Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Rebelión de Absalón (15:1-15).
1
Después de esto se hizo Absalón con un carro y caballos, y cincuenta hombres iban delante de él. 2
Levantábase Absalón bien de mañana, y, poniéndose junto al camino de la Puerta, a cualquiera que tenía un pleito y venía a juicio ante el rey, le llamaba Absalón y le decía: ¿De dónde eres? Y él contestaba: Tu siervo es de tal o cuál de las tribus de Israel. 3
Entonces Absalón le decía: Mira, tu causa es buena y justa, pero no tendrás quien por el rey te oiga. 4
¡Quién me pusiera a mí por juez de la tierra, para que viniesen a mí cuantos tienen algún pleito o algún negocio, y yo les haría justicia! 5
Y cuando alguno quería postrarse ante él, él le tendía la mano, le cogía y le besaba. 6
De esta suerte obraba Absalón con todos los israelitas que venían al rey en demanda de justicia, y así robaba el corazón de Israel. 7
Al cabo de cuatro años dijo Absalón al rey: Te ruego que me permitas ir a Hebrón, a cumplir un voto que he hecho a Yahvé; 8
porque cuando tu siervo estaba en Guesur, en Siria, prometí: Si Yahvé me vuelve a Jerusalén, sacrificaré a Yahvé. 9
El rey le dijo: Ve en paz; y él se levantó y se fue a Hebrón. 10
Absalón mandó mensajeros por todas las tribus de Israel, diciendo: Cuando oigáis sonar la trompeta, gritad: Absalón reina en Hebrón. 11
De Jerusalén fueron con Absalón doscientos hombres invitados, con corazón sencillo, que nada sabían. 12
También mandó llamar Absalón a Ajitofel, guilonita, del consejo de David, a su ciudad de Güilo, que estuvo con él mientras hacía sus sacrificios. La conjuración iba creciendo, y llegó a ser grande, pues iban aumentando los secuaces de Absalón. 13
Vinieron a avisar a David, diciendo: Todo Israel se va tras Absalón. 14
Entonces David dijo a todos sus servidores, que estaban con él en Jerusalén: Levantaos y huyamos, porque no podríamos escapar delante de Absalón. Daos prisa a salir, no sea que nos sorprenda él y eche sobre nosotros el mal, y pase la ciudad a filo de espada. 15
Los servidores le dijeron: Tus siervos están dispuestos a hacer cuanto mande el rey nuestro señor.
A medida que el rey avanzaba en edad multiplicábanse las pruebas de su casa. Cierta tirantez existía entre él y el pueblo, entre Joab y Betsabé, entre Absalón y su padre. En primer lugar, las guerras que sostuvo David contra los enemigos exteriores, con las consiguientes pérdidas en hombres y estrecheces económicas, le enajenaron muchas simpatías. A ello cabe añadir la política de centralización en todos los órdenes, el aumento de las contribuciones, que empobrecían a la nación. Por otra parte, el poderoso Joab nutría pocas simpatías por Betsabé, tratando por todos los medios de oponerse a sus pretensiones de entronizar a su hijo Salomón, ya que a la muerte de David debía sucederle en el trono su hijo Absalón. Dodiya, el segundo hijo (3:3), parece haber muerto joven. Así lo comprendió también Absalón, quien, una vez reconciliado con su padre, trató de ganarse el favor popular. Joven, apuesto y
Juncal, atraía sobre sí las miradas del pueblo. Amante del boato, introdujo en Jerusalén el uso de carros tirados por caballos y una guardia personal de cincuenta hombres que le precedía. Pero, además, era un hombre franco, llano, que no tenía inconveniente alguno en ponerse al habla con las gentes del pueblo, conversar con 1OS desocupados junto a la puerta de la ciudad, interesarse por unos y por otros, atender a las necesidades de todos, facilitando a los provincianos el acceso al palacio real y resolviendo él mismo las dificultades. Pronto entre el pueblo apareció Absalón como el príncipe ideal, en contraposición a la diplomacia palaciega, lenta burócrata, débil e indolente. Con los años menguaban las cualidades que en otros tiempos adornaban