Todo es un caos de sangre y muerte, robo y fraude,
corrupción, deslealtad, desorden, perjurio,
(Sabiduría 14, 25) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998)
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14. Mas Ironías de los Ídolos y Consecuencias de la Idolatría.
El navegante que invoca un frágil leño (14:1-14).
1 Pongamos otro caso. Uno se propone navegar, se dispone a atravesar por las furiosas ondas e invoca a un leño-más frágil que la nave que lleva, 2 pues ésta fue inventada por la codicia del lucro y fabricada con sabiduría por un artífice. 3 Pero tu providencia, Padre, la gobierna, porque tu preparaste un camino en el mar, y en las ondas senda segura, 4 mostrando que puedes salvar del peligro, para que cualquiera, aun sin el conocimiento del arte, pueda embarcarse. 5 No quieres que las obras de tu sabiduría estén ociosas. Por esto los hombres confían sus vidas a un frágil leño, y, atravesando las ondas en una balsa, llegan a salvo, 6 y habiendo perecido al principio los orgullosos gigantes, la esperanza del mundo escapó al peligro en una balsa, i que, gobernada por tus manos, dejó al mundo semilla de posteridad. 7 Bendito sea, pues, el leño de que se hace recto uso. 8 Pero el ídolo, obra del hombre, es maldito, él y quien lo hace. Este,, porque lo hizo; aquél, porque, siendo corruptible, es llamado dios. 9 Igualmente son a Dios aborrecibles el impío y su impiedad. 10 Y así serán castigados la obra y el que la hace. 11 Por esto serán visitados los ídolos de las naciones: porque las criaturas de Dios se convirtieron en abominación, en escándalo para las almas de los hombres y en lazo para los pies de los insensatos. 12 Pues el principio de la fornicación es la invención de los ídolos, y su invención es la corrupción de la vida. 13 No existieron desde el principio ni existirán para siempre; 14 fue la vanagloria de los hombres la que los introdujo en el mundo, y por esto está decidido su próximo fin.
El sabio ridiculiza ahora la actitud del navegante que, disponiéndose a una travesía arriesgada, invoca un leño más frágil que la embarcación que lleva. Las naves llevaban en su proa un ídolo.
En la que embarcó San Pablo llevaba la enseña de Castor y Pólux, patronos de la navegación 1. Pues bien, ofrece más seguridad la nave, en cuya construcción el artífice empleó su sabiduría con afán de lucro, que el ídolo, al que tal vez dedicó sólo ratos de ocio y quizá construyó de madera que no servía para otros usos útiles.
Mas aún, del barco Dios tiene providencia 2, mientras que el ídolo es maldito de Dios 3. La providencia de Dios, no el ídolo muerto, es quien ha trazado en el mar el camino seguro a través de las olas - no es preciso referir esto al paso del mar Rojo y del río Jordán, sino que tiene alcance general -, y es El quien puede salvar del naufragio contra toda esperanza y defender de él a quienes desconocen la técnica de la dirección de la nave. Dios no quiere que estén ociosas las obras de su sabiduría, que son aquí, más que el arte de la navegación, las riquezas, metales, plantas, animales..., creadas por Dios más allá de los mares, para cuya búsqueda y explotación los hombres han de confiar sus vidas a un frágil leño; sin ello aquéllas quedarían inactivas, sin cumplir el fin para el que Dios las ha creado. Por eso Dios protegía a los hombres en medio de las navegaciones, en aquel entonces tan peligrosas, y hacía que regresasen salvos 4. Así fue, por una providencia especial de Dios, cómo se salvó Noé y sus hijos de las aguas del diluvio, cuando perecieron los orgullosos gigantes, descendientes de Set y Gam 5. No fueron los conocimientos sobre el arte de la navegación, sino la mano de Dios, quien gobernó la nave para que no pereciese bajo las aguas del diluvio quien había de ser padre de una generación que enlazase a Adán con Abraham y transmitiese al pueblo escogido las promesas del paraíso.
Concluye la digresión sobre la providencia de Dios en la navegación bendiciendo al leño del que se hace uso bueno y recto, como en el caso del arca de Noé (v.7). Muchos Padres han aplicado la expresión a la cruz de Cristo, por la que fuimos salvados de nuestros pecados. Sería otra aplicación particular del pensamiento del verso, cuyo alcance es general y que se verifica de una manera eminente en ella.
