I Reyes 3, 4-28

El rey acudió a Gabaón a ofrecer allí sacrificios, pues era entonces el santuario principal. Salomón ofreció mil holocaustos sobre aquel altar. En Gabaón se apareció Yahvé a Salomón aquella noche mediante un sueño*. Dios dijo: «Pídeme lo que crees que debo darte.» Salomón respondió: «Has actuado con gran benevolencia hacia tu siervo David, mi padre, porque él caminaba en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón. Y además has mantenido hacia él esta gran benevolencia, concediéndole un hijo que ocupase su trono, como acaece hoy. Pues bien, Yahvé mi Dios, tú me has hecho rey en lugar de David mi padre, pero soy un joven muchacho y no sé por dónde empezar y terminar. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú te elegiste, un pueblo numeroso, que no es posible contar ni calcular. Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar* a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. Cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan grande?» Agradó al Señor esta súplica de Salomón. Entonces le dijo Dios: «Por haber pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti ni tampoco la vida de tus enemigos, sino inteligencia para atender a la justicia, obraré según tu palabra: te concedo una mente sabia e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después. Te concedo también aquello que no has pedido: riquezas y gloria, mayores que las de ningún otro rey mientras vivas*. Si caminas por mis sendas, guardando mis preceptos y mandamientos, como hizo David, tu padre, prolongaré los días de tu vida.» Salomón se despertó: ¡Había sido un sueño! Entonces se preparó y regresó a Jerusalén. Puesto en pie ante el arca de la alianza del Señor, ofreció holocaustos y sacrificios de comunión, y dio luego un banquete a todos sus servidores. Por entonces fueron a presentarse al rey dos prostitutas. Se pusieron ante él, y dijo una de ellas: «Escúchame, mi señor. Yo y esa mujer vivíamos en una misma casa, y resulta que di a luz estando ella conmigo. A los tres días de mi parto, parió también esa mujer. Estábamos juntas y no había nadie más en la casa; sólo nosotras dos. Una noche murió el hijo de esa mujer, porque había permanecido acostada sobre él. Se levantó durante la noche y, mientras tu servidora dormía, tomó a mi hijo de mi costado y lo acostó en su regazo, y a su hijo, el que estaba muerto, lo acostó en el mío. Al amanecer me levanté para amamantar a mi hijo y vi que estaba muerto. Pero lo examiné bien a la luz de la mañana y me di cuenta que no era mi hijo, el que yo había parido.» La otra mujer repuso: «No es cierto. Mi hijo es el vivo y tu hijo es el muerto.» Pero la otra replicaba: «No, al contrario, tu hijo es el muerto y mi hijo es el vivo.» Y seguían discutiendo ante el rey. Entonces intervino el rey: «O sea que una dice: ‘Mi hijo es el vivo y tu hijo es el muerto,’ y la otra replica: ‘No, al contrario, tu hijo es el muerto y mi hijo es el vivo.’ Pues bien —ordenó entonces el rey—, traedme una espada.» Presentaron la espada al rey y éste sentenció: «Cortad al niño vivo en dos partes y dad mitad a una y mitad a otra.» A la mujer de quien era el niño vivo se le conmovieron las entrañas por su hijo y replicó al rey: «Por favor, mi señor, que le den a ella el niño vivo, pero matarlo, ¡no!, ¡no lo matéis!» La otra, en cambio, decía: «Ni para mí ni para ti: ¡que lo corten!» Sentenció entonces el rey: «Entregadle a ella el niño vivo, ¡no lo matéis! Ella es su madre.» El juicio pronunciado por el rey llegó a oídos de todo Israel y cobraron respeto al rey, al ver que dentro de él había una sabiduría divina con la que hacer justicia*.
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