Genesis 24, 1-18

Abrahán era anciano, de edad avanzada, y el Señor había bendecido a Abrahán en todo. Abrahán dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas las posesiones: «Pon tu mano bajo mi muslo y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa a tomar mujer para mi hijo Isaac». El criado contestó: «Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?». Abrahán le replicó: «De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y del país nativo, y que me juró: “A tu descendencia daré esta tierra”, enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para mi hijo. Pero si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento. Mas a mi hijo, no lo lleves allá». El criado puso su mano bajo el muslo de Abrahán, su amo, y le juró cumplirlo. Entonces el criado tomó diez de los camellos de su amo y, llevando toda clase de regalos de su amo, se puso en marcha hacia Arán Najaráin, la ciudad de Najor. Hizo arrodillarse a los camellos junto a un pozo fuera de la ciudad, al atardecer, cuando suelen salir las aguadoras. Y dijo: «Señor, Dios de mi amo Abrahán, concédeme hoy una señal propicia y muestra tu benevolencia a mi amo Abrahán. Aquí estoy junto a la fuente, mientras las muchachas de la ciudad salen a sacar agua; la muchacha a la que yo diga: “Por favor, inclina tu cántaro para que beba” y que me responda: “Bebe y también abrevaré tus camellos”, esa sea la que has destinado para tu siervo Isaac. Así sabré que muestras benevolencia con mi amo». Apenas había acabado de hablar, cuando salía Rebeca, hija de Betuel, el hijo de Milcá, la mujer de Najor, el hermano de Abrahán, con el cántaro al hombro. La muchacha era muy hermosa, una doncella que no había conocido varón. Bajó a la fuente, llenó el cántaro y subió. El criado corrió a su encuentro y le dijo: «Por favor, déjame beber un poco de agua de tu cántaro». Ella respondió: «Bebe, señor mío». Y enseguida bajó el cántaro al brazo y le dio de beber.
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