Los ídolos, por el contrario, ellos y sus artífices, son objeto de maldición y de detestación por parte de Dios. El salmista, indignado, exclama: Semejantes a ellos (a los ídolos) sean los que los hacen y todos los que en ellos confían.6 Explica el sabio la razón por la que serán juzgados 7 y destruidos los ídolos: porque, siendo criaturas, debieron llevar, como todas las cosas creadas, a Dios, y en lugar de ello han venido a ser piedra de escándalo, lazo de perdición para los hombres. Es un luto para la tierra - exclama monseñor Gay -, una ignominia para la humanidad, ver que el medio viene a ser obstáculo; que la comida se convierte en veneno; que las criaturas vienen a ser un peligro; que lo que nos debía mostrar a Dios es precisamente lo que nos lo oculta; que lo que nos lo predica nos lleva a olvidarlo; que lo que comenzaba a dárnoslo nos lo hace perder decididamente. 8 El culto a los ídolos ha sido el principio de la fornicación (v. 12), e.d., de la apostasía humana respecto del verdadero culto y su alejamiento del verdadero Dios. El término se emplea con frecuencia en la Biblia para expresar la infidelidad del pueblo escogido a Yahvé, cuyas relaciones se presentan bajo la imagen del esposo y la esposa, cuando se va tras los dioses falsos 9. La idolatría es una verdadera fornicación mística por la que el alma, dejando a su esposo y señor, se postra ante los falsos dioses, consagrándoles lo que sólo a Dios pertenece. Y ese alejamiento de Dios ha llevado al hombre a la pérdida de la vida moral, de que hablará al final del capítulo, y de la vida espiritual, a que se refirió en la primera parte del libro.
Los ídolos, constata el autor (v.13), no existieron siempre. En sus orígenes, la humanidad fue monoteísta. La historia de las religiones confirma el dato del Génesis a este propósito, también por lo que a Egipto se refiere, donde hace más de cinco mil años se profesaba la fe en un solo Dios creador y legislador que dio al ser humano un alma inmortal 10. Y añade que no existirá siempre; está decidido su próximo fin. En los últimos versos de la perícopa tenemos una referencia a los tiempos mesiánicos. Los profetas y salmistas habían anunciado que en ellos serían abatidos los ídolos, y los hombres volverían los ojos al Santo de Israel n. En efecto, Jesucristo, con su Evangelio, dio el golpe mortal a los ídolos, que irían siendo destruidos a medida que el cristianismo fuese extendiendo sus ramas por todas las naciones. Cuando el autor de la Sabiduría escribió su libro, faltaba quizá menos de un siglo para su venida al mundo. Egipto fue uno de los primeros pueblos que recibió el mensaje del Redentor y derribó sus ídolos. El dato apócrifo de la caída de los ídolos al entrar en el país el Niño-Dios sería historia no mucho tiempo después.
Origen del culto a seres humanos (14:15-21).
15 Un padre, presa de acerbo dolor, hace la imagen del hijo que acaba de serle arrebatado, y al hombre entonces muerto le honra ahora como dios, estableciendo entre sus siervos misterios e iniciaciones. 16 Luego, con el tiempo, se consolida esta costumbre impía y es guardada como ley, y por los decretos de los príncipes son veneradas las estatuas. 17 Y a quienes los hombres no pueden de presente honrar por estar lejos, de lejos se imaginan su semblante y hacen la imagen visible de un rey venerado para adular al ausente con igual diligencia que si estuviera presente. 18 Y progresando la superstición, también a los ignorantes los indujo la ambición del artista. 19 En efecto, éste, queriendo congraciarse con el soberano, extremó el arte para superar la semejanza; 20 y la muchedumbre, seducida por la perfección de la obra, al que hasta entonces honraba como hombre le miró como cosa sagrada. 21 Y esto se convirtió en lazo para los hombres, porque los hombres, queriendo servir a la fortuna o a la tiranía, atribuyeron a la piedra y a los leños el nombre incomunicable.
He aquí cómo se originaba el culto a los muertos: un padre perdía prematuramente a su hijo; presa del más profundo dolor, hace una imagen y establece con sus siervos cierto culto y ritos reservados al círculo familiar, terminando por honrarlo como a un dios. Los comentaristas aducen el caso referido por San Fulgencio del egipcio Sirófanes, que, habiendo perdido a su hijo, llevado del dolor de su muerte, le erigió una estatua en casa. Le llevaban flores, le tejían coronas y quemaban ante ella perfumes. Los siervos, por adulación a su señor, iban a buscar a los pies de la estatua refugio contra los castigos merecidos 12. El culto a los muertos estaba muy extendido en los días del autor. Lactancio afirma que Cicerón quiso divinizar a su hija 13. Los lares romanos no eran frecuentemente sino los manes de los antepasados. Aún hoy día se practica en algunos países de Asia. Lo que en sus principios se reducía al círculo familiar, vino después a ser ley. Los Lagidas, por ejemplo, ordenaron fueran tributados honores divinos a sus antepasados.
