I Reyes 12, 1-24


EL CISMA: LOS DOS REINOS
El cisma
2 Cr 10,1– 11,4

Roboán fue a Siquén porque todo Israel había acudido allí para proclamarlo rey. Cuando se enteró Jeroboán, hijo de Nabat – que estaba todavía en Egipto, adonde había ido huyendo del rey Salomón– se volvió de Egipto. Lo mandaron llamar, y él se presentó con toda la asamblea israelita. Entonces hablaron así a Roboán: – Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado yugo que nos echó encima, y te serviremos. Él les dijo:
– Váyanse y regresen a verme dentro de tres días.
Ellos se fueron y el rey Roboán consultó a los ancianos que habían estado al servicio de su padre, Salomón, mientras vivía:
–¿Qué respuesta me aconsejan dar a esta gente? Le dijeron:
– Si hoy te comportas como servidor de este pueblo, poniéndote a su servicio, y le respondes con buenas palabras, serán servidores tuyos de por vida. Pero él desechó el consejo de los ancianos y consultó a los jóvenes que se habían educado con él y estaban a su servicio. Les preguntó:
– Esta gente pide que les aligere el yugo que les echó encima mi padre. ¿Qué me aconsejan que les responda? Los jóvenes que se habían educado con él le respondieron:
– O sea, que esa gente te ha dicho: Tu padre nos impuso un yugo pesado; tú alívianos esa carga. Diles esto: Mi dedo meñique es más grueso que la cintura de mi padre. Si mi padre los cargó con un yugo pesado, yo les aumentaré la carga; si mi padre los castigó con azotes, yo los castigaré con latigazos. Al tercer día, la fecha señalada por el rey, Jeroboán y todo el pueblo fueron a ver a Roboán. Éste les respondió ásperamente; desechó el consejo de los ancianos, y les habló siguiendo el consejo de los jóvenes:
– Si mi padre los cargó con un yugo pesado,
yo les aumentaré la carga;
si mi padre los castigó con azotes,
yo los castigaré con latigazos. De manera que el rey no hizo caso al pueblo, porque era una ocasión buscada por el Señor para que se cumpliese la palabra que Ajías, el de Siló, comunicó a Jeroboán, hijo de Nabat. Viendo los israelitas que el rey no les hacía caso, le replicaron:
–¿Qué parte tenemos nosotros con David?
¡No tenemos herencia común con el hijo de Jesé!
¡A tus tiendas, Israel!
¡Ahora, David, a cuidar de tu casa!
Los de Israel se marcharon a casa; aunque los israelitas que vivían en las poblaciones de Judá siguieron sometidos a Roboán. El rey Roboán envió entonces a Adorán, encargado de las brigadas de trabajadores; pero los israelitas lo mataron a pedradas. Y el mismo rey Roboán tuvo que subir precipitadamente a su carro y huir a Jerusalén. Así fue como se independizó Israel de la casa de David, hasta hoy. Cuando Israel oyó que Jeroboán había vuelto, mandaron a llamarlo para que fuera a la asamblea, y lo proclamaron rey de Israel. Con la casa de David quedó únicamente la tribu de Judá. Cuando Roboán llegó a Jerusalén, movilizó ciento ochenta mil soldados de Judá y de la tribu de Benjamín para luchar contra Israel y recuperar el reino para Roboán, hijo de Salomón. Pero Dios dirigió la palabra al profeta Semayas: – Di a Roboán, hijo de Salomón, rey de Judá, a todo Judá y Benjamín y al resto del pueblo: Así dice el Señor: No vayan a luchar contra sus hermanos, los israelitas; que cada cual se vuelva a su casa, porque esto ha sucedido por voluntad mía.
Obedecieron la Palabra del Señor y desistieron de la campaña, como el Señor lo ordenaba.
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