II Macabeos 12, 1-45

° Una vez terminadas estas negociaciones, Lisias se volvió junto al rey, mientras los judíos se entregaban a las labores del campo. Pero algunos de los gobernadores locales, Timoteo y Apolonio, hijo de Geneo, y también Jerónimo y Demofón, además de Nicanor, jefe de los chipriotas, no les dejaban vivir en paz ni disfrutar de sosiego. Los habitantes de Jafa, por su parte, cometieron el enorme crimen que vamos a referir. Invitaron a los judíos que vivían con ellos a subir con mujeres y niños a las embarcaciones que habían preparado, como si no guardaran contra ellos ninguna enemistad. Conformes con la decisión común de la ciudad, los judíos aceptaron por mostrar sus deseos de vivir en paz y sin tener el menor recelo; pero, cuando se hallaban en alta mar, los echaron al agua, en número no inferior a doscientos. Cuando Judas se enteró de esta crueldad cometida con sus compatriotas, se lo comunicó a sus hombres; y después de invocar a Dios, el justo juez, se puso en camino contra los asesinos de sus hermanos, incendió el puerto por la noche, quemó las embarcaciones y pasó a cuchillo a los que se habían refugiado allí. Al encontrar cerrada la ciudad, se retiró con la intención de volver de nuevo y exterminar por completo a la población de Jafa. Enterado de que también los de Yamnia querían actuar de la misma forma con los judíos que allí habitaban, atacó igualmente de noche a los yamnitas e incendió el puerto y la flota, de modo que el resplandor de las llamas se veía hasta en Jerusalén y eso que había cuarenta y cinco kilómetros de distancia. En una expedición contra Timoteo, Judas y los suyos se habían alejado de allí dos kilómetros, cuando le atacaron no menos de cinco mil árabes y quinientos jinetes. En la recia batalla trabada, las tropas de Judas lograron la victoria, gracias al auxilio recibido de Dios; los nómadas, vencidos, pidieron a Judas que hiciera las paces, prometiendo entregarle ganado y serle de utilidad en el futuro. Judas, consciente de que podrían serle útiles, consintió en hacer las paces con ellos; y estrechándose mutuamente las manos, los nómadas se retiraron a las tiendas. Judas atacó también cierta ciudad fortificada con terraplenes, rodeada de murallas y habitada por una población mixta de varias naciones, llamada Caspín. Los sitiados, confiados en la solidez de las murallas y en la provisión de víveres, insultaban groseramente a los hombres de Judas, profiriendo además blasfemias y palabras sacrílegas. Los hombres de Judas, después de invocar al gran Señor del universo, que sin arietes ni máquinas de guerra había derruido los muros de Jericó en tiempo de Josué, atacaron ferozmente la muralla. Una vez dueños de la ciudad por la voluntad de Dios, hicieron tal carnicería que el lago vecino, con su anchura de cuatrocientos metros, aparecía lleno de la sangre que afluía a él. Se alejaron de allí ciento cuarenta kilómetros y llegaron a Querac, donde habitan los judíos llamados tubios. Pero no encontraron en aquellos lugares a Timoteo, quien, al no lograr nada, se había ido de allí, aunque dejando en determinado lugar una fortísima guarnición. Dositeo y Sosípatro, oficiales del Macabeo, mataron en una incursión a los hombres que Timoteo había dejado en la fortaleza, más de diez mil. Macabeo dividió su ejército en varias cohortes, puso a aquellos dos oficiales a su cabeza y se lanzó contra Timoteo que tenía consigo ciento veinte mil infantes y dos mil quinientos jinetes. Al enterarse Timoteo de la llegada de Judas, mandó por delante las mujeres, los niños y los bagajes a Carnión, lugar inexpugnable y de acceso difícil, por la estrechez de todos sus caminos. En cuanto apareció la primera cohorte, la de Judas, el miedo y el temor se apoderaron de los enemigos, al manifestarse ante ellos Aquel que todo lo ve, y se dieron a la fuga cada cual por su lado, de modo que muchas veces eran heridos por sus propios compañeros y atravesados por sus espadas. Judas seguía tenazmente en su persecución, acuchillando a aquellos criminales; llegó a matar hasta treinta mil hombres. El mismo Timoteo cayó en manos de Dositeo y Sosípatro; les pedía, con mucha locuacidad, que le perdonasen la vida, pues alegaba tener en su poder a algunos de sus parientes, entre los cuales había hermanos de muchos de ellos, que él llegaría a matar. Cuando él garantizó, después de mucho hablar, la determinación de restituirlos sanos y salvos, lo dejaron libre para salvar a sus hermanos. Judas marchó contra Carnión y el santuario de Atargates, y acuchilló a veinticinco mil hombres. Después de esta victoria, dirigió una expedición contra la ciudad fuerte de Efrón, donde residía Lisias con una población cosmopolita. Jóvenes vigorosos, apostados ante las murallas, combatían valerosamente; en el interior había muchas reservas de máquinas de guerra y proyectiles. Los judíos, después de haber invocado al Señor, que aplasta con su poder las fuerzas enemigas, se apoderaron de la ciudad y abatieron a unos veinticinco mil de los que estaban dentro. Partiendo de allí se lanzaron contra Escitópolis, que dista de Jerusalén cien kilómetros. Pero como los judíos residentes atestiguaron que los habitantes de la ciudad habían sido benévolos con ellos y les habían dado buena acogida en tiempos de desgracia, Judas y los suyos se lo agradecieron, rogándoles que también en lo sucesivo continuaran mostrándose benévolos con su raza. Llegaron a Jerusalén en la proximidad de la fiesta de Pentecostés. Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; se entabló el combate y los judíos tuvieron unas cuantas bajas. Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara su aliado y dirigiera la batalla. En la lengua patria lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga. Judas reorganizó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado y allí mismo celebraron el sábado. Al día siguiente, como ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos. Todos vieron claramente que aquella era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias de los pecados de los que habían caído en la batalla. Luego recogió dos mil dracmas de plata entre sus hombres y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa y santa.
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