Salmos 69 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 36 versitos |
1 ¡Sálvame, Dios,
que me llega el agua al cuello!
2 Me hundo en el fango profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en las aguas sin fondo
y me arrastra la corriente.
3 Estoy exhausto de gritar,
tengo ronca la garganta,
se me nublan los ojos
esperando a mi Dios.
4 Más que los cabellos de la cabeza
son los que me odian sin motivo,
más numerosos que mis cabellos
son mis enemigos mentirosos.
¿Es que tengo que devolver
lo que no he robado?
5 Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis culpas.
6 Que por mi culpa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor Todopoderoso;
que por mi culpa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
7 Pues por ti aguanté afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
8 Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre
9 porque me devora el celo por tu templo
y las afrentas con que te afrentan
caen sobre mí.
10 Si sollozo ayunando, se burlan de mí;
11 si me visto de sayal, se ríen de mí;
12 sentados a la puerta cuchichean,
los borrachos me sacan coplas.
13 Pero yo, Señor, a ti dirijo mi oración,
en el momento propicio;
por tu gran amor, respóndeme, oh Dios,
con tu fidelidad salvadora.
14 Sácame del fango, no me hunda,
líbrame de los que me aborrecen
y de las aguas sin fondo;
15 que no me arrastre la corriente,
ni me trague el torbellino,
ni el pozo se cierre sobre mí.
16 Respóndeme, Señor, por tu bondadoso amor,
por tu inmensa ternura vuelve tus ojos a mí.
17 No ocultes tu rostro a tu siervo,
estoy angustiado, respóndeme enseguida.
18 Acércate a mí, rescátame,
líbrame de la guarida del enemigo.
19 Tú conoces mi oprobio,
mi vergüenza y deshonra,
ante ti están mis opresores.
20 El oprobio me parte el corazón
y me siento desfallecer;
espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no los encuentro.
21 Echaron veneno en mi comida
y en mi sed me dieron vinagre.
22 Que su mesa se vuelva una trampa
y sus compañeros, un lazo.
23 Que se apaguen sus ojos y no vean,
y sus lomos flaqueen sin cesar.
24 Descarga sobre ellos tu enojo,
que los alcance el incendio de tu ira.
25 Que su campamento quede desierto
y nadie habite sus tiendas,
26 porque persiguen al que tú heriste
y cuentan las heridas del que laceraste.
27 Añade culpa a sus culpas,
y no accedan a tu justicia.
28 Sean borrados del libro de los vivos,
no sean inscritos con los justos.
29 Pero a mí, pobre y malherido,
tu salvación, oh Dios, me restablecerá.
30 Alabaré el Nombre de Dios con cantos:
proclamaré su grandeza
con acción de gracias:
31 le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
32 Mírenlo, humildes, y alégrense,
recobren el ánimo, buscadores de Dios;
33 porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos.
34 Alábenlo, cielo y tierra,
mares y cuanto bulle en ellos.
35 Pues Dios salvará a Sión
y reconstruirá los poblados de Judá:
la habitarán y la poseerán,
36 la estirpe de sus servidores la heredará,
los que aman su Nombre vivirán en ella.

