Isaías 37, 9-20

porque había recibido esta noticia acerca de Tirhacá, rey de Cus: «Ha salido a guerrear contra ti.» Senaquerib volvió a enviar* mensajeros para decir a Ezequías: «Así hablaréis a Ezequías, rey de Judá: No te engañe tu Dios en el que confías pensando: ‘No será entregada Jerusalén en manos del rey de Asiria’. Bien has oído lo que los reyes de Asiria han hecho a todos los países, entregándolos al anatema, ¡y tú te vas a librar! ¿Acaso los dioses de las naciones salvaron a aquellos que mis padres aniquilaron, a Gozán, a Jarán, a Résef, a los edenitas que estaban en Tel Basar*? ¿Dónde está el rey de Jamat, el rey de Arpad, el rey de Laír*, de Sefarváin, de Hená y de Avá?» Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Luego subió al templo de Yahvé y Ezequías la desenrolló ante Yahvé. Ezequías elevó esta plegaria a Yahvé: «Yahvé Sebaot, Dios de Israel, entronizado sobre los Querubines, tú sólo eres Dios en todos los reinos de la tierra, tú el que has hecho los cielos y la tierra. «Tiende, Yahvé, tu oído y escucha; abre, Yahvé, tus ojos y mira. Oye las palabras con que Senaquerib ha enviado a insultar al Dios vivo. Es verdad, Yahvé, que los reyes de Asiria han exterminado a todas las naciones y su territorio, y que han entregado sus dioses al fuego, pero es que ellos no son dioses, sino confecciones humanas hechas con madera y con piedra, y por eso han sido aniquilados. Ahora, pues, Yahvé, Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos de la tierra que sólo tú eres Dios, Yahvé.»
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