Nehemías 4, 1-17

Cuando Sanbalat se enteró de que estábamos reconstruyendo la muralla, se indignó, y enfurecido, empezó a burlarse de los judíos, diciendo a su gente y a la guarnición samaritana:
–¿Qué hacen esos desgraciados judíos? ¿No hay nadie que se lo impida? ¿Van a ofrecer sacrificios? ¿Se creen que van a terminar el trabajo en un día? ¿O que de los montones de escombros van a sacar nuevas las piedras que se quemaron? El amonita Tobías, que se encontraba a su lado, dijo:
– Déjalos que construyan. En cuanto suba una zorra se desmoronará su muralla de piedra. Escucha, Dios nuestro, cómo se burlan de nosotros. Haz que sus insultos recaigan sobre ellos y mándalos al destierro para que se burlen de ellos. No encubras sus delitos, no borres de tu vista sus pecados, porque han ofendido a los constructores. Seguimos levantando la muralla, que quedó reparada hasta media altura. La gente tenía ganas de trabajar. Cuando Sanbalat, Tobías, los árabes, los amonitas y los asdoditas se enteraron de que la reparación de la muralla de Jerusalén iba adelante – porque empezaban a cerrarse las brechas– se enfurecieron. Y se confabularon para luchar contra Jerusalén y sembrar en ella la confusión. Encomendándonos a nuestro Dios, pusimos una guardia día y noche para vigilarlos. Mientras los judíos decían: Los cargadores se agotan y los escombros son muchos; nosotros solos no podemos construir la muralla, nuestros enemigos comentaban: Que no sepan ni vean nada hasta que hayamos penetrado en medio de ellos y los matemos; así detendremos las obras. En esta situación, los judíos que vivían entre ellos, viniendo de diversos lugares, nos repetían una y otra vez que nos iban a atacar. Entonces aposté en trincheras detrás de la muralla y entre matorrales gente dividida por familias y armados con sus espadas, lanzas y arcos. Después de una inspección, dije a los notables, a las autoridades y al resto del pueblo:
– No les tengan miedo. Acuérdense del Señor, grande y terrible, y luchen por sus hermanos, hijos, hijas, mujeres y casas. Al ver nuestros enemigos que estábamos informados, Dios desbarató sus planes y pudimos volver a la muralla, cada cual a su tarea. Con todo, desde aquel día la mitad de mis hombres trabajaba mientras la otra mitad estaba armada de lanzas, escudos, arcos y corazas. Las autoridades se preocupaban de todos los judíos. Los que construían la muralla y los cargadores estaban armados; con una mano trabajaban y con la otra empuñaban el arma.
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