bondad y excelencia de la ley en lo que ésta impone. 17. el pecado que habita en mí: Hamartia entró en el mundo para «reinar» sobre la humanidad (5,12.21) y, alojándose dentro de los seres hu(-)manos, los esclavizó. Este versículo es en rea(-)lidad una rectificación de 7,16a: el pecado es responsable del mal que hacen los seres hu(-)manos. Puede parecer que Pablo casi exime a los seres humanos de responsabilidad por su conducta pecaminosa (véase 7,20); pero es un pecado humano (5,12d). 18. el bien no habita en mí, es decir, en mi yo natural: Lit., «en mi carne». La matización añadida es importante, pues Pablo encuentra la raíz de la dificultad en el yo humano considerado como sarx, fuen(-)te de todo cuanto se opone a Dios. Del Ego considerado como sarx proceden las cosas de(-)testables que uno hace. Pero el Ego como ver(-)dadero yo bien dispuesto está desvinculado de ese yo que cayó víctima de la «carne» (-Teo(-)logía paulina, 82:103). 19-20. Repetición de 7,15.17 desde un punto de vista diferente.

78 21. capto, pues, el principio: Cada cual aprende por experiencia cuál es la situación. En 7,21-25 nomos experimenta un cambio de matiz. Pablo está jugando con otros significa(-)dos de la palabra que ha utilizado hasta el mo(-)mento para referirse a la ley mosaica. Ahora nomos denota un «principio» (BAGD 542) o el «modelo» experimentado de la propia activi(-)dad. 22. en lo hondo de mí me deleito en la ley de Dios: No es éste el modo cristiano de hablar, sino, como aclaran los versículos siguientes, la «mente» (nous) de una humanidad sin regene(-)rar. Aunque dominado por el pecado cuando es considerado como «carne», cada cual sigue experimentando que desea lo que Dios desea. La mente o razón reconoce el ideal presentado por la ley, la ley de Dios. 23. otro principio es(-)tá en guerra con la ley de mi mente: El nomos en el cual el yo raciocinante se deleita se opo(-)ne a otro nomos que en última instancia hace cautivo al yo (6,13.19). Este nomos no es otro que el pecado que habita dentro de uno (7,17), que esclaviza al ser humano de manera que el yo bien dispuesto, que se complace en la ley de Dios, no es libre para observarla. 24. ¡desdi(-)chado de mí!: Grito angustioso de todo aquel lastrado por la carga del pecado y al cual éste impide conseguir lo que querría; es un grito desesperado dirigido a Dios buscando su ayu(-)da. ¿quién me salvará de este cuerpo condena(-)do a la perdición?: Lit., «este cuerpo de muer(-)te», véase el comentario a 6,6. Amenazado por la derrota en este conflicto, el ser humano en(-)cuentra liberación en la misericordiosa muni(-)ficencia de Dios manifestada en Cristo Jesús. 25. ¡gracias a Dios!: En el ms. D y en la Vg, la respuesta a la pregunta del v. 24 es «la gracia de Dios», pero ésta es una lectura inferior. El v. 25 es una exclamación que expresa la grati(-)tud de Ego a Dios y anticipa la auténtica res(-)puesta que se va a dar en 8,1-4. La gratitud se expresa «por Jesucristo nuestro Señor», utili(-)zando el estribillo de esta parte de Rom (-50 supra). Tal vez sea preferible separar la excla(-)mación (¡gracias a Dios!) de la frase siguiente, entendiendo ésta como una expresión inicial de la respuesta a la pregunta del v. 24: «(Es lle(-)vado a cabo) por Jesucristo...», con la mente: El yo raciocinante se somete de buena gana a la ley de Dios y se sitúa en contraposición al yo carnal, la persona esclava del pecado. Así ter(-)mina Pablo su análisis de las tres libertades alcanzadas para la humanidad en Cristo Jesús.
(Benoit, P., «The Law and the Cross according to St Paul, Romans 7:7-8:4», Jesús and the Gospel, Volume 2 [Londres 1974] 11-39. Bornkamm, G., Early Christian Experience [Filadelfia 1969] 87-104. Bruce, F. F., «Paul and the Law of Moses», BJRL 57 [1974-75] 259-79. Hübner, H., Law in Pauls Thought [Edimburgo 1984]. Kümmel, W. G., Romer 7 und die Bekehrung des Apostéis (UNT 17, Leipzig 1929], Raisanen, H., Paul and the Jjxw [WUNT 29, Tubinga 1983].)

