I Macabeos 8, 1-31

° La fama de los romanos llegó a oídos de Judas: que eran poderosos, que se mostraban benévolos con todos sus aliados, que establecían amistad con cuantos acudían a ellos. Le contaron sus guerras y las proezas que habían realizado entre los galos: cómo los habían dominado y sometido a tributo; todo cuanto habían hecho en la región de España para apoderarse de sus minas de plata y oro, cómo se habían hecho dueños de todo el país gracias a su astucia y perseverancia, a pesar de ser un país lejano. Habían derrotado a los reyes que los habían atacado desde los confines de la tierra, aplastándolos definitivamente; los demás les pagaban tributo cada año. Habían vencido en la guerra a Filipo, a Perseo, rey de Macedonia, y a cuantos se habían aliado contra ellos, y los habían sometido. Antíoco el Grande, rey de Asia, había ido a atacarlos con ciento veinte elefantes, caballería, carros y tropas muy numerosas, y fue derrotado por ellos, lo apresaron vivo y lo obligaron, a él y a sus sucesores en el trono, a pagarles un gran tributo, a entregar rehenes y a ceder algunas de sus mejores provincias: la provincia Índica, Media y Lidia; se las quitaron para dárselas al rey Eumenes. También los de Grecia habían concebido el proyecto de ir a exterminarlos; pero los romanos, al enterarse, enviaron contra ellos a un solo general, les hicieron la guerra, mataron a muchos de ellos, llevaron cautivos a sus mujeres y niños, saquearon sus bienes, subyugaron el país, arrasaron sus fortalezas y los sometieron a servidumbre hasta el día de hoy. A los demás reinos y a las islas, a cuantos en alguna ocasión les hicieron frente, los destruyeron y redujeron a servidumbre. En cambio, a sus amigos y a los que buscan apoyo en ellos, les mantuvieron su amistad. Tienen bajo su dominio a los reyes vecinos y a los lejanos, y todos cuantos oyen su nombre los temen. Aquellos a quienes quieren ayudar a conseguir el trono, reinan, y deponen a los que ellos quieren. Están en la cima del poder. No obstante, ninguno de ellos se ciñe la corona ni se viste de púrpura para darse importancia. Se han creado un Senado, donde cada día trescientos veinte consejeros deliberan constantemente en favor del pueblo para mantenerlo en buen orden. Confían cada año a uno solo el mando sobre ellos y el dominio sobre toda su tierra. Todos obedecen a este solo hombre sin que haya entre ellos envidias ni celos. Judas eligió a Eupólemo, hijo de Juan, hijo de Acos, y a Jasón, hijo de Eleazar, y los envió a Roma a concertar un tratado de amistad y mutua defensa, para sacudirse el yugo de encima, porque veían que el imperio de los griegos tenía esclavizado a Israel. Partieron, pues, para Roma y, después de un larguísimo viaje, entraron en el Senado, donde, tomando la palabra, dijeron: «Judas, llamado Macabeo, sus hermanos y el pueblo judío nos han enviado a vosotros para concertar un tratado de mutua defensa y de paz, y para que nos inscribáis en el número de vuestros aliados y amigos». La propuesta les pareció bien. Esta es la copia de la carta que enviaron a Jerusalén, grabada en planchas de bronce, para que quedase allí como documento del tratado de paz y mutua defensa: «¡Prosperidad a los romanos y a la nación de los judíos por mar y por tierra para siempre! ¡Lejos de ellos la espada enemiga! Pero, si se declara una guerra primera contra Roma o contra cualquiera de sus aliados en cualquier parte de sus dominios, la nación de los judíos luchará de todo corazón a su lado, según las circunstancias se lo dicten. A los enemigos no les darán si les suministrarán trigo, armas, dinero ni naves. Así lo ha decidido Roma. Guardarán fielmente los compromisos sin recibir compensación alguna. Igualmente, si después se declara una guerra contra los judíos, los romanos lucharán a su lado con todo empeño, según las circunstancias se lo dicten. A los enemigos no les darán ni trigo, ni armas, ni dinero ni naves. Así lo ha decidido Roma. Estos compromisos se cumplirán lealmente. En estos términos se han concertado los romanos con el pueblo judío. Si posteriormente unos y otros deciden añadir o quitar algo, lo podrán hacer de mutuo acuerdo, y lo que añadan o quiten será válido. En cuanto a los males que el rey Demetrio les ha causado, le hemos escrito diciéndole: “¿Por qué has hecho pesar tu yugo sobre nuestros amigos y aliados los judíos? Si otra vez vuelven a quejarse de ti, nosotros defenderemos sus derechos y te haremos la guerra por mar y tierra”».
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