Sabiduría 2, 10-20

Oprimamos al pobre que es justo*, no tengamos compasión de la viuda ni respetemos las canas llenas de años del anciano*. Que nuestra fuerza sea norma de la justicia*, porque la debilidad se demuestra inútil. Pongamos trampas al justo, que nos fastidia* y se opone a nuestras acciones; nos echa en cara nuestros delitos y reprende nuestros pecados de juventud. Presume de conocer a Dios* y se presenta como hijo del Señor. Es un reproche contra nuestras convicciones y su sola aparición nos resulta insoportable, pues lleva una vida distinta a los demás y va por caminos diferentes*. Nos considera moneda falsa y nos evita como a apestados; celebra el destino de los justos* y presume de que Dios es su padre. Ya veremos si lleva razón, comprobando cuál es su desenlace*: pues si el justo es hijo de Dios*, él lo rescatará y lo librará del poder de sus adversarios. Lo someteremos a humillaciones y torturas para conocer su temple y comprobar su entereza. Lo condenaremos a una muerte humillante, pues, según dice, Dios lo protegerá*
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