Comentario de Santo Toms de Aquino

CAPITULO 7
Lección 1: Romanos 7,1-6
Pone ya de manifiesto que nosotros estamos Ubres de la esclavitud de la Ley de Moisés por la gracia de Cristo, y se trata de varias cosas relativas a las nupcias bajo la Ley.1. ¿Acaso ignoráis, hermanos, pues hablo a quienes conocen lo. Ley, que la Ley tiene dominio sobre el hombre mientras dure la vida?2. Porque la mujer casada ligada está por ley a su marido, durante la vida de éste; mas muerto el marido, queda desligada de la ley del marido.3. Por consiguiente, será tenida por adúltera si viviendo su marido se júnta con otro varón. Pero si muriere el marido, queda libre de esa ley, dé manera que no será adúltera siendo de otro varón.4. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley por medio del cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro, del qué resucitó de entre los muertos, a fin de que fructifiquéis para Dios.5. Porque cuando estábamos en la carne, las pasiones de los pecados, que tomaban ocasión de la Ley, obraban en nuestros miembros de modo de hacerles producir frutos para la muerte.6. Mas ahora estamos ya exentos de la ley de muerte que nos tenía ligados, para que sirvamos ya en novedad de espíritu y no en vejez dé letra.Habiendo mostrado el Apóstol que por la gracia de Cristo nos libramos del pecado, aquí enseña que por la misma gracia de Cristo nos liberamos de la esclavitud de la Ley. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enuncia su tesis; luego, excluye la objeción: ¿Qué diremos, pues?, etc. Todavía acerca de lo primero hace también dos cosas. Primero ensena que por la gracia de Cristo nos liberamos de la servidumbre de la Ley; luego muestra la utilidad de tal liberación: Para que demos fruto para Dios, etc. Y acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, enunciar la prueba con la cuál arguye para esclarecer su tesis; luego la explica: Porque la mujer casada ligada está por la ley a su marido, etc.; finalmente, concluye: Así también vosotros, hermanos míos, etc.Ahora bien, les propone la prueba como algo notorio. Por lo cual dice: ¿Acaso ignoráis, hermanos, etc.?, como si dijera: Esto no lo debéis ignorar. Si alguno lo ignora será ignorado (1Co 14,38). Y la causa por la que no deben ignorarlo la índica agregando: pues hablo a quienes conocen la Ley. Pero como los Romanos eran Gentiles e ignoraban la Ley de Moisés, parece que no les toca lo que aquí se dice. Por lo cual algunos aplicaron esto a la Ley natural, que no les era desconocida a los Gentiles, según el propio San Pablo: Cuando los Gentiles, que no tienen Ley, hacen por la razón natural las cosas de la Ley (Rm 2,14). Por lo cual dice también: que la Ley tiene dominio sobre el hombre, o sea, la Ley natural, mientras dure la vida, la Ley en el hombre. La cual tiene vida mientras la razón natural florece en el hombre. Y muere la ley natural en el hombre mientras la razón natural sucumbe a las pasiones. Rompieron la alianza sempiterna (Is 24,5), o sea, la de la ley natural. Pero no parece que esto sea conforme a la intención del Apóstol, pues cuando habla de la Ley de una manera absoluta e indeterminada, refiérese siempre a la Ley de Moisés. Por lo cual débese decir que los fieles Romanos no eran sólo Gentiles, porque entre ellos había muchos Judíos. De aquí que tenemos que en Hechos 18,2, Pablo encontró en Corinto a cierto Judío, de nombre Aquila, recién llegado de 1talia, y a su mujer Priscila, por haber ordenado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma. Así es que la Ley tiene dominio sobre el hombre durante toda la vida del hombre. Porque la Ley ha sido dada para dirigir a los hombres en el camino de esta vida, según el Salmo 24,12: Le ha prescrito la regla en la carrera que escogió. Por lo cual la obligación de la Ley termina con la muerte. En seguida, cuando