Romanos  7, 7-24

¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? ¡Eso, no! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la concupiscencia si la Ley no dijera: “No codiciarás.” Mas, con ocasión del precepto, obró en mi el pecado toda suerte de concupiscencia, porque sin la Ley el pecado está muerto. Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviniendo el precepto, revivió el pecado y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para vida, fue para muerte. Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató. En suma, que la Ley es santa, y el precepto, santo, y justo, y bueno. ¿Luego lo bueno me ha sido muerte? ¡Eso, no! Pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso. Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago." Así, pues, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Por consiguiente, tengo en mí esta ley, que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega;" porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior;" pero siento otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?..
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