Jeremías  15 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1 El Señor me respondió:
– Aunque estuvieran delante Moisés y Samuel, no me conmovería por ese pueblo. Despáchalos, que salgan de mi presencia.
2 Y si te preguntan adónde tienen que ir, diles: Así dice el Señor:
El destinado a la muerte, a la muerte;
el destinado a la espada, a la espada;
el destinado al hambre, al hambre;
el destinado al destierro, al destierro.
3 Les daré cuatro clases de verdugos
– oráculo del Señor– :
la espada para matar,
los perros para despedazar,
las aves del cielo para devorar,
las bestias de la tierra
para destrozar.
4 Los haré escarmiento
de todos los reyes del mundo,
por culpa de Manasés,
hijo de Ezequías,
rey de Judá,
por todo lo que hizo en Jerusalén.
5

Poema sobre Jerusalén

¿Quién se apiada de ti, Jerusalén,
quién te compadece?
¿Quién se aparta de su camino
para preguntar cómo estás?
6 Tú me rechazaste, te echaste atrás
– oráculo del Señor– ,
y yo tendí la mano para aniquilarte;
cansado de compadecer,
7 los he dispersado con la horquilla
por las ciudades del país;
dejé sin hijos, destruí a mi pueblo,
y no se convirtieron de su conducta.
8 Las viudas que dejé
eran como la arena de la playa,
conduje en pleno día un devastador
contra la madre y el joven,
les metí de repente
pánico y turbación,
9 la madre de siete hijos
desfallecía exhalando el alma,
se le ponía el sol de día
y quedaba desconcertada,
el resto lo entregaré
a la espada enemiga
– oráculo del Señor– .
10

Confesiones de Jeremías:
Crisis vocacional
11,18-23; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18

¡Ay de mí, madre mía,
que me engendraste
hombre de pleitos y controversias
con todo el mundo!
Ni he prestado ni me han prestado,
y todos me maldicen.
11 De veras, Señor,
te he servido fielmente:
en el peligro y en la desgracia
he intercedido
en favor de mi enemigo.
12 [[¿Acaso se rompe el hierro,
el hierro del norte y el bronce?
13 Tu fortuna y tus tesoros
entregaré al saqueo,
gratuitamente,
por todos tus pecados
y en todo tu territorio.
14 Y te haré esclavo
de tu enemigo
en país desconocido,
porque prende el fuego de mi ira,
y sobre ustedes arderá.]]
15 Tú lo sabes,
Señor, acuérdate y ocúpate de mí,
véngame de mis perseguidores,
no me dejes perecer
por tu paciencia,
mira que soporto injurias
por tu causa.
16 Cuando recibía tus palabras,
las devoraba,
tu palabra era mi gozo
y mi alegría íntima,
yo llevaba tu Nombre,
Señor, Dios Todopoderoso.
17 No me senté a disfrutar
con los que se divertían,
forzado por tu mano
me senté solitario,
porque me llenaste de tu ira.
18 ¿Por qué
se ha vuelto crónica mi llaga
y mi herida resistente e insanable?
Te me has vuelto arroyo engañoso,
de agua inconstante.
19 Entonces me respondió el Señor:
Si vuelves, te haré volver
y estar a mi servicio,
si apartas lo precioso
de lo despreciable,
serás mi boca.
Que ellos vuelvan a ti, no tú a ellos.
20 Frente a este pueblo te pondré
como muralla
de bronce inexpugnable:
lucharán contra ti y no te vencerán
porque yo estoy contigo
para librarte y salvarte
– oráculo del Señor– .
21 Te libraré de manos de los perversos,
te rescataré del puño de los opresores.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  15,5-9Poema sobre Jerusalén. Este poema describe la trágica situación que ha tenido que vivir Jerusalén, capital de Judá. El motivo es su obstinación, el rechazo al amor y a la compasión de su Dios quien, cansado de sus desmanes, la ha abandonado a su suerte. La realidad histórica de este poema podría coincidir con la invasión y el asedio que fue víctima la ciudad en 598/597 a.C. por parte de las tropas caldeas.


Jeremías  15,10-21Confesiones de Jeremías: Crisis vocacional. Con frecuencia, el ministerio profético trae pocas satisfacciones, y es por eso que Jeremías parece en repetidas ocasiones que desea abandonarlo, llegando a maldecir incluso el día en que nació y el día en que fue llamado al ministerio. De hecho, Jeremías era un sencillo muchacho de familia sacerdotal, habitante de una pequeña población (1,1); sin embargo, su vocación profética lo arrastra frecuentemente al conflicto con los más poderosos e influyentes de la capital: reyes (36,20-26), funcionarios del reino (38,4), sacerdotes (26,7-9), y en especial falsos profetas (28). Lo único que puede hacer Jeremías es afianzar su fe en Dios, que estará siempre con él (20; cfr. 1,7-10). El versículo 15 evoca la imagen del Siervo sufriente (Isa_52:13-53, 12), pero con una gran diferencia: mientras el Siervo de Isaías no vocifera, va como cordero al matadero (Isa_53:7), aquí Jeremías incluye en su súplica una acción vengadora de Dios.
Tal vez, lo que puede llegar a generar más crisis en el profeta, lo mismo que en el evangelizador de hoy, es ese «silencio» de Dios, ese no manifestarse claramente en los momentos más difíciles y angustiosos. Para el ser humano no es fácil mantenerse fuerte mientras las fuerzas del mal prosperan, mientras el creyente sufre y es objeto de burlas y oprobios con la aparente «aprobación» de Dios. En definitiva, la causa de la crisis del profeta podría estar en que, sin darse cuenta, se había alejado de su Dios; tal vez se estaba predicando a sí mismo, y ahí es donde comienza a perderse todo horizonte y donde la esterilidad de la obra se ve mucho más claramente. La respuesta del Señor es insospechada y por eso sorprendente: «si vuelves a mí...». Ni en la vocación ni en la certeza de que Dios está con el enviado hay plena garantía de fidelidad; ésta sólo se va dando en la medida en que se vuelve continuamente al punto original para renovarse, o si se quiere, para re-actualizar el sentido y la finalidad de la vocación y misión. Por aquí podría estar el principio de respuesta a nuestras propias crisis y esterilidades que continuamente viven nuestros equipos de evangelización, nuestras comunidades cristianas y nuestras Iglesias en general.