II Crónicas  6, 32-39

«También al extranjero, al que no es de tu pueblo y viene de un país lejano a orar en este templo a causa de tu gran Nombre, tu mano fuerte y tu tenso brazo, escúchalo tú en el cielo, lugar de tu morada; haz al extranjero según lo que te pida, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu Nombre y te respeten como tu pueblo Israel, y reconozcan que tu Nombre es invocado en este templo que yo te he construido.
«Cuando tu pueblo salga a la guerra contra el enemigo, por el camino por el que le envíes, y supliquen a Yahvé vueltos hacia la ciudad que has elegido y hacia el templo que he construido para tu Nombre, escucha tú en el cielo su oración y su plegaria, y hazles justicia. Cuando pequen contra ti —pues no hay hombre que no peque— y tú, irritado contra ellos, los entregues al enemigo y sus vencedores los deporten al país enemigo, lejano o próximo, si en la tierra de su cautividad se convierten en su corazón y te suplican diciendo: “Hemos pecado, hemos actuado perversamente, nos hemos hecho culpables”; si en el país de los enemigos que los deportaron se vuelven a ti con todo su corazón y con toda su alma y te suplican vueltos hacia la tierra que diste a sus padres y hacia la ciudad que has elegido y el templo que he edificado a tu Nombre, escucha tú en el cielo, lugar de tu morada, su oración y su plegaria, hazles justicia y perdona lo que ha pecado contra ti.
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