II Reyes  11, 1-12

Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo había muerto, se dispuso a eliminar a toda la estirpe real. Pero Josebá*, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, de entre los hijos del rey que estaban siendo asesinados y lo escondió e instaló, a él y a su nodriza, en el dormitorio. Lo mantuvieron oculto de la vista de Atalía y no lo mataron. Seis años estuvo con ella, escondido en el templo de Yahvé, mientras Atalía reinaba en el país. El año séptimo, Joadá* mandó que buscaran y trajeran a los centuriones de los carios* y de los guardias, y los condujo junto a sí al templo de Yahvé. Tras establecer un pacto con ellos y hacerles prestar juramento*, les presentó al hijo del rey. Luego, les ordenó*: «Esto habéis de hacer: un tercio de los que entran de servicio el sábado mantendrán la guardia del palacio real; *otro tercio se situará en la Puerta de la Fundación; y otro tercio en la puerta detrás de los guardias, ocupando así todos los puestos de la guardia del templo. Las otras dos divisiones, los que salen de servicio el sábado, quedarán de guardia en el templo de Yahvé para protección del rey. Rodearéis al rey por todos lados, arma en mano. El que intente forzar vuestras filas morirá. Manteneos junto al rey constantemente.» Los centuriones cumplieron cuanto el sacerdote Joadá les ordenó. Cada uno tomó sus hombres, los que entraban y los que salían de servicio el sábado, y se presentaron ante el sacerdote Joadá. El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y escudos del rey David depositados en el templo de Yahvé*. Los guardias se apostaron, arma en mano, desde el extremo sur hasta el extremo norte del templo, ante el altar y el templo, rodeando al rey por uno y otro lado*. Hizo salir entonces al hijo del rey y le impuso la diadema y las insignias. Luego lo proclamaron rey y lo ungieron. Batieron palmas y gritaron: «¡Viva el rey!»
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