II Reyes  18, 9-37

El año cuarto del reinado de Ezequías, que corresponde al séptimo del reinado de Oseas de Israel, hijo de Elá, Salmanasar, rey de Asiria, atacó a Samaría y la sitió. Al cabo de tres años, el año sexto de Ezequías, que corresponde al noveno de Oseas de Israel, la conquistó. El rey de Asiria deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Jalaj, junto al Jabor, río de Gozán, y en las poblaciones de Media, por no haber obedecido al Señor, su Dios, y haber quebrantado su pacto; no obedecieron ni cumplieron lo que les había mandado Moisés, siervo del Señor. El año catorce del reinado de Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria, atacó todas las plazas fuertes de Judá, y las conquistó. Entonces Ezequías mandó a Laquis este mensaje para el rey de Asiria: Soy culpable. Retírate y te pagaré la multa que me impongas. El rey asirio impuso a Ezequías de Judá el pago de nueve mil kilos de plata y novecientos kilos de oro. Ezequías le entregó toda la plata que había en el templo y en el tesoro de palacio. Fue en aquella ocasión cuando Ezequías rompió las puertas del santuario y los pilares que Azarías de Judá había recubierto de oro, y se los entregó al rey de Asiria. Desde Laquis, el rey de Asiria despachó al general en jefe, al jefe de eunucos y al copero mayor para que fueran con un fuerte destacamento a Jerusalén, al rey Ezequías. Fueron, y cuando llegaron a Jerusalén se detuvieron ante el Canal del Estanque de Arriba, que queda junto al camino del Campo del Tintorero. Llamaron al rey, y salieron a recibirlos Eliacín, hijo de Jelcías, mayordomo de palacio; Sobná, el secretario, y el heraldo Yoaj, hijo de Asaf. El copero mayor les dijo:
– Digan a Ezequías: Así dice el emperador, el rey de Asiria: ¿En qué fundas tu confianza? Tú piensas que la estrategia y la valentía militares son cuestión de palabras. ¿En quién confías para rebelarte contra mí? ¿Te fías de ese bastón de caña quebrada que es Egipto? Al que se apoya en él, se le clava en la mano y se la atraviesa; eso es el Faraón para los que confían en él. Y si me replicas: yo confío en el Señor, nuestro Dios, ¿no es ése el dios cuyos santuarios y altares ha suprimido Ezequías, exigiendo a Judá y a Jerusalén que se postren ante ese altar en Jerusalén? Por tanto, haz una apuesta con mi señor, el rey de Asiria, y te daré dos mil caballos, si es que tienes quien los monte. ¿Cómo te atreves a desairar a uno de los últimos siervos de mi señor, confiando en que Egipto te proporcionará carros y jinetes? ¿Te crees que he subido a arrasar esta ciudad sin consultar con el Señor? Fue el Señor quien me dijo que subiera a devastar este país. Eliacín, hijo de Jelcías, Sobná y Yoaj dijeron al copero mayor:
– Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos. No nos hables en hebreo, ante la gente que está en las murallas. Pero el copero les replicó:
–¿Crees que mi señor me ha enviado para que les comunique solamente a ti y a tu señor este mensaje? También es para los hombres que están en la muralla, y que tendrán que comer su excremento y beber su orina, igual que ustedes. E, irguiéndose, gritó a voz en cuello, en hebreo:
–¡Escuchen las palabras del emperador, rey de Asiria! Así dice el rey: Que no los engañe Ezequías, porque no podrá librarlos de mi mano. Que Ezequías no los haga confiar en el Señor, diciendo: el Señor nos librará y no entregará esta ciudad al rey de Asiria. No hagan caso a Ezequías, porque esto dice el rey de Asiria: ríndanse y hagan la paz conmigo, y cada uno comerá de su viña y de su higuera y beberá de su pozo, hasta que llegue yo para llevarlos a una tierra como la de ustedes, tierra de trigo y vino nuevo, tierra de pan y viñedos, tierra de aceite y miel, para que vivan y no mueran. No hagan caso de Ezequías, que los engaña, diciendo: el Señor nos librará. ¿Acaso los dioses de las naciones han librado a sus países de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y Arpad, los dioses de Sefarvain, Hená y Avá? ¿Han librado a Samaría de mi poder? ¿Qué dios de esos países ha podido librar sus territorios de mi mano? ¿Y va el Señor a librar de mi mano a Jerusalén? Todos callaron y no respondieron palabra. Tenían consigna del rey de no responder. Eliacín, hijo de Jelcías, mayordomo de palacio; Sobná, el secretario, y el heraldo Yoaj, hijo de Asaf, se presentaron al rey con las vestiduras rasgadas, y le comunicaron las palabras del copero mayor.
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