Jeremías  20, 7-18


Confesiones de Jeremías:
Final
11,18-23; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23

Me sedujiste, Señor,
y me dejé seducir;
me forzaste, y me venciste.
Yo era motivo de risa todo el día,
todos se burlaban de mí. Si hablo, es a gritos, clamando
¡violencia, destrucción!,
la Palabra del Señor se me volvió||
insulto y burla constantes, y me dije: No me acordaré de él,
no hablaré más en su Nombre.
Pero la sentía dentro como fuego
ardiente encerrado en los huesos:
hacía esfuerzos por contenerla
y no podía. Oía el cuchicheo de la gente:
Cerco de Terror,
¡a denunciarlo, a denunciarlo!
Mis amigos espiaban mi traspié:
A ver si se deja seducir,
lo venceremos y nos vengaremos de él. Pero el Señor está conmigo
como valiente soldado,
mis perseguidores tropezarán
y no me vencerán;
sentirán la confusión de su fracaso,
un sonrojo eterno e inolvidable. Señor Todopoderoso,
examinador justo
que ves las entrañas y el corazón,
que yo vea cómo tomas
venganza de ellos,
porque a ti encomendé mi causa. Canten al Señor, alaben al Señor,
que libró al pobre del poder de los malvados. ¡Maldito el día en que nací,
el día que mi madre me dio a luz
no sea bendito! ¡Maldito el que dio la noticia a mi padre:
Te ha nacido un hijo,
dándole un alegrón! ¡Ojalá fuera ese hombre
como las ciudades
que el Señor trastornó sin compasión!
¡Ojalá oyese gritos por la mañana
y alaridos al mediodía! ¡Por qué no me mató en el vientre!
Habría sido mi madre mi sepulcro;
su vientre
me habría llevado por siempre. ¿Por qué salí del vientre
para pasar trabajos y penas
y acabar mis días derrotado?
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