Santiago 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
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Discordias

¿De dónde nacen las peleas y las guerras, sino de los malos deseos que siempre están luchando en su interior?
2 Ustedes quieren algo y si no lo obtienen asesinan; envidian, y si no lo consiguen, pelean y luchan. No tienen porque no piden.
3 O, si piden, no lo obtienen porque piden mal, porque lo quieren para gastarlo en sus placeres.
4 ¡Adúlteros! ¿No saben que ser amigo del mundo es ser enemigo de Dios?, por tanto, quien quiera ser amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios.
5 Por algo dice la Escritura: Dios quiere celosamente a nuestro espíritu;
6 y en hacer favores nadie le gana. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes.
7 Sométanse a Dios. Resistan al Diablo y huirá de ustedes;
8 acérquense a Dios, y se acercará a ustedes. Purifiquen sus manos, pecadores, y santifiquen sus conciencias, indecisos.
9 Reconozcan su miseria, hagan duelo y lloren. Que su risa se convierta en llanto y su gozo en tristeza.
10 Humíllense delante del Señor y él los levantará.
11 Hermanos, no hablen mal unos de otros. Quien habla mal o juzga al hermano, habla mal y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino su juez.
12 Uno es el legislador y juez, con autoridad para salvar y condenar. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?
13

Ricos y satisfechos

Vamos ahora con los que hablan así: Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero.
14 ¿Qué saben del mañana?, ¿qué es su vida? Ustedes son como una neblina que aparece un rato y enseguida desaparece.
15 Más bien tendrían que decir: si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.
16 En cambio, ustedes insisten en hablar orgullosamente. Y todo orgullo de esa clase es malo.
17 Quien sabe hacer el bien y no lo hace es culpable.

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Introducción a Santiago

SANTIAGO

Autor, fecha de composición y destinatarios de la carta. El remitente de esta carta o escrito se identifica como Santiago. El nombre puede corresponder a tres personajes conocidos del Nuevo Testamento: los dos apóstoles, el mayor y el menor, y el «hermano del Señor». De los dos primeros, es del todo improbable que alguno sea el autor. Al último, se le podría atribuir muy bien la autoría de la carta; sin embargo, una serie de razones, como el lenguaje y el estilo marcadamente helenístico y el uso normal de la versión griega de la Biblia hebrea (los LXX) descartan la posibilidad de que lo sea. En la actualidad, muchos biblistas piensan que se trata de una obra pseudónima, escrita hacia finales del s. I.
En cuanto a los destinatarios, el título «las doce tribus dispersas» remite a primera vista a la diáspora judía del Antiguo Testamento; pero la referencia natural al Señor Jesucristo obliga a identificarlas con las Iglesias difundidas por Asia y Europa. El número «doce» indica totalidad; la palabra «tribus», la sucesión del nuevo Israel; y «dispersas», la expansión creciente del cristianismo. El título pasa, pues, a designar ahora a la comunidad cristiana plural y extendida por el mundo.

Género de la carta. Solemos llamarla carta, aunque de carta tiene muy poco, apenas un escueto saludo convencional. Tampoco es una homilía o un tratado. A lo que más se parece es a un escrito sapiencial del Antiguo Testamento, con mayor semejanza a las breves instrucciones temáticas del Eclesiástico que a la cadena de refranes y aforismos del libro de los Proverbios.

Contenido de la carta. Por su carácter sapiencial, su contenido es más una lista de temas o serie de instrucciones para la vida cristiana que el desarrollo minucioso de algún tema doctrinal.
Se ha objetado su talante cristiano, y hasta existe una hipótesis que la señala como una composición judía superficialmente adaptada. Sin embargo, a pesar que sólo se menciona a Jesucristo tres veces (1,1; 2,1 y 5,7), contiene asuntos específicamente cristianos, como la debatida cuestión de fe y obras (2,14-26; cfr. Gál 3 y Rom 4), la regeneración por la palabra/mensaje (1,18) y la ley de la libertad (1,25; 2,12). Además, su relación con la primera carta de Pedro es patente: la dispersión (1,1 y 1Pe_1:1 ); las pruebas de la fe ( 1Pe_1:2 s y 1Pe_1:6 ); la guerra de las pasiones ( 1Pe_4:1 y 1Pe_2:11 ); la invitación a resistir ( 1Pe_4:7 y 1Pe_5:9 ).
Es probable que el autor se inspirara ampliamente en el substrato tradicional de la ética judía, pero dándole contenido cristiano y aplicándolo a situaciones y necesidades concretas de las comunidades a las que se dirige. Una de estas necesidades, y por la que se ha hecho famosa como punto de referencia neo-testamentario, es el tema de la obras sin las cuales la fe carece de sentido, «está muerta del todo» ( 1Pe_2:17 ). El autor conoce probablemente la enseñanza de Pablo sobre la fe y las obras, y parece reaccionar contra las consecuencias abusivas de dicha doctrina. Santiago, por supuesto, piensa en las obras que debe realizar un cristiano que vive ya en el contexto de la fe que salva, recibida gratuitamente y no por mérito de las obras -de la Ley- como afirma Pablo.
De todas formas, si la carta aborda una variedad de temas, una sola es la intención del autor: exhortar a los cristianos a ser consecuentes con la fe que profesan y a testimoniarla con una vida ejemplar.