La vanagloria dio origen al culto a las estatuas de los príncipes. Llevados de ella, decretaron honores divinos para sus estatuas, de modo que aun ausentes fueran alabados y adorados. Nabucodonosor hizo publicar un decreto en que ordenaba la adoración a la suya. Los egipcios, dice Diodoro de Sicilia, parecen honrar y adorar a sus reyes como si fueran realmente dioses. Alejandro Magno de Grecia y sus sucesores los Seléucidas en Siria y los Lagidas en Egipto permitieron que se les considerase y se les honrase como dioses. Junto al nombre colocaban muy frecuentemente el epíteto dios, como Antíoco IV, que se tituló dios Epífanes (que aparece), y Ptolomeo Filometor, que tomó en las monedas el título de dios 14. Los emperadores romanos eran adorados como dioses, a quienes se levantaban templos servidos por sacerdotes para expresar la devoción y la lealtad de los pueblos hacia Roma y sus cesares. De ellos dice Tertuliano que sus divinidades eran frecuentemente más respetadas que las de los dioses del Olimpo 15.
Al progreso de tal superstición contribuyeron los artistas, que tuvieron también su responsabilidad en este culto (v. 18-20). Su deseo de honrar al príncipe, su ambición, su ansia de honores, les llevó a extremar su arte, esculpiendo una imagen más bella y atractiva, más seductora que la misma persona, y entonces quienes no adorarían al rey por no conocerle, le adoraban seducidos por la obra consumada del artista, viniendo así a ser lazo para los hombres. Estos no supieron mantener en sus límites el afecto a los muertos, el ansia de gloria y celo adulador, la admiración por la obra de arte, sino que a la piedra o al leño atribuyeron el nombre incomunicable, e.d., el nombre y honor de Dios, que no compete a la criatura. El dios tenía su nombre oculto a los ser humano, pues si éstos llegaban a conocerlo, alcanzaban influencia sobre él.
Concluimos esta perícopa con la reflexión de Weber: Guando los hombres han perdido la noción de Dios, divinizan instintivamente la criatura; tan profundamente siente nuestra naturaleza la necesidad de lo infinito.16
Consecuencias morales de la idolatría (14:22-31).
22 Y como si no bastara errar sobre el conocimiento de Dios, los hombres, viviendo en violenta guerra de ignorancia, llamaron paz a tan grandes males; 23 pues celebran iniciaciones infanticidas, o misterios ocultos, o desenfrenadas orgías de ritos extraños; 24 y ya no guardan la pureza de su vida ni la del lecho conyugal, pues unos a otros se matan con asechanzas o con el adulterio se infaman. 25 Y en todo domina la sangre y el homicidio, el robo y el engaño, la corrupción y la infidelidad, la rebelión y el perjurio; 26 la vejación de los buenos, el olvido de los beneficios, la contaminación de las almas, los crímenes contra naturaleza, la perturbación de los matrimonios, el adulterio y la lascivia. 27 Pues el culto de los abominables ídolos es principio, causa y fin de todo mal. 28 Pues (los idólatras) en sus regocijos son locos, y en sus profecías embusteros; viven en la injusticia y de ligero perjuran, 29 pues poniendo su confianza en ídolos sin alma, juran falsamente sin temer ningún daño. 30 Pero un doble castigo vendrá sobre ellos, porque sintieron mal de Dios, adorando a los ídolos, y juraron falsamente con menosprecio de la santidad. 31 Pues no es el poder de los ídolos por quienes juran, sino la venganza sobre los pecadores, lo que siempre sigue a la prevaricación de los justos.
Dada la relación íntima que existe entre las ideas y la vida práctica, que no es sino la actualización en la realidad de aquéllas, un error tan grave como la idolatría tiene que tener deletéreas consecuencias. Así lo confirma la historia del paganismo y la misma historia de Israel, que con frecuencia caía en este pecado. A estas consecuencias dedica el autor la última parte del capítulo.
Al estado moral desolador a que la ignorancia respecto del verdadero Dios y el culto de los ídolos llevaron a los gentiles, el autor lo llama violenta guerra entre el bien y el mal, entre esa inclinación hacia lo bueno y lo bello, que nunca se extingue del todo en el alma humana, y la propensión de la naturaleza caída hacia el pecado que la halaga. Ellos en su ignorancia lo llaman paz; han perdido la noción del bien, del ideal moral. Abismados en la inmoralidad y corrupción, se creen tanto más felices cuanto más infelices son.
