Hechos 20 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 38 versitos |
1

Viajes, visitas y despedidas

Cuando se calmó el tumulto, Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se despidió y emprendió el viaje hacia Macedonia.
2 Atravesó aquella región animando a los hermanos con muchos discursos, hasta que llegó a Grecia.
3 Allí se detuvo tres meses y, cuando se disponía a embarcarse para Siria, se enteró que los judíos habían hecho planes contra él, de modo que decidió volver por tierra atravesando Macedonia.
4 Lo acompañaron [hasta Asia] Sópatro, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo de Tesalónica; Gayo de Derbe y Timoteo; Tíquico y Trófimo de Asia.
5 Éstos se adelantaron y nos esperaban en Tróade.
6 Pasada la semana de los Ázimos zarpamos nosotros de Filipos y a los cinco días los alcanzamos en Tróade, donde nos quedamos siete días.
7 Un domingo que nos reunimos para la fracción del pan, Pablo, que debía partir al día siguiente, se puso a hablar y prolongó el discurso hasta media noche.
8 Había bastantes lámparas en el piso superior donde estábamos reunidos.
9 Un muchacho, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana. Mientras Pablo hablaba y hablaba, a Eutico lo fue venciendo el sueño, hasta que, vencido por completo, se cayó del tercer piso al suelo, donde lo recogieron muerto.
10 Pablo bajó, se echó sobre él, lo abrazó y dijo:
– No se asusten, que aún está vivo.
11 Después subió, partió el pan y comió. Estuvo conversando, hasta la aurora y entonces se marchó.
12 En cuanto al muchacho lo llevaron vivo y todos se sintieron muy consolados.
13 Nosotros nos dirigimos al barco y zarpamos para Aso, donde debíamos recoger a Pablo. Eso era lo convenido, ya que él hacía el viaje a pie.
14 Cuando nos alcanzó en Aso, se embarcó con nosotros y nos dirigimos a Mitilene.
15 Zarpamos de allí y al día siguiente llegamos frente a Quíos, al otro día pasamos Samos y al siguiente llegamos a Mileto.
16 Pablo tenía decidido pasar de largo por Éfeso, para no retrasarse tanto en Asia. Porque, si era posible, quería estar en Jerusalén el día de Pentecostés.
17

Despedida de los efesios

Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso convocando a los ancianos de la comunidad.
18 Cuando llegaron les dijo:
– Ya saben cómo me he comportado siempre con ustedes desde el primer día que pisé Asia.
19 He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y en todas las pruebas que me han causado las intrigas de los judíos.
20 No he dejado de hacer todo lo que pudiera ser útil: les prediqué y les enseñé tanto en público como en sus casas.
21 A judíos y griegos les he inculcado el arrepentimiento frente a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.
22 Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá.
23 Sólo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me asegura que me esperan cadenas y persecuciones.
24 Pero poco me importa la vida, con tal de completar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios.
25 Ahora sé que ustedes, cuyo territorio he atravesado proclamando el reino, no volverán a verme.
26 Por eso hoy declaro que no soy responsable de la muerte de ninguno,
27 porque nunca dejé de anunciar plenamente el designio de Dios.
28 Cuídense ustedes y cuiden a todo el rebaño que el Espíritu Santo les encomendó como a pastores de la Iglesia de Dios, que Él adquirió pagando con su sangre.
29 Sé que después de mi partida se meterán entre ustedes lobos rapaces que no respetarán el rebaño.
30 Incluso de entre ustedes saldrán algunos que dirán cosas equivocadas para arrastrar tras de sí a los discípulos.
31 Por tanto, estén atentos y recuerden que durante tres años no he cesado de aconsejarlos con lágrimas ni de día ni de noche.
32 Ahora los encomiendo al Señor y al mensaje de su gracia, que tiene poder para hacerlos crecer y otorgar la herencia a todos los consagrados.
33 No he codiciado la plata ni el oro ni los vestidos de nadie.
34 Ustedes saben que con mis manos he atendido a las necesidades mías y de mis compañeros.
35 Les he enseñado siempre que, trabajando así, hay que ayudar a los débiles, recordando el dicho del Señor Jesús: más vale dar que recibir.
36 Dicho esto, se arrodilló con todos y oró.
37 Todos se pusieron a llorar; lo abrazaban y lo besaban afectuosamente,
38 entristecidos sobre todo por lo que había dicho, que no volverían a verlo.
Después lo acompañaron hasta el barco.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 20,1-16Viajes, visitas y despedidas. En este viaje europeo, Pablo se dedica a visitar comunidades ya fundadas. Sale de Éfeso después del tumulto. Cuando planea volver en barco se entera de que los judíos preparan un atentado contra él y decide viajar por tierra. En el viaje de regreso lo acompañan algunos colaboradores, quizás portadores de la colecta para Jerusalén. Por las cartas de Pablo sabemos que éste recorre Macedonia a fin de recoger fondos para la Iglesia pobre de la Ciudad Santa. Lucas ignora este motivo y da al viaje un carácter de despedida y testamento. Las fiestas de la Pascua las pasa en la comunidad de Filipos. A la celebración judía va a seguir en el relato una celebración cristiana.
En efecto, es el primer día de la semana -domingo- y se celebra la eucaristía en el salón de una casa privada. Es la primera mención en el Nuevo Testamento de semejante celebración en domingo, que corresponde al día de la resurrección (cfr. Luc_24:1-36; Jua_20:19-26). La eucaristía se denomina con la expresión tradicional de «partir el pan» y seguía a la cena ordinaria. El salón, ubicado en el tercer piso de la casa, está tan repleto de gente que un muchacho no encuentra más asiento que el marco de una ventana. Como el discurso es de despedida, Pablo no sabe terminar y el muchacho no puede vencer el sueño. Cae al patio y muere a consecuencia del golpe. La ceremonia queda trágicamente interrumpida, pero Pablo domina la situación. La celebración de la vida del resucitado no puede terminar con la muerte de uno de los participantes. Pablo imitando los gestos de Elías y Eliseo (cfr. 1Re_17:21; 2Re_4:34) realiza el milagro. Después, con toda serenidad, sube y termina la celebración.
Lucas termina el itinerario de viaje de Pablo y sus colaboradores con una nota: el Apóstol tenía prisa por llegar a Jerusalén en Pentecostés.


