II Macabeos 5, 11-21

Llegados a noticia del rey estos sucesos, sospechó que la Judea quería rebelarse; y así, al volver de Egipto hecho una furia, se apoderó de la ciudad por la fuerza de las armas" y ordenó a los soldados herir sin piedad a los que les salieran al encuentro y degollar a los que subiesen sobre las casas. Así fueron muertos jóvenes y viejos, fenecieron hombres y mujeres y niños, y fueron degollados doncellas y niños de pecho. En tres días enteros que duró, perecieron ochenta mil personas; cuarenta mil cayeron asesinadas, y otras tantas fueron vendidas por esclavos." No satisfecho con esto, se atrevió a entrar en el templo, el más santo de toda la tierra, siendo su guía el traidor a la religión y a la patria, Menelao. Con sus impuras manos tomó los vasos sagrados, y arrebató los dones que por otros reyes habían sido ofrecidos para realzar la gloria y la dignidad del lugar, entregándolos a manos impuras. Llena el alma de orgullo, Antíoco no veía que, por los pecados de los moradores de la ciudad, el Señor se había por breve tiempo irritado, y por esto había ocurrido aquel desacato hacia el lugar. Si no hubiese sido por estar ellos cargados de tantos pecados, igual que Heliodoro, el enviado del rey Seleuco, para apoderarse del tesoro, hubiera éste sentido, en cuanto allí puso el pie, reprimida su audacia por los azotes. Pero no eligió el Señor por el lugar, sino el lugar por la nación;" por lo cual, aquél ha tenido que participar de la desdicha del pueblo, así como después participó en los beneficios del Señor, y, abandonado a la cólera del Omnipotente, de nuevo ha sido restaurado con gran gloria en la reconciliación del altísimo Señor. En suma, que Antíoco, habiendo arrebatado del templo mil ochocientos talentos, a toda prisa se retiró a Antioquía, pensando, en su orgullo, que podría navegar por la tierra y andar por el mar, para vanagloria de su espíritu.
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