II Corintios 2 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1 Decidí por mi cuenta no volver a visitarlos, para no afligirlos.
2 Porque si yo los aflijo, ¿cómo puedo esperar que me dé alegría aquel a quien yo he afligido?
3 Por eso les escribí, como lo hice, para que al llegar no me afligieran los que tenían que alegrarme, convencido como estaba de que mi alegría era también la de ustedes.
4 Les escribí con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas, no para entristecerlos, sino para que conocieran el gran amor que les tengo.
5

Perdón para el ofensor

Si alguno me ha causado pena, no ha sido solamente a mí, sino en parte – por no exagerar– , a todos ustedes.
6 Y a ése es suficiente el castigo que le ha impuesto la mayoría.
7 Ahora en cambio hay que perdonarlo y animarlo, no sea que la pena excesiva acabe con él.
8 Por eso les ruego reafirmen su amor para con él.
9 Al escribirles quería ponerlos a prueba, a ver si eran capaces de obedecer en todo.
10 A quien ustedes perdonen yo también le perdono; porque mi perdón, si algo tuve que perdonar, ha sido en atención a ustedes y en presencia de Cristo,
11 para no dar ventaja a Satanás, ya que conocemos bien sus intenciones.
12 Cuando llegué a Tróade para anunciar la Buena Noticia de Cristo, porque el Señor me abría las puertas,
13 estuve muy preocupado porque allí no encontré a Tito mi hermano; así que me despedí de ellos y partí para Macedonia.
14

Prisionero del triunfo de Cristo

Doy gracias a Dios que siempre nos hace participar de la victoria de Cristo y por nuestro medio difunde en todas partes el aroma de su conocimiento.
15 Porque nosotros somos el aroma de Cristo ofrecido a Dios, para los que se salvan y para los que se pierden.
16 Para éstos olor de muerte que conduce a la muerte, para aquellos fragancia de vida que lleva a la vida. Pero, ¿quién está capacitado para una misión así?
17 Porque nosotros no andamos, como muchos, traficando con la Palabra de Dios, sino que hablamos con sinceridad, como enviados de Dios, en presencia de Dios, y como miembros de Cristo.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 2,1-4Motivos del cambio de planes. Pablo justifica el cambio de planes y la cancelación de la visita. Dada la situación en Corinto, habría tenido que presentarse y actuar con gran severidad, causando profunda tristeza y provocando, quizás, un clima de tensión excesiva, cuando lo que hacía falta era gozo compartido. Por eso ha preferido afligir por carta, sanar a distancia. Al Apóstol le costó mucho escribir esa carta severa, de gran dureza -angustias, ansiedad, lágrimas- porque ama a los corintios. Se trata con toda probabilidad de la que se conserva fragmentariamente en los capítulos 10-13. No olvidemos que el Apóstol escribió varias cartas a la comunidad, de las que sólo sabemos por los fragmentos que el recopilador intercaló en la presente «segunda carta a los Corintios». La próxima visita será serena y gozosa, dice Pablo. El gozo tiene que ser sentimiento compartido. El Apóstol refleja esta situación en su forma de expresarse: la palabra «afligir», «aflicción» se repite ocho veces, en contraste siempre con el «consuelo».
Estos problemas concretos con los corintios le ofrecen a Pablo la oportunidad de ir señalando las características de todo ministerio apostólico o liderazgo cristiano, tan válidos para entonces como para ahora. Ha hablado antes de la sencillez y la sinceridad que hacen del líder cristiano una persona honesta y transparente. Ha hecho hincapié en la alegría que lleva consigo el anuncio del Evangelio y que es consecuencia de la fe. Sin alegría y gozo no hay Evangelio (cfr. Rom_14:17; Flp_4:4). Ha hablado del amor, de la comprensión y del perdón, que no están reñidos con la denuncia valiente y genuina. Finalmente, dice que no quiere ser el dueño de la fe de los corintios, sino un pastor atento. «Ser dueño» viene de la raíz de «señor». Y como el único Señor es Jesucristo, nadie puede ni debe sentirse dueño de los otros cristianos (cfr. 1Pe_5:3).


