Sabiduría 17, 1-21

Grandes e inenarrables son tus juicios, | por eso las almas ignorantes se extraviaron. Cuando los malvados creían que podían oprimir a la nación santa, | se encontraron prisioneros de las tinieblas, encadenados en una larga noche, | recluidos bajo su techo, desterrados de la eterna providencia. Pensaban permanecer ocultos con sus secretos pecados | bajo el oscuro velo del olvido, | pero se vieron dispersos, presa de terrible espanto, | sobresaltados por alucinaciones. El escondrijo que los protegía no los libraba del miedo, | pues a su alrededor retumbaban ruidos escalofriantes | y se les aparecían sombríos espectros de lúgubre aspecto. No había fuego capaz de alumbrarlos, | ni el brillo resplandeciente de las estrellas | lograba iluminar aquella noche horrible. Para ellos solo lucía una hoguera espantosa | que ardía por sí misma, | y cuando desaparecía la visión, quedaban tan aterrados | que les parecía más macabro aún lo que habían visto. Los trucos de la magia habían fracasado | y su alarde de sabiduría quedó en ridículo, pues los que prometían expulsar miedos y temores de la gente enloquecida, | enloquecían ellos mismos con un pánico ridículo. Y aunque nada inquietante les atemorizase, | sobresaltados por el paso de las alimañas y el silbido de los reptiles, sucumbían temblando, | negándose a mirar aquel aire inevitable. Pues la maldad es cobarde y a sí misma se condena, | acosada por la conciencia, siempre se imagina lo peor. Y el miedo no es otra cosa que el abandono de los auxilios de la razón: cuanto menor es la confianza en uno mismo, | mayor parece la causa desconocida del tormento. Durante aquella noche realmente imposible, | surgida de las profundidades del impotente Hades, | durmiendo todos el mismo sueño, unas veces los perseguían espectros monstruosos, | y otras, al fallarles el valor, desfallecían, | pues los invadió un miedo repentino e inesperado. Así, cualquiera que caía en una tal situación | quedaba atrapado, encadenado en aquella cárcel sin barrotes; fuese labrador o pastor, | o un trabajador que se afana en solitario, | sufría, sorprendido, el ineludible destino, pues todos estaban atados a la misma cadena de tinieblas. | El silbido del viento, | el canto melodioso de los pájaros en el ramaje frondoso, | la cadencia del agua fluyendo impetuosa, el estruendo de las rocas al precipitarse, | la carrera invisible de animales al galope, | el rugido de las bestias más feroces, | o el eco que retumbaba en las oquedades de las montañas | los dejaba paralizados de terror. El mundo entero resplandecía con luz radiante | y se dedicaba sin trabas a sus tareas; solo sobre ellos se cernía una noche agobiante, | imagen de las tinieblas que les esperaban, | aunque ellos eran para sí mismos más agobiantes que las tinieblas.
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