Ezequiel  24, 1-27

El año noveno, el día diez del mes décimo, me fue dirigida esta palabra del Señor: «Hijo de hombre, anota esta fecha, porque hoy, hoy mismo, el rey de Babilonia ha atacado a Jerusalén. Propón una parábola a este pueblo rebelde y diles: “Esto dice el Señor Dios: Prepara una olla, prepárala, echa agua en ella. Agrega trozos de carne, los mejores trozos: pernil y espaldilla; llénala de huesos escogidos, que sea lo mejor de los animales. Debajo, amontona la leña en círculo, hazla hervir a borbotones. Hasta los huesos deben cocerse”. Ahora, esto dice el Señor Dios: “Ay de la ciudad sanguinaria, olla llena de herrumbre, que no se quita. Vacíala de sus trozos, uno a uno, sin echar suertes, porque en ella hay sangre todavía. No la ha vertido por tierra para que el polvo la cubriera, la ha puesto sobre una roca desnuda. Para provocar mi furor y para tomar venganza, también yo he dejado su sangre sobre la roca desnuda, sin que fuera cubierta”. Por ello, así dice el Señor Dios: “¡Ay de la ciudad sanguinaria! Yo mismo agrandaré la pira. Pon más leña, enciende la hoguera, cuece bien la carne, mezcla las especias, y que los huesos se quemen. Deja después la olla vacía sobre las brasas, para que el cobre se ponga al rojo, y así se funda su impureza y se consuma la herrumbre. Pero la herrumbre resiste al fuego y no desaparece. Por la perversión de tu comportamiento infame, porque yo había querido purificarte de tu impureza, pero no lo has consentido, no serás purificada hasta que yo no desahogue mi furor contra ti. Yo, el Señor, he hablado. Ha llegado el momento y yo actuaré. No lo dejaré pasar, no tendré piedad ni compasión. Te juzgarán según tu conducta y según tus obras” —oráculo del Señor Dios—». Me fue dirigida esta palabra del Señor: «Hijo de hombre, voy a arrebatarte repentinamente el encanto de tus ojos; pero tú no entones una lamentación, no hagas duelo, no llores, no derrames lágrimas. Suspira en silencio, no hagas ningún rito fúnebre. Ponte el turbante y cálzate las sandalias; no te cubras la barba ni comas el pan del duelo». Yo había hablado a la gente por la mañana, y por la tarde murió mi mujer. Al día siguiente hice lo que se me había ordenado. Entonces me dijo la gente: —¿Quieres explicarnos qué significa lo que estás haciendo? Les respondí: —He recibido esta palabra del Señor: «Di a la casa de Israel: Esto dice el Señor Dios: “Voy a profanar mi santuario, el baluarte del que estáis orgullosos, encanto de vuestros ojos, esperanza de vuestra vida. Los hijos e hijas que dejasteis en Jerusalén caerán a espada. Entonces haréis lo que yo he hecho: no os cubriréis la barba ni comeréis el pan del duelo; seguiréis con el turbante en la cabeza y las sandalias en los pies; no entonaréis una lamentación ni lloraréis; os consumiréis por vuestras culpas y gemiréis unos con otros. ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho. Y, cuando suceda, comprenderéis que yo soy el Señor Dios”. Y tú, hijo de hombre, el día que yo les arrebate su refugio, su alegría y su esplendor, el encanto de sus ojos, el ansia de sus vidas, ese día se te presentará un fugitivo para comunicarte una noticia. Ese día se te abrirá la boca, podrás hablar, y no volverás a quedar mudo. Les servirás de señal y reconocerán que yo soy el Señor».
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