Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
10. Nueva descripción de la Gloria de Dios.
Este capítulo resulta algo embarazoso y parece que ha sufrido muchos retoques redacciolíales. Por un lado se continúa la escena del capítulo anterior, y por otro se describe una nueva visión de la gloria de Dios, calcada sobre la del capítulo primero, con nuevos detalles.
Destrucción de la ciudad por el fuego (1-7).
1 Y miré, y vi encima del firmamento que estaba sobre las cabezas de los querubines una como piedra de zafiro que aparecía sobre ellos como una semejanza de trono, 2 y habló Yahvé al hombre vestido de lino y le dijo: Ve por entre las ruedas de debajo de los querubines, y llena tus manos de las brasas encendidas que hay entre los querubines y échalas sobre la ciudad, y él fue a vista mía. 3 Los querubines se habían parado al lado derecho de la casa cuando el hombre fue, y una nube había llenado el atrio interior. 4 La gloria de Yahvé se alzó sobre el querubín al umbral de la casa, y ésta se llenó de la nube, y el atrio se llenó del esplendor de la gloria de Yahvé, 5 y el rumor de las alas de los querubines se oía hasta el atrio exterior, semejante a la voz de Dios omnipotente cuando habla. 6 Y como dio la orden al hombre vestido de lino, toma del fuego de entre las ruedas de en medio de los querubines, entró él y paróse entre las ruedas, 7 y uno de los querubines tendió la mano al fuego que entre ellos había, y tomó de él y lo puso en las palmas del que estaba vestido de lino, que lo tomó y salió. Después de haber cumplido la orden de señalar con una
tau a los que habían de ser preservados de la catástrofe, Yahvé, que estaba en un trono sobre los querubines, como en la visión del c.1, dio orden al
hombre vestido de lino, o ángel director de los destructores, de tomar en sus manos
brasas encendidas del fuego que había entre los querubines4 y después lanzarlas sobre la ciudad, sin duda con designios de exterminio. En el v.7 es un querubín el que pone en manos del
hombre vestido de lino las brasas destructoras. El texto parece retocado, y de ahí que esté algo confuso. La idea general es clara:
Yahvé quiere abandonar su morada y castigar a la Ciudad Santa con el incendio de la guerra. El ejército babilonio invasor será el instrumento de su justicia.
Nueva descripción de los querubines (8-17).
8 Mostróse entonces en los querubines una forma de mano de hombre bajo sus alas. 9 Miré y vi cuatro ruedas junto a los querubines, una rueda al lado de uno y otra al lado de otro querubín. A la vista parecían las ruedas como de turquesa, 10 y en cuanto a su forma, las cuatro eran iguales, como rueda dentro de rueda. 11 Cuando se movían, iban a sus cuatro lados, y no se volvían atrás al marchar. 12 Todo el cuerpo de los querubines, dorso, manos y alas, y las ruedas, estaban todo en derredor llenos de ojos, y todos cuatro tenían cada uno su rueda. 13 A las ruedas, como yo lo oí, las llamaban torbellino. 14 Cada uno tenía cuatro aspectos: el primero, de toro; el segundo, de hombre; el tercero, de león, y el cuarto, de águila. 15 Levantáronse los querubines. Eran los mismos seres vivientes que había visto junto al río Kebar. 16 Al moverse los querubines, se movían las ruedas a su lado, y cuando los querubines alzaban las alas para levantarse de tierra, las ruedas a su vez no se apartaban de su lado; 17 cuando aquéllos se paraban, se paraban éstas, y cuando se alzaban aquéllos, se alzaban éstas con ellos, pues había en ellas espíritu de vida. De nuevo el profeta detalla las figuras de la visión inaugural5. Se dice que los querubines estaban llenos de ojos, lo que en 1:18 se decía sólo de las ruedas. Parece aludir a las chispas fulgurantes que brillaban sobre el conjunto. Todo parece ser como un continuo despliegue de vislumbres flameantes para encarecer más el carácter majestuoso y trascendente de la
gloria de Yahvé. Los relámpagos y el fuego son típicos en la tradición literaria bíblica para describir las teofanías desde los tiempos del éxodo. Por eso, aquí Ezequiel amontona calificativos y detalles relativos al carácter deslumbrante de la figura que aparece sobre el carro triunfal
de los querubes. Su imaginación es desbordante y apocalíptica, y por eso no deben urgir se demasiado las enseñanzas doctrinales de los detalles, pues ante todo se quiere impresionar al lector con descripciones deslumbradoras y majestuosas. Las hipérboles son frecuentes:
a las ruedas las llamaban torbellino por el fragoso ruido que hacían (v.13):
el rumor de las alas de los querubines era semejante a la voz de Dios omnipotente cuando habla (v.5), es decir, como el trueno, que en las tormentas se manifestaba como la
voz de Dios, que siempre
habla desde el torbellino para impresionar a sus fieles, corno en el Sinaí6.
