Ezequiel  23, 37-45

Han cometido adulterio, tienen las manos ensangrentadas, han cometido adulterio con sus basuras y hasta han hecho pasar por el fuego a los hijos que me habían dado a luz, como alimento para ellas*. Han llegado a hacerme hasta esto: contaminaron mi santuario (aquel día) y profanaron mis sábados; y, después de haber inmolado sus hijos a sus basuras, ese mismo día, entraron en mi santuario para profanarlo. Esto es lo que han hecho en mi propia casa. «Más aún*, enviaron mensajeros para que vinieran hombres de países lejanos. Y, cuando llegaron, te bañaste, te pintaste los ojos y te pusiste tus joyas. Luego te reclinaste en un espléndido diván, ante el cual estaba aderezada una mesa en la que habías puesto mi incienso y mi aceite. Se oían allí las voces de una turba indolente, de una multitud de bebedores traídos del desierto*, que ponían brazaletes en las manos de ellas y preciosas coronas en su cabeza. Y yo me preguntaba cómo era posible que aquella mujer, desgastada de tantos adulterios, siguiese entregándose a sus prostituciones* (pues venían donde ella como se viene donde una prostituta). Así venían donde Oholá y Oholibá, estas mujeres depravadas. Pero hay hombres justos que les aplicarán el castigo reservado a las adúlteras y asesinas, porque ellas son adúlteras y hay sangre en sus manos.
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