Deuteronomio  4, 1-40

Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Vuestros ojos han visto lo que el Señor hizo en Baal Peor: el Señor, tu Dios, exterminó de en medio de ti a todos los que se fueron detrás de Baal Peor. En cambio, vosotros, que os pegasteis al Señor, seguís hoy todos con vida. Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: “Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”. Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy? Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos. El día que estuviste ante el Señor, tu Dios, en el Horeb, cuando el Señor me dijo: “Congrégame al pueblo y les haré oír mis palabras, para que aprendan a temerme mientras vivan en la tierra, y las enseñen a sus hijos”, vosotros os acercasteis y estuvisteis al pie de la montaña. La montaña ardía en llamas que se elevaban hasta el cielo entre nieblas y densas nubes. Entonces el Señor os habló de en medio del fuego. Vosotros oíais sonido de palabras, pero no veíais figura alguna, sino tan solo una voz. Él os anunció su alianza, que os mandó cumplir, las “diez palabras”, y las escribió en dos tablas de piedra. Y a mí me mandó el Señor entonces que os enseñase los mandatos y decretos para que los cumplierais en la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión. Tened mucho cuidado —ya que no visteis figura alguna el día en que os habló el Señor en el Horeb, de en medio del fuego— no sea que os pervirtáis, fabricándoos ídolos, cualquier clase de figura: figura masculina o femenina, figura de animales terrestres o de pájaros que vuelan por el cielo, figura de reptiles que se arrastran por el suelo o de peces que hay en el agua debajo de la tierra. No sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento, te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto, porque el Señor, tu Dios, se los asignó a todos los pueblos que hay bajo el cielo. En cambio a vosotros os tomó el Señor y os sacó del horno de hierro de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy. El Señor se irritó contra mí por culpa vuestra y juró que yo no pasaría el Jordán ni entraría en la tierra buena que el Señor, tu Dios, te da en herencia. Así pues, yo moriré en este país sin pasar el Jordán; vosotros, en cambio, pasaréis y tomaréis posesión de esta tierra buena. Guardaos de olvidar la alianza que el Señor, vuestro Dios, concertó con vosotros, y de fabricaros ídolos, cualquier figura de todo lo que te prohibió el Señor, tu Dios, porque el Señor, tu Dios, es fuego devorador, un Dios celoso. Cuando hayas engendrado hijos y nietos, y hayas envejecido en el país, si os pervertís, fabricándoos ídolos de cualquier clase, y hacéis el mal a los ojos del Señor, tu Dios, irritándolo, pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra, de que desapareceréis pronto de la tierra que vais a tomar en posesión, pasando el Jordán. No se prolongarán vuestros días en ella, porque seréis completamente destruidos. El Señor os dispersará entre los pueblos y solo quedaréis unos pocos en las naciones adonde el Señor os conducirá. Allí serviréis a dioses, obra de las manos del hombre, piedra y madera, que no ven, ni oyen, ni comen, ni huelen. Entonces buscarás allí al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. Cuando estés angustiado y te sucedan todas estas cosas, al cabo de los días, volverás al Señor, tu Dios, y escucharás su voz, porque el Señor, tu Dios, es un Dios compasivo; no te abandonará, ni te destruirá, ni olvidará la alianza que juró a tus padres. Pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra; pregunta desde un extremo al otro del cielo, ¿sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosa semejante? ¿Escuchó algún pueblo, como tú has escuchado, la voz de Dios, hablando desde el fuego, y ha sobrevivido? ¿Intentó jamás algún dios venir a escogerse una nación entre las otras mediante pruebas, signos, prodigios y guerra y con mano fuerte y brazo poderoso, con terribles portentos, como todo lo que hizo el Señor, vuestro Dios, con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Te han permitido verlo, para que sepas que el Señor es el único Dios y no hay otro fuera de él. Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte y en la tierra te mostró su gran fuego, y de en medio del fuego oíste sus palabras. Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, él mismo te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a naciones más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad; como ocurre hoy. Así pues, reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Observa los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».
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