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Introducción a Salmos

LOS SALMOS

Los salmos son la oración de Israel. Son la expresión de la experiencia humana vuelta hacia Dios. Son expresión de la vida de un pueblo seducido por Dios. La tradición atribuye muchos de ellos al rey David, y algunos a Córaj y a Asaf; pero esto es sólo una cuestión convencional. Una cadena anónima de poetas, a lo largo de siglos, es la imagen más realista sobre los autores de estas piezas.
Como son variadas las circunstancias de la vida y lo fueron las de la historia, así surgieron, se repitieron y se afianzaron algunos tipos de salmos. Por eso resulta preferible una clasificación tipológica atendiendo al tema, los motivos, la composición y el estilo.
Los himnos cantan la alabanza y suelen ser comunitarios: su tema son las acciones de Dios en la creación y la historia. Muy cerca están las acciones de gracias por beneficios personales o colectivos: la salud recobrada, la inocencia reivindicada, una victoria conseguida, las cosechas del campo. De la necesidad brota la súplica, que es tan variada de temas como lo son las necesidades del individuo o la sociedad; el orante motiva su petición, como para convencer o mover a Dios. De la súplica se desprende a veces el acto de confianza, basado en experiencias pasadas o en la simple promesa de Dios.
Los salmos reales se ocupan de diversos aspectos, que llegan a componer una imagen diferenciada del rey: batallas, administración de la justicia, boda, coronación, elección de la dinastía, y hay un momento en que estos salmos empiezan a cargarse de expectación mesiánica. Otro grupo canta y aclama el reinado del Señor, para una justicia universal.
El pecador confiesa su pecado y pide perdón en salmos penitenciales, o bien el grupo celebra una liturgia penitencial. Hay salmos para diversas ocasiones litúrgicas, peregrinaciones y otras fiestas. Otros se pueden llamar meditaciones, que versan sobre la vida humana o sobre la historia de Israel. Y los hay que no se dejan clasificar o que rompen el molde riguroso de la convención.
Los salmos se compusieron para su uso repetido: no los agota el primer individuo que los compone o encarga, ni la primera experiencia histórica del pueblo. Como realidades literarias, quedan disponibles para nuevas significaciones, con los símbolos capaces de desplegarse en nuevas circunstancias. A veces un retoque, una adición los adapta al nuevo momento; en otros casos basta cambiar la clave.
Por esta razón los salmos se conservaron y coleccionaron. Sabemos que surgieron agrupaciones menores y que después se coleccionaron en cinco partes (como un pentateuco de oración): 2-41; 42-72; 73-89; 90-106; 107-150. En el proceso de coleccionar, la división y numeración sufrió menoscabo: algunos salmos están arbitrariamente cortados en dos (9-10; 42-43); otros aparecen duplicados, al menos en parte (70 y 40; 53 y 14). Se explica que en la tradición griega se haya impuesto otra numeración. Aquí daremos la numeración Hebrea, añadiendo entre paréntesis la grecolatina.
En general, el estilo de los salmos se distingue por su realismo e inmediatez, no disminuido por la riqueza de imágenes y símbolos elementales; sólo algunos fragmentos con símbolos de ascendencia mítica se salen del cuadro general. Es intensa la expresión sin caer jamás en sentimentalismo. El lirismo es más compartido que personal; en muchos casos podríamos hablar de planteamientos y desarrollos dramáticos. La sonoridad y el ritmo son factores importantes del estilo. No sabemos cómo se ejecutaban: muchos se cantaban, probablemente con solistas y coro unísono; algunos quizá se danzaban, otros se recitaban en marchas o procesiones; otros acompañarían ritos específicos. Algunas de las notas añadidas por los transmisores parecen referirse a la ejecución. Estas notas, que asignan una situación histórica o dan una instrucción litúrgica, no son originales, por eso han sido omitidas en el texto, aunque entren en la numeración admitida.
Los salmos son también oración privilegiada de la comunidad cristiana y del individuo aislado. Muchos fueron rezados por nuesto Señor Jesucristo, quien les dio la plenitud de sentido que podían transportar. La experiencia de Israel y del hombre pasan por Cristo y debe encontrar de nuevo expresión en estas oraciones; su lenguaje puede llegar a ser lenguaje del rezo cristiano. El libro de los salmos es un repertorio que suministra textos para diversas ocasiones y a diversos niveles; su lectura puede interesar, pero sólo rezados serán realmente comprendidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Salmos 69,1-36La súplica de este salmo se eleva desde lo profundo del dolor. El comienzo (2-5) nos sorprende con un cúmulo de imágenes: Aguas profundas, ciénagas sin fondo, corrientes arrolladoras son otras tantas imágenes del diluvio del mal y causa de la destrucción física. De esta situación brota el grito inicial: «Sálvame, Señor». Los versículos 6-19 reitera la temática, aunque en orden inverso: un cuerpo destruido (6-13) y el diluvio del mal (14-19). Sin duda que el salmista sufre a causa de los pecados personales; pero también por ser fiel a Dios y a su Templo (8-10), por las prácticas penitenciales (11-13). Se ha quedado solo. Ahora puede presentar ante Dios un cuerpo destruido y un espíritu lacerado. ¿A quién dirigirse sino a Dios, que, sin duda, responderá por «su inmenso amor» (14b). A partir de aquí se acumulan los imperativos. El Dios fiel, de inmensa ternura y amor, no puede permanecer indiferente ante tanto apremio; mucho menos cuando Él conoce la necedad (6). También conoce «mi oprobio, mi vergüenza y mi deshonra» (20), causados por la presencia externa del mal (20-30). Los hombres inmisericordes añaden nuevas aflicciones al dolor íntimo procedente de la mano divina (27). El orante pide que Dios actúe de dos formas: descargando infortunios sobre los inmisericordes: doce improperios (23-26.28-29), hasta borrarlos del libro de la vida (29), y restableciendo al pobre malherido (30). El hecho de que Dios escuche a los pobres inspira un himno de acción de gracias, primero personal (31-34) y después cósmico (35-37), que agrada a Dios mucho más que cualquier sacrificio, según la legislación del Levítico. Son varios los versículos de este salmo citados o aludidos en el Nuevo Testamento: El versículo 5 en Jua_15:25; el versículo 10a en Jua_2:17; el versículo 10b en Rom_15:3; se alude al versículo 13 en Mat_27:27-30; al 22 en Mat_27:34 y en Mar_15:23; los versículos 23s en Rom_11:9; el versículo 26 en Hch_1:20. El registro de los vivos (29) es mencionado en Flp_4:3; Apo_3:5 y 13,8. Con el dolor de nuestros hermanos podemos recomponer el rostro del Cristo roto. Unidos a ellos podemos suplicar: «¡Sálvame, oh Dios, que me llega el agua al cuello!» (2).