Levítico 4, 3-12

»Si es el sacerdote ungido el que cometió la transgresión, comprometiendo así al pueblo, ofrecerá al Señor por la trasgresión cometida un novillo sin defecto en sacrificio expiatorio. Lo llevará a la entrada de la tienda del encuentro, a la presencia del Señor. Pondrá la mano sobre la cabeza de la víctima y la degollará en presencia del Señor. El sacerdote ungido tomará sangre del novillo y la llevará a la tienda del encuentro. Mojando un dedo en la sangre y en presencia del Señor, salpicará con ella siete veces en dirección a la cortina del santuario. Luego, en presencia del Señor, el sacerdote untará con la sangre los salientes del altar del sahumerio, situado en la tienda del encuentro, y derramará toda la sangre del novillo al pie del altar de los holocaustos, situado a la entrada de la tienda del encuentro. Quitará al novillo de expiación toda la grasa: la grasa que envuelve las vísceras y sus gorduras: los dos riñones con sus grasas, la grasa junto a los lomos y el lóbulo del hígado junto a los riñones; todo esto lo apartará, como se hace con el toro del sacrificio de comunión. El sacerdote la dejará quemarse sobre el altar de los holocaustos. El resto del novillo, la piel, la carne con cabeza y patas, vísceras y excrementos, lo sacará fuera del campamento a un lugar puro, donde se echan las cenizas, y lo quemará sobre la leña. En el lugar donde se echan las cenizas debe ser quemado.
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