dice: Porque la mujer casada ligada está por la ley a su marido, con el ejemplo de la ley del matrimonio aclara lo que dijera. Y primero pone el ejemplo; luego, lo explica como figura: Por consiguiente, si viviendo su marido, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero, con el ejemplo enseña que la obligación de la Ley dura mientras dure la vida, diciendo: Porque la mujer que viviendo su marido, esto es, bajo la potestad del marido, vive, por la ley divina -por la cual se dijo: Estarás bajo la potestad de tu marido (Gen 3,16)-, ligada por ley, por la cual está obligada a cohabitar con su marido, según Mateo 19,6: Lo que Dios júntó, el hombre no lo separe. Y ciertamente tal inseparabilidad del matrimonio es causada principalmente en cuanto es el sacramento de la indisoluble unión de Cristo y la 1glesia, o bien del Verbo y la humana naturaleza en la persona de Cristo. Gran misterio es éste en Cristo y en la 1glesia, etc. (Ef 5,32). Lo segundo, mas muerto el marido, manifiesta, con el ejemplo, cómo la obligación de la ley se desliga con la muerte, diciendo: mas si el marido de la mujer muere, después de la muerte del marido la mujer queda desligada ds la ley del marido, o sea, de la ley del matrimonio, que la sujetaba al marido. Porque, como dice Agustín (Lib. de nuptiis et concupisc,1,1, cap. XVIII), siendo las nupcias un bien de los mortales, la obligación de las nupcias no se extiende después de la vida mortal. Por lo cual, en la resurrección, siendo ya entonces inmortal la vida, ni se casan, ni se dan en matrimonio, como se dice en Mateo 22,30. De lo cual se desprende que si alguien muere y resucita, como ocurrió con Lázaro, la mujer ya no será esposa, aunque lo haya sido, si no es que de nuevo se casa con él.Objeción.-Contra esto parece que está lo que leemos en Hebreos 1 1,35: Mujeres hubo que recibieron resucitados a sus muertos. Pero es de saberse que esas mujeres no recibieron a sus maridos sino a sus hijos, como cierta mujer por Elias, como se lee en 3 Reyes 17,22; y otra por Eliseo, como vemos en 4 Reyes 4,32-37. Mas de otra manera ocurre en los sacramentos que imprimen carácter, que es cierta consagración del alma inmortal. Y toda consagración permanece mientras permanezca la cosa consagrada, como es patente en la consagración de una iglesia o de un altar. Y por lo mismo, si el bautizado, o el confirmado, o el ordenado muere y resucita, no debe recibir de nuevo estos mismos sacramentos.En seguida, cuando dice: Por consiguiente, si viviendo su marido, etc., explica lo que dijera mediante una señal. Y primero en cuanto a la obligación del matrimonio, que dura en la mujer mientras viva el marido, de lo cual es señal que se le llamaría adúltera si estuviera con otro varón, carnalmente unida, en vida de su marido. Si un marido repudia a su mujer, y ella, separada de éste, toma otro marido, ¿acaso volverá jamás a recibirla? ¿No quedará la tal mujer inmunda y contaminada? Lo segundo: mas muerto el marido, establece la señal en cuanto a que la obligación de la ley del matrimonio se desliga por la muertel diciendo que si el marido de la mujer muriere, se liberaría la mujer de la ley del marido por la cual está ligada con el marido, para que no sea adúltera si estuviere con otro hombre carnalmente unida a él, principalmente si se le uniera matrimonialmente. Mas si muriere el marido, de la mujer, queda libre para casarse con quien quiera (1Co 7,39). De lo cual resulta claro que las segundas nupcias, y las terceras y las cuartas son en sí mismas lícitas y no sólo por dispensa como parece decir el Crisóstomo, quien acerca del texto de San Mateo dice que así como Moisés permitió el libelo de repudio así también el Apóstol permitió las segundas nupcias. No hay, en efecto, razón alguna, si la ley del matrimonio se disuelve por la muerte, para