la persona de David. En pocos años había Absalón pulsado el sentimiento popular, creyendo que la situación estaba madura para intentar un golpe de Estado. Después de haberse ganado a las tribus del Norte (19:42), quiso explorar el apoyo que podrían prestarle las del Sur, especialmente de los alrededores de Hebrón, cuna del reino, y de la cual había desertado David. Tomando como pretexto el cumplimiento de un voto hecho durante su exilio en Guesur, obtuvo de su padre la autorización para trasladarse allí. En Hebrón le conocían ya; había nacido allí (3:3); por él estaban dispuestos los hebronitas a cualquier cosa. Al mismo tiempo que abandonaba Jerusalén para dirigirse a Hebrón, enviaba mensajeros a todas las tribus, alertándolas para cuando sonara el grito de la revolución. En su compañía marcharon unos doscientos hombres de buena posición, que aceptaron la invitación que se les hizo de asistir a la solemnidad religiosa organizada por Absalón (
1Sa_9:22). Al festín fue invitado particularmente el sabio Ajitofel, consejero de David,
considerado como el oráculo de Dios. Abuelo paterno de Betsabé (23-34), aprovechó acaso esta ocasión para separarse de David y vengar la deshonra que infirió a Betsabé y la muerte de Urías el jeteo (Desnoyers). Ajitofel era de Güilo, que se identifica con el actual
Jirbet Ojala, a once kilómetros al noroeste de Hebrón.
La revolución estaba en marcha. En Hebrón encontró el hijo de David el calor popular, que apoyaba incondicionalmente sus derechos al trono de David, su padre (
1Re_2:15), contra las maquinaciones de la advenediza Betsabé (
1Re_1:17). Los pregoneros, apostados en lugares estratégicos, dieron el toque convenido para el levantamiento general, yéndose todo el pueblo tras de Absalón. Del norte y del sur llegaban aires de guerra; a David quedaban tan sólo dos posibilidades: o atrincherarse en la ciudad al amparo de sus murallas o huir. Esta fue la solución más lógica y viable, por no estar preparada la capital para resistir un cerco prolongado.
David, camino del destierro (1Re_15:16-37).
16
Partióse, pues, el rey a pie, seguido de toda su familia dejando diez concubinas al cuidado de la casa. 17
El rey salió con toda su gente a pie, y se detuvieron en una casa alejada. 18
Todos sus servidores iban a sus lados; los cereteos, los feleteos y las gentes de Itaí, jeteo, en número de seiscientos, que desde Gat le habían seguido, marchaban a pie delante del rey. 19
El rey dijo a Itaí el jeteo: ¿Por qué has de venir tú también con nosotros? Vuélvete y quédate con el rey, pues tú eres un extranjero y estás fuera de tu tierra sin domicilio. 20
Ayer llegaste, ¿y voy a hacerte hoy errar con nosotros, cuando ni yo mismo sé siquiera adonde voy? Vuélvete y lleva contigo a tus hermanos, y Yahvé use contigo de gracia y de verdad. 21
Pero Itaí respondió al rey, diciendo: Vive Dios, y vive mi señor el rey, que donde mi señor esté, vivo o muerto, allí estará tu siervo. 22
Entonces dijo David a Itaí: Ven y pasa; y pasó Itaí, jeteo, con toda su gente y su familia. 23
Todos iban llorando en alta voz, y pasaron el torrente de Cedrón el rey y todo el pueblo, siguiendo el camino del olivar que se halla en el desierto. 24
Iban también Sadoc y Abiatar, y con ellos todos los levitas, que llevaban el arca de la alianza de Dios. Detuviéronse con el arca de la alianza de Dios hasta que toda la gente se hubo salido de la ciudad. 25
Entonces dijo el rey a Sadoc y a Abiatar: Volved el arca de Dios a la ciudad y quédese en su lugar. Si hallo gracia a los ojos de Yahvé, El me volverá a traer y me hará volver a ver el arca y el tabernáculo. 26
Pero si El dice: No me complazco en ti, aquí me tiene, haga El conmigo lo que bien le parezca. 27
Y siguió diciendo a Sadoc: Tú y Abiatar volveos en paz a la ciudad con Ajimas, tu hijo, y con Jonatán, hijo de Abiatar. Vayan vuestros dos hijos con vosotros. 28