Carta católica.
El escrito de Santiago pertenece al grupo de las llamadas «cartas católicas». Las otras son las dos de Pedro, las tres de Juan y la de Judas. El significado de «católico» -universal- expresa la principal característica de estos escritos, es decir, que están dirigidos no a una Iglesia particular como las cartas de Pablo, sino a los cristianos en general. Con el correr del tiempo, y frente a corrientes protestantes que negaban el carácter canónico a estas cartas, el Concilio de Trento (s. XVI) definió su canonicidad, afirmando ser Palabra de Dios como los otros libros del Nuevo Testamento.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Santiago 4,1-12Discordias. Muchos de los problemas que afectan a las comunidades vienen de afuera, pero en este caso, a Santiago le preocupan los que nacen de adentro: hay hermanos que están dejando crecer malos deseos en sus corazones: ambición, codicia y violencia. La herencia cainita parece estar echando raíces en las comunidades cristianas (Gén_4:1-15). Y la oración, que es una buena posibilidad para vencer los malos deseos, también está manipulada por intereses egoístas, por ello Dios no escucha.
La expresión «adúlteros», (4) que simboliza en el Antiguo Testamento la idolatría (Os 1-3) e infidelidad del pueblo con Dios, está unida a la reflexión sobre la necesidad de optar entre Dios o el mundo. El mundo simboliza los proyectos humanos o sociales basados en la injusticia. El proyecto de Dios, en cambio, está simbolizado en el sueño de la tierra prometida y en su reinado. Los textos con los cuales Santiago prueba sus argumentos (5s) no se han podido encontrar en los textos canónicos ni apócrifos, pero hace de todas maneras memoria de algunas características del Dios del Antiguo Testamento: celoso (Éxo_20:5), dador del espíritu al ser humano (Gén_2:7), generoso en extremo y que opta por los humildes (Pro_3:34; 1Sa_2:4s).
En los versículos 7-10 aparece una serie de imperativos que invitan a la conversión y a optar por el proyecto de Dios, no de palabra sino con actitudes concretas: acercarse a Dios, purificarse las manos, santificar la conciencia, reconocer las limitaciones y ser humildes. En los versículos 11s es evidente la referencia al mensaje de Jesús de no juzgar para no ser juzgados (Mat_7:1-5).


Santiago 4,13-174:13-5:6 Ricos y satisfechos. Tomamos 4,13-5,6 como una sola sección unida por su tono profético veterotestamentario, aunque dividida en dos partes: 4,13-17, un oráculo contra los comerciantes ambiciosos, y 5,1-6, un oráculo contra los ricos terratenientes que oprimen al pueblo.

4:13-17 Santiago denuncia sin ambigüedades la actitud soberbia de los negociantes de sus comunidades que centran su vida sólo en enriquecerse, excluyendo a Dios y a los hermanos. Cuando se habla en el nombre de Dios son comunes los verbos vivir y hacer (15), que coinciden con la coherencia de vida que tanto exige el autor. En cambio, cuando se habla orgullosamente (16) se prescinde de Dios, aflora la maldad, el egoísmo y la codicia, y se diluye como la neblina la verdadera identidad cristiana (13s; cfr. Ose_13:3; Sab_2:4). Es necesario recuperar la fe en la providencia y la confianza absoluta en la gratuidad divina, sin que esto signifique pasividad o providencialismo. Dios nos mostró el camino, y a nosotros nos toca recorrerlo.