La gloria de Yahvé abandona el templo (18-22).
18 La gloria de Yahvé se quitó de sobre el umbral de la casa y se puso sobre los querubines, 19 y los querubines tendieron las alas y se alzaron de tierra a vista mía, y con ellos se alzaron las ruedas. Paráronse a la entrada de la puerta oriental de la casa de Yahvé, y la gloria del Dios de Israel estaba arriba sobre ellos. 20 Eran los mismos seres que había visto bajo el Dios de Israel junto al río Kebar, y supe que se llamaban querubines. 21 Cada uno tenía cuatro aspectos, y cada uno cuatro alas, y una semejanza de mano de hombre bajo las alas. 22 La semejanza de sus rostros era la de los que vi junto al río Kebar. Cada uno iba de frente a sí. El Señor ha actuado en su plena manifestación de majestad como Juez, dando órdenes a sus ministros para castigar a su pueblo desde su misma morada santa. Terminada su función de Juez justo, abandona su sala de justicia, el templo de Jerusalén, y se encamina hacia la
puerta oriental (v.19), como dando a entender que abandona a su pueblo a su suerte. En su trono majestuoso, sostenido por los querubines, desaparece sin duda para trasladarse a convivir con los exilados de Babilonia, que iban a constituir el núcleo escogido de resurrección nacional. Ha llegado la hora de la manifestación de la justicia divina,
y Yahvé se aleja de su pueblo de Jerusalén para que el ejército de Nabucodonosor, instrumento de su ira vengadora, realice el decreto de exterminio sobre Israel, de forma que no sea cohibido
por la presencia divina en el templo. Con esto Ezequiel da a entender a sus compatriotas, compañeros de cautividad, que no deben hacerse ilusiones sobre la suerte de la Ciudad Santa,
ya que está destinada por Dios a la destrucción, y, por otra parte, el único obstáculo para que los enemigos de Sión no entraran en Jerusalén
la presencia de Yahvé en su santuario ha desaparecido. El profeta describe de nuevo los
querubines que con sus cuatro aspectos, de
león, de toro, de
águila y de
hombre, recordaban a los
karibu babilónicos que los exilados podían contemplar a la entrada de los palacios asirios y caldeos 7.
1
Exo_28:495; Lev 16;
Dan_10:5;
Dan_12:6s. 2 Cf. R. Dussaud, Les
inscriptions phéniciennes du tombeau d'Ahiram, roí de Ryblos: Syria (1924) 136-157; A. Vaccari,
Institutiones Biblicae I ed.5.a (1937) 2193 tab.I. 3 Cf.
Exo_12:13;
Job_31:35. 4 Cf.
Eze_1:4. 5 Cf.
Eze_1:8-10. 6
Cf.
Exo_19:16. 7 Cf. explic. al c.i. Véase RB (1926) p.382.48153.