Sabiduría 13, 10-19

Son, pues, unos desgraciados, con la esperanza puesta en cosas muertas, quienes llamaron dioses a las obras de manos humanas: oro y plata labrados con arte, a copias de animales o a una piedra inútil, esculpida por manos antiguas. Un carpintero tala un árbol apropiado, monda con destreza toda su corteza, lo trabaja con finura y fabrica un objeto útil para usos comunes. Con los desechos de su obra se prepara una comida con la que se sacia. Y el desecho de todo, que no sirve para nada, un palo torcido y lleno de nudos, lo coge y lo talla en sus ratos de ocio, lo modela con la destreza adquirida y saca la imagen de una figura humana o la copia de cualquier vil animal. Lo embadurna de minio, pinta su cuerpo de rojo y recubre todos sus defectos. Luego le prepara un nicho digno y lo coloca en la pared asegurándolo con hierros. Para que no se le caiga, toma sus precauciones, sabiendo que no puede valerse por sí mismo, pues es una imagen y necesita ayuda*. Cuando le reza por la hacienda, las bodas y los hijos, no se avergüenza de hablar con algo inanimado. Y pide salud a un enfermo, vida a un muerto, ayuda al más inepto, un viaje feliz al que no puede andar; y para las ganancias, empresas y éxitos de sus tareas pide vigor al más torpe de manos.
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