Jueces 11, 30-40

Y Jefté hizo un voto a Yahvé: «Si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro, cuando vuelva victorioso de los amonitas, será para Yahvé y lo ofreceré en holocausto.» Jefté pasó al territorio de los amonitas para atacarlos, y Yahvé los entregó en sus manos. Los derrotó desde Aroer hasta cerca de Minit (veinte poblados) y hasta Abel Queramín. La derrota fue grandísima, y los amonitas fueron humillados delante de los israelitas. Pero resulta que, cuando Jefté volvió a Mispá, a su casa, su hija salió a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija; no tenía ni más hijos ni más hijas que ella. Al verla, rasgó sus vestiduras y gritó: «¡Ay, hija mía! ¡Me has deshecho! ¿Habías de ser tú la causa de mi desgracia? Abrí la boca ante Yahvé y no puedo volverme atrás.» Ella le respondió: «Padre mío, has abierto tu boca ante Yahvé, haz conmigo lo que salió de tu boca, ya que Yahvé te ha concedido vengarte de tus enemigos los amonitas.» Después dijo a su padre: «Que se me conceda esta gracia: déjame dos meses para ir a vagar por las montañas y llorar mi virginidad con mis compañeras*.» Él le dijo: «Puedes ir.» Y la dejó marchar dos meses. Ella se fue con sus compañeras y estuvo llorando su virginidad por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió donde su padre, que tuvo que cumplir en ella el voto que había hecho. La joven no había conocido varón. De ahí nació una costumbre en Israel: las muchachas de Israel van anualmente, durante cuatro días, a lamentarse* por la hija de Jefté el galaadita.
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