Jeremías  50, 11-17

Aunque festejen bulliciosamente,
ladrones de mi herencia,
aunque brinquen
como novilla en el prado
y relinchen como caballos, su madre quedará avergonzada,
confundida la que los dio a luz,
convertida en la última
de las naciones,
en desierto y estepa reseca. Por la cólera del Señor
quedará deshabitada
y hecha toda un desierto;
los que pasen junto a Babilonia
silbarán espantados
al ver tantas heridas. Arqueros, pongan cerco a Babilonia,
apunten, no ahorren flechas,
porque pecó contra el Señor; lancen el grito de guerra en torno a ella,
que se entregue su guarnición,
que caigan sus pilares
y se derrumben sus murallas;
porque el Señor se venga de ella así:
lo que hizo háganselo a ella. Exterminen en Babel al sembrador
y al que empuña la hoz
en el tiempo de la cosecha.
Huyen de la espada mortífera,
cada uno a su pueblo
y a su tierra nativa. Israel era una oveja descarriada,
acosada de leones:
primero la devoró el rey de Asiria,
últimamente la despedazó
Nabucodonosor, rey de Babilonia.
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