II Crónicas  33, 1-9

Manasés tenía doce años cuando se estableció en el reino, y reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén. Él hizo lo malo ante Yahweh, conforme a las prácticas de las naciones a las cuales Yahweh había expulsado ante los hijos de Israel, pues reconstruyó los altares que su padre Ezequías había derribado; además erigió lugares altos a los ídolos e hizo imágenes de leopardos y las adoró; se postró también ante todo el ejército de los cielos en los dos atrios de la casa de Yahweh; construyó altares en la casa de Yahweh de la cual Yahweh había dicho: “En Jerusalén permanecerá mi Nombre para siempre”. Incluso hizo pasar por fuego a su hijo en el gran valle, practicó el engaño mediante artes mágicas, practicó la adivinación, hizo encantamientos y consultó a los astrólogos y a los espíritus familiares. Cometió, pues, mucha maldad ante Yahweh y lo provocó a ira. Una imagen tallada de cuatro caras que él había hecho, la puso en la casa de Yahweh, de la cual Yahweh había dicho a David y a su hijo Salomón: “En esta casa que está en Jerusalén, la cual yo he escogido de entre todas las tribus de Israel, haré morar mi Gloria para siempre. “Y ya no sacaré otra vez a Israel de esta tierra, la cual yo entregué a sus padres, sólo si tienen cuidado de poner por obra todo lo que les he ordenado, y toda la ley, mis estatutos y mis juicios, los cuales mi siervo Moisés les ordenó”. Manasés hizo que Judá y los habitantes de Jerusalén se desviaran para practicar acciones malvadas como lo hicieron las naciones que Yahweh había expulsado ante los hijos de Israel.
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