Genesis 37, 18-27

Ellos lo vieron de lejos y, antes que se les acercara, conspiraron contra él para matarlo, y se decían mutuamente: «Por ahí viene el soñador. Vamos a matarlo y lo echaremos en un pozo cualquiera, y diremos que algún animal feroz lo devoró. Veremos entonces en qué paran sus sueños.»
Rubén lo oyó y pensó en librarle de sus manos. Dijo: «No atentemos contra su vida.» Y añadió: «No derraméis sangre. Echadle a ese pozo que hay en el páramo, pero no pongáis la mano sobre él.» Su intención era salvarlo de sus hermanos para devolverlo a su padre. Entonces, cuando llegó José donde sus hermanos, éstos despojaron a José de su túnica —aquella túnica de manga larga que llevaba puesta—, y echándole mano lo arrojaron al pozo. Aquel pozo estaba vacío, sin agua. Luego se sentaron a comer.
Al alzar la vista, divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, con camellos cargados de almáciga, sandáraca y ládano, que bajaban hacia Egipto. Entonces dijo Judá a sus hermanos: «¿Qué aprovecha el que asesinemos a nuestro hermano y luego tapemos su sangre? Vamos a venderlo a los ismaelitas, pero no pongamos la mano en él, porque es nuestro hermano, carne nuestra.» Y sus hermanos asintieron.
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