Salmos 51, 1-19


Ez 36,25-28

Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito
y limpia mi pecado. Porque yo reconozco mi culpa
y tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad ante tus ojos;
así serás justo cuando juzgues
e irreprochable cuando sentencies. Mira, culpable nací,
pecador me concibió mi madre. Tú quieres la sinceridad interior
y en lo íntimo me inculcas sensatez. Rocíame con el hisopo y quedaré limpio,
lávame y blanquearé más que la nieve. Hazme sentir gozo y alegría,
salten de gozo los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista
y borra todas mi culpas. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un espíritu firme; no me arrojes lejos de tu presencia
ni me quites tu santo espíritu; devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con tu espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos,
y los pecadores volverán a ti. Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios y Salvador mío,
y mi lengua aclamará tu justicia. Señor mío, ábreme los labios
y mi boca proclamará tu alabanza. Un sacrificio no te satisface,
si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarías. El sacrificio que te agrada
es un espíritu quebrantado,
un corazón arrepentido y humillado,
oh Dios, no lo desprecias. Favorece a Sión por tu bondad,
reconstruye la muralla de Jerusalén; entonces aceptarás sacrificios estipulados,
las ofrendas y el holocausto,
y sobre tu altar se inmolarán novillos.
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