Yo esperaré en las llanuras del desierto hasta que me llegue de vosotros algún aviso. 29
Volviéronse entonces Sadoc y Abiatar a Jerusalén, llevando el arca de Dios, y se quedaron allí. 30
Subía David la pendiente del monte de los Olivos, y subía llorando, cubierta la cabeza y descalzos los pies. También cuantos le seguían cubriéronse todos la cabeza, y subían llorando. 31
Dieron aviso a David de que Ajitofel estaba entre los conjurados, y dijo David: Confunde, ¡oh Yahvé! el consejo de Ajitofel. 32
Cuando llegó David a la cumbre, donde se adora a Yahvé, llegó ante él Cusaí el arquita, amigo de David, rasgadas las vestiduras y cubierta de polvo la cabeza, 33
y le dijo David: Si vienes eonmigo, me serías una carga; 34
si, por el contrario, te vuelves a la ciudad y dices a Absalón: ¡Oh rey, siervo tuyo soy; como he servido a tu padre, así te serviré a ti! podrás confundir el consejo de Ajitofel en favor mío; 35
tendrás contigo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar y podrás comunicarles cuanto sepas de la casa del rey. 36
Y como tendrán consigo a sus dos hijos, Ajimas, hijo de Sadoc, y Jonatán, hijo de Abiatar, por ellos podréis informarme de lo que sepáis. 37
Cusaí, amigo de David, se tornó a la ciudad cuando Absalón hacía su entrada en ella. Pronto se organizó el éxodo. Toda la familia real, los criados, los funcionarios, tropas escogidas y muchos subditos que defendían su causa le acompañaron camino del destierro. Sólo quedaron en palacio diez concubinas al cuidado de la casa (16:20-23). Entre la comitiva marchaban los cereteos y los feleteos (8:18) y las gentes de Itaí. Era éste un jefe hitita que había huido de Gat con su familia y seiscientos hombres y se había puesto al servicio de David (
1Cr_18:1;
1Sa_8:1). Desconocemos qué sentido quiso dar David a la recomendación hecha a Itaí de quedarse en Jerusalén con el rey, título que se había arrogado Absalón. Pero parece que David únicamente quería a su lado personas capaces de compartir su futuro incierto, por lo cual invita a Itaí y a los suyos a regresar a su país. También los sumos sacerdotes Sadoc y Abiatar habían sacado del tabernáculo el arca de la alianza para llevarla consigo adondequiera que fuera David. Cuando todos habían pasado el torrente Cedrón y los sacerdotes se disponían a seguir a los fugitivos, ordenó David que devolvieran el arca a su lugar; si las cosas marchaban bien, volvería a ver el arca y el tabernáculo; si la suerte le era adversa, se resignaba a la voluntad de Dios. David subió llorando la ladera del monte de los Olivos, cubierta la cabeza y descalzos los pies. El monte Olívete se levanta al este del torrente Cedrón (
Zac_14:4); su nombre proviene de los muchos olivos que en otro tiempo cubrían toda la vertiente occidental, quedando magníficos ejemplares centenarios en el actual huerto de Getsemaní. Los árabes llaman al monte
et-Tur; su cima hállase a 816 metros sobre el nivel del Mediterráneo. La escena de David que subía llorando la cuesta de la montaña recuerda las lágrimas que en este lugar derramó Jesucristo sobre la ciudad deicida (
Luc_19:41). Al llegar a la cima del monte diéronle la noticia amarga de que Ajitofel (
Luc_16:23-55; I7:1ss) habíase unido a la conjuración. Anota el texto que había sobre el monte un santuario cananeo, que más tarde fue consagrado a Yahvé; quizá el texto es refiere al de Nob (
1Sa_21:2).
Pero también tuvo David la satisfacción de comprobar la fidelidad de Cusaí el arquita, perteneciente al clan de los arquianos, de que habla
Jos_16:2, que moraba cerca de Betel y de Atarot. Piensa David utilizar sus servicios para contrarrestar los consejos de Ajitofel (
Jos_16:16;
Jos_17:555). David logró montar un espionaje eficiente en torno a Absalón.