que no le sea lícito al cónyuge supérstite contraer nuevas nupcias. Estas palabras del Apóstol: Es necesario que el obispo sea marido de una sola mujer (I Tim 31 2) no significan que sean ilícitas las segundas nupcias, sino por carencia de sacramento, porque no sería uno solo de una sola como Cristo es esposo de una sola 1glesia.En seguida, cuando dice: Así también vosotros, hermanos míos, saca como conclusión su principal tesis, diciendo: Así también, etc., o sea, porque habéis sido hechos miembros del cuerpo de Cristo, júntamente cor El muertos y sepultados, como arriba se dijo, muertos estáis a la Ley, en cuanto a que cesa en vosotros la obligación de la Ley, de modo que ya sois de otro, es claro que de Cristo, sujetos a su ley, el cual resucitó de entre los muertos, en el cual, resucitando vosotros tambien, asumisteis vida nueva. Y así estamos obligados no a la Ley de la primera vida sino a la ley de la vida nueva.Sin embargo, parece que hay aquí una desemejanza en cuanto a que en el ejemplo anterior el marido moría y quedaba la mujer sin la obligación de la Ley. Y aquí el que se libera de la obligación es el que se dice que muere. Pero si consideramos esto rectamente, lo uno y lo otro caen bajo la misma razón, porque como el matrimonio es entre dos, como una cierta relación, no se refiere, sea cual fuere de ellos el que muera, a que se suprima la ley del matrimonio; porque ya pase una cosa ya la otra, es claro que por la muerte, por la cual morimos con Cristo, cesa la obligación de la antigua ley.En seguida, cuando dice: para que fructifiquemos, señala la utilidad de la predicha liberación. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero enuncia la utilidad: a fin de que fructifiquemos para Dios: porque por haber sido hechos miembros de Cristo, permaneciendo en Cristo podemos dar frutos de buenas obras para honra de Dios. Así como el sarmiento no puede por sí mismo llevar fruto, etc. (Jn 15,4). Lo segundo: Porque cuando estábamos en la carne, muestra que el dar el dicho fruto era imposible cuando estábamos bajo la servidumbre de la Ley, diciendo: cuando estábamos en la carne, esto es, sujetos a la concupiscencia de la carne. Vosotros, empero, no estáis en la carne sino en el espíritu (Rm 8,9). Mas las pasiones y disposiciones de los pecadores que o eran dadas a conocer o se acrecentaban ocasionalmente por la Ley, como arriba se hizo patente, obraban en nuestros miembros, o sea, movían nuestros miembros. ¿De dónde las guerras, de dónde los pleitos entre vosotros? ¿No es de eso, de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? (Sant 4,1). Y esto de modo de hacerles producir frutos para la muerte, esto es, para;que hicieran frutos de muerte. El pecado consumado sngendra la muerte (Sant 1,15). Lo tercero: Mas ahora estamos exentos muestra que la predicha utilidad se adquiere por quienes son liberados de la esclavitud de la Ley, diciendo: Mas ahora estamos nosotros exentos por la gracia de Cristo de la ley de muerte, o sea, de la esclavitud de la Ley de Moisés, que se llama ley de muerte, o bien porque corporalmente mataba sin misericordia: Si uno desacata la ley de Moisés muere sin misericordia (Hebr 10,28); o más bien se llama ley de muerte porque espiritualmente mataba por la ocasión, según aquello de 2Co 3,6: la letra mata, etc.-En la cual ley estábamos ligados, como esclavos bajo la Ley. Antes de venir la fe estábamos bajo la custodia de la Ley (Gal 3,23). Y hemos sido liberados para que sirvamos ya en novedad de espíritu, en espíritu renovado por la gracia de Cristo. Os daré un corazón nuevo y pondré en medio de vosotros un nuevo espíritu (Ez 36,26), no en vejez de letra, esto es, no según la vieja Ley. O bien no en la vetustez del pecado que la letra de la Ley no pudo suprimir. He envejecido en medio de todos mis enemigos (Sal 6,8).

