I Reyes 3 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 28 versitos |
1 Salomón se emparentó con el Faraón, rey de Egipto; tomó por esposa a la hija del Faraón y la llevó a la Ciudad de David, hasta que terminó de construir su propia casa, la Casa del Señor y el muro en torno de Jerusalén.
2 Pero como hasta esos días no se había construido la Casa para el Nombre del Señor, el pueblo ofrecía sacrificios en los lugares altos.
3 Salomón amaba al Señor y caminaba según las prescripciones de su padre David. Sin embargo, ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los lugares altos.
4 El rey fue a Gabaón para ofrecer sacrificios allí, porque ese era el principal lugar alto. Sobre ese altar, Salomón ofreció mil holocaustos.
5 En Gabaón, el Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Dios le dijo: "Pídeme lo que quieras".
6 Salomón respondió: "Tú has tratado a tu servidor, David, mi padre, con gran fidelidad, porque él caminó en tu presencia con lealtad, con justicia y rectitud de corazón; tú le has atestiguado esta gran fidelidad, dándole un hijo que hoy está sentado en su trono.
7 Y ahora, Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo.
8 Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular.
9 Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?".
10 Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido,
11 y Dios le dijo: "Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud,
12 yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti.
13 Y también te doy aquello que no has pedido: tanta riqueza y gloria que no habrá nadie como tú entre los reyes, durante toda tu vida.
14 Y si vas por mis caminos, observando mis preceptos y mis mandamientos, como lo hizo tu padre David, también te daré larga vida".
15 Salomón se despertó, y comprendió que había tenido un sueño. Luego regresó a Jerusalén y se presentó ante el Arca de la Alianza del Señor; ofreció holocaustos y sacrificios de comunión, e hizo un banquete para todos sus servidores.
16 Una vez, dos prostitutas fueron a presentarse ante el rey.
17 Una de las mujeres le dijo: "¡Por favor, señor mío! Yo y esta mujer vivimos en la misma casa, y yo di a luz estando con ella en la casa.
18 Tres días después de mi parto, dio a luz también ella. Estábamos juntas; no había ningún extraño con nosotras en la casa, fuera de nosotros dos.
19 Pero una noche murió el hijo de esta mujer, porque ella se recostó encima de él.
20 Entonces se levantó en medio de la noche, tomó de mi lado a mi hijo mientras tu servidora dormía, y lo acostó sobre su pecho; a su hijo muerto, en cambio, lo acostó en mi regazo.
21 A la mañana siguiente, me levanté para amamantar a mi hijo, y vi que estaba muerto. Pero cuando lo observé con mayor atención a la luz del día, advertí que no era mi hijo, el que yo había tenido".
22 La otra mujer protestó: "¡No! ¡El que vive es mi hijo!". Y así discutían en presencia del rey.
23 El rey dijo: "Esta mujer afirma: "Mi hijo es este, el que está vivo; el que está muerto es el tuyo". Esta otra dice: "No, tu hijo es el muerto; el que está vivo es el mío".
24 Y en seguida añadió: "Tráiganme una espada". Le presentaron la espada,
25 y el rey ordenó: "Partan en dos al niño vivo, y entreguen una mitad a una y otra mitad a la otra".
26 Entonces la mujer cuyo hijo vivía se dirigió al rey, porque se le conmovieron las entrañas por su hijo, y exclamó: "¡Por favor, señor mío! ¡Denle a ella el niño vivo, no lo maten!". La otra, en cambio, decía: "¡No será ni para mí ni para ti! ¡Que lo dividan!".
27 Pero el rey tomó la palabra y dijo: "Entréguenle el niño vivo a la primera mujer, no lo maten: ¡ella es su madre!".
28 Todo Israel oyó hablar de la sentencia que había pronunciado el rey; y sintieron por él un gran respeto, porque vieron que había en él una sabiduría divina para hacer justicia.

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Introducción a I Reyes


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Reyes 3,1-28

1. El matrimonio de un rey con una princesa extranjera estaba siempre subordinado a los intereses políticos y económicos, ya que servía para ratificar las alianzas entre los reinos. Ver 9. 16.

4. "Gabaón" se encontraba en el territorio de Benjamín, unos diez kilómetros al norte de Jerusalén ( Jos_18:25; Jos_21:17).

16-28. Este relato -uno de los más populares de toda la Biblia- quiere ilustrar con un ejemplo la sorprendente sabiduría de Salomón. Esta se hizo tan proverbial en Israel, que a él se le atribuyó más tarde casi toda la literatura sapiencial.