II Reyes  20, 1-19

En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías, hijo de Amós, vino a decirle: «Así habla el Señor: Pon orden en tu casa, porque vas a morir y no vivirás». Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor: «¡Ah, Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que he hecho lo recto a tu ojos». Y se deshizo el rey en lágrimas. Antes de que Isaías abandonase el patio central, le llegó la palabra del Señor que decía: «Vuelve y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: “Así habla el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y he visto tus lágrimas. Yo voy a curarte; al tercer día subirás al templo del Señor. Añadiré otros quince años a tu vida. Te libraré, además, a ti y a Jerusalén, de la mano del rey de Asiria y, por mi honor y el de David, mi siervo, extenderé mi protección sobre esta ciudad”». Entonces Isaías ordenó: «Traed una torta de higos». La trajeron, la aplicaron sobre la úlcera y quedó sano. El rey le preguntó: «¿Cuál será la señal de que el Señor me va a curar y de que, al tercer día, subiré al templo del Señor?». Isaías respondió: «Esta será la señal enviada por el Señor de que cumplirá lo prometido: ¿Avanzará o retrocederá la sombra diez grados en el cuadrante?». Y Ezequías contestó: «Es fácil que la sombra se alargue diez gradas en el cuadrante, pero no que retroceda diez». Entonces el profeta Isaías invocó al Señor y el Señor hizo que la sombra retrocediera las diez gradas que había recorrido en las escalinatas de Ajaz. En aquel tiempo, Merodac Baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, enterado de que Ezequías había estado enfermo, le envió cartas y un presente. Ezequías se alegró mucho por ello y mostró a los mensajeros la cámara del tesoro con la plata, el oro, los aromas y el aceite perfumado, así como el arsenal y cuanto había en los tesoros; nada quedó en su palacio y en todos sus dominios que Ezequías no les mostrase. El profeta Isaías se presentó de inmediato al rey Ezequías para preguntarle: «¿Qué te han dicho estos hombres y de dónde han venido?». Ezequías respondió: «Vinieron de un país lejano, de Babilonia». Volvió a preguntar: «¿Qué han visto en tu palacio?». Ezequías respondió: «Han visto todo cuanto hay en mi palacio; no quedó nada en los tesoros por enseñarles». Entonces Isaías profetizó a Ezequías: «Escucha la palabra del Señor: llega el tiempo en que se llevarán a Babilonia cuanto hay en tu palacio y atesoraron tus padres hasta el día de hoy. No quedará nada, dice el Señor. Algunos de los hijos salidos de ti, que tú engendraste, serán deportados para convertirlos en eunucos en el palacio del rey de Babilonia». Y Ezequías respondió a Isaías: «Está bien la palabra del Señor que me anuncias»; el rey pensaba para sí: «¿No está diciendo que habrá paz y tranquilidad en mi vida?».
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