Romanos  5, 6-21

En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos. Y pensemos que difícilmente habrá alguien que muera por un justo —tal vez por un hombre de bien se atrevería uno a morir—. Así que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón ahora, justificados por su sangre, nos pondrá él a salvo de la ira divina! Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, nos salvará mediante su vida! Y no sólo eso, pues también nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte*; y así la muerte alcanzó a todos los hombres, puesto que todos pecaron*. Ciertamente, hubo pecado en el mundo antes de la llegada de la ley, pero el pecado no puede imputarse cuando no hay ley. Con todo, desde Adán hasta Moisés reinó la muerte aun sobre aquellos que no cometieron un pecado semejante al de Adán, el cual es figura* del que había de venir. Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno murieron todos*, ¡con cuánta más razón se han desbordado sobre todos la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un hombre, Jesucristo! Además, no sucede con el don de Dios como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque el juicio, partiendo de un pecado, llevó a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación. En efecto, si por el delito de un hombre reinó la muerte, ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por uno, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno procura a todos la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán constituidos* justos. La ley*, en definitiva, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Así, lo mismo que el pecado reinó para traer muerte, también la gracia reinara, en virtud de la justicia, para procurarnos vida eterna a través de Jesucristo nuestro Señor.
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