Hechos 20,17-38Despedida de los efesios. Al llegar a Mileto, lugar muy cercano a Éfeso, Pablo convoca a los presbíteros -responsables- de las comunidades cristianas de Éfeso y zonas limítrofes. Una vez reunidos les dirige un discurso. Se trata del único discurso de todo el libro de los Hechos dirigido exclusivamente a cristianos y en concreto a los líderes de las comunidades. Todos los demás, van dirigidos a personas o grupos fuera de la comunidad cristiana.
Aunque Pablo no está en trance de muerte, se despide definitivamente de una comunidad querida a la que ha dedicado más de dos años de su actividad. Por eso su discurso es «testamentario» y sigue las líneas de este «género literario», tan común en la Biblia, como el testamento de Moisés (cfr. Deu_33:3s), o el de Jesús (cfr. Luc_22:25-30; Jn 13-16). Ordinariamente estos testamentos eran redactados por los discípulos, quienes aprovechaban la ocasión de la despedida del maestro, para hacer una síntesis de su vida y su trabajo con la mirada puesta en el futuro. Así pues, sobre la base histórica de las palabras de despedida de Pablo, Lucas construye este discurso en que nos da la interpretación de la persona y misión del Apóstol, tal y como se mantenían vivas en las comunidades cristianas fundadas por él. Resume su trayectoria misionera y mira hacia el futuro. Este «futuro» -Lucas narra el emotivo adiós de Pablo muchos años después de su muerte- era ya una realidad en las numerosas comunidades cristianas extendidas por todo el imperio romano. Es, pues, a los dirigentes de estas comunidades a los que el narrador se dirige a través de las palabras de Pablo.
En la primera parte del discurso (18-21), el Apóstol hace una evaluación de su misión en Asia. Es una misión recibida de Jesús, el Señor, y guiada por el Espíritu que consiste en servir, anunciar, enseñar, testimoniar en medio de pruebas y tribulaciones a judíos y griegos, tanto en público como en casas particulares.
En la segunda parte (22-24), Lucas pone en boca de Pablo la realidad fundamental que recorre todo el libro de los Hechos: el Espíritu Santo es el verdadero protagonista de la misión. El Apóstol, a la hora del adiós, se ve a sí mismo como prisionero del Espíritu, quien le llevará de ciudad en ciudad, a través de cadenas y persecuciones, hacia Jerusalén para completar la tarea encomendada dando su vida por el Evangelio, como Jesús el Señor. Para el narrador, la palabra «Jerusalén» esta llena de simbolismo. Más que la destinación del viaje físico que Pablo está a punto de emprender, significa, más bien, el destino de otro viaje de sufrimiento y muerte que llevará al Apóstol a identificarse total y definitivamente con su Señor. Aunque Pablo no murió en la ciudad santa sino en Roma -Lucas no lo menciona-, será la capital del imperio la «simbólica Jerusalén» de Pablo. (cfr. Luc_9:51).
En la tercera parte (25-31), el Apóstol se dirige a los dirigentes de las comunidades. Traspasa a ellos la responsabilidad de predicar el Evangelio y de cuidar del rebaño que el Espíritu les encomendó, tal y como él mismo, Pablo, lo ha venido haciendo por tres años, amonestándoles con lágrimas día y noche. Una vez hecho el «traspaso de la responsabilidad apostólica», les previene de los peligros que acechan a la comunidad con la metáfora de lobos rapaces que no respetarán al rebaño.
En la cuarta parte (32-35), Pablo encomienda los responsables de las comunidades a la «Palabra de Dios». La Palabra aparece aquí personificada, como la única fuerza y dinamismo que puede construir la Iglesia de Dios. Concluye con una advertencia a los responsables contra la ambición del dinero y olvido de los pobres. El desinterés fue siempre la señal por excelencia de la autenticidad de todo ministerio apostólico (cfr. Gál_4:17; 2Co_11:8s; 2Ti_3:2.6-8; 2Pe_2:3). Pablo se pone como ejemplo al haber trabajado con sus manos para su sustento y para socorrer a los pobres.
Al final, la emoción embarga a todos. Entre rezos, lágrimas y abrazos Pablo fue acompañado al barco. Ya no volverían a verle más. Su discurso de despedida, sin embargo, conserva la actualidad y frescura de un testamento que sigue cuestionando a nuestros líderes y comunidades cristianas de hoy.