Hechos 16, 13-15

cuando el sábado salimos extramuros, junto a un río, donde sospechábamos que estaría el lugar destinado a la oración, y, sentados, empezamos a hablar a las mujeres que se habían reunido. Escuchaba una de ellas, por nombre Lidia, traficante en púrpuras, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, y a la cual el Señor abrió el corazón para atender a lo que Pablo decía. Una vez que se hubo bautizado ella y los de su familia, nos rogó diciendo: «Si me habéis juzgado fiel al Señor, entrad y quedaos en mi casa.» Y nos forzó a ello.
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