I Crónicas 13, 1-14

° David consultó a los jefes de millar, a los centuriones y a todos los caudillos. Después dijo a toda la asamblea de Israel: «Si os parece bien y si el Señor, nuestro Dios, lo quiere, vamos a invitar a nuestros hermanos, que se han quedado en el territorio de Israel —y, juntamente con ellos, a los sacerdotes y levitas de las ciudades y ejidos—, a que se reúnan con nosotros. Después nos traeremos el Arca de nuestro Dios, ya que desde el tiempo de Saúl no nos hemos preocupado de ella». Toda la asamblea decidió obrar así, pues la propuesta agradó a toda la gente. David congregó a todos los israelitas, desde Sijor de Egipto hasta la entrada de Jamat, para traer el Arca desde Quiriat Yearín. Fue, pues, David, con todo Israel, a Baalá, es decir, a Quiriat Yearín de Judá, para subir el Arca de Dios, donde se invoca el nombre del Señor que se sienta sobre querubines. Pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo y la sacaron de la casa de Abinadab; Uzá y Ajió conducían el carro. David y los israelitas iban danzando ante Dios con todo entusiasmo, cantando al son de cítaras, arpas, tambores, platillos y trompetas. Al llegar a la era de Quidón, los bueyes tropezaron y Uzá alargó la mano para sujetar el Arca. Se encendió la ira del Señor contra Uzá, le hirió por haber alargado la mano hacia el Arca y murió allí mismo, delante de Dios. David se enojó porque el Señor había arremetido contra Uzá, y se llamó aquel sitio Peres de Uzá, hasta el día de hoy. Aquel día David temió a Dios y dijo: «¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca de Dios?». Así que no la trasladó a su casa, a la Ciudad de David, sino que la llevó a la casa de Obededón, el de Gat. El Arca de Dios estuvo tres meses en la propia casa de Obededón, y el Señor bendijo a la familia de Obededón y cuanto tenía.
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