A continuación, el autor enumera los desórdenes a que se entregaron los gentiles, algunos de los cuales fueron ya antes mencionados 17. En honor de Geres, Cibeles, Venus, Baco, Príapo, se celebraban misterios ocultos en lugares clandestinos de los templos, y ordinariamente de noche. Después de los banquetes sagrados nocturnos, los paganos se entregaban a desenfrenadas orgías y a cierta especie de furia o frenesí para honrar a los dioses 18. Consecuencia lógica eran los asesinatos (v.25), como lo hace constar Tito Livio respecto de las bacanales de Roma 19; toda clase de inmoralidades, hasta el adulterio y el incesto 20. Los documentos que los antiguos nos han transmitido - advierte Lesétre - y los numerosos indicios de flagrante inmoralidad que se encuentran cada día bajo las cenizas de Pompeya, muestran que las acusaciones formuladas por los libros santos no tienen nada de exagerado 21. Además, pecados contra la justicia y la caridad, como el robo y perjurio, en que sin escrúpulo incurren, convencidos de que ningún mal les puede venir de dioses sin vida; la vejación de los buenos, cuya conducta viene a ser un reproche irresistible para los malvados, que terminan por perseguirlos y exterminarlos, si les es posible; engaños, de que hacen víctimas a los ignorantes y a quienes, habiendo perdido la fe bajo el influjo de la filosofía helenista, se hacían, como ocurre en nuestro tiempo, crédulos a las más vanas tonterías; la ingratitud de los beneficios ajenos, pues han perdido todo sentimiento delicado; En realidad la idolatría es el principio, causa y fin de todos esos pecados, cuando dice que no hay género de pecado que no produzca la idolatría, o expresamente induciendo a ellos como causa de los mismos o dándoles ocasión a manera de principio o a manera de fin, en cuanto que algunos pecados se cometían como culto a los ídolos 22. De ahí que, en el sentir de Tertuliano, sea el gran crimen de la humanidad y su más grande responsabilidad 23. Y quienes incurren en las conductas descritas recibirán un doble castigo, en atención a su idolatría, que supone ignorancia vencible 24, y a causa del perjurio con que se menosprecia la santidad divina, y que la misma ley moral inscrita en el corazón humano 25 condena. Si escapan al poder de los ídolos, que no son dioses, no escaparán a la justicia divina, que no dejará impune la prevaricación de los impíos.
1 Hec_28:11. - 2 V.3-7. - 3 V.8-9 - 4 Los antiguos constataban la peligrosidad de la navegación en aquellos tiempos. Ana-carsis, viendo que el espesor de la nave era de cuatro dedos, exclamó que ésa era la distancia que separaba al navegante de la muerte (Dióc. Laerc., I 8:103). Cf. Horacio, Od. LUÍ 955; Juven., Sat. XIV. - 5 Gen 6-9. - 6 115:8. - 7 Jer_10:14-15. - 8 Vert. chrét. V 2 p.110. - 9 Deu_31:16; Jue_2:17; Isa_1:21; Eze_16:15-26; Ose_2:5. - 10 Hace más de cinco mil años que comenzó en el valle del Nilo el himno a la unidad de Dios y a la inmortalidad del alma... La creencia en la unidad del Dios supremo, en sus atributos de creador y legislador del hombre, que ha dotado de un alma inmortal, he ahí las nociones primitivas engastadas como documentos indestructibles en medio de las sobreabundancias mitológicas acumuladas por los siglos que han pasado sobre esta vieja civilización... Estas nociones históricas están en perfecta armonía con las grandes tradiciones bíblicas sobre los orígenes humanos (M. De Rouge, Sur la relig. des anc. égypt., citado por Lesétre, o.c., p.113). - 11 Isa_2:2-22; Isa_17:7-8; Isa_46:1-2; Sal 97. - 12 Mythologicon I i. - 13 Inst. I 15:20. - 14 Cf. G. Bardy, art. Hellénisme en DBS III 146288. - 15 Apol. 20. Cf. Daremberg y Saglio, artículos /mago y Statua en Dict. des antiq. grecques et romaines, t-4 p.1473 y 1480. - 16 O.c., p.497. - 17 12:5; cf. también Rom_1:26-32; Gal_5:19-21. - 18 Sacrificabatur, ludebatur, furebatur in templis (San Agustín, De civ. Dei III 31). - 19 tit. Liv.,Gal_39:8. - 20 lus est apud Persas misceri cum matribus, Aegyptiis et Athenis cum sororibus legitima connubia. Memoriae et tragediae vestrae incestis gloriantur, quas vos libenter et legitis et auditis. Sic et déos colitis incestos, cum matre, cum filia, cum sorore coniunctos (MiNucio Félix, Octav. 31; cf. Tert., Apoí. IX). - 21 O.c., p.116. - 22 IMI 94:4. - 23 De idololatria in princ. - 24 13:1-9. - 25 Ex 20,7; Rom_2:12-16.