I Reyes 11, 29-40

Un día salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán:
– Recoge diez trozos, porque así dice el Señor, Dios de Israel: Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; pero una tribu será para él, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel; porque me ha abandonado y ha adorado a Astarté, diosa de los fenicios; a Camós, dios de Moab; a Malcón, dios de los amonitas, y no ha caminado por mis sendas practicando lo que yo apruebo, mis mandatos y preceptos, como su padre, David. No le quitaré todo el reino; lo mantendré de jefe mientras viva en consideración a mi siervo David, a quien elegí, que guardó mis leyes y preceptos; pero a su hijo le quitaré el reino y te daré a ti diez tribus. A su hijo le daré una tribu, para que mi siervo David tenga siempre una lámpara ante mí en Jerusalén, la ciudad que me elegí para que residiera allí mi Nombre. En cuanto a ti, voy a elegirte para que seas rey de Israel, según tus ambiciones. Si obedeces en todo lo que yo te ordene y caminas por mis sendas y practicas lo que yo apruebo, guardando mis mandatos y preceptos, como lo hizo mi siervo David, yo estaré contigo y te daré una dinastía duradera, como hice con David. Te entregaré a Israel y humillaré a los descendientes de David por esto, aunque no para siempre. Salomón intentó matar a Jeroboán, pero Jeroboán emprendió la fuga a Egipto, donde reinaba Sisac, y estuvo allí hasta que murió Salomón.
Ver contexto