Judith 8, 1-36


La mujer valiente

Entonces se enteró Judit, hija de Merarí, hijo de Ox, hijo de José, hijo de Uziel, hijo de Jelcías, hijo de Ananías, hijo de Gedeón, hijo de Rafaín, hijo de Ajitob, hijo de Elías, hijo de Jelcías, hijo de Eliab, hijo de Natanael, hijo de Salamiel, hijo de Surisaday, hijo de Simeón, hijo de Israel. Su marido, Manasés, de su tribu y parentela, había fallecido durante la cosecha de la cebada: cuando atendía a los jornaleros en el campo tuvo una insolación; cayó en cama y murió en Betulia, su ciudad; lo enterraron en la sepultura familiar, en su finca, entre Dotán y Balamón. Judit llevaba ya viuda tres años y cuatro meses. Vivía en su casa, en una habitación que se había preparado en la azotea; ceñía un sayal y vestía de luto. Desde que enviudó ayunaba diariamente, excepto los sábados y sus vísperas, el primero y el último día del mes y las fiestas de guardar en Israel. Era muy bella y atractiva. Su marido, Manasés, le había dejado oro y plata, criados y criadas, rebaños y tierras, y ella vivía de eso. Era muy religiosa, y nadie podía reprocharle lo más mínimo. Cuando se enteró de que la gente, desalentada por la falta de agua, había protestado contra el gobernador, y que Ozías les había jurado entregar la ciudad a los asirios pasados cinco días, Judit mandó a su ama de llaves a llamar a Cabris y Carmis, ancianos de la ciudad, y cuando se presentaron les dijo:
– Escúchenme, jefes de la población de Betulia. Ha sido un error eso que han dicho hoy a la gente, obligándose ante Dios, con juramento, a entregar la ciudad al enemigo si el Señor no les manda ayuda dentro de este plazo. Vamos a ver: ¿quiénes son ustedes para tentar hoy a Dios y ponerse públicamente por encima de él? ¡Han puesto a prueba al Señor Todopoderoso, ustedes, que nunca entenderán nada! Si ustedes son incapaces de penetrar la profundidad del corazón humano y de rastrear sus pensamientos, ¿cómo pretenden entender a Dios, que hizo todas las cosas o conocer su pensamiento o comprender sus designios? No, hermanos, no provoquen la ira del Señor, nuestro Dios. Porque aunque no piense socorrernos en estos cinco días, tiene poder para protegernos el día que quiera, lo mismo que para aniquilarnos ante el enemigo. No exijan garantías a los planes del Señor, nuestro Dios, que a Dios no se le intimida como a un hombre ni se regatea con él como con un ser humano. Por tanto, mientras aguardamos su salvación, imploremos su ayuda, y si le parece bien, escuchará nuestras voces. Porque, hoy en día no hay nadie – en nuestro tiempo, y hoy mismo, no ha habido– entre nuestras tribus, familias, pueblos o ciudades que adore a dioses hechos por manos humanas, como ocurría antaño, y por eso nuestros antepasados fueron entregados a la espada y al saqueo, y sucumbieron de mala manera ante nuestros enemigos. Nosotros, en cambio, no reconocemos otro Dios fuera de él. Por eso esperamos que no nos desprecie ni desatienda a nuestra raza. Porque si caemos nosotros, caerá toda Judea, nuestro templo será saqueado y esa profanación la pagaremos con nuestra sangre; en las naciones donde estemos como esclavos seremos responsables de la muerte de nuestros compatriotas, de la deportación de la gente del país y de la desolación de nuestra patria. Y seremos motivo de maltrato y burla de quienes nos compren, porque nuestra esclavitud no acabará bien, sino que el Señor, Dios nuestro, la aprovechará para deshonrarnos. Así que, hermanos, demos ejemplo a nuestros compatriotas; que su vida depende de nosotros, y en nosotros se basa la seguridad del santuario, del templo y del altar. Demos gracias al Señor, Dios nuestro, por todo esto, porque nos pone a prueba como a nuestros antepasados. Recuerden lo que hizo con Abrahán, cómo probó a Isaac y lo que le pasó a Jacob en Mesopotamia de Siria cuando guardaba los rebaños de su tío materno Labán. Dios no nos trata como a ellos, que los purificó con el fuego para probar su lealtad; no nos castiga; es que el Señor, para corregirlos, azota a sus fieles. Entonces Ozías le dijo:
– Todo lo que has dicho es muy sensato, y nadie te va a llevar la contra, porque no hemos descubierto hoy tu prudencia; desde pequeña todos conocen tu inteligencia y tu buen corazón. Pero es que la gente se moría de sed y nos forzaron a hacer lo que dijimos, comprometiéndonos con un juramento irrevocable. Tú, que eres una mujer piadosa, reza por nosotros, para que el Señor mande la lluvia, se nos llenen los pozos y no perezcamos. Judit les dijo:
– Escúchenme. Voy a hacer una cosa que se comentará de generación en generación entre la gente de nuestra raza. Esta noche se pondrán junto a las puertas. Yo saldré con mi criada, y en el plazo señalado para entregar la ciudad al enemigo, el Señor socorrerá a Israel por mi medio. Pero no intenten averiguar lo que voy a hacer, porque no les diré nada hasta que lo cumpla. Ozías y los jefes le dijeron:
– Vete en paz. Que Dios te guíe para que puedas vengarte de nuestro enemigo. Luego salieron de la habitación y cada uno se fue a su puesto.
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