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter VII.

1 No law hath power ouer a man, longer then hee liueth. 4 But wee are dead to the law. 7 Yet is not the law sinne, 12 but holy, iust, good, 16 as I acknowledge, who am grieued because I cannot keepe it.
1 Know ye not, brethren (for I speake to them that knowe the Lawe) how that the Lawe hath dominion ouer a man, as long as he liueth?
2 For the woman which hath an husbaud, is bound by the law to her husband, so long as he liueth: but if the husband be dead, she is loosed from the law of the husband.
3 So then if while her husband liueth, shee be married to another man, shee shalbe called an adulteresse: but if her husband be dead, shee is free from that law, so that she is no adulteresse, though she be married to another man.

[Mans weakenes.]

4 Wherefore my brethren, yee also are become dead to the law by the body of Christ, that ye should be married to another, euen to him who is raised from the dead, that wee should bring forth fruit vnto God,
5 For when wee were in the flesh, the [ Greek: passions.] motions of sinnes which were by the law, did worke in our members, to bring foorth fruit vnto death.
6 But now wee are deliuered from the law, [ Or, being dead to that.] that being dead wherein we were held, that we should serue in newnesse of spirit, and not in the oldnesse of the letter.
7 What shall wee say then? is the law sinne? God forbid. Nay, I had not knowen sinne, but by the lawe: for I had not knowen [ Or, concupiscence.] lust, except the Law had said, Thou shalt not couet.
8 But sinne taking occasion by the commaundement, wrought in me all maner of concupiscence. For without the Law sinne was dead.
9 For I was aliue without the Law once, but when the commandement came, sinne reuiued, and I died.
10 And the commandement which was ordained to life, I found to be vnto death.
11 For sinne taking occasion by the commandement, deceiued me, and by it slew me.
12 Wherefore the Law is holy, and the Commandement holy, and iust, and good.
13 Was that then which is good, made death vnto me? God forbid. But sinne, that it might appeare sinne, working death in mee by that which is good: that sinne by the Commaundement might become exceeding sinfull.
14 For wee know that the Law is spirituall: but I am carnall, sold vnder sinne.
15 For that which I do, I [ Greek: know.] allow not: for what I would, that do I not, but what I hate, that doe I.
16 If then I doe that which I would not, I consent vnto the Law, that it is good.
17 Now then, it is no more I that doe it: but sinne that dwelleth in me.
18 For I know, that in me (that is, in my flesh) dwelleth no good thing. For to will is present with me: but how to performe that which is good, I find not.
19 For the good that I would, I do

[Flesh and spirit.]

not: but the euill which I would not, that I doe.
20 Now if I doe that I would not, it is no more I that do it, but sinne that dwelleth in me.
21 I find then a Law, that when I would do good, euil is present with me.
22 For I delight in the Lawe of God, after the inward man.
23 But I see another Lawe in my members, warring against the Lawe of my minde, and bringing me into captiuity to the Law of sinne, which is in my members.
24 O wretched man that I am: who shall deliuer me from [ Or, this body of death.] the body of this death?
25 I thanke God through Iesus Christ our Lord. So then, with the mind I my self serue the Law of God: but with the flesh, the law of sinne.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Liberados de la ley; unidos a Cristo. El paso del cristiano del reino de la ley al reino de Cristo es el punto central de esta sección (4). Pablo lleva a este punto con un recordatorio sobre la naturaleza de la ley: que tiene poder sobre las personas solamente mientras ellas viven. La ley a la que se refiere Pablo podría ser la ley romana (Käsemann) o la ley en general (Sanday-Headlam), pero es probable que se refiera a la ley mosaica (la mayoría de los eruditos). Los vv. 2 y 3 ilustran la verdad de este principio presentando la analogía de un matrimonio. Aunque algunas veces se han hallado en esta ilustración detalladas comparaciones con la experiencia cristiana, Pablo simplemente pretende dejar en claro dos cosas: la muerte corta la relación de la persona con la ley, y la liberación de la ley permite que una persona se una a otra.