II Corintios 2,5-13Perdón para el ofensor. Aunque parezca uno solo el ofendido, ofensa, castigo saludable y perdón tienen alcance comunitario. «Alguien» influyente en Corinto había agitado a otros contra Pablo, y todos deberían haberse dados por ofendidos. En asamblea comunitaria y movidos por la carta severa del Apóstol, la «mayoría» ha impuesto un castigo al culpable, quizás la exclusión temporal de la comunidad. La persona en cuestión se ha arrepentido y sufre profundamente; es hora de levantar el castigo para que no acabe con él; es hora de reconciliarlo con cariño.
Pablo, que con su carta quiso poner a prueba a los corintios, ahora parece satisfecho; es más, se siente como si no le hubieran ofendido (cfr. Col_3:13). Pide, pues, que se reúna de nuevo la asamblea para formalizar el perdón, contando con su voto positivo que va con la carta, y que Cristo inspire la decisión. De lo contrario, Satanás se aprovechará para atizar las discordias y socavar a la comunidad.
El portador de dicha carta fue Tito. Dado su amor por los corintios, es normal que Pablo no se diese descanso hasta ver de regreso a su querido compañero y conocer así la reacción de la comunidad. Más adelante, en 7,6, nos contará su encuentro con Tito y la inmensa alegría que le proporcionaron las buenas noticias de Corinto que le traía su compañero y colaborador. Mientras Tito estaba de viaje, Pablo tuvo también que salir de Éfeso -¿expulsado?-. Aunque aquí no se mencione, parece que en esos días tuvo lugar la fundación de una comunidad cristiana en Tróade. En Hch_20:6-12 se narra una eucaristía de despedida de Pablo en esta ciudad de la costa asiática del Egeo.
A continuación, el relato del viaje del Apóstol, apenas iniciado -continuará en 7,5-, se interrumpe para dar paso a una sección de la carta dedicada a ministerio apostólico.
II Corintios 2,14-17Prisionero del triunfo de Cristo. Se da inicio a una sesión de teología/apología de su ministerio apostólico. Pablo comienza con una acción de gracias a Dios por haber sido asociado al cortejo triunfal de Cristo. La imagen está tomada de las marchas triunfales de los generales del imperio que entraban en Roma, entre nubes de incienso y aroma, exhibiendo en su séquito las riquezas arrebatadas al enemigo y los prisioneros hechos. Aquí el vencedor es Dios. Pablo, vencido y prisionero, marcha en el cortejo triunfal. Se alegra de desfilar como prisionero en el triunfo de Cristo, difundiendo su aroma que es la predicación evangélica.
La imagen tiene un sentido polémico contra «los muchos», no nombrados, que han tratado de embaucar a los corintios con espectáculos triunfalistas de milagros, éxtasis y visiones. Es de notar que, en la imagen del cortejo, Pablo no está como triunfador, sino como prisionero, humillado y fracasado, tal y como corresponde a un verdadero apóstol que antes de participar en el definitivo triunfo de Cristo tiene que llevar la cruz que su Señor llevó. El Evangelio proclamado desde esta experiencia de pobreza y contradicción, se convierte en aroma de Cristo. Es más, la misma persona del apóstol es ese aroma.
Es normal que el Evangelio proclamado desde la pobreza y la contradicción sea difícil de ser aceptado. Así ha sido siempre. Pablo expresa esta realidad forzando la metáfora del «perfume» al decir que para unos se convierte en olor de vida y para otros en olor de muerte (16). La consecuencia no se deja esperar. Si el anuncio del Evangelio es cuestión de vida o muerte, ¿qué tipo de credenciales acreditarán la autenticidad del apóstol? ¿Quién es digno de ello? (16). Sólo los que, como él, «hablamos con sinceridad, como enviados de Dios, en presencia de Dios, y como miembros de Cristo» (17).