Salmos 141, 1-10

Señor, te estoy llamando, ven deprisa,
escucha mi voz cuando te llamo. Sea mi oración como incienso en tu presencia,
mis manos levantadas,
como ofrenda vespertina. Coloca, Señor, un guardián en mi boca,
vigila, oh Altísimo, la puerta de mis labios. No dejes que mi corazón se incline al mal,
a perpetrar acciones criminales
con hombres malhechores.
¡No seré comensal en sus banquetes! Que el justo me golpee y el leal me reprenda,
mi cabeza no brillará con ungüento exquisito,
pues continuaré orando en sus desgracias. Sus gobernantes caigan en manos de la Roca,
y oigan cuán suaves son sus palabras: Como rueda molar que se estrella en el suelo,
así se esparzan sus huesos a la boca del abismo. A ti, Señor, Dueño mío, se vuelven mis ojos,
en ti me refugio, no me destruyas. Guárdame del cepo que me han puesto,
de la trampa de los malhechores. Caigan en sus redes los malvados
al tiempo que yo escapo ileso.
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