Estos son los conceptos que ahora Pablo aplica teológicamente en el v. 4. Por medio de nuestra relación con Cristo en su muerte en la cruz (por medio del cuerpo de Cristo), hemos muerto a la ley, es decir, hemos sido liberados de su atadura (ver 6:2). Bajo el viejo régimen de la historia de la salvación la ley mosaica regía sobre los judíos, y, por extensión, sobre todas las personas (cf. 2:14). Regía la relación de pacto entre Dios y su pueblo y, dado que demandaba obediencia sin dar el poder para obedecer, tuvo el efecto de encerrar al pueblo bajo el poder del pecado y la muerte (ver 4:15; 5:20; 6:14, 15; Gál. 3:21-25). Es únicamente al ser liberados del régimen de la ley que podemos también ser liberados del pecado y unirnos a Cristo en el nuevo régimen en el que podemos llevar fruto para Dios.

La relación entre el pecado y la ley se presenta en forma más elaborada en el v. 5. Es adecuada la traducción de la RVA, mientras vivíamos en la carne (en te sarki). En textos como éste Pablo utiliza la palabra carne no para denotar la propensión al pecado en una persona, sino la esfera de poder en la que la persona vive. Dado que la idea teológica básica es lo que es típico de este mundo en contraposición al ámbito espiritual, carne puede utilizarse como una forma abreviada de referirse al antiguo régimen. Mientras vivíamos en la carne significa, básicamente, mientras vivíamos en el régimen viejo, no cristiano. En este régimen la ley era instrumento para hacer surgir las pasiones pecaminosas; ya que estimulaba nuestra rebelión innata contra Dios. Pero ahora hemos muerto a esa ley, para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y no en lo antiguo de la letra. Como en 2:29, el contraste entre la letra (gramma) y el Espíritu es el contraste entre la ley mosaica como poder determinante de la época antigua y el Espíritu, el agente que rige la época nueva.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Comparación del matrimonio. En los capítulos precedentes ya han asomado varias alusiones a la Ley de Moisés (3,20.21.28; 5,20; 6,14). Es éste un tema que aparece en todas las grandes cartas de Pablo (cfr. Gál_3:10-13), porque era justamente la «ley» el gran obstáculo que impedía al judaísmo de su tiempo la aceptación del Evangelio. Dirigiéndose, pues, a los judeo-cristianos e, implícitamente, a los judíos, les dice sin ambages que también de la Ley de Moisés nos ha liberado Cristo. No pasa a probar la afirmación pues ya lo ha hecho anteriormente, sino que la ilustra con una comparación del derecho matrimonial romano que Pablo aplica, de manera muy curiosa, a la condición cristiana. Se mire por donde se mire, viene a decir el Apóstol, el matrimonio que unía a los judeo-cristianos a la ley ha quedado disuelto por doble defunción. Si se mira al esposo -la ley- éste ha muerto por la acción de Cristo y por consiguiente, la esposa -el judío- queda libre para casarse con otro. Si se mira a la «esposa» -el judío, ahora cristiano-, pues bien, ésta también ha muerto por el bautismo, y en su nueva vida ya no está ligada a su antiguo esposo -la ley-.
A lo que apunta Pablo es a la nueva realidad en que vive el cristiano y que compara con un matrimonio en el que Cristo resucitado es «el esposo», el cristiano es «la esposa», y cuya unión es fecunda en frutos para Dios (cfr. Jua_15:8). Justo lo contrario de la fecundidad fatal de las pasiones «estimuladas por la ley» (5) que dan frutos destinados a morir (cfr. Stg_1:15).

