II Corintios 3, 4-18

Tal es la confianza que tenernos ante Dios por medio de Cristo. Y no es que por nosotros mismos seamos capaces de poner a nuestra cuenta cosa alguna; por el contrario, nuestra capacidad procede de Dios que incluso nos capacitó para ser servidores de la nueva alianza, no de letra, sino de espíritu; pues la letra mata, mientras que el espíritu da vida. Pues si aquel servicio de la muerte, grabado con letras sobre piedras, fue glorioso, de suerte que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la gloria de su rostro, a pesar de ser perecedera, ¿cuánto más glorioso será el servicio del espíritu? Pues, si el servicio de la condenación fue gloria, ¡con cuanta más razón abundará en gloria el servicio de la justificación! Porque lo que entonces [en la antigua alianza] fue glorificado, no quedó glorificado a este respecto, comparado con esta gloria tan extraordinaria [de la nueva alianza]. Y si lo que era perecedero se manifestó mediante gloria, ¡con cuánta más razón se manifestará en gloria lo que es permanente! Teniendo, pues, esta esperanza, actuamos con plena franqueza Y no como Moisés, que se ponía un velo sobre el rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el final de una cosa perecedera. Pero sus inteligencias fueron embotadas. Porque hasta el día de hoy, en la lectura del Antiguo Testamento, sigue sin descorrerse el mismo velo, porque éste sólo en Cristo queda destruido. Hasta hay, pues, cuantas veces se lee a Moisés, permanece el velo sobre sus corazones. Pero «cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el velo» (Éx 34,34). El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, su imagen misma, nos vamos transfigurando de gloria en gloria como por la acción del Señor, que es Espíritu.
Ver contexto