1 CRÓNICAS
Por los libros de la llamada escuela deuteronomista (de Josué a 2 Reyes) estamos al tanto del período que va desde Josué hasta el destierro. El autor de Crónicas se remonta hasta Adán y llega hasta Esdras, al menos. El núcleo de su enseñanza puede resumirse en los términos siguientes: toda la historia tiene un centro de gravitación, que en el presente caso es el templo, proyectado por David y edificado por Salomón. En el templo se congrega el pueblo de Dios para buscar al Señor y alabarlo. La alabanza se torna súplica en momentos de dificultad -en la guerra, por ejemplo-, en los que el pueblo únicamente ha de rezar, confiar y esperar; el resto lo hará milagrosamente el Señor. Desde esta perspectiva, el rey David y su dinastía no han caducado, por más que ya no existan cuando escribe el cronista.
El esfuerzo intelectual y religioso de esta extensa obra tuvo su recompensa: la comunidad judía no perdió su identidad, supo afrontar un siglo más tarde la ola arrolladora del helenismo y, después, hizo frente a todos los avatares de la diáspora, las múltiples persecuciones a lo largo de los siglos e incluso el holocausto.
I Crónicas 13,1-14*13 La primera decisión de David, tras conquistar Jerusalén, fue trasladar el Arca. Es la perspectiva del cronista, aunque tenga que alterar la secuencia histórica que encuentra en la fuente deuteronomista (véase 1Sa 5:1-12; 1Sa 6:1-21). Esta decisión no es un capricho del monarca, es la consecuencia del consejo de sus oficiales y del asentimiento del pueblo (1Cr 13:1-4), tras una consulta implícita al Señor (1Cr 13:2). Todo el pueblo está presente (1Cr 13:5). El traslado se convierte en una peregrinación de todo Israel. El templo y el Arca llegan a ser el centro neurálgico de la nación. El Arca, expresión visible de la presencia de Dios, merece sumo respeto, como ejemplifica el episodio de Uzá, que contrasta con el de Obededón.