Salmos 41, 1-13

Feliz el que cuida del desvalido:
el Señor lo librará en el día aciago. El Señor lo protegerá y lo conservará vivo,
será dichoso en la tierra,
y no lo entregará
a las fauces de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
transformará la cama de su enfermedad. Yo dije: Señor, ten piedad,
sáname, que he pecado contra ti.
Mis enemigos hablan mal de mí:
¿Cuándo morirá y se perderá su apellido? Si alguien viene a visitarme
su corazón miente y acumula maldad,
sale a la calle y lo comenta. Los que me odian se reúnen a murmurar de mí,
me achacan la enfermedad que padezco: Ha contraído una enfermedad mortal;
el que se acostó no se levantará. Incluso mi amigo, en quien confiaba,
y que compartía mi pan
me pone zancadillas. Mas tú, Señor, ten piedad, ponme en pie
y les daré su merecido. En esto conozco que me quieres:
que mi enemigo no cantará
victoria a mi costa. Tú me sostendrás en mi integridad
y me mantendrás siempre en tu presencia. Bendito sea el Señor Dios de Israel,
desde siempre y por siempre.
Amén, amén.
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