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



7. Exo_20:17; Deu_5:21. Pablo emplea el pronombre "yo" para describir más dramáticamente la impotencia del hombre no redimido por Cristo frente a las exigencias de la Ley, y para señalar la función que le corresponde a ella en los designios de Dios.

9. "Sin Ley": esta expresión se refiere a la situación de la humanidad antes de ser promulgada la Ley de Moisés.

11. Ver Gen_3:13.

14. Para Pablo lo "carnal" es todo lo que se opone al Espíritu de Dios. Ver nota Jua_1:14.

22. La expresión "hombre interior" designa la parte racional del hombre, que lo impulsa a hacer el bien. Ver 2Co_4:16.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Gál_2:19+; Rom_6:5-6, Rom_6:8-11

[2] Rom_6:22; Jua_15:8

NOTAS

7:4 El cristiano está muerto a la Ley lo mismo que al pecado, por «el cuerpo de Cristo», muerto y resucitado, ver Rom_7:1+.

Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 7.7 Cf. Gn 3.21-22. Hablando en primera persona, Pablo describe en 7.7-25 la situación de la humanidad antes que Jesucristo realizara su obra salvadora. Hay diversas alusiones a la situación de Adán en el jardín de Edén (Gn 3). Esta situación está descrita desde la perspectiva de la fe cristiana.

[2] 7.7 Ex 20.17; Dt 5.21; cf. Gn 2.16-1.

[3] 7.11 Engañó: Gn 3.13; 2 Co 11.3.

[4] 7.14 Débil: lit. carnal. Pablo usa con frecuencia los términos carne, carnal, en oposición a espíritu, espiritual. Con ellos puede designar diversas realidades. En general, el término carne, aplicado al hombre, no designa una parte de él, sino a toda la persona desde el punto de vista de su debilidad física o moral. En Ro 7.5--8.13 predomina el uso de esta palabra para designar al hombre en su debilidad moral, sujeto al pecado y a la muerte. Cf. Gl 5.16-21.Véase Carne en el Índice temático.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Gál_2:19+; Rom_6:5-6, Rom_6:8-11

[2] Rom_6:22; Jua_15:8

NOTAS

7:4 El cristiano está muerto a la Ley lo mismo que al pecado, por «el cuerpo de Cristo», muerto y resucitado, ver Rom_7:1+.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

Quien vive en Cristo está libre de la Ley mosaica. Una vez que, por el Bautismo, el cristiano ha participado de la muerte de Cristo, está «muerto» para la Ley (representada en los vv. 2-3 como el marido), libre de la Ley. Libre, sin embargo, para el bien, para dar frutos de vida santa, es decir, para «dar fruto para Dios» (v. 4), en virtud de la nueva unión con Cristo.

El término «carne» (v. 5) indica tanto la debilidad humana y, por consiguiente, la sede de la concupiscencia, de las pasiones desordenadas que incitan al pecado, como la condición del hombre después del pecado original. La gracia de la cruz nos libera de la tiranía del pecado para que podamos aspirar a servir a Dios voluntariamente, no por miedo al castigo sino por amor filial. Ésta es la libertad de espíritu que vivimos los cristianos: hacemos lo que Dios quiere porque nosotros también lo queremos.


Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

Gál 2:19; Gál 3:13.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



El razonamiento de Pablo es: la ley pierde todo su dominio sobre los muertos; vosotros habéis muerto jurídica y místicamente: luego la ley de Moisés ha perdido todo su dominio sobre vosotros.

Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

*5:1-8:39 En esta segunda sección de la parte doctrinal de Rom el presente y el futuro del cristiano se van contemplando en movimientos sucesivos y desde la justificación obtenida.

Biblia Latinoamericana (San Pablo, 1995)



[=] *2Cor 5:15 *Ef 2:15 *Col 2:14