INTRODUCCIÓN


1. Trasfondo histórico-cultural


El texto mismo atribuye la autoría a Joel, cuyos datos biográficos nos son totalmente desconocidos, con la excepción de su filiación: hijo de Petuel. No obstante, la lectura del libro permite aventurar la verosimilitud de algunos rasgos de Joel: procedía probablemente del Reino de Judá y su predicación se desarrolló en Jerusalén; conocía los escritos de profetas precedentes a él, lo cual permite caracterizarlo como un hombre culto de su época. Algunos comentaristas afirman que Joel fue un profeta cultual, dado su interés por el Templo y el sacerdocio.


El libro no contiene ninguna alusión al Reino del Norte, ni a pueblos tales como el sirio, el babilonio o el asirio, en contraste con las menciones que se hacen de Egipto y Edom, así como las dedicadas a los fenicios, griegos, filisteos y sabeos. Tampoco hay ninguna referencia a la monarquía; son los ancianos y los sacerdotes los que aparecen como el estamento gobernante.


2. Aspectos literarios


Dada la carencia de indicaciones históricas precisas, se ha intentado datar el libro mediante criterios diversos: estilo, situación interna de Judá, apuntes sobre el contexto internacional. Para algunos comentaristas el libro habría sido escrito entre los siglos VI y III a. C. Lo más probable es que el libro deba datarse en la época postexílica, a finales del s. V a. C. o en la primera mitad del s. IV, debido a las menciones de la ofrenda del tamid (Joe 1:9; Joe 1:13; Joe 2:14) — que era una institución postexílica — , así como la probable referencia a la deportación en Joe 3:1-2. La mayoría de los comentaristas apoya la autoría única, sin perjuicio de que algún fragmento (Joe 3:1; Joe 3:4-8; Joe 3:18-21) pueda ser considerado como interpolación posterior. El autor posee unas dotes poéticas de gran altura y es buen conocedor de los escritos proféticos anteriores a él, según se aprecia en los múltiples paralelismos que se descubren con Isaías (cp. Isa 13:1-22), Jeremías (cps. Jer 4:1-31; Jer 5:1-31; Jer 6:1-30 y Jer 46:1-28), Ezequiel (cps. Eze 29:1-21; Eze 30:1-26; Eze 31:1-18; Eze 32:1-32), Abdías (v. Abd 1:17), Sofonías (cps. Sof 1:1-18; Sof 2:1-15) y Malaquías (cp. Mal 3:1-18). La gran originalidad del autor se encuentra en que, partiendo de la contemplación de un presente de desgracia y ruina, no duda en proclamar el anuncio apocalíptico del día del Señor.


3. Contenido y dimensión religiosa


Desde la experiencia de una serie de desastres naturales, el profeta trasciende el ámbito de la historia presente y anuncia el fatídico y espectacular día del Señor que traerá la liberación política y la prosperidad económica de Judá, junto con un severo juicio y el correspondiente castigo para las naciones que habían oprimido a Judá.


El profeta Joel considera, al igual que Sofonías y Jeremías, que el día del Señor será terrible; sin embargo, a diferencia de ellos anuncia salvación y bendición porque está persuadido de que el Señor es compasivo y clemente, paciente y misericordioso (Joe 2:13) con todos aquellos que se arrepienten de su conducta y se convierten a los caminos del Señor (Joe 2:14). De este modo, Joel conecta con el tono más esperanzado y consolador de Ezequiel o del Deuteroisaías, y con el anuncio de un mundo nuevo proclamado por Ezequiel, Ageo y Zacarías.


Es de subrayar el nacionalismo exacerbado de este profeta, tan en contraste con el mensaje universalista de Jonás. Además, puede extrañar que el llamamiento a la conversión no tenga exigencias éticas ni sociales, reduciéndose al ámbito de lo cultual. Como contrapartida a todo ello, cautiva su comprensión del carácter perdonador y liberador del Señor, y su promesa de una efusión ilimitada del Espíritu que anticipa la experiencia de la Iglesia primitiva en Pentecostés (Hch 2:4-21).